jueves, 17 de abril de 2014

EL DÍA DE LAS PALMAS Y LOS MERCADERES DEL TEMPLO

EL DÍA DE LAS PALMAS Y LOS MERCADERES DEL TEMPLO

Cuando llegaron a la gran escalinata que daba acceso a los pórticos del Templo, el Maestro se adelantó y subió corriendo la gradería. Comprendía muy bien que aquella enorme multitud no podía entrar ni en una tercera parte en el sagrado recinto y dio a entender que les hablaría desde allí. El pueblo dócil a la indicación, hizo un gran silencio, como si el ansia suprema de que todos se hallaban poseídos, les obligara a contener hasta el más leve murmullo.
Con el pontífce a la cabeza, todo el alto clero, doctores, escribas y príncipes sacerdotales, estaban sobre la terraza del templo, medio ocultos entre las cornisas y torrecillas de la balaustrada delantera.
A Yhasua no se le escapó este detalle, mas hizo como si sobre las cúpulas del Templo no hubiera sino las palomas y las golondrinas para escucharle.
Y comenzó así su discurso de aquel día:
—“Pueblo de Israel, amado del Señor. Venís desde Betania en seguimiento del Profeta de Dios que nada nuevo os puede decir, sino lo que otro Profeta de Dios os dijo seis centurias atrás. Dice Isaías en el capítulo primero v.11: ¿Para qué venís a Mí –dice Jehová–, con la multitud de vuestros sacrifcios? Harto estoy de holocaustos, de carneros y de sebo de animales gruesos, no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de cabrones.
“¿Quién demandó esto de vuestras manos, cuando vinieseis a presentaros delante de mí, para hollar mis atrios?
“No me traigáis más vanos presentes, el perfume me es abominación; luna nueva y sábado, el convocar asambleas, no las puedo sufrir; son iniquidad vuestras solemnidades; aborrecidas las tiene mi alma, gravosas me son, cansado estoy de escucharlas.
“Cuando extendiereis a Mí vuestras manos. Yo esconderé de vosotros mis ojos, porque llenas están de sangre vuestras manos.
“Lavad, limpiaos, quitad la iniquidad de vuestras obras.
“Aprended a hacer el bien, buscad la justicia, restituid al agraviado; oíd en derecho al huérfano, amparad a la viuda.
“Venid entonces a Mí –dice Jehová–, y estaremos a cuenta, y vuestros pecados como la nieve serán emblanquecidos.
“Si así lo hiciereis, recibiréis en vosotros todo el bien de la Tierra”.
“¡Pueblo de Israel, amado de Jehová! Pocos años llevo siguiendo de cerca vuestros caminos desventurados, llenos de sombras, de dolor y con escasas alegrías.
“Con vuestras almas estremecidas de angustias y vuestros cuerpos heridos por muchas enfermedades, os encontré un día al pasar por esta tierra de promisión para vuestra dicha, y que la inconsciencia de vuestros Jueces, de vuestros Reyes y de vuestros gobernantes empapó de sangre y apestó sus campos feraces de cadáveres insepultos.
“Vuestros antepasados sembraron vientos y vosotros sufrís tempestades.
“Vuestros antepasados pisotearon la Ley de Moisés y olvidando que ella les decía: no matarás, contestaron al mandato divino desatando como vendaval la matanza y la desolación.
“Vuestros antepasados olvidaron la ley que les mandaba amar al prójimo como a sí mismos, amparar al extranjero y partir con él los bienes de esta tierra, y tomaron en dura esclavitud a los vencidos, carne de látigo para enriquecerse a su costa.
“A vuestros antepasados dirigió el Profeta Isaías las palabras que habéis oído, y yo refresco sobre ellas vuestra memoria, para que borréis con una nueva vida la iniquidad de vuestros mayores.
