lunes, 25 de agosto de 2014

El nuevo futuro de Palestina

El nuevo futuro de Palestina

Txente Rekondo-Rebelión



Hoy en día, la concatenación de acontecimientos y su centralidad mediática, en ocasiones son utilizados para ocultar o desviar la atención de la opinión pública. Este verano hemos asistido al derribo de un avión en Ucrania, a la nueva matanza de Israel en Palestina y posteriormente al auge del Estado Islámico y sus posteriores consecuencias. Una tras otra esas noticias se han superpuesto, y el protagonista de hoy cae en el olvido mediático de mañana.

La nueva agresión del estado de Israel contra el pueblo palestino ha protagonizado algunas semanas en los medios de comunicación. Muchos de ellos han vuelto a repetir tópicos y lecturas preconcebidas sobre aquella realidad, pero más allá de la crueldad y el impacto visual de la matanza, algunas señales comienzan a despuntar en ese complejo escenario, y todo indica que las cosas ya no serán iguales en el futuro.

Israel y sus aliados occidentales y árabes nos han querido acostumbrar a una realidad que comienza a resquebrajarse. La última matanza bien podría inscribirse en el guión de los últimos años, donde cada cierto tiempo los planes de Tel Aviv se materializan a través del sufrimiento y la muerte de la población civil palestina.

Los antecedentes de la actual situación ayudan a ubicar mejor los pasos dados por Israel. En primer lugar, el fracaso de las conversaciones impulsadas por EEUU y el enfado de algunos sectores de la administración norteamericana con la intransigencia del gobierno israelí (el propio Kerry avisó a Israel del avance preocupante de la campaña BDS y de la imagen de Israel ligada al Apartheid).

En segundo lugar el acuerdo nacional entre Hamas y Fatah, acompañado de un importante reconocimiento internacional y de los pasos palestinos para su reconocimiento en Naciones Unidas. Y todo ello acompañado de algunas críticas desde la UE a la política de asentamientos.

La excusa o el supuesto detonante utilizado por Israel, será en esta ocasión la muerte de tres jóvenes colonos en Hebrón, Cisjordania. Desde el primer momento tanto el gobierno israelí como los militares conocían el fatal desenlace de lo que en un primer momento se quiso presentar como un secuestro. A pesar de ello pusieron en marcha una campaña mediática masiva acompañada de detenciones masivas de militantes de Hamas en Cisjordania.

Ante esas medidas de Tel Aviv, desde Gaza se lanzan algunos cohetes contra Israel (nunca misiles, como algunos medios han señalado), y al tiempo que el montaje del secuestro está dejando en evidencia las mentiras israelíes, el gobierno lanza su operación contra Gaza, en esta ocasión la excusa será acabar con el lanzamiento de cohetes de la resistencia palestina.

Poco tiempo después ante la incapacidad de detener, a pesar de la destrucción y muerte sembrada en Gaza, esos lanzamientos, Israel lanza la operación terrestre, en esta ocasión con una tercera excusa, destruir los túneles de la resistencia.

El último ataque contra Gaza ha sido un nuevo ciclo de violencia, dejando claro que no hay solución militar. Además, ha sorprendido a los dirigentes sionistas la capacidad de resistencia palestina, que puede continuar lanzando cohetes y que su sistema de túneles no ha sido destruido. Además, en estos días las víctimas israelíes han sido en su casi totalidad militares, lo que preocupa y mucho a los estrategas sionistas, bastante descontentos además con el incremento de la presión internacional.

Cada vez queda más claro que no estamos ante un conflicto entre dos realidades parejas. Los falsos argumentos de Israel en torno al dilema de su seguridad y el derecho de autodefensa, no se soportan. Como señalaba recientemente Chomsky, la ocupación es ilegal, y no estamos ante “un conflicto sino ante las consecuencias de una colonización ilegal”.

Israel está perdiendo todas las caretas que ha mantenido hasta ahora. Un estado surgido como fruto de la mala conciencia de las potencias coloniales occidentales, controlado por una pequeña élite de políticos, militares, religiosos e industrias de tecnología y armamento, se está mostrando como una entidad de colonización, ocupación y fanatismo.

El auge e influencia de los sectores más reaccionarios ligados al sector nacional/religioso (a día de hoy en el gobierno, en el parlamento, en el ejército y en los medios de comunicación) está trayendo la reafirmación de un estado por y para judíos, que excluye al mismo tiempo a otros ciudadanos o que impide el retorno de la población palestina expulsada.

La demonización del palestino, el racismo, el mayor peso de políticos y dirigentes religiosos extremistas, el impulso de nuevos asentamientos está logrando que la intolerancia de la sociedad israelí sea cada vez más común.

Los arrestos masivos, los asaltos armados, la muerte de centenares de palestinos (muchos de ellos menores), cerrar y sitiar ciudades y pueblos, la destrucción de viviendas, los ataques aéreos, la tortura… son una muestra de la política de Israel hacia Palestina, y todo ello, hasta ahora con total impunidad.

Es la cultura de la venganza, es la utilización del castigo colectivo, algo que está terminantemente prohibido por la legislación internacional (las responsabilidades individuales por una acción no pueden ser entendidas como colectivas), y que Israel hace caso omiso.

La situación en Palestina ha mostrado otra realidad estas semanas. La capacidad de la resistencia, y sobre todo la unidad de todas las organizaciones palestinas en las negociaciones de Egipto, anticipan un nuevo futuro para el devenir del pueblo palestino. Estos días han mandado un mensaje claro, “la ocupación es inaceptable e ilegal, y su mantenimiento tendrá un coste económico y político para el ocupante”. La nueva estrategia pasa por poner fin a la cooperación de determinados sectores palestinos con Israel y coordinar los nuevos movimientos en tres frentes.

