Ucrania y la guerra del fin del mundo
JAVIER BENEGAS (03-03-2014)
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Bajo un cielo blanco como un sudario, una multitud enardecida marcha con paso decidido, casi marcial, hacia la céntricaplaza Nakhimov de Sebastopol (Crimea). Allí, jaleado por más de 20.000 pro rusos, Anatoli Chali, un ucraniano de origen ruso, es elegido por el método de aclamación popular nuevo alcalde de la ciudad. Una vez realizado el irregular nombramiento, la exaltación nacionalista alcanza su clímax. Y los asistentes, hábilmente dirigidos por los promotores del evento desde un escenario donde atruena un potente equipo de megafonía, concluyen el acto al son de los compases de Svyaschénnaya Voyná (Guerra Sagrada), himno que fue muy popular en la extinta Unión Soviética durante su sangriento enfrentamiento con la Alemania nazi en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Aquella fue, según Iósif Vissariónovich Stalin la bautizó, la Gran Guerra Patria.
La otra yihad contra Occidente
Sin embargo, no es 1941 cuando esa explosión de nacionalismo ruso tiene lugar. Es 2014, concretamente el lunes 23 de febrero. El vídeo de este acto de exaltación nacionalista, con la inestimable ayuda de las agencias de noticias oficiales rusas, se propaga a través de las redes sociales. Y los ecos de los compases de Svyaschénnaya Voynállevan al paroxismo a marxistas de medio mundo, que rápidamente rebotan el enlace a través de Internet. No importa que Rusia, con una democracia de mínimos, sea hoy un país capitalista y, además, extremadamente corrupto. La resurrección del comunismo, en cualquiera de sus mutaciones, bien merece validar contradicciones tan obscenas. Hay que 'desamericanizar' el mundo, es decir, combatir a las democracia liberales y, en especial, a Estados Unidosdonde sea y como sea.
Así, mientras Putin renuncia al Realismo Defensivo y se abraza peligrosamente al Realismo Ofensivo, convirtiendo el mundo en un lugar más pequeño y peligroso, los marxistas se felicitan por el renacer de la Guerra Fría y la perspectiva de un incremento de las subvenciones para la subversión y la provokatsiya. No es de extrañar, por tanto, que al escuchar Svyaschénnaya Voyná entren en trance tanto nacionalistas rusos, defensores de la propiedad privada, como marxistas de todo el planeta. Pues sus acordes son para ambos el preámbulo de una nueva Guerra Sagrada. Esta vez, contra las democracias occidentales.
La importancia de la psique
Es evidente que Vladimir Putin no es un comunista y que su libro de cabecera no es El capital de Karl Marx. Sin embargo, su corazón y su mente, además de beber de la tradición imperialista rusa, son profundamente soviéticos en un sentido cultural y, sobre todo, funcional. Es decir, Putin sigue viendo el mundo desde una lógica soviética y, además, está fuertemente influenciado por el sentimiento nacionalista. De ahí que los gobiernos occidentales, en especial el alemán, al analizar los acontecimientos desde una óptica mucho más fría, hayan sido incapaces de anticipar los movimientos de Putin en el tablero de la geopolítica, lo que les ha llevado a cometer errores de cálculo que pueden devenir en tragedia.
En este sentido, Julia Loffe, quien ha escrito espléndidas crónicas desde Rusia para The Washinton Post, The New Yorker o Foreign Policy, entre otros, nos da una clave al afirmar que lo único que hay que hacer para parecer clarividente respecto a los movimientos de Rusia es ser un pesimista total. Y podría estar en lo cierto. Pues Putin y las personas de su círculo de confianza son tan fatalistas, tanrusos, que han llegado a creerse sus propias mentiras. Esto es, que lo sucedido en Ucrania ha sido un golpe de Estado patrocinado por Estados Unidos, que hay un plan para desestabilizar a Rusia e, incluso, que de existir una verdadera democracia en la Federación Rusa, los fascistas, financiados por Estados Unidos, tomarían el poder. Es esta neurosis, que ha llevado a Putin a creer realmente que él es lo único que se interpone entre Rusia y la catástrofe, lo que hace de Rusia un agente geoestratégico capaz de pulverizar los peores vaticinios.
Frente a esta forma de pensar, de entender el equilibrio del mundo, las advertencias y amenazas puntuales de Occidente sirven de muy poco y no impedirán que la invasión de Ucrania siga su curso. Solo con sanciones económicas coordinadas y extraordinariamente duras o una intervención militar se podría parar este proceso. Sin embargo, la primera opción tiene costes muy elevados para todas las partes. Y la segunda llevaría al mundo al borde de una guerra de consecuencias impredecibles. Afortunadamente no estamos en 1914. Una intervención militar no entra en los esquemas de ninguna nación occidental, y menos aún de EEUU, cuyos esfuerzos están desde hace ya tiempo orientados hacia el Pacífico y el Mar de China Meridional, donde, según los analistas, es cuestión de tiempo que estalle un conflicto.
Así pues, hará falta un milagro o algún acontecimiento extraordinario para que Ucrania no sea abandonada a su suerte y termine, de una forma u otra, sometida o troceada.
Las guerras y las razones económicas
Es cosa habitual en este mundo materialista que, a la hora de explicar los conflictos bélicos, se sobrevaloren las razones económicas y queden eclipsadas otras que, a la postre, son decisivas. Ya sucedió anteriormente con la invasión de Irak de 2003, que comúnmente es identificada como una guerra por el petróleo. Creencia que es puesta en entredicho con bastante acierto por John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt en el libro The Israel Lobby and US Foreign Policy. Hoy, en el conflicto de Ucrania, se tiende también a la simplificación, cargando todo el peso del análisis en vectores económicos, lo cuales, si bien son muy importantes, no suelen ser los que finalmente desencadenan las guerras.
Lo que está sobre la mesa, una vez más, es la supervivencia de la idea de la democracia sin colorantes ni aditivos. Y ganar esta partida requiere compromisos mucho mayores, además de una vigilancia permanente no solo sobre Rusia, sino también sobre las facciones ucranianas más extremistas que, por lo que parece, están tan empeñadas como Putin en sabotear cualquier proceso democratizador. Ucrania es algo más que el gas, que tanto preocupa a Alemania; o el grano, que codicia China; o una posición estratégica en el Mar Negro, de gran valor geográfico y emocional para Rusia. Desgraciadamente, la expansión de la democracia, siendo con mucho lo más crucial, no cuenta ya demasiado, ni siquiera en los análisis. Sin embargo, en un mundo donde las tensiones geopolíticas son cada vez más preocupantes, las potencias no occidentales cada día más expeditivas y las democracias liberales más débiles, corruptas y autistas, o cambian las prioridades o, con el tiempo, la Guerra del Fin del Mundo podría ser algo más que un mal sueño.
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