Noqueado por la ignorancia
Noqueado por la ignorancia
CIUDAD NEZAHUALCÓYOTL, MÉX, 23 de abril (Proceso).- La ingenuidad y la nobleza del boxeador profesional han perseguido más de la cuenta al excampeón mundial del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) Víctor Manuel Rabanales.
Dice que un día fue a las faldas del Popocatépetl con unas personas que le ofrecieron en venta una parte del volcán. Sin embargo, la negociación terminó cuando se dio cuenta de que querían engañarlo. “Como no llegamos a ningún acuerdo, me abandonaron en ese lugar”, recuerda.
Minutos después aparecieron unas mujeres para ofrecerle el mismo terreno. “Y con esas personas cerré el trato”, dice en entrevista con Proceso.
Fue así como Víctor Manuel Rabanales, quien se coronó campeón del mundo de peso gallo el 17 de septiembre de 1992 al derrotar en nueve episodios al japonés Joichiro Tatsuyoshi, adquirió el Popocatépetl por 30 mil dólares. Toda una ganga.
El Rústico o El Lacandón, como lo apodaban, tomó tan en serio esta compra que se propuso realizar los más ambiciosos proyectos: “Pensé en construir un gimnasio para trabajos de altura y algunos juegos que a lo mejor me iban a dar clientes. También tenía la idea de poner una granja de conejos. Trataba de buscarle utilidad al terreno, porque sea lo que sea me dieron los papeles y se los entregué a mi esposa”.
Asegura que tiempo después su mujer vendió esta propiedad por 30 mil pesos; es decir, la décima parte de lo que pagó por ella el pugilista.
La compra del Popo es una de las anécdotas insólitas de Rabanales, así como la flotilla de taxis que compró sin saber que las facturas de los autos y los títulos de las concesiones salieron a nombre de otra persona. Asimismo, son memorables sus fiestas que se prolongaban hasta 20 días, y el departamento en Texcoco por el que pagó 65 mil dólares para que otros se lo apropiaran.
Las glorias pasadas sólo perduran en su recuerdo, y ahora que se esfumaron las grandes ganancias –más de un millón de dólares– que obtuvo en el cuadrilátero debe enfrentarse a la cruda realidad. A sus 47 años, separado de su esposa, con cuatro hijos y seis nietos, Víctor Manuel afronta su más dura pelea por la supervivencia.
Se gana la vida como franelero descargando frutas en el mercado de Texcoco y realizando todo tipo de faenas en restaurantes, fondas y taquerías. También vende las fotografías que le quedan de su época dorada en los cuadriláteros. A veces acude a las funciones de box y pide al anunciador que mencione su presencia para que el público lo ayude con algunas monedas. Tiene la esperanza de que los promotores se convenzan de que al público le gusta ver a los excampeones del mundo.
En el ring, Víctor Manuel ofrece a los aficionados tomarse una foto con ellos a cambio de 50 pesos “o lo que gusten dar”. Incluso ofrece a la venta fotografías en las que aparece con otras figuras del boxeo.
Ya no luce ensortijadas pelucas y tampoco tiene el diente de oro que caracterizaba su sonrisa. Atrás quedaron las camisas de seda y las joyas que formaban parte de su atuendo en el esplendor de su carrera.
El lunes 12, día de la entrevista con este semanario, Rabanales aparece recién bañado en la puerta de su humilde vivienda –la única que todavía conserva– en Neza
Viste pants azul marino descosidos, tenis blancos y una playera que ya perdió la blancura y en la que apenas se percibe el autógrafo de otro campeón del mundo, Jorge El Travieso Arce.
Desciende por la escalera metálica de su casa cargando un costal de lona donde guarda un balón de basquetbol que usa para hacer abdominales, una careta y dos protectores bucales.
En el patio de la casa exhibe el reluciente cinturón que el CMB otorgó recientemente a todos sus campeones mundiales, y como testimonios fotográficos muestra fotocopias de sus propias imágenes. Tanto Víctor como su hermano Alberto, quien se acredita como reportero, pidieron que la entrevista se realizara en la exclusiva Plaza Ciudad Jardín.
Golpes de la vida
El Consejo Mundial de Boxeo le otorga al excampeón del mundo una ayuda mensual de mil 500 pesos que administra lo mejor que puede. “De ese dinero procuro gastar sólo 50 pesos diarios. Me compro una botella de agua, una torta o una comida económica. Lo importante es guardar algo por si falla el trabajo. A veces voy al gimnasio a enseñar a los jóvenes, a orientarlos y con eso me gano un taco”.
Rabanales busca una oportunidad como auxiliar de manager. “Por eso una semana antes de que alguien vaya a pelear me le acerco para darle consejos. Le sugiero cómo puede mejorar su técnica, así como su condición física, y los alimentos que debe consumir.
–¿Cuánto cobra por esa labor?
–Cuando me dan no pasa de 60 pesos. La tarea es estar abajo de la esquina pasándoles el banquillo, orientándolos. El año pasado en una función llegué a reunir 2 mil pesos por la venta de fotos.
Víctor Manuel comenta que un día antes de la entrevista fue a una taquería de los hermanos Ochoa a trabajar como ayudante. Llegó a las cuatro de la tarde y se marchó a su domicilio después de las dos de la mañana del lunes.
“Ayudo a limpiar las mesas, las barras, a lavar el piso y a barrer. Tuve que aprender a defenderme en el trabajo. No me desanimo, al contrario. Como leo la Biblia mi fe también mejoró y cuando la gente se despide o me da las buenas noches le respondo: ‘Que Dios los bendiga’. En algunos lugares me aprendo lo que venden, y lo anuncio: ‘Pásenle, señores, todavía tenemos quesadillas, caldo de gallina’… en fin.”
