La Sociedad de los Poetas Muertos
de Irán
Robert Fisk
Hashem
Shabani fue ahorcado por esparcir corrupción sobre la tierra, uno de los
cientos de ejecutados por la revolución islámica de 1979 a la fechaFoto
tomada de Internet
D
ebería
haber en Irán una Sociedad de los Poetas Muertos. O tal vez una Sociedad de los
Poetas Mártires, cuyo miembro más reciente es un árabe iraní de Ahvaz, en el
extremo suroeste del país, limítrofe con Irak. Fue ahorcado por esparcir
corrupción sobre la tierra, uno de los cientos de ejecutados por la revolución islámica de
1979 a la fecha.
Todo en
la muerte de Hashem Shabani clama vergüenza para sus verdugos: su poesía
pacifista, sus estudios académicos, su cuidado de su padre enfermo –un soldado
inválido, herido de gravedad en la guerra de 1980-88 contra los invasores
iraquíes– y su amor por su esposa y su único hijo.
Desde
luego, ya se ha vuelto un cadáver político. Sus asesinos, el ministro iraní del
interior y un juez de la revolución llamado Mohamed-Bagher Musaví, deben ser
los primeros señalados.
Luego
vienen los grupos opositores iraquíes, que han pasado casi tanto tiempo
enlodando al presidente Hassan Rouhani por la muerte de Shabani como llorando
su pérdida. Y luego, por supuesto, la historia llega resonando al tercer lugar
entre los verdugos.
La
Guardia Revolucionaria de Irán y los mandarines del ministerio del interior han
sido diezmados por bombas en la provincia mayoritariamente árabe de Ahvaz
durante más de dos años. Su venganza es absoluta. Shabani, inútil es decirlo,
fue acusado de ayudar a la resistencia: probablemente escribir poesía en árabe,
e incluso traducir poesía del farsi al árabe, señala a un escritor como
subversivo en el Irán actual.
En una
carta enviada desde la prisión, Shabani escribió que no podía guardar silencio
ante los “espantosos crímenes perpetrados contra los ahvazis por las
autoridades iraníes, en especial ejecuciones arbitrarias e injustas. He
tratado de defender el derecho legítimo que todo pueblo en este mundo debería
tener, que es el derecho a vivir en libertad con plenos derechos civiles. Con
todas estas miserias y tragedias, nunca he usado un arma para combatir estos
crímenes atroces, excepto la pluma”.
Tal vez
ese fue el delito de Shabani. En Irán, la pluma puede ser en verdad más
poderosa que la espada, en especial cuando los servicios de seguridad del país
se vuelven cada vez más paranoicos frente al peligro del separatismo, no sólo
en Ahvaz, sino en Baluchistán, en el Kurdistán iraní y entre otras comunidades minoritarias.
Irónicamente,
el régimen seudosecular del sha, depuesto por la revolución islámica de 1979,
dio una fachada de nacionalismo a los líderes pérsicos tribales y religiosos
dentro del nuevo y moderno Estado de Irán. Y si bien eruditos iraníes objetarían
esto, el propio Islam secularizó al pueblo de Medio Oriente al contribuir a
apagar el tribalismo tradicional.
Nada de
eso ayudó a Hashem Shabani, quien tenía 32 años de edad. Él y un amigo suyo
–dos de 14 activistas por los derechos humanos sentenciados a muerte por Musaví
en julio pasado, luego de dos años en custodia– habían sido torturados en
prisión.
En
diciembre de 2011, Shabani apareció en Press TV, el sombrío canal internacional
por satélite iraní, para confesar su terrorismo separatista y su apoyo al
baazismo. Aún más ridículo fue que la televisora afirmara que el poeta había
estado en contacto con el presidente egipcio Hosni Mubarak y el coronel Muammar
Kadafi de Libia, presumiblemente antes del derrocamiento del primero y el
asesinato del segundo.
Los
grupos de oposición iraní, al condenar la muerte de Shabani, acusaron a Hassan
Rouhani, el nuevo presidente del país y el mejor amigo de Occidente en la
revolución islámica desde que ofreció seguridades de que Irán no planeaba
desarrollar armas nucleares.
Rouhani
hizo una rápida visita a Ahvaz el mes pasado y entonces, según figuras de la
oposición, confirmó las sentencias de muerte dictadas durante la presidencia de
su desequilibrado predecesor, Majmud Ajmadineyad.
Acusar al
presidente por las ejecuciones de Estado es una práctica común en la política de
Irán. Algunos opositores al régimen afirman que docenas de artistas, académicos
y escritores fueron asesinados en el régimen del extremadamente moderado
ayatola Mohamed Khatami, pese a que a éste lo indignaron las muertes de esos
hombres, la mayoría de los cuales fueron asesinados y no sentenciados a muerte.
En
realidad, muchos más intelectuales encontraron la muerte bajo el predecesor de
Khatami en la presidencia, Alí Akbar Rafsanjani. La Guardia Revolucionaria de
Irán, cuyos cuadros fueron muertos en un bombazo masivo en un autobús en la
provincia árabe de Juzestán, no tendría escrúpulos por la muerte legal de
activistas árabes por los derechos humanos. En varias ocasiones Irán aseguró
que los servicios de inteligencia británicos estaban detrás de los ataques
contra autoridades del gobierno en Juzestán.
Shababi
debió haber sido celebrado en su país. Nacido en Ahwaz, publicó poesía en persa
y árabe, obtuvo una maestría en ciencia política y encabezó marchas de protesta
por el arresto de estudiantes y la expulsión de profesores.
Pocos
días después de la ejecución de Shabani, el prominente escritor y periodista
iraní Amir Taheri escribió acerca de su poesía –mucha de ella sin tintes
políticos– y citó versos de un poema que compuso acerca del juicio al que fue
sometido, llamado Siete razones por las que debo morir:
Durante
siete días me gritaron:/ Tú estás en guerra con Alá. /Sábado: ¡porque eres
árabe!/ Domingo, bueno, eres de Ahvaz./ Martes: te mofas de la revolución
sagrada./ Viernes: eres un hombre, ¿no basta con eso?
Aunque
estuvo meses en la prisión de Ahvaz llamada Karún –el nombre del río al que
Shabaani cantó con amor–, fue trasladado a un lugar desconocido antes de su ejecución.
© The
Independent
Traducción:
Jorge Anaya
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