sábado, 21 de junio de 2014

Lo que debemos al Islam

Lo que debemos al Islam

08/11/2000 - Autor: Fernando Sánchez Dragó
  • 0me gusta o estoy de acuerdo
  • Compartir en meneame
  • Compartir en facebook
  • Descargar PDF
  • Imprimir
  • Envia a un amigo
  • Estadisticas de la publicación

Conferencia pronunciada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid.

¡As-Salamu Aleikum!
Ante todo quiero manifestar mi gratitud, muchas gratitudes. Hace esca­samente dos o tres semanas Isidro Palacios me localizó en un lugar ignoto del Extremo Oriente, que es donde estoy viviendo en estos momentos y me dijo que si quería intervenir en estas jornadas... Le dije que me venía a con­trapelo pues acabo de llegar de allí, a veinte horas de avión aproximadamen­te, y mañana me vuelvo otra vez; estoy, por tanto, un poco aturdido con el jet‑lager, con el desbarajuste biológico y ecológico que introduce en un ser humano esos saltos horarios continuos. Sin embargo, no podía decir que no porque yo tengo una deuda de gratitud con el Islam. He vivido bastantes años en países islámicos; he estudiado árabe clásico precisamente en las au­las de esta Facultad; por cierto, quiero mostrar también mi gratitud al Sr. Decano por permitirme tomar la palabra aquí, porque en este lugar es donde yo, más o menos, empecé a hablar en público por primera vez y recuerdo en una de esas primeras veces que yo entré en este Paraninfo con motivo de la muerte de José Ortega y Gasset organizó el Decanato de la Facultad un homenaje que fue muy politizado —claro que estoy hablando del pleno fran­quismo—, y en ese homenaje tomó la palabra quien había sido compañero y amigo de D. José Ortega y Gasset, el gran arabista, el Profesor García Gómez, el cual había sido profesor mío en estas aulas. Recuerdo el batibu­rrillo que se armó cuando García Gómez empezó su intervención en aquel homenaje a Ortega diciendo algo tan inocente como “Yo que soy liberal...”. En ese momento, todo el público se puso en pie y lo aplaudió. Eran otros tiempos.

A la entrada de esta Facultad, en la que yo estudié dos carreras, había entonces y supongo que sigue ahora, una inscripción que decía Siste Viator (Detente Caminante), al menos en lo que a mí se refiere, nunca mejor apropiada esta frase porque realmente vengo de tierras muy lejanas y me vuelvo otra vez a tierras muy lejanas.

Decía que tengo una deuda de gratitud con el Islam por muchas cosas.

En primer lugar, por la herencia española. No se puede ser español sin sentirse musulmán, sin sentirse islámico, sin sentirse gente del Norte de África y del Extremo Occidental de Asia.

En segundo lugar, por ese concepto del Honor y la Hidalguía que ha sido la columna vertebral durante muchos siglos del ser, del existir y del quehacer de los españoles y que debemos, como tantas otras cosas, a los árabes. El concepto de Hidalguía, es decir, el concepto de ser “hijo de algo”, hijo de sus propias obras, es un concepto perfectamente ajeno a Ia visión del mundo del pensamiento occidental, es algo que llega a España de manos de los árabes o de los musulmanes y aquí hecha raíces.

También tengo que manifestar mi gratitud al mundo musulmán por el concepto de Guerra Santa. El concepto de la guerra santa para una persona como yo que se define, con razón o sin ella, para bien o para mal, como un guerrero, es muy importante; porque a raíz, a partir del momento en que se introduce este concepto, los militares dejan de ser militares para convertirse en guerreros; la diferencia entre un militar y un guerrero es radical, es abismal: un militar vive de la guerra y, por tanto, fomenta las guerras, las inventa, las promociona; un guerrero, lo único que intenta, por su actividad de Justicia, de Fortaleza y de Templanza, es evitar precisamente los efectos de las guerras.

Al mismo tiempo, en paralelo a esta introducción en la historia militar del mundo del concepto de Guerra Santa, eso tan español que llamamos Ordenes Militares, que es también la transformación de un militar en caballero, es algo que es también herencia musulmana. Las órdenes de caballería, las órdenes militares, proceden de lo que entre los musulmanes se llama el Ribat, de donde viene la palabra, hermosamente española, Rábida, que era una especie de convento militarizado, de cenobio amurallado, y ahí es donde surge el concepto de la Caballería, donde nace la idea de la Orden Militar, y van a ser los cristianos cuando viajan a Tierra Santa, en los siglos de las Cruzadas, los que van a entrar en contacto allí con el mundo árabe, recibir este concepto Y trasplantarlo a España y a todo el mundo occidental. Pero en ninguna parte arraigó tanto ese concepto como en la Península Ibérica.

