Maestros, prensa y poder punitivo 1 Mostrar detalles DeCENCOALT
29.04.2013
Maestros, prensa y poder punitivo
Carlos Fazio
Cual policías del pensamiento único disciplinador y domesticador, la jauría «informativista» de los medios corporativos privados está desatada. Con fruición desbordada clama por la mano dura y el garrote. Como tantas veces antes, engolados «comunicadores», histriónicos campeones de la trivialidad, histéricos del rating, bombardean a la población con estereotipos, eslóganes y clichés maniqueos. Invocan el estado de derecho; la ley y el orden, y piden cárcel contra quienes protestan contra una reforma educativa autoritaria, producto de un acuerdo cupular de la partidocracia, ideado para mantener la violencia estructural, generada desde arriba.
Subsumido en las campañas de intoxicación propagandística, aflora el manido repertorio de odio clasista de quienes sirven a los que mandan. Al cacerolismo mediático y el linchamiento exponencial de maestros normalistas y jóvenes universitarios, se suma la llamada a la violencia represiva del Estado contra los «vándalos», las «hordas», la «turba», los «conspiradores enmascarados» y el «salvajismo» del otro, el disidente, el que se resiste a ser amaestrado y no renuncia al pensamiento crítico liberador. Presionan para que reaparezca el rostro colérico diazordacista del muñeco telegénico de Televisa y los poderes fácticos, Enrique Peña, el que mostró con los asesinatos y las violaciones sexuales tumultuarias de Atenco, y la represión-escarmiento inaugural de su mandato, el 1º de diciembre de 2012 en la ciudad de México.
En la coyuntura, los amanuenses del sistema han erigido a maestros y estudiantes disidentes en el nuevo «enemigo interno». Un enemigo a destruir, a aniquilar. La vieja educación humanista y con alto contenido social en un país de pobres y analfabetos no corresponde a las nuevas necesidades de la dominación capitalista. Por eso, un objetivo clave de la contrarreforma educativa de Peña es acabar con el papel histórico de los maestros en las luchas sociales.
Encubriendo las causas que generaron el actual conflicto ideológico en el sector educativo nacional, los medios presentan una caricatura de la realidad. Manipulan, distorsionan, simulan. Los cultores del ditirambo del poder amplifican el discurso esquizoide del gobierno y arremeten contra los mentores y estudiantes de la enseñanza básica y superior, que han salido a las calles a protestar contra la imposición de una contrarreforma educativa elitista y excluyente, que busca fabricar jóvenes eficientes y conformistas para el mercado total; que luchan contra la mercantilización de la enseñanza pública, básica y superior; contra la universidad-empresa, el capitalismo académico, la educación electrónica y el sindicalismo charro corrupto y corruptor.
Junto a la estigmatización del otro a doblegar, la ideología despolitizadora de la comunicación total reproduce matrices de opinión que refuerzan los intereses corporativos. Entrenada para divulgar una realidad virtual, ahistórica y sin memoria, la prensa mercenaria condiciona y modela a sus audiencias, arreglando sus «noticias» y comentarios editoriales conforme a criterios políticos facciosos que no cumplen con los estándares mínimos, éticos y legales que garanticen un buen equilibrio entre la libertad de expresión y el derecho a la información.
El presentador vedette, el hombre-ancla, el editorialista patriotero de la prensa escrita, radial y televisiva repite a coro las palabritas de importación de moda, vía la OCDE: hay que «examinar» y «evaluar» a los maestros. Algunos, los más «ilustrados» −hay muchos payasos y chimpancés en la prensa nativa−, saben que los exámenes y la evaluación no son simples procedimientos técnicos y, sobre todo, que no son neutrales. Saben que se usan para impulsar un modelo determinado de educación. Pero, demagógicamente, engañan a sus auditorios: para eso les pagan sus anunciantes y patrocinadores.