En Gaza hay que romper los muros de la mayor cárcel a cielo abierto del mundo, derribar los muros de guetto que permitirá que la población palestina viva con cierta dignidad; en Cisjordania se incidirá en poner fin a la colaboración con la ocupación (un joven palestino afirmaba que “si tengo diez balas, una será para mi enemigo y las nueve restantes para los traidores”); y en Jerusalén las protestas y manifestaciones tendrán que revertir la ocupación y expulsión que Israel lleva adelante contra la población palestina.

Estas semanas, además de la resistencia armada en Gaza, hemos asistido a innumerables protestas en Haifa, Nazaret o Jerusalén, con una respuesta israelí basada en la represión y que lleva hacia una mayor radicalización de los territorios ocupados. Sobre el escenario planea lo que algunos han definido la antesala de la tercera Intifada.

La equiparación con el apartheid es cada día más evidente. Antes de que diese comienzo la última agresión militar contra Palestina el secretario de estado de Estados Unidos, John Kerry, había afirmado que "Israel corre el peligro de convertirse en un estado de apartheid”, y aunque las posteriores presiones le hicieron rectificar, es muy significativo que esas palabras provengan de un aliado de Israel.

Los que evitan equiparar la situación del pasado de Sudáfrica y la de Israel, no lo hacen tanto en función de que son dos realidades diferentes, o al menos no son idénticas en su totalidad. Lo hacen temerosos de que se aplique un guión similar para superar la situación de discriminación de la mayor parte de la población.

El argumento demográfico se antepone al democrático. Si en Sudáfrica hubiesen valido los argumentos del status quo de Israel, el sistema de apartheid no hubiera finalizado, ya que la minoría blanca estaría indefensa. Y al hilo de esa comparación, si en Sudáfrica la solución pasaba por un nuevo estado, pero no dos, ¿por qué no habría de valer lo mismo para Palestina e Israel?

El paradigma de los dos estados no se sostiene, e incluso como señalan muchas analistas “ha muerto”. Se trata de elegir entre democracia (con sus defectos) o discriminación. Israel también es consciente de ello pero prefiere ganar tiempo apostando por el actual status quo, y de esa forma evitar que sus violaciones de los derechos humanos y crímenes de guerra acaben ante un tribunal internacional.

La ocupación de Cisjordania no es para proteger a Israel, sino para mantener y ampliar la infraestructura de las colonias. Al mismo tiempo, el sitio y agresión constante a Gaza no es para evitar los ataques con cohetes sino para castigar colectivamente a la población. Hay quien ha señalado que la salvaje agresión a Gaza podría ser una cruel cortina de humo que Israel utilizaría para continuar con su colonización ilegal de Cisjordania, al tiempo que apuntala los pilares de un futuro Gran Israel.

Este status quo supone la solución menos mala para los actuales intereses de Israel. Esa fotografía nos muestra la guettización de Gaza y la ocupación y colonización de Cisjordania, y como señala un historiador palestino, “los guettos inevitablemente tienden a luchar contra los que les someten a esa situación”. Por ello, los defensores de la reacción de Israel como “autodefensa” ocultan una premisa, que el pueblo palestino está ocupado, y que Israel está defendiendo esa ocupación.

Bajo la estrategia de ocupación, permanente violencia y ciclos de treguas y nuevas agresiones, Israel pretende acabar con cualquier intento de unidad palestina, al tiempo que persigue continuar expandiendo las colonias y el status quo actual.

Las consecuencias de esta última escalada de Israel se están mostrando cada vez con mayor claridad. A los apologistas del status quo defendido por Israel se les hace cada día más difícil seguir defendiéndolo ante la opinión pública de sus respectivos países. La histórica impunidad del estado sionista puede tener los días contados (las acusaciones de usos de armas ilegales y de crímenes de guerra ganan peso por momentos).

La retórica de la victimización del sionismo puede estar también tocando a su fin y cada día se hace más difícil para los dirigentes de Israel mantener a ese estado dentro de los estándares internacionales.

A pesar de discursos-trampa, como esos que pretenden equiparar cualquier crítica u oposición a las salvajadas de Israel como anti-semitismo (el pueblo palestino también es semita), cada día son más las personas, instituciones y estados que están comenzando a distinguir entre israelí, sionista o judío. Porque como señalan muchos judíos, ellos no están representados por Israel, y sobre todo sionismo y judaísmo son dos términos muy diferentes.

Finalmente, los acontecimientos de estos días también están sirviendo para derribar otro mito. No estamos ante un conflicto entre árabes y judíos, sino ante la ocupación de Palestina por parte del estado de Israel. La actuación de Arabia Saudita, Egipto o Jordania, verdaderos aliados del estado sionista, nos muestran los verdaderos objetivos e intereses que históricamente ha movido a dirigentes de algunos estados árabes en torno a Palestina. La utilización interesada de las demandas palestinas es abandonada cuando se enfrentan a la geoestrategia de los citados dirigentes.

Las presiones sauditas, la propuesta envenenada de Egipto, la cooperación de Jordania o las propuestas no publicadas de EEUU (apoyo militar y tecnológico, para controlar "sin ser visto”) muestran claramente la parcialidad de esos actores.

Como apuntaba recientemente un periodista británico, la actual fotografía nos muestra “un pueblo ocupado, que ante la destrucción sistemática de su país y la negación de sus derechos, ha decidido utilizar la violencia”.

La clave para entender el conflicto reside en la ocupación de Israel y su opresión hacia el pueblo palestino. No se trata por tanto, de cohetes, ni de “escudos humanos” o túneles. Estamos hablando del permanente control que Israel ejerce sobre la tierra y el pueblo palestinos.


Txente Rekondo.- Analista internacional 

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