Mi gratitud también al mundo islámico por la poesía arábigo‑andaluza, que es la que ha permitido el florecimiento, por ejemplo, de la generación del 27 sin ir más lejos. No hubieran existido todos esos grandes poetas españoles sin el precedente de la poesía arábigo‑andalusí, que no fue descubierta, pero sí traducida, estudiada y puesta en órbita por Emilio García Gómez. Y gratitud por todo lo que es la visión del mundo de Al Andalus.

Gratitud igualmente, por la Escuela de Traductores de Toledo, gracias a la cual nació, entre otras cosas, ese concepto de Europa, ahora tan discutido, y del que hablaré brevemente en el transcurso de esta intervención.

Gratitud por cosas muy personales. Terminé mi Historia Mágica de España en la maravillosa ciudad de Fez y desde la ventana de mi domicilio, que estaba en la Ville Nouvel, en la Ciudad Nueva, en la ciudad francesa de Fez, yo veía Fez‑El‑Bali, la vieja medina de Fez que había sido levantada precisamente por mis antepasados, por los andalusíes que salieron huyendo de la revuelta del Arrabal de Córdoba en el siglo IX, y que se establecieron en Fez y allí levantaron este portento, esta maravilla, este laberinto de los laberintos.

Gratitud también por cosas como el Cus‑cus, al que no deberíamos llamar así, sino Al Cuz‑cuz que es como se llamaba antiguamente en España; y por el té a la menta o el té con yerbabuena. Gratitud también por el hachís que a mí, personalmente, me cambió la vida.

Gratitud porque el Islam, y los que hemos nacido y vivido en el seno del judeocristianismo sabemos hasta que punto puede ser importante esto, nos ha dado el ejemplo, nos ha marcado la pauta, nos ha señalado el camino de una religión sin iglesia, de una religión sin liturgia, o apenas sin liturgia y, en fin, por tantas otras cosas.

Suelo decir que algún día tendré que escribir, inevitablemente, un libro sobre el Islam; no sería un libro erudito, ni un ensayo filosófico, sería un libro vivencial y ya se como se va a llamar ese libro. Llevará el título, en lengua árabe, de tres palabras, por lo tanto, de tres conceptos que definen y delimitan perfectamente lo que es la peculiar filosofía, la peculiar manera de enfrentarse a la existencia que tiene el Islam; esas tres palabras son: InshaAllah (Si Dios quiere), Boukra (Mañana), Shuai‑Shuai (Despacito)... Yo creo que al mundo de hoy, islámico y no islámico, le vendría bien asimilar estos tres conceptos y aplicarlos.

No tengo mucho tiempo, apenas treinta minutos, pero voy a intentar abrir algunas ideas de penetración en el fenómeno islámico; caprichosamente elegidas, algunas de estas líneas podrán ser ahondadas y profundizadas por los ponentes en estas jornadas sobre El Islam y el Nuevo Orden Mundial, y otras serán simplemente abandonadas.

Creo que inevitablemente me tengo que referir, puesto que estamos en España, en la Península Ibérica, en el Imperio de Occidente, puesto que estamos en Al Andalus, me tengo que referir a ese fenómeno sin parangón en la Historia Universal que fue el Islam en España. Y querría empezar evocando la figura del prototipo del guerrero ibérico, evocar la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid que, como sabéis todos, se llama así por palabra árabe y no castellana: Sidi (Señor). La mayor parte de lo que sabemos sobre el Cid es gracias a las crónicas árabes. El Cid que pasa por ser el gran paladín de lo castellano, de lo centrípeto de la España profunda judeo‑cristiana, era, sin embargo, un individuo que pasó a la historia gracias a los árabes. Fueron los árabes los que recordaron su memoria y los cristianos recogieron esta memoria precisamente de las crónicas árabes. A mí me fascina el Cid porque es la figura del caballero mozárabe. Cuando estaba escribiendo la Historia Mágica de España, en caracteres kúficos me hice hacer un tarjetón que coloqué en la puerta de mi casa donde decía Fernando Sánchez Dragó Al-Muzarabi, el mozárabe. Bueno, no hacía sino repetir lo que muchos siglos antes había hecho ese compatriota mío y vuestro que fue Rodrigo Díaz de Vivar.

