domingo, 23 de febrero de 2014

En la confluencia de los dos mares: la historia de Jezr

En la confluencia de los dos mares: la historia de Jezr


Encontraron entonces a uno de Nuestros servidores, al que habíamos otorgado Nuestra misericordia, y habíamos enseñado el conocimiento procedente de Nos. (Qo 18,60-65)


23/02/2014 - Autor: Sara Sviri - Fuente: nematollahi.org



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Al Jidr
Al Jidr

Los Maestros son los espías de los corazones
— ′Abdollāh ibn ′Āsim al-Antāki


Participaremos en el misterio de las cosas
Como si fuéramos espías de Dios

— Shakespeare, King Lear, VIII

I

La historia de Jezr es la historia de un encuentro, el encuentro entre los dos planos de la existencia en la que los buscadores viven su búsqueda mística. Es la historia sobre cómo este encuentro puede ser posible y real en la confusión del día a día. Jezr, cuyo nombre normalmente se traduce como «el Hombre verde», siempre está ahí, donde los dos planos confluyen. Está ahí, «en la confluencia de los dos mares», el mar de la vida y el mar de la muerte, el mundo del espacio y el mundo fuera del espacio, el del tiempo y el intemporal. Jezr se nos presenta como una figura mítica en historias y leyendas, como una imagen arquetípica, más que como una persona concreta. Pero, para que podamos
nosotros navegar libremente entre ambos planos, tiene que adoptar una forma concreta en nuestras vidas. Sea cual sea la forma que elija para revelarse, es Jezr el que hace posible el pasaje entre los dos mundos. Pero tiene primero que ser visto y reconocido.
Y el mensaje que trae consigo tiene que ser entendido.

Escribí la primera versión de este artículo en Londres, en una oscura mañana de enero. Apenas se movía el aire. Delante de mis ojos se extendía una escena sin vida: hileras
uniformes de tejas rojas, mojadas e inmóviles; ventanas selladas con cortinas opacas, ciegas; antenas de televisión inanimadas que se dibujaban desordenadas sobre un cielo
hostil, metálico; siniestros árboles desnudos mostrando sus brazos retorcidos y sus espinosos dedos. Los pájaros habían abandonado el lugar, habían migrado a regiones más cálidas y hospitalarias. Sólo los gritos de los cuervos y algunos chillidos de gaviotas
perforaban el silencio inmóvil. No se veía una hoja en esta mañana de enero, ni tampoco mucho verde. Un paisaje urbano triste e invernal. Un mundo que se había hecho viejo
y estaba cansado, ′ālam-e pir, «un viejo mundo», en palabras de Hāfez, el poeta del siglo catorce de Shirāz, en Persia. Sí, el mundo se ha hecho viejo; pero Hāfez promete a continuación —y estas palabras han sido tomadas como una profecía durante todos estos siglos por los amantes de la poesía sufí— un cambio, un punto de inflexión; el mundo cambiará por completo: eclosionará la primavera y todo se volverá vivo y reverdecerá.
Estas son las palabras de Hāfez:

Pronto el aliento de la brisa del alba
esparcirá el aroma del almizcle
y el mundo envejecido será joven de nuevo.


Pronto el narciso guiñará a la anémona
y la lila escarlata ofrecerá su copa de rubí
a la blanca azucena.


El ruiseñor que soportó
la pena de la separación
durante tanto tiempo,
irrumpirá pronto en la cámara de la rosa
con su potente canto.


Si dejo la mezquita para ir a la taberna,
no me hagas reproches,
pues es largo el sermón
y pasa raudo el tiempo.


¡Oh corazón!, ¿quién te asegura
la felicidad de subsistir en Dios
si dejas para el día de mañana
las alegrías de hoy?


Es preciosa la rosa,
disfruta ahora de su compañía,
pues si llegó al jardín por un camino,
pronto se irá por otro.


¡Oh trovador!,
aquí está la asamblea de la intimidad,
entona el canto del amor,
¿por cuánto tiempo seguirás diciendo
“Igual que vino, así se marchará”?


Por Ti vino Hāfez a esta existencia,
acompáñalo un poco, pues también él
pronto se marchará.


