viernes, 25 de abril de 2014

Palestina, tierra de los mensajes divinos

Palestina, tierra de los mensajes divinos


Primera parte: Historia de una tierra. Palestina islamizada. El período de las invasiones: de Bizancio, de los turcos, de los Cruzados (siglos X-XIII)


25/04/2014 - Autor: Roger Garaudy - Fuente: Musulmanes Andaluces



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Roger Garaudy.

El período de las invasiones: de Bizancio, de los turcos, de los Cruzados (siglos X-XIII)

Durante todo este período, los judíos y los cristianos de Pa­lestina no conocieron otras persecuciones y matanzas que las perpetradas por los invasores extranjeros, concretamente en tres ocasiones:

En 950, los ejércitos del Emperador cristiano, al mando del general Nicéforo Focas, de Bizancio, invadieron Palestina: «Degolló a los habitantes, incendió las casas, devastó los campos y los jardines, cortó los árboles frutales y vendió como esclavos a hombres, mujeres y niños. Puede decirse que manos cristianas convirtieron Tierra Santa en un desierto» 1 (18).

De 1071 a 1096, Palestina fue arrasada por la invasión de los seldjúcitas (del nombre de un jefe de tribu turco, que reinaba en las inmediaciones de Boukhara, en Asia Central). Decían ser musulmanes, pero lo cierto es que saquearon lo mismo las mezquitas que las iglesias y las sinagogas, y la suerte de los peregrinos, judíos o cristianos, hasta entonces numero­sos, se hizo trágica.

Las Cruzadas, a partir de 1096, fueron para Palestina la tercera catástrofe. Les servía de pretexto la «defensa» de los cristianos de Oriente, perseguidos, en efecto, por los turcos. Entre las filas del pueblo, la indignación era alimentada por una predicación fanática que arrojó a los caminos a innumera­bles infelices.

Ni la fe, ni la buena fe de aquellos desgraciados —de los que casi ninguno llegó a pisar Palestina— son motivos de discusión.

Mas la propaganda de la Iglesia contra los «infieles», no solamente les había enviado a la muerte, sino que los había impulsado al crimen: el absurdo y criminal slogan antisemita de la Iglesia contra el «pueblo deicida» les había llevado a comenzar la «guerra santa» con la matanza, a través de Europa, de numerosas comunidades judías, para morir incluso antes de llegar al Asia Menor. Sólo unos cuantos hombres se sumaron a la Cruzada de los caballeros. Esta había comenzado seis meses después de la Cruzada popular. Aquí, las motiva­ciones son menos claras.

El 27 de noviembre de 1095, décimo día del Concilio de Clermont-Ferrand, el papa Urbano decretó la movilización de Occidente, invitando a sus guerreros a «tomar el camino del Santo Sepulcro, arrebatárselo a "la raza maldita" y conquistar­lo para ellos mismos». Esta exhortación racista, que despertó la codicia de los conquistadores, tuvo un amplio eco, sobre todo en Francia.

Para el Papa era a la vez la posibilidad, al realizar la unidad, mediante un proyecto común de señores turbulentos, de instaurar una teocracia, puesto que la empresa era una iniciativa del Papa, y cuya inspiración, por tanto, nadie podría discutirle. Era también un medio de implantar, en «Tierra Santa», la Iglesia romana frente a la Iglesia de Oriente, y estar en una posición de fuerza para imponer la unidad de las Iglesias en torno del Papa. El «servicio» prestado al emperador Alejo Comneno haría más fácil la unificación: «La creación de un Estado latino en Siria y Palestina... crearía una base de influen­cia romana en Oriente» 2 (19).

Para los caballeros, la perspectiva, no ya de «defensa», sino de «conquista», abierta por el Papa, resultaba seductora. El objetivo, para ellos, estaba claro: apoderarse de los principados en Siria y Palestina, bajo un pretexto «noble» que ocultaba (por lo menos al principio, puesto que su comportamiento, en Asia, las reveló rápidamente) sus intenciones. De antemano recibían «indulgencia» plenaria del Papa para sus pecados, la remi­sión de sus deudas en Europa, y un hermoso porvenir de pillaje en Oriente.

En cuanto a los mercaderes italianos de los puertos de Alamfi, de Genova o de Venecia, fueron primero prudentes, limitándose al transporte de los Cruzados, porque, dice Claude Cohén, se debatían entre la avidez de apoderarse de los tesoros de Oriente, a costa no sólo de los musulmanes, sino también de sus rivales de Occidente, y el temor a perder, en una empresa arriesgada, las posibilidades de comercio en ciertos países musulmanes» 3. Los venecianos sólo enviaron refuerzos en 1100, cuando la victoria parecía segura, y, con ella, fructífe­ros resultados comerciales.

Los propósitos perseguidos por cada cual explican los medios que se pusieron en obra.