Hay un momento, dramático, en la Historia de España, porque es quizás cuando por primera vez y con más virulencia se plantea esa antinomia que es la tradición y el plagio. El primer momento en que de una manera drásti­ca se rompe con la tradición; me estoy refiriendo al reinado de Alfonso VI, el rey que se casa en cinco ocasiones y todas ellas con infantas francesas, que conquista Toledo, el rey, bajo cuya férula se exilia el Cid de las tierras cristianas y pasa el resto de su vida guerreando en tierras de moros y sirvien­do siempre a reyes moros, no a reyes cristianos. ¿Por qué sucede esto? Sucede porque en Francia y en Italia, la Roma de la época no podía tolerar la gran herejía que significaba que, en aquellos siglos, en que todo el rito, to­da la liturgia, todo el lenguaje eclesiástico del mundo cristiano se hiciera se­gún el rito galicano o rito latino, aquí, en cambio, tuviéramos otro rito, pro­piamente ibérico: el rito mozárabe. Durante muchas décadas, el Rey de Francia desde París, y el Papa desde Roma, presionaron y presionaron a los reyes, a los nobles, a los clérigos de la jerarquía eclesiástica española, para que abandonaran el rito mozárabe e incorporaran el rito galicano, el latino. Todo el pueblo se resistía, todos los nobles, todos los próceres del Reino, todos los obispos, todos los cardenales... Pero Alfonso VI, en el momento en que sucede esto, que es concretamente en el 1064, estaba presionado por la que entonces era su esposa, Doña Constanza, que era una borgoñona, y también estaba presionado por los monjes de Cluny. Fue entonces cuando los cluniacenses entraron en la Península Ibérica, se apoderaron del antiguo Camino de las Estrellas que conducía al Finisterre Occidental, hablo del Camino de Santiago; desviaron ese camino y lo convirtieron en un negocio itinerario, turístico, apartándolo de los lugares de poder, de los Chakras cósmicos y telúricos que eran los que marcaban y jalonaban este camino. Como no hay mal que por bien no venga, tenemos que agradecer a los monjes cluniacenses el transplante a España, y concretamente a las zonas de Galicia y León, de las cepas de vinos del Rhin y del Mosela; gracias a ello, podemos hoy degustar ese vino maravillosamente frúté, que es el Albariños.

En el año 1064, el Papa envía a España un legado pontificio —Ubo Cándido— con la misión de unificar a cualquier precio la liturgia. El rey Alfonso VI, presionado por su consorte gabacha, presionado por los monjes cluniacenses, presionado por el Papa y por el Rey de Francia, acaba siendo favorable a la transformación del rito mozárabe al rito latino. Pero se oponía, como se ha dicho hace un momento, prácticamente todo el pueblo español y también todos los nobles de España. Entonces el Rey decide montar en Toledo una farsa, una ordalías, un juicio de Dios; rememorando, más o menos, aquello que nos cuenta Voltaire en el Diccionario filosófico sobre el Concilio de Nicea, dice que se va a encender una hoguera en los salones de palacio en Toledo y que se van a arrojar a esa hoguera en presencia de todos los pares y nobles del reino, un libro latino y un libro mozárabe y que el que no se queme será el que se impondrá. Y parece ser que el libro que no se quemó fue el libro mozárabe, sin embargo, el rey pegó un puñetazo e impuso el rito galicano; fue entonces cuando el pueblo español acuñó la vieja frase convertida luego en proverbio, de “allá van leyes do quieren reyes”.

Es un momento dramático para la Historia de España, y lo es porque todo el viejo saber, todas las tradiciones de los primitivos pueblos ibéricos estaban conservadas en códices escritos en caligrafía mozárabe o visigoda. Cincuenta años después, cuando muere la generación que sabía leer e interpretar esas caligrafías, se produce una ruptura con todo el saber tradicional; nadie es capaz ya de leer esos documentos; prácticamente, es como si España empezara sin tradición alguna, sin pedigrí alguno, sin curriculum alguno; empezaba una nueva andadura. Es la primera vez que se nos obliga a renunciar al inconsciente colectivo; vendrán otras veces y vendrán siempre de la mano de Francia, de la mano de Italia, de la mano de eso que se llama Europa, en estos momentos, Europa de los Mercaderes.

