jueves, 1 de agosto de 2013

Crecimiento personal y salud

Crecimiento personal y salud

Ensayos de terapia gestalt

01/08/2013 - Autor: Pilar Román Porras - Fuente: Socialgestalt
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El hombre moderno necesita desesperadamente una nueva visión de la naturaleza
El hombre moderno necesita desesperadamente una nueva visión de la naturaleza
Para mantener una buena salud hacemos muchas cosas: comer de forma “sana”,  dormir o descansar, hacer deporte, etc. Solo con una buena salud podemos disfrutar de lo que supone desarrollarnos, continuar creciendo en el continuo intercambio que nuestro cuerpo hace en el entorno.
Los seres vivos nos preservamos, desarrollamos y crecemos gracias al contacto continuado con el entorno.  Respiramos oxigeno y comemos alimentos, y tras un proceso de metabolización, los asimilamos como parte integrante de nuestro ser, desechando  lo que no nos es útil.
En resumen,  nos autorregulamos en busca del equilibrio, pero cualquier interferencia en la autorregulación, provoca un desequilibrio y con ello a veces una enfermedad.
Cuando hablamos de crecimiento  personal estamos hablando también de nutrición psicológica, de desarrollo evolutivo de nuestra personalidad, que se constituye de todo lo aprendido y asimilado.
Es a través de la experiencia como incorporamos este “alimento psicológico”,  y lo hacemos en relación con las novedades que encontramos en  el entorno que nos rodea, con el “otro”. No podemos separarnos del entorno si queremos explicar como crecemos, ya que en un proceso sano, nuestro crecimiento psicológico sigue el mismo metabolismo mental que fisiológico: salimos al encuentro del otro y nos nutrimos con la experiencia del encuentro, masticando cada bocado para poder discriminar  “esto me gusta”, “esto no me gusta”, en una sucesión entrelazadas de “aquís y ahoras”, como si de un baile de afectos se tratara.
Sólo cuando nos obligamos a tragar partes de lo  social que no van con nuestros deseos,  tal vez porque tragamos conceptos acerca de nosotros mismos, que nos incapacitan, nos intoxican o simplemente no se corresponden con nuestras verdaderas potencialidades,  nos  sentimos insatisfechos, algo falla, y no acertamos a saber que es.
Algo se ha quedado atragantado en el pasado que nos dificulta el momento presente. Cuando no tenemos oportunidad de digerir o escupir estos  contenidos  porque  no forman parte tan siguiera de nuestra conciencia, son vividos y reconocidos por una sensación de malestar, de bloqueo, de vacío, de ansiedad, de angustia, de falta de vitalidad...
Incorporar un material sin “masticar” (como cuando somos estudiantes y nos aprendemos los datos de memoria y los hacemos válidos sólo por el hecho de que lo digan ciertas figuras de autoridad), no nos ayuda a crecer.
Crecer,  psicológicamente, implica saber lo que se quiere y esto implica darse cuenta de lo que uno siente ó  podría estar necesitando: que afectos tiene para compartir o de qué quiere apropiarse del entorno.
Compartir no es fácil, ya que supone soportar la excitación que emerge como consecuencia de la interacción yo/tu.
Sentir a veces puede ser doloroso. Muchos de nosotros atrapados en una  experiencia pasada,  hemos desarrollado mecanismos para evitar el dolor. Una manera de hacer esto es evitando sentir. Desensibilizándonos. Perdiendo el contacto con nosotros mismos. Desconectándonos de nuestro propio cuerpo, impidiendo darnos cuenta de nuestros sentimientos y emociones. Dejamos de respirar (respirando poquito), contraemos nuestros músculos para contener  una emoción. Cuando esto se hace de una forma crónica o continuada desde nuestra infancia, perdemos la referencia de lo que estamos sintiendo porque antes de poder darnos cuenta ya hemos puesto en marcha los mecanismos de tensión, contracción o represión, de tal forma que la emoción queda fuera de nuestra conciencia. Y  quedamos desorientados.
La energía utilizada en nuestros músculos para retener las emociones no está disponible para salir al encuentro del otro (del mundo). Estamos demasiado ocupados en controlar  nuestro mundo emocional por sentirlo   como algo “peligroso”, perdiendo con ello parte de nuestra vitalidad. Recordemos que la “conciencia está caracterizada por el contacto, la sensación, la excitación y la formación de la Gestalt”
Todos sabemos como puede afectar esta situación a nuestra Salud. Los dolores de cabeza que pueden provocar estas tensiones. La gran colaboración que ofrece el control de las emociones en la agravación de una enfermedad. La pérdida que sufre el organismo cuando se ve privado de la vitalidad y la espontaneidad para la que ha sido creado.
Una relación sana con nuestro entorno pasa por darnos cuenta de nuestras necesidades y de cómo nos relacionamos con el mundo para satisfacerlas. Crecemos cuando nos permitimos ser espontáneos y arriesgarnos en el encuentro con el otro nutriéndonos con la novedad que hay en él o mejor dicho en la experiencia de nuestro encuentro, ó rechazando lo que no es nutritivo, y no incorporando partes enteras del otro en sustitución de nuestras carencia o vacíos.
Si utilizamos nuestra energía en esto, no necesitaremos mantener mecanismos que interrumpan nuestro  flujo vital. Recuperaríamos parte de nuestra vitalidad y con ella parte de nuestra Salud.
La terapia gestalt no consiste tanto en encontrar soluciones por parte del terapeuta a todas las necesidades de su cliente (esto supondría que sabe más que él de sus necesidades) sino de ayudar a  que se sea más conciente de sí mismo.
Es a través del darse cuenta personal como recuperamos partes pérdidas de nuestra personalidad. Eso sí en relación a nuestro entorno que en una terapia estamos hablando de la relación cliente/terapeuta y de cómo juntos van a realizar el proceso de contacto, o de cómo van a evitar este proceso. Esta misma forma de interrupción es la que está generando malestar en el cliente en su vida cotidiana. Desarrollar esta conciencia  permite lo que hemos venido a llamar, crecimiento personal.
Pilar Román Porras, Terapeuta Gestalt

Bibliografía

Perl, Hefferline y Paul Goodman:   Terapia Gestalt: Excitación y crecimiento de la personalidad humana. 1951. Traducido por Carmen Vázquez en la Colección los libros del CTP-4, Madrid 2001.

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