martes, 26 de noviembre de 2013

Muhámmad y la Revelación

Muhámmad y la Revelación

Muhámmad y el Corán son indisociables

30/01/2011 - Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Webislam
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Sello de Muhámmad
Sello de Muhámmad
El musulmán, aquel que vive sometiéndose consciente y voluntariamente a la Realidad Única, reconoce Su Lenguaje, Su Revelación, cuya última expresión histórica nos la trae Muhámmad: la recitación coránica.
Reconocer la naturaleza divina del Corán es asimismo el reconocimiento de Muhámmad como profeta y enviado. Muhámmad y el Corán son, por esta razón, indisociables. Esto forma parte esencial del núcleo de la creencia (aquida) islámica ya que el ser humano necesita de la revelación divina como guía para reconocer y transitar el camino del conocimiento de lo real. Y esta revelación divina ocurre en el Lenguaje, en el medio humano de comprensión de lo real mediante signos (ayat) que son al mismo tiempo los versos de una recitación incomparable.
Al comienzo de la Revelación Dios exhorta al profeta a leer, a recitar, y le dice que Él es Al Karim, el Más Generoso, y que Su mayor generosidad estriba en enseñar al ser humano lo que no sabe mediante la palabra (qalam), los nombres, la escritura, de la misma manera que enseñó a Adam, el primer ser humano, los nombres de las cosas, y le confió (ámana) la capacidad intelectual (aql)
La palabra árabe Qur’án significa literalmente ‘recitación’. Para el musulmán el Corán es la expresión completa e íntegra de la Revelación, el despertar del ser humano a la comprensión de sí mismo y del mundo. Y eso mismo le ocurrió a Muhámmad, la paz sea con él, a lo largo de su vida profética. Iba conociendo la Revelación a medida que se iba articulando en su corazón. El Corán invita al ser humano a mirar el mundo y a mirar hacia su interioridad, a reflexionar sobre la existencia. Le dice que en los aconteceres de su vida hay señales, signos, si es capaz de leer, de estar abierto, si su corazón aún puede escuchar.
No cabe mayor generosidad de Dios hacia el ser humano que procurarle la vida espiritual, la memoria de lo sagrado. El Corán es una misericordia de Dios porque no tiene otro propósito que el de guiar y advertir para reconducir la conciencia hacia su fuente. No propone ningún misterio o dogma, ninguna trampa tendida a quien trata de someterse a la Realidad. En cambio, Dios aclara a Muhámmad, en el Surat al Yusuf, aya 3, lo siguiente:
“A medida que te revelamos, Oh Profeta, este Corán, te lo explicamos de la mejor forma posible, ya que antes eras, ciertamente, de los que desconocen qué es la revelación”
El Corán se va revelando paulatinamente y de la mejor manera posible porque requiere ser leído, recitado, escuchado. No es un conjunto de palabras que pretendan alcanzar su sentido sino el sentido mismo que anima a cualquier palabra y a cualquier escritura. Y esto es posible mediante la existencia de Muhámmad, a través de la creación y la purificación de un ser humano capaz de contener en su corazón todos los significados e ir transmitiendo a sus semejantes el conocimiento de la Realidad Única, una experiencia humana trascendental. Una experiencia que le supone al ser humano una liberación, un ensanchamiento. Por ello el Corán es, sobre todo, apertura, expansión de la conciencia humana hacia su límite, hacia Dios.
El musulmán recita el Sura de la Apertura del Corán (Surat al Fátiha) muchas veces cada día a lo largo de su vida. Esta recitación le devuelve a la conciencia de la realidad una y otra vez. Recita con el nombre de Allah diciendo ‘bismillah’ como una criatura que siente su conciencia como una ámana, como un préstamo generoso de Dios. Esa conciencia le lleva a reconocerLe, a adorarLe y a pedirLe:
“Toda alabanza pertenece sólo a Dios, el Sustentador de todos los mundos, el Más Misericordioso, el Dispensador de Gracia, ¡Señor del Día del Juicio! A Ti sólo adoramos; sólo en Ti buscamos ayuda. ¡Guíanos por el camino recto, el camino de aquellos sobre los que has derramado Tus bendiciones, no el de aquellos que han sido condenados, ni el de aquellos que andan extraviados!”