Es también en ese momento, en que el Cid, gran caballero de Castilla, gran paladín de la España profunda, caballero mozárabe como era, decide exiliarse y pasar el resto de sus días combatiendo en tierras musulmanas a favor de unos u otros reyes; únicamente volverá a incorporarse el Cid a las armas castellanas cuando se produce el segundo desembarco en la Península Ibérica del Almorávide Yusuf; entonces sí, interviene en la Batalla de Sagrajas, junto a otros muchos otros reyes de taifas porque lo que representaba la llegada de los almorávides era, ni más ni menos, lo que, salvando las distancias, es eso que hoy llamamos integrismo.

En los dos extremos del Islam, en Irán y en la Península Ibérica, por obvias razones de alejamiento geográfico, habían florecido las flores de la libertad. No se estaba sujeto a la ortodoxia de Bagdad, o a la ortodoxia de Damasco como lo estaban las regiones mucho más cercanas a estas dos ciudades, y eso fue lo que permitió en Irán y en la Península Ibérica el florecimiento del Islam en libertad, un Islam en el que se podía beber vino, un Islam en el que se podían componer poemas a la amada, un Islam sensual, un Islam pagano en el mejor sentido de la expresión, y un Islam libre en el que florecieron toda clase de gnosticismos, toda clase de pensamientos místicos, toda clase de pensamientos libertarios.

Yo creo que la parábola del Cid nos propone un ejemplo que deberíamos tener muy presente en un momento como éste, en el que España ha renunciado a su soberanía para cederla a los mercaderes de Europa.

El otro momento inevitable que tengo que evocar aquí para hablar del Islam español es el de la Escuela de Traductores de Toledo. Como sabéis todos, esta escuela tiene dos grandes momentos. Uno se produce en las primeras décadas del siglo XII bajo la férula de Alfonso VII y el segundo, a mediados del siglo XIII bajo Alfonso X El Sabio. A mí me produce mucha risa cuando se habla de si España debe estar presente o no en Europa, ¿en qué Europa debe estar presente España? ¿En la Europa de los mercaderes, en la Europa que está convirtiéndose en un monstruoso castillo de insolidaridad respecto a los seres humanos y respecto al resto del mundo? ¿En la Europa de Maastricht o en la Europa de Beethoven, en la Europa de Miguel Ángel, en la Europa de Leonardo, en la Europa de Velázquez, en la Europa de Cervantes? En esa Europa que de verdad puede interesarnos no tenemos que integrarnos porque la hemos hecho nosotros; esa Europa existe gracias a la Península Ibérica y existe, mejor dicho, gracias a esa Escuela de Traductores de Toledo que, para mí, es el momento estelar de la Historia de España. Durante los siglos XII y XIII sabios judíos, sabios musulmanes y sabios cristianos en perfecta armonía, en perfecto equilibrio, en perfecta compatibilidad, se sientan juntos aprovechándose de una atmósfera de tolerancia como nunca ha vuelto a producirse en la historia de este país, y se dedican a traducir al latín y, a veces, a las lenguas romances, todos los clásicos del pensamiento judío y árabe, donde se habían refugiado Platón, Plotino, Aristóteles, todo el pensamiento greco‑latino que había sido olvidado por Europa; los traductores de la Escuela de Toledo recuperan esos textos, los incorporan a través del latín al acerbo europeo y eso es lo que permitirá, andando el tiempo, dar origen a la gran eclosión del Renacimiento y después la gran eclosión de las Nacionalidades.

No existiría Europa sin la Escuela de Traductores de Toledo y es, por tanto, grotesco que a estas alturas se nos hable de la necesidad de integrarnos en ella. Gracias a la Escuela de Traductores el pensamiento de hombres como Abd‑El‑Aziz, como Costa Ben‑Luca, como Al Fergan, como Avicena, como Averrores, como Maimónides, como Avicebrón, como Yehudá Aleví, como Ibn‑Masarra,... son salvados del anonimato y, en definitiva, son salvados de las hogueras que en seguida se iban a encender.