“La palabra de Isaías escrita en los Sagrados libros, pero ausente de los corazones, es un astro de esperanza si vosotros abrís a ella vuestro espíritu, y la calcáis a fuego en vuestras obras de cada día.
“Si he vuelto la salud a vuestros cuerpos y la paz a vuestras almas, es porque mi Padre que está en los cielos me ha dado todo poder al enviarme a esta tierra, para remover los escombros bajo los cuales la inconsciencia humana ha sepultado la Ley Divina hasta el punto de ser ella olvidada de los hombres.
“La palabra de Dios que os trajeron todos los Profetas y que oís también de mi boca, vale más que todos los holocaustos, que todas las ofrendas; más que el Templo y el Altar que destruirán las hecatombes humanas, mientras la palabra Divina permanecerá eternamente.
“Santo es el Templo y el Altar si hacia ellos llegáis con el corazón limpio de todo pecado contra la Ley Divina; pero ellos se tornan en vuestra condenación, si a la oración de vuestros labios no va unida la conciencia recta y la voluntad frme de ajustar vuestra vida a los mandamientos de Dios.
“Si en los corazones anidan como víboras, los malos pensamientos y los codiciosos deseos en contra de vuestro hermano; de qué servirá que claméis: ¡Padre nuestro que estás en los cielos!
“Os engañan miserablemente, los que os dicen que para purificaros de vuestras miserias y debilidades, os basta presentar ofrendas en los altares del Templo.
“Ya habéis oído las palabras que el Señor dijo al Profeta Isaías.
“Harto estoy de holocaustos, no me presentéis más vanas ofrendas.
Lavad y purifcad vuestras almas, limpiad de iniquidad vuestras obras, buscad el bien y la justicia, y entonces estaremos a cuenta.
“Cuando hayáis pecado en contra del amor de Dios y del prójimo, que es el mandato supremo que está sobre todo mandato, arrepentíos de corazón, y deshaced el mal que habéis hecho a vuestro hermano mediante un bien que le compense del daño. Y entonces vuestro pecado quedará perdonado.
“La piedad y la misericordia son las fores preciosas del amor fraterno; son el divino manantial que lava todas las manchas del alma.
Corred a lavaros en esas aguas purifcadoras, más aún que las del Jordán bendecidas por la palabra y la santidad de Yohanán, el Profeta mártir que vivía de miel y frutas silvestres, por no recibir donativos de ninguno de vosotros.
“Comparad el desinterés de ese hombre de Dios, con las fortunas colosales que han amasado los magnates del Templo, con el sudor de vuestra frente y con los sufrimientos de todo un pueblo agobiado de tributos de toda especie.
“Palabra de Dios es la que os dice: ama a tu prójimo como a ti mismo, no hagas a otro lo que no quieras que se haga contigo.
“Pero no es palabra de Dios la que os manda traer más y más oro a las arcas del Templo, más y más aceite, vino y trigo a sus bodegas, para enriquecer a sus príncipes que viven entre el lujo y la fastuosidad.
“En una cabaña vivió Moisés pastoreando los rebaños de Jetro, su protector, y mereció que el Señor le dejara ver su grandeza y le diera su Ley Divina para todos los hombres.
“Catorce años de trabajo y honradez empleó Jacob en adquirir un rebaño para dar de comer a su numerosa familia, y después de probada su virtud con grandes dolores sufridos pacientemente, Dios le hizo padre de las Doce Tribus que forman la numerosa nación de Israel.
Por los frutos se conoce el árbol. No busquéis rosas en los abrojales, ni cerezas entre los espinos.
“Cuando veáis a un hombre que nada os pide y que todo os lo da por amor al bien y a la justicia, corred detrás de él porque ese es un hombre de Dios. A él pedidle la Verdad, porque ese hombre ha merecido recibirla, no para el sólo, sino para darla a todos los hombres. ¡Y la Verdad os hará grandes, fuertes, invencibles! ¡La verdad de Dios, os hará libres!