Hāfez

Hāfez captura en estos versos el punto de transición entre el viejo mundo en decadencia y el nuevo mundo que renace. Expresa el estado transitorio tanto de lo nuevo como de lo viejo. Todo «llega por un camino y pronto se irá por otro». Pero entre lo nuevo y lo viejo hay un punto de encuentro, un lugar efímero en el que lo que ha sido confluye con lo
que será. El punto de encuentro es el reino de Jezr, el verde, el escondido, el eliminador de obstáculos, el Polo espiritual intemporal.
Mientras estoy preparando esta segunda versión del artículo, la sabiduría de Hāfez se me hace presente. Estamos a mediados de abril. No estoy en Londres, sino en la costa oeste de Estados Unidos. Todo alrededor de mí es exuberante y rebosa vida. Incluso la poesía de Hāfez no es comparable a la experiencia vívida de Chimney Rock. Paseando aquí
experimento la profunda alegría, el colorido, la riqueza y lo sagrado de la Naturaleza bajo su aspecto más arrebatador. Si bien resiento también la naturaleza transitoria de todo lo que me rodea, incluso yo misma, el breve instante en que puede aprehenderse
esta vivencia:

Es preciosa la rosa,
disfruta ahora de su compañía,
pues si llegó al jardín por un camino,
pronto se irá por otro.


La experiencia del «ahora», del momento intemporal, tan importante en la enseñanza sufí y tan diferente de todo aquello a lo que nos han condicionado, esta experiencia también pertenece al reino de Jezr.
El nombre Jezr es árabe y proviene de fuentes musulmanas. Pero la figura del poseedor del secreto de la inmortalidad se halla, bajo distintos nombres y formas, en algunos de
los relatos más antiguos de la humanidad. Cuando Gilgamesh, el gran héroe de la antigua Mesopotamia, descubrió que todo ser viviente debe morir, decidió buscar al anciano sabio de su tiempo, Utnapishtim, que vivía en la desembocadura de los ríos
(ina pi narati) en una isla del Mar de la Muerte, para aprender de él el secreto de la inmortalidad.1
De forma similar, aunque con nombres y protagonistas diferentes, un pasaje famoso y enigmático del Qorán (18,60-82) nos explica cómo Moisés, el gran profeta y legislador
de los Hijos de Israel, sale en busca de la fuente del conocimiento divino (Arberry 1964, pp. 295-98). Moisés se compromete a buscar a un hombre misterioso, de nombre
desconocido, al que Dios había otorgado Su conocimiento divino (al-'elm al-ladanni). Este conocimiento es superior al conocimiento y a la sabiduría dados a Moisés. De acuerdo con los comentaristas musulmanes, este hombre desconocido, al que el Qorán describe simplemente como uno de Nuestros servidores al que habíamos otorgado Nuestra misericordia y al que habíamos enseñado el conocimiento procedente de Nos (Qo 18,64) vive, al igual que Utnapishtim en la epopeya de Gilgamesh, en una verde isla de vegetación exuberante en el corazón del mar. La isla se identifica por una roca y está situada «en la confluencia de los dos mares» (maŷma' al-bahrain). Es el lugar en el que Moisés, de acuerdo con el Qorán, se encontrará con la misteriosa figura a la que se
identifica con Jezr.
La historia del Qorán sobre Moisés y Jezr se explica en una forma fragmentada y enigmática. Es obvio que la audiencia a la que iba dirigida era conocedora de sus aspectos principales. Para los lectores posteriores, han sido los comentaristas musulmanes los que han añadido muchos detalles que faltaban en la versión del Qorán. Estas son las líneas iniciales de la historia, tal como la cuenta el Qorán:

Y Moisés le dijo a su sirviente, «No cejaré hasta alcanzar la confluencia de los dos mares, aunque necesite para ello muchos años».
Entonces, cuando alcanzaron la confluencia, se olvidaron del pez y éste se escabulló
en el mar.
Cuando hubieron atravesado este lugar, le dijo a su sirviente «Tráenos nuestro desayuno, porque estamos cansados por nuestro viaje».
El dijo, «¿Qué te parece? Cuando nos refugiamos en la roca, me olvidé del pez... que volvió entonces al mar de esa forma tan asombrosa».
Dijo él: «¡Esto es lo que estábamos buscando!». Y volvieron sobre sus pasos. Encontraron entonces a uno de Nuestros servidores, al que habíamos otorgado Nuestra misericordia, y habíamos enseñado el conocimiento procedente de Nos.
(18,60-65)