La tercera vía de penetración al Islam español que yo os propongo y que es inevitable, es la del misticismo. Miguel Asín Palacios, gran arabista, casi padre del pan‑arabismo, en el buen sentido de la palabra, hablaba del viaje de ida y vuelta del pensamiento religioso, del pensamiento místico desde el Cristianismo hasta el Cristianismo; se refería con ello a cómo los maestros del Sufismo en España, al pasar el Islam por Egipto y otros países del Norte de África y entrar en contacto con los Padres del Yermo, con los hombres de Alejandría, con los cristianos coptos, recibieron el mensaje iniciático de Jesús lo trasladaron al Islam y después, desde el Islam, desde lbn-Masarra, desde Muignuhdin Ibn‑Al‑Arabi, desde otros grandes pensadores místicos del Islam español, fue devuelto al Cristianismo. No existiría Juan de la Cruz, no existiría Teresa de Jesús, no existida Miguel de Molinos, no hubieran existido los Alumbrados, los Quietistas, los Dexados, sin el precedente de estos “locos de Dios” que protagonizaron durante varios siglos y, concretamente, durante los siglos de los Reinos de Taifas, esa recuperación de un misticismo que venía del Cristianismo pero que era universal, porque el único lenguaje universal que existe sobre la faz de la tierra es el lenguaje de los místicos. Los místicos hablan el mismo lenguaje en todas partes.

En aquellos siglos, todo el sur de España se convirtió en una llama, una llama de fe, una llama de devoción, una llama de sublime locura mística... Almería, Sevilla, Córdoba, Murcia, Mérida eran lugares muy parecidos a lo que hoy pueda ser Benarés en las orillas del Ganges; eran lugares poblados por derviches, por monjes giróbagos, por ascetas, por Santos del Yermo, por Faquires, por Gurúes, en definitiva, por “locos de Dios”.

Tengo que mencionar el nombre de lbn‑Masarra, al que se llamaba “el nuevo Empédocles”, eslabón perdido entre el Islam y la Tradición Hermética neo‑platónica y cristiana. Tengo que mencionar, aunque no era musulmán pero casi lo parecía, a Raimundo Lulio o Ramón Llul, el hombre que cuando nadie en aquella época se le hubiera ocurrido estudiar árabe, estudió árabe y se fue a “tierra de infieles”, a Siria, a Palestina, a Egipto, a Etiopía, a Mauritania, y se dejó mesar las barbas en Bona por una muchedumbre enfurecida y estuvo a punto de ser linchado en Bujía y por fin, rindió el alma en su tercera llegada a Bujía donde fue lapidado. Raimundo Lulio es otro de esos eslabones perdidos entre el pensamiento medieval y el pensamiento renacentista, entre el viejo Corpus Hermético de Alejandría, el misticismo cristiano y el misticismo del Islam.

Muigdin lbn‑Al‑Arabi es uno de los grandes españoles de la historia. Murciano nacido en 1165, su vida reproduce la misma vida de lbn‑Masarra, la misma vida de Raimundo Lulio, la misma vida de Prisciliano, aproximadamente siete u ocho siglos antes. Místicos que eran libertarios, místicos que viajaban rodeados de mujeres, místicos que no desdeñaban ninguno de los placeres de la vida, místicos de la “mano izquierda”. lbn‑Al‑Arabi escribe dos libros, Las Futuhat y El Fusus que son prácticamente desconocidos en España, su patria, sin embargo, son best‑seller en todo el mundo musulmán.

Asín Palacios ha demostrado cumplidamente, y yo no puedo hacer aquí más que mencionarlo, cómo todo el lenguaje de los místicos cristianos desde La Divina Comedia de Dante hasta Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y Miguel de Molinos es un lenguaje y un pensamiento calcado de la falsiya del masarrita, de la falsiya de lbn‑Al‑Arabi y de la falsiya del Zoar de Leol que, como sabéis, es el libro fundacional de la Cábala.

Voy a leer muy rápidamente unas líneas de lo que yo decía a propósito de mi libro Gargoris y Habidis, donde señalo la coincidencia de los métodos, el léxico, el ideario e incluso, las imágenes líricas propuestas en épocas diferentes por los derviches de Al Andalus y por los monjes de Castilla: “La anchura y apretura del alma, su vacío y desnudez, los símbolos del día y de la noche oscura, las metáforas del velo y el espejo, del súbito relámpago, de los átomos que flotan sobre los rayos del Sol y el agua ex­traída de las entrañas de la tierra, así como todo el ambicioso juego del éxtasis y el rapto, distinguiendo entre simple inconsciencia Y genuina aniquilación del espíritu en Dios, se revelan patrimonios superpuestos de las dos razas y fruto común, en realidad, de un árbol hasta cierto punto ajeno y, en cualquier caso, muy superior (Las doctrinas profesa­das por los Padres del Yermo en el irreducible monacato del cristia­nismo Oriental).