(Corán, Sura 1, La Apertura, Al Fatiha)
La Fatiha es una síntesis esencial del Corán. Éste se refiere a ella como “los versos frecuentemente repetidos”:
“Y, en verdad, te hemos dado siete de los versículos frecuentemente repetidos, y así, hemos abierto ante ti este sublime Corán: así pues no dirijas tu mirada con anhelo hacia los bienes terrenales que hemos concedido a algunos de esos que niegan la verdad, ni te aflijas por esos que se niegan a hacerte caso, sino extiende las alas de tu benevolencia sobre los creyentes, y di: ‘¡Ciertamente, yo soy en verdad el advertidor explícito prometido por Dios!’.”
(Corán, Sura 15, Al Hichr, ayat 87-91)
La repetición incesante de la Fatiha procura una apertura real al ser humano en su vida cotidiana, provocándole el despertar a la Realidad y otorgando sentido a su vida. La Revelación hace al ser humano capaz de habitar la Realidad porque el Corán es un recuerdo de Dios, de lo Real (Al Haqq). El Corán es el recipiente que contiene la memoria humana integral y, en esa humana memoria, contiene a su vez la memoria de todas las criaturas y de todos los mundos, siendo Su más fiel recuerdo.
Por ello, para poder contener esa Revelación, es preciso que el ser humano se purifique interiormente. Entre los hadices recopilados por Al Bujari, existe uno en el que el profeta recuerda un episodio de su infancia en el desierto. Dijo el profeta, la paz y las bendiciones sean con él:
“Vinieron hacia mí dos hombres vestidos de blanco con una jofaina de oro llena de nieve. Entonces me tendieron y abriéndome el pecho me sacaron el corazón. Igualmente lo hendieron y extrajeron de él un coágulo negro que arrojaron lejos. Luego lavaron mi corazón y mi pecho con la nieve.” Y aclaró: “Shaytán toca a todos los hijos de Adam el día en que sus madres los paren, salvo a Mariam y a su hijo.”
El profeta nos narra así cómo fue preparado por los ángeles para recibir la Revelación. Éstos extraen de su corazón un coágulo negro que arrojan lejos de sí. Porque no puede haber coágulos ni interferencias en el interior de un corazón humano que recibe la Revelación. No puede haber resistencias porque entonces no podría soportar el fluir completo y constante de la vida, de la creación. Así nos dice que también él es un ser humano, un hijo de Adam, y como todo ser humano, excepto Mariam y su hijo, está sujeto a una forma, a un molde.
La Revelación, la teofanía (tayali), requieren de una purificación de ese receptáculo, de un vaciamiento de ese molde. El Corán comienza a revelarse a Muhámmad, la paz sea con él, durante el ayuno, en el mes de Ramadán. El profeta ayuna como unitario en una gruta de la Montaña de la Luz (Yebel Nur), arropado por unas lajas de piedra que semejan las páginas de un libro geológico. Debajo se abre el Valle de Meca, en cuyo centro se divisa el santuario de Ibrahim, la paz sea con él, la Kaaba, como un pequeño cubo de piedra.
La experiencia de la Revelación conmociona al ser humano, le transforma. En esa tesitura de profundo impacto espiritual, Dios le dice a Muhámmad que no está loco ni poseído y que la Revelación que está experimentando en su interior le hará vivir ya por siempre iluminado en la Realidad. Esa será, desde entonces, su forma de vivir, su din, que es el din del islam y del musulmán, del ser humano sometido a la Realidad Única. En numerosos hadices se narra que Aisha, afirmó en varias ocasiones, hablando del Profeta muchos años después de su muerte, que “su forma de vida era el Corán”.
El Corán muestra, además, las distintas facetas de la creación, el microcosmos y el macrocosmos, abre al ser humano a la Realidad porque es la manifestación (tayali) de la Realidad, manifestación sin la cual no son posibles ni la percepción luminosa, ni la imaginación creadora, ni el recuerdo de Dios. Así, nos dice Dios, Alabado Sea:
“¡Pues, en verdad, hemos dado múltiples facetas en este Corán a toda clase de enseñanzas diseñadas para beneficio de la humanidad!”
(Corán, sura 17, El Viaje Nocturno, aya 89)
Dios ha diseñado Sus enseñanzas al ser humano en la forma de un Corán, de una recitación que es el discurso abierto al sentido, creador de conciencia y de identidad, que beneficia a aquellos seres humanos y criaturas a quienes alcanza. El Corán es un tesoro precioso porque es el medio por el cual se realiza e incrementa la comprensión humana. Y se realiza precisamente porque la comprensión humana necesita de un objeto y de un sentido y el Corán muestra todos los objetos y todos los sentidos posibles de dicha comprensión.