Por un carril paralelo, la manufacturación de un «enemigo interno» (hoy los maestros y estudiantes disidentes) tiene que ver con la construcción social del miedo. El Estado decide quién es el enemigo, y al ser ubicado como tal un individuo es colocado «fuera de la ley». Al negársele al enemigo la calidad de hombre o mujer, de persona, se transforma en algo más bien parecido a un monstruo o una bestia. Un ser limítrofe. Una «vida desnuda» (Agamben) que se encuentra fuera de la ley y de la humanidad, y con la cual no hay acuerdo posible, al que se debe derrotar incluso mediante la coacción física y la tortura y/o eliminar. Una vida de la que se puede disponer libremente al punto de que se le puede dar muerte sin que sea necesario cumplir con los procedimientos legales instituidos y sin que ello constituya un homicidio. Ocurrió durante la pasada «guerra» de Felipe Calderón y está en fase de «calentamiento» en el arranque del peñismo, el «nuevo PRI» y los pactistas paleros.
Como dice el penalista Raúl E. Zaffaroni, «el enemigo es una construcción tendencialmente estructural del discurso legitimante del poder punitivo». Sólo que la noción de enemigo no se limita a la imagen extrema encarnada por el disidente de turno, sino que abarca a amplios sectores de la población que no optan por jugar en los opuestos y se mantienen pasivos. Las contrarreformas «estructurales» del gran capital (las impuestas y las que vienen), tienen una fase represiva paralela dirigida contra todo tipo de resistencia a los valores promovidos oficialmente o a aquellos considerados «normales», lo que de manera automática ubica en el campo de la disidencia al que protesta, pero que también abarca al que «no se mete», al espectador neutral, conformista, alienado, y que tarde o temprano, a través de las formas encubiertas de la guerra sicológica en curso, también terminará siendo blanco de la acción punitiva del Estado. La lógica del poder es implacable: se basa en un razonamiento de suma cero, según el cual lo que beneficia al enemigo, erosiona o destruye al régimen de dominación clasista.
29.04.2013
Maestros, prensa y poder punitivo
Carlos Fazio
Cual policías del pensamiento único disciplinador y domesticador, la jauría «informativista» de los medios corporativos privados está desatada. Con fruición desbordada clama por la mano dura y el garrote. Como tantas veces antes, engolados «comunicadores», histriónicos campeones de la trivialidad, histéricos del rating, bombardean a la población con estereotipos, eslóganes y clichés maniqueos. Invocan el estado de derecho; la ley y el orden, y piden cárcel contra quienes protestan contra una reforma educativa autoritaria, producto de un acuerdo cupular de la partidocracia, ideado para mantener la violencia estructural, generada desde arriba.
Subsumido en las campañas de intoxicación propagandística, aflora el manido repertorio de odio clasista de quienes sirven a los que mandan. Al cacerolismo mediático y el linchamiento exponencial de maestros normalistas y jóvenes universitarios, se suma la llamada a la violencia represiva del Estado contra los «vándalos», las «hordas», la «turba», los «conspiradores enmascarados» y el «salvajismo» del otro, el disidente, el que se resiste a ser amaestrado y no renuncia al pensamiento crítico liberador. Presionan para que reaparezca el rostro colérico diazordacista del muñeco telegénico de Televisa y los poderes fácticos, Enrique Peña, el que mostró con los asesinatos y las violaciones sexuales tumultuarias de Atenco, y la represión-escarmiento inaugural de su mandato, el 1º de diciembre de 2012 en la ciudad de México.
En la coyuntura, los amanuenses del sistema han erigido a maestros y estudiantes disidentes en el nuevo «enemigo interno». Un enemigo a destruir, a aniquilar. La vieja educación humanista y con alto contenido social en un país de pobres y analfabetos no corresponde a las nuevas necesidades de la dominación capitalista. Por eso, un objetivo clave de la contrarreforma educativa de Peña es acabar con el papel histórico de los maestros en las luchas sociales.
