viernes, 21 de marzo de 2014

Los sabios son los herederos de los profetas


08/11/2000 - Autor: Abderrahmán Muhámmad Maanán



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Nombres como los de Ibn ‘Arabi, al-Hallâÿ, Rumi o Sohrawardi, poco a poco van consiguiendo hacerse familiares en Occidente. Se trata de grandes personajes a los que se concede una gran credibilidad debido el alto nivel de su pensamiento, la belleza de su poesía o lo apasionante de sus biografías, y son considerados representantes de una espiritualidad a la que se empieza a conferir un valor universal. Efectivamente, el sufismo aparece como el desarrollo en el Islam de una mística interesante, y -¿porqué no?- capaz de aportar experiencias válidas. Sin embargo, Muhammad (s.a.s.), el Profeta del Islam, es siempre objeto de sospechas. A diferencia del cristianismo en el que la figura central es innegablemente Cristo, Muhammad es visto con reticencias, cuando no como un simple bandido asaltador de caravanas o como un epiléptico cegado por el fanatismo. Como mucho, se le concede el título de magnífico estratega y organizador que supo hacer de los árabes una nación con un proyecto dominador, siendo él el primer beneficiado de los logros de un movimiento que le sobrevivió y logró triunfar. La razón de estas consideraciones hay que buscarlas en seculares prejuicios: el Islam ha sido siempre tenido por un peligroso enemigo fronterizo por lo que era y es necesario neutralizarlo con una condena a sus raíces. Por otro lado, es cierto que Muhammad, a diferencia de Cristo o Buda, por ejemplo, es un personaje ‘muy’ histórico y demasiado humano para la valoración que Occidente siempre ha hecho de lo espiritual, que sólo es confirmable por lo maravilloso.

Efectivamente, Muhammad no es objeto de ningún endiosamiento, sobre todo porque su vida es conocida hasta en los más mínimos detalles, y en ella falta el mito. Comparado con Cristo, de cuya biografía sólo se dan algunos datos –los que ponen de manifiesto su carácter extraordinario-, Muhammad es fundamentalmente un hombre de su tiempo que supo -gracias a su indudable genialidad- unir a su pueblo entorno a una idea-fuerza que a pesar de su sencillez demostró ser enormemente efectiva. Su condición de profeta es negada o simplemente marginada para dar paso a los acontecimientos históricos que desató su existencia



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