viernes, 31 de octubre de 2014

Política exterior del Estado sionista.

Política exterior del Estado sionista. La lógica interna del sionismo político: la expansión sin fin y su papel en la política de bloques.

31/10/2014 - Autor: Roger Garaudy - Fuente: Musulmanes Andaluces
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Roger Garaudy.
III.  Política exterior del Estado sionista. La lógica interna del sionismo político: la expansión sin fin y su papel en la política de "bloques"
La política exterior de expansión y de agresión está inspirada en los principios fundamentales del sionismo, al igual que su po­lítica racista.
La expulsión, el expolio y la masacre de la población palestina, para sustituirla por una población extranjera, provocaron la cólera no sólo de la población autóctona palestina, que vivía allí desde hacía cuatro mil años, sino también la desconfianza de todo el mundo árabe.
De hecho, tras la creación del Estado sionista de Israel, el Próximo Oriente se ha visto inmerso en sangre y fuego: la inva­sión ha desencadenado ya cinco guerras: 1948, 1956, 1967, 1973 y 1982.
Incluso aquí es conveniente referirse a la primera formula­ción de Herzl, que no es más que una vuelta a la «promesa» bíblica: «Desde el Eúfrates al río de Egipto». Esto significa no sólo toda Palestina, sino también Jordania, sur del Líbano, una parte de Siria, de Irak y de Arabia Saudí.
Las «capturas» sucesivas de Jerusalén en Jordania, del Golán en Siria y del sur del Líbano significan que la amenaza no es algo ilusorio.
Como tampoco lo significa el hecho de que el Estado sionista jamás ha respetado la legislación internacional ni los compro­misos adquiridos.
El Estado de Israel es el único en ser admitido en la ONU sin condiciones previas: el 11 de mayo de 1949, se comprometió, para conseguir este reconocimiento oficial:
1)  A no violar el status de Jerusalén.
2)  A permitir a los árabes que volvieran a sus casas.
3)  A respetar las fronteras fijadas por la decisión de par­tición.
Sin embargo, desde su creación, toda resolución de las Na­ciones Unidas y cualquier tratado, no han dejado de ser «papel mojado» para el Estado sionista.
Ben Gurión, cuando se refirió a la resolución de las Naciones Unidas sobre la partición, es decir, al acto mismo del nacimien­to del Estado Israel, dijo: «El Estado de Israel considera que la resolución de Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947, es nula e inexistente» 1.
La evolución del sionismo, en cuanto a su política exterior, está determinada por dos etapas:
a)   Antes de la Segunda Guerra Mundial, el sionismo pro­gresa poniéndose al servicio de los intereses de las distin­tas potencias colonialistas, según la táctica de Herzl: «En Asia, seremos un bastión avanzando de Occidente». (El Estado judío.)
b)  Después de la Segunda Guerra Mundial, el Estado sio­nista de Israel progresará convirtiéndose en el instru­mento del más poderoso imperialismo: el de Estados Unidos, para quien, y gracias a la excepcional situación estratégica de Palestina, vigilará no sólo el Canal de Suez, sino también, según palabras de Sharon, los Dardanelos y el conjunto del Golfo.
La praxis política se corresponde con esta teoría singular: coger la tierra, y expulsar a sus habitantes. Tal es la ley de la jungla instaurada por el Estado sionista desde sus comienzos y en virtud de su propia esencia: la resolución de Naciones Unidas sobre la «partición» de Palestina, jamás fue respetada por los dirigentes israelíes. Como hemos visto, ya entre la decisión sobre la partición el 29 de noviembre de 1947 y el final efectivo del Mandato británico, los comandos sionistas se apoderan de terri­torios atribuidos a los árabes, tales como Jaffa y San Juan de Acre.
Cuando, para proteger a los palestinos de las masacres de Deir Yassin (9 de abril de 1948), los Estados árabes tratan de intervenir, los dirigentes del Estado sionista tiene ocasión de anexionar nuevos territorios: del 56 por 100 del territorio de Palestina que las Naciones Unidas le habían concedido, ocupan, al final de la Primera Guerra Arabe-israelí, el 80 por 100.
La leyenda de «pueblo pequeño», amenazado por el gigante árabe, y que de hecho sobrevivió a base de proezas militares, no puede sostenerse ante la realidad de los hechos: sin hablar de la actual situación, en la que el ejército israelí cuenta, cuantitati­va y cualitativamente, con material de guerra infinitamente superior al de todos los Estado árabes, ya en la guerra de 1948, todos los ejércitos juntos de Egipto, Siria, Jordania, Líbano e Irak contaban con menos de 22.000 hombres, mientras que los soldados de Israel eran 60.000.
Este rol estratégico mundial, capital en el enfrentamiento entre los bloques2, explica el que Israel pueda fijarse, bajo un «encubrimiento» bíblico, sus pretensiones expansionistas sin fin.
A través del mito del «Gran Israel», prometido a los ante­pasados, los dirigentes israelíes no han cesado de «justificar» su política expansionista, sus agresiones y sus anexiones.
«Si se posee la Biblia, decía Moshé Dayan en agosto de 1967, y si nos consideramos como el pueblo de la Biblia, igualmente deberíamos poseer las tierras bíblicas, las de los Jueces y las de los Patriarcas.»