Confiesa que fue alcohólico y adicto, aunque no dice que se alejó del vicio. Sólo asegura que añora aquellos tiempos: “Todo lo que me esforzaba arriba del ring se traducía en ganancias. Ahora me doy cuenta de que es bonito vivir sano y tener buena mentalidad para acercarse a un hijo”.
–¿Cuánto ganó como campeón del mundo? Se dice que fueron casi 800 mil dólares.
–Si me pongo a sumar, fueron más de un millón. Me acuerdo que a veces gastaba hasta 5 mil dólares y no sabía en qué. Cuando sabes trabajar, aunque inviertas poco, obtienes ganancia. Yo quería que los empleados hicieran crecer el negocio pero no fue así. Para que una empresa sea próspera la debe cuidar el que invirtió en ella.
–¿No le parece que la gente a la que confió sus negocios se excedió en el abuso?
–Sí, pero ellos no tuvieron toda la culpa. Yo no me esforcé lo suficiente. No encontré la fórmula para que hubiera un beneficio económico.
“Tengo la ilusión de volver a invertir en algo, en algún negocio. Ahora quiero comprar aparatos para un gimnasio, que es lo que conozco. Antes compraba llantas de coches, porque un carro usa llantas, y no me daba cuenta si en realidad me iban a servir para algo.”
–¿En qué invirtió su dinero?
–En dos terrenos, pero sólo me quedé con uno. Luego compré un departamento, pero no a mi nombre. También tuve tres automóviles…
–¿El departamento no salió a su nombre?
–Así fue. Otra persona figuró como propietario. Yo me conformaba con tener los papeles de compra-venta, sin saber que era fundamental contar con las escrituras.
–¿Quiénes eran esas personas?
–No tiene caso mencionarlo, no tienen la culpa. Yo confié y nunca pasó por mi mente que me podían perjudicar.
–¿Cuánto pagó por ese departamento?
–Como 65 mil dólares. Estaba en Texcoco y terminaron por quitármelo. No tuve a nadie que me asesorara y no firmé ningún papel. Ni modo, la ley es la ley.
“La gente que agarró mis cosas no hizo mal, yo dejé que lo hicieran. Creía que no necesitaba dinero como para vender una casa o un terreno, porque imaginaba que si trabajaba de ayudante, de ahí sacaría para comer, para vestir. No les dije a mis hijos y a mi esposa cómo administrar el dinero. Por momentos me olvidé que la familia tenía necesidades.”
“Te va a ir mejor”
En su búsqueda de una oportunidad como asistente, algunas veces Rabanales acude para realizar labores de apoyo al gimnasio de la Magdalena Mixhuca, al lado de otro grande del boxeo, Carlos Zárate, quien ahora es coordinador de boxeo en la delegación Iztacalco.
Víctor Manuel, quien disputó 73 peleas con un saldo de 49 triunfos, 21 derrotas y tres empates, recuerda que el promotor Rafael Mendoza le sugirió que abriera una cuenta de cheques.
“Me agarraba la fiesta por 20 días en lugar de hacer algo productivo. No me faltaban amigos para las pachangas, y como éstas cuestan, terminé por vaciar la cuenta en el banco. Antes podía hasta girar cheques sin fondos, porque tenía el respaldo de un capital. Ahora no puedo iniciar un negocio ni solicitar un crédito.
Admite: “En mis fiestas los amigos me prometían: ‘te vamos a ayudar para que salgan bien las cosas’. Pero eso nunca ocurrió. No aprendí a valorar lo que tenía ni encontré a la persona idónea que me ayudara a trabajar, aunque fuera como barrendero o ayudante.
“No aprendí a realizar labores productivas. Sabía pegarle a las piedras con marro, pero no me pagaban por hacerlo porque era parte de mi entrenamiento. A veces ayudaba a sacar piedras de los escombros y casi no cobraba porque consideraba que ese no era un trabajo, sino parte de mis entrenamientos en el boxeo.”
–¿Cuántas fiestas organizaba al año?
–Como tres. Fueron pocas. Las hacía en las casa e invitaba a las personas para que me conocieran más y poderles anunciar mis nuevas inversiones y proyectos. De entre todas esas personas no hubo ninguna que me pudiera asesorar para hacer buenos negocios.
–¿Qué más le ofrecían además de autos y terrenos?
–Mujeres.
–¿Y gastó en ellas?
–Sí. Lo hice para saber qué se sentía. Al principio lo disfruté pero después me ocasionó graves problemas familiares, pues por hacer esos gastos descuidé mi patrimonio.
Debido a sus apremios económicos Víctor Manuel se vio “forzado” a entregar su fajín de campeón del mundo: “Se lo di a la persona que me ayudó a buscar patrocinios y hacer trámites ante el Seguro Social. Además, prometió que me iba a conseguir trabajo en la empresa donde laboraba, la Fábrica de Colchones Madrid. Un día me dijo ‘¿No me dejas el cinturón? Ahí nos ayudamos, te voy a dar una ayudadita más’. Sacó el dinero y le entregué el cinturón. Dijo que lo iba a tener en su casa, pero después me enteré que lo envió a Corea”.
–¿Cuánto le dio por el cinturón?
–El cinturón vale por lo menos 15 mil dólares y sólo me dio 5 mil pesos. Se lo entregué porque me asesoró para que me patrocinaran. Todavía me dijo: “Te va a ir mejor”, y me aconsejó que cuidara mi nombre y mi dignidad.
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