viernes, 13 de diciembre de 2013

El islam, más allá del fundamentalismo y la modernidad (1)

El islam, más allá del fundamentalismo y la modernidad (1)

El verdadero rostro del islam es tradicional, que acompasa la tradición intelectual y la tradición espiritual

13/12/2013 - Autor: Abdelkader Mohamed Alí - Fuente: Webislam
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Abdelkader Mohamed Alí. (Foto: Hashim Cabrera)
Desde hace algo más de un decenio, exactamente después de la tragedia del 11S, en las sociedades occidentales se ha recrudecido el sempiterno debate sobre el islam y los musulmanes.
Inesperadamente se suscitó un inusitado interés por saber más sobre el islam, lo que ha originado al cabo del tiempo una polarización de ideas diferenciadas. A la reacción de esos sectores de musulmanes calificados de “fundamentalistas” o “integristas”, ya sea en sus variantes salafí, wahabí, etc., a los que se les recrimina una actitud radical, se ha contrapuesto un acercamiento interesado hacia ese otro sector del Islam denominado “modernista”.
Como bien ha sido recogido en documentados estudios, tras la I Guerra Mundial occidente logró un triunfo político total sobre el mundo islámico. A la desintegración del Imperio Otomano le siguió la incursión ideológica de los patrones culturales de occidente en la sociedad musulmana con una penetración desmedida de la educación occidental. Todo esto sumado a un indisimulado complejo de inferioridad padecido por los sectores ilustrados de las sociedades islámicas de aquella época, lamentablemente aún hoy briosamente vigente. Esto hizo que muchos musulmanes adoptaran esos patrones occidentales llegando incluso, en determinados casos, a rechazar la tradición islámica.
Se suele mencionar como anécdota significativa el comentario que hiciera el intelectual y reformista egipcio Muhammad Abdu (1849-1905) a su vuelta de un viaje a París a finales del siglo XIX: “He visto islam en Francia, pero no musulmanes; mientras que aquí veo musulmanes, pero no islam”, queriendo asegurar que esas cotas alcanzadas en occidente de desarrollo, bienestar social, educación…, que tanto le impactaron, correspondía al ideal islámico a pesar de no ser sus promotores musulmanes.
Evidentemente esta ilustrativa reflexión implica el reconocimiento de occidente como referente ideológico en los postulados teóricos de este prohombre. Sobre este particular volveremos en sucesivos artículos para ahondar más en esas ilusas concepciones albergadas por prominentes personajes del mundo musulmán como el referido Abdu, según la cual abrazar los valores y fundamentos de la modernidad no perturba los principios tradicionales del islam. Tal cúmulo de absurda ingenuidad no se sostiene al más mínimo rigor analítico que practiquemos, eso sí, previa sacudida de esos complejos que menguan considerablemente la autoestima. Cuando se observa en lo que ha quedado reducida la tradición cristiana y su declive luctuoso tras consumar el abrazo del oso a esos valores ideológicos de la modernidad, hay que ser un inconsciente para no reparar en el elevadísimo coste sufrido por la tradición cristiana tras nefasta adhesión.
Sin embargo, a pesar de que algunos islamólogos occidentales hablan de una supuesta batalla interior entre musulmanes por el “alma del Islam”, somos de la opinión de que a esas dos corrientes referidas del islam, al fundamentalismo y al modernismo se les puede contraponer una visión original y principal siendo esta el islam tradicional. No se trata de una tercera vía, en absoluto, sino simplemente, que no es poco, restituir los valores postergados del islam tradicional y necesariamente desde esta visión, nos situamos equidistantes de ambas corrientes, es más, a nuestro entender ambas corrientes, fundamentalismo y modernismo, son las dos caras de una misma moneda.
Obsérvese a la conclusión que llega Tariq Ramadán en su obra “El reformismo musulmán” cuando analiza el legado intelectual de Yamal al-Din al-Afghani y su discípulo principal, el referido Muhammad Abdu: “es fundamentalista y modernista al mismo tiempo” (p.98). Y con toda seguridad, los musulmanes identificados con ese islam tradicional no son partícipes de batalla alguna, independientemente de ser ajenos a esas dos corrientes aparentemente polarizadas. Simplemente viven su islam con la intensidad que les impone el grado de vinculación a la tradición primigenia.