Después de un sitio de cuarenta días, la ciudad santa de los judíos, de los cristianos y de los musulmanes fue tomada por asalto al mando de Godofredo de Bouillón. Durante una semana, los cruzados victoriosos se entregaron a la orgía, al pillaje y al crimen: siete mil musulmanes fueron pasados a cuchillo sin distinción de edades ni de sexo.

Entretanto, los judíos se habían refugiado para rezar en la sinagoga principal. Los «franj» bloquearon todas las salidas, luego, apilando haces de leña todo alrededor, los prendieron fuego. Los que intenta­ban salir de la sinagoga incendiada eran asesinados en las callejuelas adyacentes. Los otros fueron quemados vivos 4.

Comenzó entonces, después del saqueo de Jerusalén, el reparto del botín entre los jefes: Edesa se convirtió en un prin­cipado borgoñón, Antioquía en un feudo normando, Trípoli en una presa provenzal. Un reino cristiano fue instaurado en Jeru­salén, soberano, en principio, de los otros. El sistema feudal de Occidente, mezcla de militarismo y de totalitarismo, fue implantado en el país, sin relación con su pasado ni el de sus habitantes, que, judíos o cristianos, estaban más cerca de los árabes musulmanes que de aquellos extranjeros que no vacila­ban en perseguir a los heréticos.

Aquel Estado sin raíces no obtenía sus ingresos del propio país, sino que vivía de las remesas de dinero recaudadas en Occidente por la Iglesia. Sólo podía subsistir gracias a las divi­siones del mundo musulmán. Mas un jefe, Salah ed Din (Saladino), príncipe de origen kurdo que reinaba en Egipto, consiguió reunir las fuerzas hasta entonces desunidas, y liberó Jerusalén el 1 de octubre de 1107, abriendo al culto de las Iglesias cristianas de todas las tendencias y, con la ayuda de su médico y amigo, el gran filósofo judío Maimónides, volvió a abrir las sinagogas.

Aparte de Palestina, la idea de la Cruzada estaba al servicio de los designios más diversos: para el saqueo y la matanza de Constantinopla, foco de la Cristiandad de Oriente, en 1204, así como para el exterminio sagrado de los cataros, en 1244.

Todos los intentos de recuperar Jerusalén por la fuerza fra­casaron.

Sólo San Francisco de Asís acudió, sin armas, a visitar, en Damiette, en pleno asedio de la ciudad, en 1219, al Sultán Malek el Kamel, sobrino de Saladino, quien le recibió frater­nalmente y le concedió autorización para predicar.

Esta iniciativa, la única auténticamente cristiana en aquel asunto, no pudo restaurar la paz, porque los Cruzados pro­seguían su lucha militar y sufrieron, por otra parte, una san­grienta derrota.

El mismo sultán Malek el Kamel, a pesar de ser el vencedor, restituyó Jerusalén pacíficamente al emperador Federico II de Hohenstaufen, rey de Sicilia, y gran admirador de la cultura árabe-islámica, en 1228. La negativa de Federico II a participar en una Cruzada armada le había valido ser excomulgado por el Papa.

Sus esfuerzos, como los de San Francisco de Asís, no sir­vieron de nada, a causa de la obstinación de los Papas y de sus Cruzados en apoyarse exclusivamente en las armas.

Al cabo de dos siglos de guerras incesantes, llevadas a cabo con las armas y el dinero de Occidente, el último Cruzado reembarcaría en San Juan de Acre. Así terminaba aquella siniestra aventura militar tan lejana de la fe cristiana como el sionismo político de la fe judía y de sus profetas.

Porque las Cruzadas fueron un sionismo cristiano, lo mismo que el sionismo político es una cruzada, caracterizada por idén­tica voluntad, no unirse con los otros componentes orientales de la fe abrahámica: cristiana y musulmana, y la misma volun­tad de imponerse en Oriente, como un enclave o un bastión adelantado de Occidente.

* * *

Incluso antes de la derrota definitiva de los Cruzados, nuevas calamidades se abatieron sobre Siria y Palestina: la invasión de los turcos kharizmenos en 1240, que afectó a toda la región, asesinando en Jerusalén a millares de cristianos, además de destruir la ciudad. Cuando los turcos fueron vencidos por los mamelucos, mercenarios del Sultán de Egipto, Palestina vivió bajo la dominación egipcia. Por poco tiempo, sin embargo, ya que, en 1250, cayó sobre ella una nueva ava­lancha de los mongoles, unidos a los cruzados por una promesa de neutralidad.

Notas

1 Angelo S. Rappoport, op. cit.. p. 183.

2 Claude Cohén, Orient el Occident a l'époquedes Croisades. Ed. Aubier-Montaigne, París, 1983, p. 58

3 Claude Cohén, op. cil.. p. 69

4 Amin Maalouf, Las Cruzadas vistas por los árabes. Ed. Lattes, Pa­rís, 1983, p. 12



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