Por ello, pretender reducir el Corán a un conjunto de normas jurídicas o éticas, de directrices sociales o de contenidos esotéricos o poéticos es una devaluación inaceptable. El Corán se revela cuando el ser humano es capaz de contener su mensaje, alcanzar el manantial inagotable de sus signos. Todas las facetas de la creación están contenidas en el Corán, todas las lecturas de la existencia. Unos mundos surgen de otros mundos, unos se contienen a otros. No hay permanencia en la creación y cuando el ser humano lee y recita el Corán con sinceridad su vida cambia. En él leemos:
“Así pues, cuando el Corán esté siendo recitado, prestad atención y escuchad en silencio, para que seáis agraciados con la misericordia de Allah. Y recuerda a tu Sustentador humildemente y con temor, y sin alzar la voz; recuérdale mañana y tarde, y no te permitas ser negligente. Ciertamente, quienes están próximos a tu Sustentador no tienen a menos adorarle; proclaman Su infinita gloria y se postran sólo ante Él.”
(Corán, Sura 7, Al-Aaraf, La Facultad del Discernimiento, ayat 204-206)
El agua que necesita el ser humano es un agua que purifique su corazón y que le vaya acercando progresivamente a lo Real. El Corán es ese agua que brota en el corazón, en la entraña profunda del ser humano cuando éste acepta su condición de criatura despierta, capaz de ver, oír, pensar, imaginar, soñar... meditar en silencio cuando se sabe completamente solo. La Revelación es el lenguaje de la Realidad:
“Y di: ‘¡Ahora ha llegado la verdad y la falsedad se ha desvanecido: pues, ciertamente, la falsedad está abocada a desvanecerse!’ Así hacemos descender gradualmente por medio de este Corán todo aquello que da salud al espíritu y es una misericordia para quienes creen en Nosotros, mientras que a los malhechores no hace sino aumentar su perdición.”
(Corán, Sura 17, El Viaje Nocturno, ayats 81, 82)
Dios dice al ser humano que proclame la luz del Corán, que no necesita redimir nada ni esperar a mañana para acercarse a lo real. Lo real existe aquí y ahora. Sólo lo real existe. Sólo Dios es real. La illaha illa Allah. El Corán procura ese discernimiento, un pensar genuino.
El ser humano se enfrenta a los acontecimientos y a las situaciones asumiendo actitudes y expresando su condición. Decide qué es lo importante y qué no lo es, como si tuviese capacidad para conocerlo todo, cuando en realidad sólo conoce huellas y latidos. Decide qué es verdad según lo que va conociendo, aquello que su vivir le está mostrando. Pero para saber con certeza (yaquín) es necesario escuchar esos latidos en su Fuente, oír el manantial de Su Palabra.
El corazón humano se mueve entre la constricción y la expansión, entre el temor y el anhelo. Dios dice al ser humano que mire toda la Creación como un latir entre la majestad y la belleza, entre el día y la noche, la luz y la oscuridad. La comprensión dinámica de estas realidades y su solución en el tawhid es un regalo para el ser humano, una bendición:
“¡Oh hombre! No hemos hecho descender este Corán sobre ti para hacerte desgraciado.”
(Corán, Sura 20, Ta Ha, Oh Hombre, aya 1)
La Revelación que Dios hace llegar hasta el ser humano a través de Sus profetas implica un proceso gradual de iluminación, de elevación desde la simple arcilla maleable hasta esa conciencia que expresa de manera única y admirable la creación de Dios, Su perfección inimitable:
“... no hallarás el menor fallo en la creación del Más Misericordioso. Mira de nuevo: ¿puedes ver alguna fisura? Si, mira de nuevo, una y otra vez: y cada vez tu vista volverá a ti, deslumbrada y realmente vencida...”
(Corán, Surat 67,Al Mulk, la Soberanía o el Señorío, ayat 3,4)
Dios es el Muy Compasivo (Rahmán) y es un señorío lo que Dios regala a la humanidad a través de Muhámmad, la paz sea con él, como culminación del proceso gradual de la creación, un proceso que tiene su fiel reflejo en el interior de cada ser humano, según su grado de despertar a la luz de lo real, desde que la recuerda hasta que la ve.