Un islam tradicional que obviamente conecta con la Revelación como referente central, es decir el Corán y la Sunna del Profeta (la paz y las bendiciones de Allah sean con él), cuyos referentes representativos de la era moderna más reciente han sido, entre otros: Abd al-Qadir al-Yaza'iri, Shaij Ahmad al-'Alawi, Maulanâ Ashraf 'Ali Thanvî.
Lamentablemente la voz de estos distinguidos sabios, awliya, a menudo, tanto en occidente como en el mundo musulmán, no ha tenido toda la repercusión merecida ahogados por la ruidosa algarabía de esas voces extremistas.
Curiosamente estos enredos radicales representan la ruptura con las enseñanzas tradicionales del islam ya que carecen de fundamento intelectual e histórico. De ahí que les sea imposible aportar soluciones objetivas a los musulmanes de hoy día, si bien es verdad que la penetración de su discurso —del discurso wahabí-salafí— es un hecho evidente dada la simpleza y facilidad de encaje del mismo amparado por una profusión de medios a su disposición y a la fácil vulnerabilidad de amplios sectores de la Umma.
Por otra parte, como decíamos, la otra cara de la moneda está representada por esos musulmanes que pretendidamente son portadores de valores de un islam “modernizado” muy seducidos por los destellos cegadores de la modernidad. No es nuestro objetivo aquí abundar en lo que hemos dado en llamar esquemáticamente oropeles de la modernidad, no obstante remitimos al lector interesado a analizar dos de las obras de René Guénon más significativas, a saber: La crisis del mundo moderno o la otra más amplia y meticulosa: El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, donde analiza los resultados de la civilización occidental desde la Ilustración a nuestros días.
Asevera Guénon: “La civilización moderna aparece en la historia como una verdadera anomalía: de todas las que conocemos, es la única que se haya desarrollado en un sentido puramente material, la única también que no se apoya en ningún principio de orden superior”. Al relegar a lo insignificante las relaciones humanas con su Creador, concluye Guénon: “la civilización moderna representa una desviación monstruosa” y lo aclara diciendo: “pues se fundamenta en manifestaciones efímeras en vez de hacerlo en principios eternos”. He aquí la amenaza de la que insistentemente a lo largo de los últimos tiempos nos advierten ilustres musulmanes desde el seno de la tradición islámica. En tanto la modernidad persista en su hostilidad contra la tradición, al Islam sólo le queda, o para ser más exactos a los musulmanes sólo les queda, o bien deformarse, o resistir el vendaval arrollador de la idolatría hedonista del consumo y toda su filosofía embaucadora. Ahora más que nunca urge poner a prueba el yihad principal al que nos alentó nuestro Profeta, el yihad contra nuestro nafs, contra nuestro 'yo' inferior. Sin duda una colosal misión, cuajada de dificultades, pero absolutamente posible.

El islam es sabiduría y espiritualidad, como nos recuerda Maulanâ Ashraf 'Ali Thanvî, conocido también con el nombre Hakim al-Ummat, muerto en 1943, y nos advierte “sólo aquel que se ha rectificado interiormente, lo que significa proteger a la inteligencia del error y proteger al corazón del vicio, puede rectificar el mundo externo”. Ni los movimientos fundamentalistas que encorsetan la verdad a una asfixiante visión literalista, ni mucho menos el modernismo liberal que la relativiza, pueden cumplir esta misión. El verdadero rostro del islam es tradicional, que acompasa la tradición intelectual y la tradición espiritual. Sin duda, Occidente es poderoso y está en auge su poderío globalizador, especialmente su materialismo hedonista. Sin embargo el poder duradero del islam no reside en su poder político, sino en su verdad imperecedera. Al-hamdu li-Llâh.

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