“La libertad es un don de Dios a los hombres. La esclavitud es un azote del egoísmo y la iniquidad de los hombres.
“Inclinad vuestra cabeza en adoración a ese Dios Supremo, que es Dios de la libertad, de la justicia y del amor, y acatad reverentes su Ley soberana dictada a Moisés para haceros dichosos sobre la tierra; pero no os inclinéis serviles a las arbitrarias leyes de los hombres, no aceptéis lo que la razón rechaza como un baldón a la dignidad humana.
“La inteligencia que resplandece en todo hombre venido a este mundo, es una chispa de la Suprema Inteligencia Creadora, y los que tratan de encadenarla con leyes absurdas, tendientes a favorecer mezquinos intereses, cometen un delito contra la Majestad Divina, única que puede marcar rumbos a la conciencia humana, mediante esa Ley sublime en su sencillez, clara y precisa que lo dice todo, que lo abarca todo y que lleva a la humanidad de la mano como la madre a su niño hacia el jardín encantado de la felicidad y del amor.
“Los poderosos de la Tierra que gozan dictando leyes que son “cadenas para la inteligencia, para la voluntad y la razón”, se creen ellos: grandes, libres y fuertes porque atan a su yugo los pueblos inconscientes e indefensos. La embriaguez del oro y del poder les ciega, hasta el punto de no ver que tejen su propia cadena y cavan su propio calabozo para el día en que la muerte diga: ¡basta! a esa desenfrenada cadena de injusticias y de delitos.
“Buscad a Dios-Sabiduría y Amor, en la grandiosidad infnita de sus obras que resplandecen a vuestra vista, y no le busquéis entre el humo nauseabundo de las bestias que se degüellan y se queman como ofrenda al Señor y Dueño de toda vida que palpita en la tierra.
“Acercaos al altar de Dios con el corazón limpio de odios, de perfdias y de vilezas; acercaos con las manos llenas de las fores santas de la piedad y del amor que habréis derramado sobre vuestros familiares, amigos y conocidos, sobre todos los seres que cruzaron vuestro camino; acercaos con el alma rebosante de perdones, de nobles propósitos y de elevadas aspiraciones, y sólo entonces nuestro Dios-Amor os reconocerá por sus hijos, os cobijará en su seno, y os dirá contemplándoos amorosamente:
“Porque veo, refejado en vosotros mi propia imagen que es Bondad, Amor y Justicia; porque habéis hecho de mi Ley vuestro camino eterno, entrad en mi Reino de Luz y de Gloria a poseerle en dicha perdurable, conforme a la capacidad que puede caber en vosotros mismos”.
“Tal es, amigos míos, la Justicia del Supremo Hacedor de todo cuanto existe, ante el cual nada son los holocaustos de bueyes o de carneros, sino la pureza del corazón y la santidad de las obras; nada son los ayunos y penitencias, el vestir de cilicio y cubrirse de ceniza, sino la justicia en todos los actos de la vida, y el dar a los semejantes lo que
quisiéramos se nos diera en igualdad de circunstancias.
“¡Hijos de Abraham, de Isaac y de Jacob!... ¡Pueblo numeroso de Moisés y de todos los Profetas!... Tomad de nuevo la vieja senda marcada por ellos, iluminada por la radiante claridad de la Divina Sabiduría, y borrad valerosamente la prevaricación a que os arrastraron falsos profetas; llevando como única divisa en vuestra vida, las frases sublimes, síntesis de toda la ley:
“Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
“¡Que la paz del Señor sea sobre vosotros!”.
Un clamoroso ¡hosanna! resonó como una tempestad y al mismo tiempo una lluvia de piedras cayó sobre parte de la multitud. Algunos gritos hostiles brotaron ahogados entre los entusiastas aplausos que tributaba el pueblo al Profeta de la paz y del amor.
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Fuente: Arpas Eternas, Josefa Rosalía Luque Álvarez, Ed. Kier p. 1626- 1634

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