Voy a abandonar esta vía de penetración del Islam a través de lo Ibérico y me voy a referir un poco a la actualidad, ya que, en definitiva, el tema de estas jornadas es “El Islam ante el Nuevo Orden Mundial”.

En estos momentos, hablar en Occidente de musulmanes, hablar de Mahoma, hablar del Corán, hablar del Islam, equivale prácticamente a ha­blar de “integrismo”; el común de los mortales, la opinión pública en general, está confundiendo el Islam con el integrismo. ¿Qué es un integrismo? Un integrismo es la aplicación literal de las Sagradas Escrituras sin reparar en el hecho, evidente, de que todas las Sagradas Escrituras, ya sean las cristianas, ya sean las hindúes, ya sean las musulmanas, utilizan un lenguaje simbólico y no un lenguaje real. Para entendernos, es como si leyendo un poema de Omar Khayyám, que cantaba al vino en sus poemas, en sus rubaiyatas cre­yéramos que Omar Khayyám era un borrachín sin reparar que el vino es una metáfora de la embriaguez mística, que era el principal objetivo de todos los sufis como Khayyám.

¿Integrismo musulmán?... ¡Pero si estamos viviendo una época de integrismos por todas partes! Qué enorme injusticia ésta de identificar el integrismo con el concepto de lo musulmán; tenemos un integrismo cristiano, horrible, monstruoso, ese que se expresa en la vieja frase que muchos de nosotros aprendimos en el colegio de que “fuera de la Iglesia no hay Salvación”. Tenemos un integrismo judío, el que hace creer a los judíos de que por el simple hecho de que hace dos mil años vivieron en Tierra Santa, en Palestina o Israel, llamémosle como queramos, eso les da derecho, no sólo a vivir, sino a gobernar de forma excluyente esos territorios. Integrismo de izquierdas, el igualitarismo... ¿Qué es el igualitarismo sino una forma de integrismo? ¿Hay algo más injusto que el igualitarismo, que consiste en hacernos creer a todos los seres humanos que somos iguales sin reparar en el hecho evidente para cualquier persona que no tenga telarañas en las pupilas, de que somos individuos irrepetibles, de que no hay dos seres iguales sobre la faz de la Tierra? Integrismo Yanqui, uno de los peores integrismos, el integrismo de Clinton, el integrismo del Nuevo Orden Mundial, el integrismo de quienes se arrogan el derecho a convertirse a través de la tecnología y del armamentismo, en gendarmes de todo el Universo. Integrismo del “Becerro de Oro”, del mercado, del consumo: integrismo del economicismo. Y todos estos integrismos, en definitiva, se encierran en uno, en el peor de los integrismos: el integrismo judeo‑cristiano del mundo occidental.

Y a este respecto, quiero aprovecharme de algo que ha escrito un hombre al que yo admiro extraordinariamente y que está sentado en estos momentos aquí, me refiero a Roger Garaudy, que es uno de los pocos occidentales que se ha librado de ese tremendo karma que tenemos en Occidente y que en un libro extraordinario titulado “¿Tenemos necesidad de Dios?”, nos dice a propósito de todos estos integrismos: “Desde hace cinco siglos, con el nacimiento del Colonialismo que lla­mó ‘evangelización de los indios’ a la invasión, la conquista, la matanza y el genocidio, Occidente ha dado el peor ejemplo de integrismo, es decir, la pretensión de poner la verdad absoluta y, por consiguiente, de tener, no sólo el derecho, sino el deber de imponerla a todos los demás.

Esa larga continuidad en la dominación ha creado una consecuencia perversa: antaño, una iglesia, un Dios, un rey; hoy una cultura, una téc­nica, un orden mundial; ‘fuera de la Iglesia no hay Salvación’, ‘fuera de Occidente no hay civilización’ y siempre ‘fuera de mi verdad sólo existe el error’; siempre un ‘pueblo elegido’, el hebreo, el cristiano, el occidental; tal pretensión, apoyada en las armas, en el comercio y en las misiones, es la madre de los demás integrismos que han proliferado en el mundo”.

Efectivamente, yo creo que todos los integrismos proceden de un concepto que es el del monoteísmo aplicado a la idea de Dios, en el que Dios, como se dice en El Génesis crea al hombre a su imagen y semejanza; el peligro de este monoteísmo es tremendo porque desemboca en una reducción de lo divino a imagen del hombre, en una apropiación de Dios al servicio de una raza elegida, es decir, a partir del momento en que se introduce en la historia humana ese monoteísmo del Dios que creó al hombre a su imagen y semejanza, estamos justificando toda la barbarie ecológica a la que asistimos actualmente. Nace en ese momento la eterna discusión de si el hombre es naturaleza o de si el hombre es historia.

