domingo, 16 de febrero de 2014

¿Qué queda de la Primavera Árabe?

¿Qué queda de la Primavera Árabe?

La euforia de 2011 ha dado paso a la melancolía de los decepcionados de la revolución, cuando no a la satisfacción de los partidarios del “antiguo régimen”

16/02/2014 - Autor: Gilbert Achcar - Fuente: Rebelion
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La proliferación de ultraintegristas es producto directo de la desastrosa herencia de las dictaduras.
Está en el ambiente, el de nuestro cada vez más corto y cada vez más miope tiempo presente, plantear esta pregunta con la música de la canción de Charles Trenet: “¿Qué queda de aquellos hermosos días?”. La euforia de 2011 ha dado paso a la melancolía de los decepcionados de la revolución, cuando no a la satisfacción de los partidarios del “antiguo régimen” regional, hostiles de entrada al levantamiento con el pretexto de que no llevaría a nada bueno.
Empecemos por este último argumento: ¡la idea de que el orden antiguo, profundamente inicuo y despótico, era un muro de contención contra el “extremismo islámico” es tan necia como la creencia de que el alcoholismo es una profilaxis contra la crisis hepática! Las manifestaciones de extremismo religioso a las que asistimos aquí y allá no son sino la manifestación de una tendencia que funciona desde hace décadas, producida directa e indirectamente por este mismo orden regional que implosionó en 2011.
Tomemos, por ejemplo, el caso sirio: es evidente que la transformación de las fuerzas armadas por Hafez el-Assad en guardia pretoriana del régimen, basada en un factor confesional minoritario, estaba abocada a alimentar rencores confesionales en el seno de la mayoría. Imaginemos que el presidente egipcio fuera copto, que su familia domine la economía del país, que tres cuartas partes de los oficiales del ejército egipcio también fueran coptos y que absolutamente todos los cuerpos de elite del ejército egipcio lo fueran. ¿Sorprendería ver el “integrismo musulmán” prosperar en Egipto? Ahora bien, la proporción de alauitas en Siria es comparable a la de los coptos en Egipto, es decir, aproximadamente una décima parte de la población.
También hay que estar muy mal informado para ignorar que el régimen de Bachar el-Assad alimentó deliberadamente el yihadismo sunnita sirio, tanto facilitando su intervención en Iraq en el momento de la ocupación estadounidense, como liberando a sus militantes de las prisiones sirias en 2011, en el mismo momento en que el régimen reprimía brutalmente y detenía por miles a los demócratas del levantamiento sirio.
En realidad, la proliferación de ultraintegristas en Oriente Próximo es producto directo de la desastrosa herencia de las dictaduras baazistas de Siria e Iraq, combinado con el efecto no menos desastroso de la ocupación estadounidense de este último país y la encarnizada competencia desde hace décadas entre los dos bastiones enemigos del integrismo regional: el reino wahhabita saudí y la república jomeinista iraní.
Simplemente es normal que se dé rienda suelta a esta proliferación aprovechando la profunda desestabilización que acompaña natural e inevitablemente a todo levantamiento político. Cuando se corta el absceso, sale pus de él; quien crea que lo mejor hubiera sido preservar el absceso es verdaramente tonto.
Volvamos, pues, a nuestra pregunta del principio: ¿qué queda de la Primavera Árabe? La respuesta es simple: el proceso revolucionario regional no está todavía sino en sus comienzos. Se necesitarán varios años, incluso varias décadas, para que la onda de choque salida de las profundidades del orden regional irremediablemente corrupto lleve a una nueva estabilización de las sociedades árabes. Por ello la expresión “Primavera Árabe” era errónea desde el principio: se inspiraba en la dulce ilusión de que el levantamiento regional estaba animado únicamente por un ansia de democracia encaminada a ser saciada por unas elecciones.
Esto suponía ignorar el principal resorte de la explosión de 2011, que es de orden socioeconómico: este resorte es el bloqueo del desarrollo regional desde hace décadas que se traduce en un índice récord de paro, en particular entre los jóvenes y los titulados. El corolario de esta constatación es que el proceso revolucionario desencadenado en 2011 solo acabará cuando se aporte una solución que permita salir del callejón sin salida socioeconómico, una solución que sin duda podrá ser progresiva o regresiva, ya que lo mejor nunca es seguro pero, por desgracia, tampoco lo peor.
Esta es la razón por la que se ha malogrado el “invierno islamista” en Túnez y Egipto, en el que los pájaros de mal agüero se apresuraron a ver la culminación final del proceso para ambos países. El fracaso de los gobiernos de Nahda y de los Hermanos Musulmanes estuvo determinado ante todo por su incapacidad de aportar la menor solución al problema socioeconómico en un contexto de empeoramiento del paro. Este fracaso era previsible y estaba previsto. Paralelamente se puede predecir hoy que la restauración del antiguo régimen llevada a cabo por el general Sissi fracasará por el mismo motivo ya que las mismas causas provocan los mismos efectos y políticas económicas análogas llevan a resultados similares.
Para que el levantamiento árabe pueda llevar a una verdadera modernización de las sociedades árabes será necesario que emerjan y se impongan nuevas direcciones que encarnen las aspiraciones progresistas de los millones de jóvenes que se rebelaron en 2011. Solo con esta condición el proceso revolucionario abrirá su propia vía original, a la misma distancia del antiguo régimen y de las oposiciones reaccionarias que el propio antiguo régimen ha engendrado.
Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.


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