Como muchos profetas y enviados antes de él, Muhámmad es suscitado, provocado entre la humanidad como un ser necesario, como un ejemplo vivo de ser humano realizado, plenamente despierto y compasivo. La Revelación que se produce en él, la teofanía, viene a través del ángel, de Gabriel, como nos dice Dios en el Corán:
“¡Considera este despliegue del mensaje de Allah, a medida que desciende! Vuestro paisano no se ha extraviado, ni se engaña, ni habla por capricho: eso que os transmite no es sino una inspiración divina con la que está siendo inspirado –algo que le imparte alguien sumamente poderoso: un ángel de incomparable poder, que en su momento se manifestó en su verdadera forma y naturaleza, apareciendo en lo más alto del horizonte, y luego se acercó y descendió, hasta que estuvo a una distancia de dos arcos o menos.”
(Corán, Sura 53, El Despliegue, ayat 1-17)
El mensaje coránico aparece como una revelación gradual que se va produciendo de arriba hacia abajo, como un descendimiento. La Revelación es una luz que cae derramándose en el pozo de la tiniebla interior, de la inconsciencia. Poco a poco, la luz va llenando el pozo hasta que, finalmente, como en el caso de Muhámmad, la paz sea con él, la luz se le derrama por todos sitios. Porque el Corán es un latir, un desenvolvimiento.
Este desanudamiento gradual es comparable al deshielo que produce el sol de la primavera. La condición del agua congelada es su fijeza, su incapacidad para discurrir y hacer rebrotar a la tierra muerta. El calor va fundiendo el hielo suavemente hasta que el agua comienza a fluir, alimentando desde ese momento a todo lo que impregna. El agua de la Revelación procede de un corazón que ha sido purificado mediante el hielo de la memoria primordial, reconducido a su pureza original (fitrah) mediante una materia que en sus cristales refleja las estructuras de toda la creación.
Cuando la tierra seca se empapa de agua comprende la Realidad porque está conociendo aquello que le falta para ser completa. Comprender es sentir, integrar, empatizar, compasionarse, disolverse. La tierra y el agua se necesitan mutuamente y ambas necesitan de la luz para reconocerse y encontrarse. De la misma manera, el ser humano necesita de la Revelación para comprender, para hacerse capaz de la vida, para resucitar en la Realidad Única y así poder subsistir como jalifa, como un ser humano consciente y responsable. El Corán sacude las conciencias y hace revivir los significados. La recitación provoca en el ser humano la conciencia de un discurrir que es como el agua vivificante. El mundo es sólo signo, señal, teofanía.
El Corán hace ver y oír la creación de la mejor manera, de la única manera posible. Es el intelecto (aql) el que se siente conmovido. Es la comprensión la que se abre. La recitación ilumina los velos que tejen la tiniebla interior, el velo del shirk, y restituye la conciencia integral. La tierra seca siente el fluir del agua. La vida brota en todos los rincones. Las alabanzas son para Dios. El retorno a la luz se hace posible una vez más, como un despliegue, como una apertura o Fatiha.
La recitación afecta al ser humano propiciándole la conciencia, la vida del corazón, y para eso le hace Dios oír este Corán tan bien guardado, para que su corazón se conmueva. Muhámmad, la paz sea con él, está siendo inspirado, la Revelación le acontece a través de un ángel de incomparable belleza y poder. Gabriel (Yibril) es el ángel de la Revelación, el guía luminoso que testifica la Luz que lo está creando, que conduce a un ser humano que no se ha extraviado, que no se engaña a sí mismo ni habla por capricho.

Así el profeta contempla la Revelación con la mirada del corazón. No mintió en lo que vio: lo vio y lo transmitió impecablemente, sin mentira, sin ocultación, sin añadir ni quitar, sin exagerar ni disminuir. Ese es el mensaje maravilloso y equilibrado que nos trae Muhámmad, el Corán Generoso (Qur’an al Karim), la posibilidad de vivir en el mundo con una conciencia acrecentada y con sentido. Por eso el musulmán considera el Corán como un milagro, porque el Corán le proporciona las líneas maestras que trazan su din, su forma de vivir.
El Corán reconoce el carácter divino de los libros revelados: La Torah (At-Tawrat) de Moisés, el Evangelio (al-Inyil) auténtico de Jesús, los Salmos (Az-Zabur) de David y las Hojas (Suhuh) de Abraham. Actualmente no queda ninguno de estos libros en su versión original, sólo el Corán pervive inalterado.

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