El hombre es naturaleza; la naturaleza no forma parte del hombre, es el hombre el que forma parte de la naturaleza y, por lo tanto, lo verdaderamente sagrado es la naturaleza, y decir que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza es preparamos para ese antropocentrismo diabólico que está destruyendo la trama que permite el desarrollo de la vida y que, probablemente, nos está conduciendo a un callejón sin salida y sin posible retorno.

Garaudy describe este "Nuevo Orden mundial" este antropocentrismo del hombre occidental, diciendo que reposa en estos tres postulados que son los que nos están gobernando, que son los ejes de abscisas v ordenadas a los que, en estos momentos, llamamos "Nuevo orden Mundial", "cultura europea", "cultura occidental" "american way of life", etc.

· Primer postulado: el postulado de Descartes; es decir, convertirnos en dueños y señores de la Naturaleza, de una Naturaleza reducida a su aspecto mecánico; poder establecer relaciones de dominio sobre una Naturaleza despojada de toda finalidad propia.

· Segundo postulado: el postulado de Hobbes, que define las relaciones de los hombres con su célebre axioma el hombre es un lobo para el hombre, es decir, relaciones de competencia en el mercado, enfrentamientos salvajes entre los individuos y los grupos y, por tanto, relaciones de amo a esclavo; más aún, en el momento actual v contando con el desarrollo técnico alcanzado, el equilibrio del terror.

· Tercer postulado: el postulado de Marlow, que en su Fausto anuncia­ba ya la muerte de Dios: Hombre, por tu fabuloso cerebro te conviertes en Dios y en dueño y señor de todos los elementos. De esta forma, quedan consagra­das la atrofia de la dimensión trascendente del hombre v el rechazo de todo valor absoluto.

¿Qué es eso que se llama integrismo islámico? A mí me recuerda mucho a una querella que estalló en el siglo XVIII en España, cuando los Borbones se establecieron aquí, en una de nuestras enésimas entradas en Europa y en el Mercado Común, y surgió eso que se ha dado en llamar querella de los cas­tizos y los ilustrados; los movimientos integristas musulmanes son, funda­mentalmente, un movimiento castizo, un movimiento de defensa de la pro­pia individualidad frente a la uniformidad del mercado, de ese Monoteísmo del Mercado que pretende imponemos el American way of life El mundo oc­cidental, que no entiende la cooperación, sólo entiende la competitividad, necesita siempre demonizar, necesita siempre poner un adversario. Caído el adversario comunista, desplomado el muro de Berlín, el nuevo adversario que se han inventado es el de los musulmanes, es el "integrismo musulmán"; por lo pronto, hablar de integrismo musulmán no es decir nada; el mundo musulmán, no es un mundo homogéneo, llega desde Marruecos hasta Filipinas en Extremo Oriente; no es lo mismo un musulmán pakistaní, un musulmán hindú, un musulmán filipino que un musulmán argelino o tunecino o egipcio. También los integrismos que existen en estos países son muy diferentes entre sí; el caso argelino es determinante y hay que mencionarlo: la tan cacareada democracia del mundo occidental ha preferido violar el resultado de las urnas en Argelia para apoyar un golpe de Estado militar que se oponía a la voluntad del pueblo soberano. A partir de ese momento se ha desencadenado en Argelia todo el caos horrible que estamos presenciando en los últimos años, esa guerra civil en la cual ya tirios y troyanos asestan palos a ciegas. Occidente está convirtiendo al integrismo en rasgo del mundo musulmán, es algo verdaderamente descabellado, es como si pretendiéramos definir lo español por el fenómeno etarra, o si pretendiéramos definir lo irlandés por el fenómeno del IRA. El integrismo musulmán y el integrismo que de él se deriva puede ser una anécdota, nunca un rasgo definitorio de lo musulmán. En definitiva, el programa de vida de los musulmanes ‑y es también lo que con mejor o peor fortuna, defienden los integrismos‑ se define en dos palabras: mezquita y familia. No es un mal programa, templo, Dios, trascendencia, espíritu, y luego ese ámbito de la familia que es la única célula de supervivencia verdaderamente eficaz contra todos los males del mundo moderno. Ahora, a los ojos del mundo occidental, ese programa tan sencillo, tan lógico, tan cuerdo, tan de sentido común, mezquita y familia, tiene un enorme defecto, y es que en la mezquita no se consume nada y en el ámbito de la familia se consume también muy poquito, y todo aquello que no es consumismo, según la lógica occidental, tiene que ser condenado al infierno.
Habría que hablar también del problema de la mujer en el mundo islámico. Una de las cosas que están defendiendo los musulmanes es el concepto de un desarrollo de la mujer que sea verdaderamente femenino; estamos asistiendo al desarrollo de un feminismo diabólico porque es un feminismo machista. Lo que se pretende (ahora están muy contentas las feministas del mundo occidental, incluidas las de la Península Ibérica, porque se ha conseguido que las mujeres asturianas puedan ser mineras, es decir tengan derecho a trabajar en un mundo verdaderamente infernal, o que sean sargentos, o que estén en el Ejército, o que sean ejecutivos con un maletín de Samsonite, etc.) es que las mujeres sean hombres ¿Eso es feminismo? No, eso es machismo. El feminismo verdadero, y yo creo que se encuentra perfectamente definido en el Islam, es aquél que pretende un desarrollo de la mujer desde la mujer, es decir, desde esa particularidad femenina que es el hemisferio derecho del cerebro, que es distinto al hemisferio izquierdo como ha corroborado la ciencia occidental, siendo éste último, propio de la condición masculina. La mujer gracias a ese predominio en ella del hemisferio derecho tiende a la síntesis, frente al varón que tiende al análisis; la mujer sigue más el camino del corazón que el camino de la razón, la mujer se interesa más por las letras que por los números, más por la intuición que por el estudio, más por el arte que por la ciencia, más por la familia que por el dinero, por lo concreto que por lo abstracto. Renunciar a ese hemisferio del eterno femenino, renunciar a ese valladar que ha sido la mujer a lo largo de la historia, celosa, vigilante del fuego del hogar, celosa vigilante de las tradiciones, celosa vigilante de la presencia de Dios en esta tierra, constituye, insisto en ello, un abominable machismo que el mundo occidental parece dispuesto a fomentar a cualquier precio.