Encubriendo las causas que generaron el actual conflicto ideológico en el sector educativo nacional, los medios presentan una caricatura de la realidad. Manipulan, distorsionan, simulan. Los cultores del ditirambo del poder amplifican el discurso esquizoide del gobierno y arremeten contra los mentores y estudiantes de la enseñanza básica y superior, que han salido a las calles a protestar contra la imposición de una contrarreforma educativa elitista y excluyente, que busca fabricar jóvenes eficientes y conformistas para el mercado total; que luchan contra la mercantilización de la enseñanza pública, básica y superior; contra la universidad-empresa, el capitalismo académico, la educación electrónica y el sindicalismo charro corrupto y corruptor.
Junto a la estigmatización del otro a doblegar, la ideología despolitizadora de la comunicación total reproduce matrices de opinión que refuerzan los intereses corporativos. Entrenada para divulgar una realidad virtual, ahistórica y sin memoria, la prensa mercenaria condiciona y modela a sus audiencias, arreglando sus «noticias» y comentarios editoriales conforme a criterios políticos facciosos que no cumplen con los estándares mínimos, éticos y legales que garanticen un buen equilibrio entre la libertad de expresión y el derecho a la información.
El presentador vedette, el hombre-ancla, el editorialista patriotero de la prensa escrita, radial y televisiva repite a coro las palabritas de importación de moda, vía la OCDE: hay que «examinar» y «evaluar» a los maestros. Algunos, los más «ilustrados» −hay muchos payasos y chimpancés en la prensa nativa−, saben que los exámenes y la evaluación no son simples procedimientos técnicos y, sobre todo, que no son neutrales. Saben que se usan para impulsar un modelo determinado de educación. Pero, demagógicamente, engañan a sus auditorios: para eso les pagan sus anunciantes y patrocinadores.
Por un carril paralelo, la manufacturación de un «enemigo interno» (hoy los maestros y estudiantes disidentes) tiene que ver con la construcción social del miedo. El Estado decide quién es el enemigo, y al ser ubicado como tal un individuo es colocado «fuera de la ley». Al negársele al enemigo la calidad de hombre o mujer, de persona, se transforma en algo más bien parecido a un monstruo o una bestia. Un ser limítrofe. Una «vida desnuda» (Agamben) que se encuentra fuera de la ley y de la humanidad, y con la cual no hay acuerdo posible, al que se debe derrotar incluso mediante la coacción física y la tortura y/o eliminar. Una vida de la que se puede disponer libremente al punto de que se le puede dar muerte sin que sea necesario cumplir con los procedimientos legales instituidos y sin que ello constituya un homicidio. Ocurrió durante la pasada «guerra» de Felipe Calderón y está en fase de «calentamiento» en el arranque del peñismo, el «nuevo PRI» y los pactistas paleros.
Como dice el penalista Raúl E. Zaffaroni, «el enemigo es una construcción tendencialmente estructural del discurso legitimante del poder punitivo». Sólo que la noción de enemigo no se limita a la imagen extrema encarnada por el disidente de turno, sino que abarca a amplios sectores de la población que no optan por jugar en los opuestos y se mantienen pasivos. Las contrarreformas «estructurales» del gran capital (las impuestas y las que vienen), tienen una fase represiva paralela dirigida contra todo tipo de resistencia a los valores promovidos oficialmente o a aquellos considerados «normales», lo que de manera automática ubica en el campo de la disidencia al que protesta, pero que también abarca al que «no se mete», al espectador neutral, conformista, alienado, y que tarde o temprano, a través de las formas encubiertas de la guerra sicológica en curso, también terminará siendo blanco de la acción punitiva del Estado. La lógica del poder es implacable: se basa en un razonamiento de suma cero, según el cual lo que beneficia al enemigo, erosiona o destruye al régimen de dominación clasista.
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