jueves, 2 de octubre de 2014

Hayy, el bendito encuentro

Hayy, el bendito encuentro


Es este golpe de realidad lo que reafirma en el corazón del peregrino una idea: “el Tawhid o la Absoluta Unicidad del Creador”


02/10/2014 - Autor: Redacción - Fuente: Islam Hoy



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El Hajj es el quinto pilar del Islam.
El Hajj es el quinto pilar del Islam.

Dice el Creador del Universo en el Corán: “(…) y el Peregrinaje a la Casa es una obligación que los hombres deben a Allah, (obligación para) todo aquel que pueda encontrar forma para ir”. (Sura de la Familia de Imran, 96).

Como forma de vida, el Islam es a todos los niveles un sistema educativo de incomparable eficacia. Un sistema, que oponiéndose ferozmente al humanismo, busca perfeccionar la humanidad del ser humano; otorgar al ser humano la capacidad de gobierno sobre sí mismo, mediante la perfección gradual de su desarrollo espiritual. Es debido a esto que entre las prácticas de todos los Profetas, Santos (Awliya) y Verdaderos Eruditos se encontraba la denominada “jalwa” o “seclusión”, cuya piedra angular y objetivo es el par desapego–apego (en este mismo orden).

Desapego de todo aquello que vela el corazón del ser humano y lo aleja de Su Creador, incluso si es permitido por la Ley Sagrada. Y a continuación, apego hacia todo aquello que eleva su conciencia y la conecta con Su Señor. Todo ello hasta que la persona alcanza ese bienestar, paz y conformidad propia de los enamorados, que estando juntos no necesitan ni buscan nada más.

Describiendo este estado espiritual, “maqam”, dijo el gran erudito Sheij Abdel Qader al Yilani dirigiéndose al Señor Eterno: “Aquel que Te ha encontrado, ha encontrado todo y aquel que Te ha perdido, ha perdido todo”. Es decir, junto a Allah no existe necesidad de lo otro, lejos de Allah la necesidad de algo más nunca cesará.

Como sistema regulador, el Islam garantiza el equilibrio entre una vida de apego y una vida de desapego cumpliendo con los derechos y deberes del Creador; sin, por otro lado, descuidar o ser negligente con aquellos elementos de la vida como el trabajo, la familia y el resto de seres creados con los que se nos pide interactuar de la mejor forma posible. De esta manera, el individuo se convierte en un elemento vibrante y enriquecedor que contribuye positivamente a la sociedad y por supuesto se ilumina a sí mismo.

Para alcanzar este fin, la llamada Peregrinación o Hayy es en sí misma una Escuela Educacional o “Madrasa Tarbawiyah”. Esta institución abarca todos aquellos aspectos capaces de elevar al peregrino a ese equilibrio en el par desapego-apego, terminando por situar su corazón en esa estancia espiritual “maqam” de complacencia y paz con Su Creador, Subhanahu wa Ta´âla.

El peregrino comienza su experiencia alejándose y abandonando temporalmente la gente a la que está apegado, el trabajo al que está apegado, la casa a la que está apegado, la mismísima cama en la que está acostumbrado a dormir y la mismísima ropa que está acostumbrado a vestir. Por lo que el abandono del “gheir” (todo lo que inunda el corazón aparte de Allah) orienta al peregrino hacia una única dirección: el ascetismo o “zuhd” de lo mundanal, aunque este desapego sea temporal.

Dice Allah en Su Bendito Mensaje: “(…) y quien en ellos se consagre para hacerla (la peregrinación), deberá abstenerse (durante la peregrinación) del rafaz (cualquier tipo de acción erótica, así como palabras obscenas), del fusuq (desobediencia) y del yidal (debatir, discutir)”. (Sura de la Vaca, 197).

De esta manera, los primeros diez días del Sagrado mes de Dhul Hiyyah se convierten en un curso intensivo de autocontrol y disciplina del alma pasional, del alma irascible y de los susurros del ego; en pos de un único objetivo: El buen carácter (husn al juluk). Dijo el Profeta, al que Allah le dé Su gracia y paz: “Lo que más hará entrar a la gente al Paraíso es el buen carácter”.

Fue en ocasión de la Peregrinación que el Profeta, al que Allah le dé Su gracia y paz, ilustró uno de los más grandes Principios Universales: “La sinceridad en la intención”. Dijo el Mensajero, al que Allah le dé Su gracia y paz: “Las acciones solo valen por sus intenciones. Cada uno consigue lo que se propone; por tanto, todo aquel que emigra hacia Allah y su Mensajero, su emigración ciertamente es hacia Allah y su Mensajero. En cambio, aquel que emigra para ganar algo de este mundo o para casarse con una mujer, su emigración es hacia aquello a lo que ha emigrado”.

Tras el desvelamiento de apegos mundanales, malos hábitos y vacías intenciones, el peregrino siente el tacto humano de la igualdad. Desapegándose de su familia para apegarse a una marea humana de millones de personas; los cuales él reconoce como sus hermanos, quienes visten igual y se encuentran en igual situación, sin que la riqueza del rico sea marca distintiva, ni el poder del poderoso causa de diferenciación. El gobernador y el gobernado, el recto y el menos recto, hombro con hombro, desapegándose del “yo y mis circunstancias” al grito de “labbeik”, “a Tu servicio” oh Allah.

Actuando, aunque sea temporalmente, como aquello que hemos sido y deberemos volver a ser: “Una Sola Nación”, una sola Umma. “Vosotros sois hijos de Adam, y Adam vino del polvo. Que la gente deje de jactarse de sus antepasados”. (Sunan Abu Daud, Libro 41, Número 5007).

Al tiempo que gira alrededor de la Sagrada Casa “tawaf”, el peregrino se desapegará de los cosméticos mundanales que le hacen verse como un ser especial y alrededor del cual gira toda su existencia. Para así pasar a apegarse a la concepción real de quien realmente es: “Un ser humano más de entre los millones y millones de seres humanos que habitan este planeta”.

Y es este golpe de realidad lo que reafirma en el corazón del peregrino una idea que pasa de la superficialidad propia del plano de los conceptos a la realidad propia de la testificación per se: “el Tawhid o la Absoluta Unicidad del Creador”, es decir, solo Él es Único.

Por lo que, una vez desapegado de las trivialidades mundanales, la desobediencia, la falta de sinceridad y el egocentrismo, al peregrino solo le queda recordar, al mirarse vestido en las ropas de su mortaja, “al ihram”, que la única razón de su existencia es vivir entonando con lengua y corazón: “¡Labbeik Allahuma Labbeik!”, “¡A tu servicio, oh Allah, ya vamos!”.



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