No me queda tiempo más que para deciros que estas jornadas sobre El Islam ante el Nuevo Orden Mundial sean un granito de arena en la lucha contra ese integrismo del mundo occidental que intenta confinar al Islam en el ostracismo de las tinieblas exteriores. ¿Por qué odian tanto al Islam en Occidente?... Porque es la única alternativa seria, tangible, organizada, al Sistema. Muchos de los que estamos aquí, seguramente sentados en esta mesa, nos oponemos al Sistema, pero no creo que a Clinton le preocupe mucho lo que pueda escribir Isidro Palacios en Próximo Milenio o yo en mi Dragontea... Pero si le preocupa mucho lo que pasa en el Islam, porque es la religión que más ha crecido en todo el mundo, a distancia inconmensurable de las demás y eso no es en vano. El Islam representa la única fuerza potente, organizada, con millones y millones de personas que siguen el camino del corazón, que se oponen a esa uniformización tremenda de los usos y costumbres universales que es el American way of life, el mundo del consumo, el mundo de las multinacionales, el mundo del Monoteísmo del Mercado... De ahí su odio al Islam y por eso confío en que jornadas como estas, organizadas en un caldo de cultivo como debe ser toda facultad de letras, puedan ser productivas y puedan contribuir a que volvamos los ojos al Islam, que siendo españoles es como volver los ojos a nosotros mismos, con amor, con confianza y con el impulso de la complementariedad, nunca de la incompatibilidad. El Islam puede ayudarnos a derrotar a lo que, a mi modo de ver, son los caballos de Atila, o los jinetes del nuevo Apocalipsis: el antropocentrismo, el economicismo, el consumismo, el igualitarismo, el sionismo y el feminismo machista. Y todo esto, si os parece, gracias al Islam vamos a hacerlo, si Dios quiere, mañana y tranquilos, despacito, sin perder la compostura. Quedad con Dios o con Allah. Muchas gracias
Anuncios
Relacionados

Carta al Abad de Montserrat

Artículos - 02/03/2008

Sumisión, determinismo y reformismo

Artículos - 14/06/2011

Entre Este y Oeste

Artículos - 19/12/2000

No hay comentarios:

Publicar un comentario