lunes, 17 de febrero de 2014

La Sociedad de los Poetas Muertos de Irán


La Sociedad de los Poetas Muertos de Irán

Robert Fisk


Hashem Shabani fue ahorcado por esparcir corrupción sobre la tierra, uno de los cientos de ejecutados por la revolución islámica de 1979 a la fechaFoto tomada de Internet

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ebería haber en Irán una Sociedad de los Poetas Muertos. O tal vez una Sociedad de los Poetas Mártires, cuyo miembro más reciente es un árabe iraní de Ahvaz, en el extremo suroeste del país, limítrofe con Irak. Fue ahorcado por esparcir corrupción sobre la tierra, uno de los cientos de ejecutados por la revolución islámica de 1979 a la fecha.

Todo en la muerte de Hashem Shabani clama vergüenza para sus verdugos: su poesía pacifista, sus estudios académicos, su cuidado de su padre enfermo –un soldado inválido, herido de gravedad en la guerra de 1980-88 contra los invasores iraquíes– y su amor por su esposa y su único hijo.

Desde luego, ya se ha vuelto un cadáver político. Sus asesinos, el ministro iraní del interior y un juez de la revolución llamado Mohamed-Bagher Musaví, deben ser los primeros señalados.

Luego vienen los grupos opositores iraquíes, que han pasado casi tanto tiempo enlodando al presidente Hassan Rouhani por la muerte de Shabani como llorando su pérdida. Y luego, por supuesto, la historia llega resonando al tercer lugar entre los verdugos.

La Guardia Revolucionaria de Irán y los mandarines del ministerio del interior han sido diezmados por bombas en la provincia mayoritariamente árabe de Ahvaz durante más de dos años. Su venganza es absoluta. Shabani, inútil es decirlo, fue acusado de ayudar a la resistencia: probablemente escribir poesía en árabe, e incluso traducir poesía del farsi al árabe, señala a un escritor como subversivo en el Irán actual.

En una carta enviada desde la prisión, Shabani escribió que no podía guardar silencio ante los “espantosos crímenes perpetrados contra los ahvazis por las autoridades iraníes, en especial ejecuciones arbitrarias e injustas. He tratado de defender el derecho legítimo que todo pueblo en este mundo debería tener, que es el derecho a vivir en libertad con plenos derechos civiles. Con todas estas miserias y tragedias, nunca he usado un arma para combatir estos crímenes atroces, excepto la pluma”.

Tal vez ese fue el delito de Shabani. En Irán, la pluma puede ser en verdad más poderosa que la espada, en especial cuando los servicios de seguridad del país se vuelven cada vez más paranoicos frente al peligro del separatismo, no sólo en Ahvaz, sino en Baluchistán, en el Kurdistán iraní y entre otras comunidades minoritarias.

Irónicamente, el régimen seudosecular del sha, depuesto por la revolución islámica de 1979, dio una fachada de nacionalismo a los líderes pérsicos tribales y religiosos dentro del nuevo y moderno Estado de Irán. Y si bien eruditos iraníes objetarían esto, el propio Islam secularizó al pueblo de Medio Oriente al contribuir a apagar el tribalismo tradicional.

Nada de eso ayudó a Hashem Shabani, quien tenía 32 años de edad. Él y un amigo suyo –dos de 14 activistas por los derechos humanos sentenciados a muerte por Musaví en julio pasado, luego de dos años en custodia– habían sido torturados en prisión.

En diciembre de 2011, Shabani apareció en Press TV, el sombrío canal internacional por satélite iraní, para confesar su terrorismo separatista y su apoyo al baazismo. Aún más ridículo fue que la televisora afirmara que el poeta había estado en contacto con el presidente egipcio Hosni Mubarak y el coronel Muammar Kadafi de Libia, presumiblemente antes del derrocamiento del primero y el asesinato del segundo.

Los grupos de oposición iraní, al condenar la muerte de Shabani, acusaron a Hassan Rouhani, el nuevo presidente del país y el mejor amigo de Occidente en la revolución islámica desde que ofreció seguridades de que Irán no planeaba desarrollar armas nucleares.

Rouhani hizo una rápida visita a Ahvaz el mes pasado y entonces, según figuras de la oposición, confirmó las sentencias de muerte dictadas durante la presidencia de su desequilibrado predecesor, Majmud Ajmadineyad.

Acusar al presidente por las ejecuciones de Estado es una práctica común en la política de Irán. Algunos opositores al régimen afirman que docenas de artistas, académicos y escritores fueron asesinados en el régimen del extremadamente moderado ayatola Mohamed Khatami, pese a que a éste lo indignaron las muertes de esos hombres, la mayoría de los cuales fueron asesinados y no sentenciados a muerte.

En realidad, muchos más intelectuales encontraron la muerte bajo el predecesor de Khatami en la presidencia, Alí Akbar Rafsanjani. La Guardia Revolucionaria de Irán, cuyos cuadros fueron muertos en un bombazo masivo en un autobús en la provincia árabe de Juzestán, no tendría escrúpulos por la muerte legal de activistas árabes por los derechos humanos. En varias ocasiones Irán aseguró que los servicios de inteligencia británicos estaban detrás de los ataques contra autoridades del gobierno en Juzestán.

Shababi debió haber sido celebrado en su país. Nacido en Ahwaz, publicó poesía en persa y árabe, obtuvo una maestría en ciencia política y encabezó marchas de protesta por el arresto de estudiantes y la expulsión de profesores.

Pocos días después de la ejecución de Shabani, el prominente escritor y periodista iraní Amir Taheri escribió acerca de su poesía –mucha de ella sin tintes políticos– y citó versos de un poema que compuso acerca del juicio al que fue sometido, llamado Siete razones por las que debo morir:

Durante siete días me gritaron:/ Tú estás en guerra con Alá. /Sábado: ¡porque eres árabe!/ Domingo, bueno, eres de Ahvaz./ Martes: te mofas de la revolución sagrada./ Viernes: eres un hombre, ¿no basta con eso?

Aunque estuvo meses en la prisión de Ahvaz llamada Karún –el nombre del río al que Shabaani cantó con amor–, fue trasladado a un lugar desconocido antes de su ejecución.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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