Hay otro signo, aparte de la roca, por el que Moisés y su sirviente son capaces de reconocer el lugar donde confluyen los dos mares: la reanimación milagrosa del pez que había preparado el sirviente para el desayuno de Moisés. Aunque el Qorán no lo dice explícitamente, es evidente que la forma en que el pez encuentra su camino de vuelta al mar está conectada con la calidad especial del agua de este extraordinario lugar: es el agua de la vida eterna. Todo aquello que toca revive y se vuelve eternamente
vivo.
Este tema aparece también en los antiguos mitos y leyendas sobre el gran rey Alejandro. Alejandro Magno dejó tal impresión en los antiguos pueblos de Oriente que durante
siglos, hasta bien entrada la Edad Media, circularon leyendas sobre su personalidad y sus hazañas sobrehumanas. Según algunas leyendas, el gran Alejandro perdió la ilusión por todas sus conquistas y logros cuando contempló la naturaleza temporal de todas las cosas vivientes. Se decidió a buscar el manantial de la vida eterna. Y se embarcó en esta búsqueda con un compañero, un cocinero llamado Andreas. Después de vagar  infructuosamente durante muchos años, decidieron separarse. Ocurrió que Andreas decidió hacer un alto en el camino para comer junto a un río. Abrió la bolsa en la que había guardado un pez ya cocinado. Cayeron casualmente sobre el pez unas gotas de
agua y éste, inmediatamente, revivió y saltó al agua. Andreas saltó tras el pez y quedó, inadvertidamente, bendecido —o maldecido, como a veces se considera— con la  inmortalidad.

En algunas versiones islámicas de las leyendas sobre Alejandro se dice que, al sumergirse en las aguas de la inmortalidad, el compañero de Alejandro se volvió verde (jazer en árabe), de ahí el atributo al-jazer, «el verde», de donde se deriva la forma coloquial al-jezr, que significa «el color verde» o, simplemente, «el verdor».2
Se describe a veces a Jezr como alguien que vive en los ríos y cabalga sobre los peces, por lo que se le conoce como Zol-Nun, «el que posee el pez».3 Se cree que Jezr camina sobre
la tierra y, allí donde pisa, aparecen brotes verdes. Su presencia y su contacto hacen retornar las cosas a la vida. Está adornado con el poder de encontrar agua escondida en las profundidades de la tierra. Puede estar presente en muchos lugares diferentes al mismo tiempo. Se materializa bajo muchas apariencias y formas. Es el que se aparece en las situaciones desesperadas a los «apurados» y elimina todos los obstáculos. Por esta
razón, es el moshkel goshā de todos los tiempos.4



Notas:

1.- Parte de la información contenida en los párrafos siguientes ha sido extraída del
artículo «al Khadir» de la Shorter Encyclopedia of Islam, (1974), E.J. Brill: Leiden, pp. 232 y ss. y de S. Dalley, trad. (1989)
2.- No es necesario decir que este intento de identificar a Jezr es únicamente uno
entre muchos: para otras interpretaciones véase Shorter Encyclopedia of Islam, art. cit.
3.- No está clara la conexión entre este atributo de Jezr y Zol-Nun, el famoso místico
egipcio del siglo IX, pero merece la pena indicarlo. Es también interesante señalar
que el nombre del sirviente de Moisés es Joshua ben Nun.
4.- Moshkel goshā es una expresión persa que significa «eliminador de obstáculos». Se ha convertido en uno de los atributos del Polo (qotb) cuya energía, que emana de la Gracia divina, elimina todos los obstáculos que encuentra en la senda el buscador sincero. Se supone que cada generación tiene su propio moshkel goshā.



Artículo completo en archivo .pdf, siguiente:





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