A partir de tales «principios», las fronteras deben ser elásticas. «Consideren la Declaración de la Independencia de Estados Unidos. No contiene mención alguna a límites territo­riales. Nosotros no estamos obligados a fijar los límites del Estado»3.
Muy significativamente, Ben Gurión evoca el «precedente» americano en el que, efectivamente, durante un siglo, la fronte­ra permaneció en situación de mutación (hasta el Pacífico, en donde se proclamó «el cierre de la frontera») en función de los éxitos en la «caza a los Indios», dirigida a hacerles retirarse de sus tierras y apoderarse de ellas.
Ben Gurión dice con toda claridad: «No se trata de mante­ner el statu quo. Tenemos que crear un Estado dinámico, orien­tado a la expansión».
Pero, incluso este primer impulso, les pareció insuficiente a los dirigentes israelíes: elNew York Times, del 9 de marzo de 1964, publicaba unas declaraciones de Ben Gurión (ya en franca retirada), en las que decía: «El territorio de Israel podría haber sido aún mayor si el general Moshe Dayan hubiera sido el jefe de Estado Mayor durante la guerra de 1948». El general Allón. que desempeñó importantísimas funciones durante la guerra de 1948, decía: «Cuando el primer ministro y el ministro de Defensa Ben Gurión (sobre quien el presidente Truman había presionado insistentemente) dieron la orden de detener el avance de nuestro ejército, estábamos a punto de conseguir la victoria... en el Litani (río de Líbano) por el Norte, y, al sudoeste hasta el desierto del Sinaí. Algunos días más de combate nos habrían permitido... liberar a todo el país».
No era más que una parte dejada: cuando tuvo lugar la nacionalización del Canal de Suez por el presidente Nasser, los dirigentes sionistas de Israel vieron que era momento propicio para llevar a cabo una nueva extensión territorial en alianza con los ingleses, que vigilaban el Canal, y el gobierno francés que, en plena guerra con Argelia, esperaba atacar en Egipto a los dirigentes de la guerra de liberación y a su aliado. La operación fue concertada, en Francia, por Moshe Dayan y Shimon Peres, y, por parte francesa, por el general Challe (uno de los futuros jefes del «complot de los generales»de Argel) y el gobierno francés4.
Esta nueva expedición fue detenida gracias al freno impues­to por americanos y soviéticos. Pero el «gran designio» perma­necía. Menahem Begin había escrito que:«Eretz Israel será devuelto al pueblo de Israel todo entero y para siempre»5.
En 1967, los dirigentes israelíes deciden dar un nuevo paso. La guerra es su manera de resolver sus problemas: en 1967 había 96.000 parados sobre una población activa de 950.000 personas. La emigración rebasaba a la inmigración (10.000 ciudadanos aproximadamente abandonaban Israel anualmente). La entrega de fondos provenientes de las colec­tas de la diáspora (sobre todo de la americana) había alcanzado sus niveles más bajos. Una guerra victoriosa permitiría resolver todos los problemas a la vez: movilización y ocupación de terri­torios para liquidar el paro; clamores sobre las amenazas a la «seguridad» de Israel para estimular las colectas de dinero, y, victorias para volver a dar confianza a los inmigrantes.
La idea de la «guerra preventiva» entraba en la lógica del sistema sionista: el día 12 de octubre de 1955, Menahem Begin declaraba en el Knesset: «Creo profundamente en la necesidad de lanzar una guerra preventiva contra los Estados árabes. Así lograremos nuestros dos objetivos:
—En primer lugar, la destrucción del poderío árabe.
—En segundo lugar, la expansión de nuestro territorio».
La «Guerra preventiva» de 1967, la «Guerra de los Seis Días», comenzó por una operación parecida a la de los fascis­tas japoneses que, el 7 de diciembre de 1941, en Pearl Harbour, (Islas Hawai), sin declaración de guerra, sorprendieron y des­truyeron la flota americana del Pacífico. El 5 de junio de 1967, las escuadrillas israelíes, sin declaración de guerra, destruyeron en el suelo la aviación egipcia.
El 12 de junio de 1967, Levi Eskhol, primer ministro, anunció ante el Knesset que «la existencia del Estado de Israel dependía sólo de un hilo, pero que la esperanza de los dirigen­tes árabes de exterminar a Israel ha sido liquidada».
Ningún dirigente israelí podía creerse esta mentira dirigida a los ilusos y para consumo, tanto interno como externo. Un antiguo ministro de Israel, Mordekai Bentov, la denunció en público: «Toda esta historia sobre la aniquilación ha sido inventada e incrementada para justificar la anexión de nuevos territorios árabes»6. Lo cual confirmaba, por parte militar, el general Ezer Weizmann: «Jamás ha existido peligro alguno de exterminio»7, o el general Matityahn Peled: «La tesis según la cual el peligro de genocidio pendía sobre nuestras cabezas en junio de 1967, y que Israel combatía por sobrevivir físicamente, no era más que un bluff, surgido y desarrollado después de la guerra»8. Incluso el general Rabin afirmó: «No creo que Nasser quisiera hacer la guerra. Las dos divisiones que envió al Sinaí el 14 de mayo no bastaban para lanzar una ofensiva contra Israel. El lo sabía, y, nosotros también»9.
La agresión y la mentira conjugadas, permitieron a Israel ocupar el Sinaí. Mentira, porque los representantes oficiales del Estado sionista no habían cesado de afirmar que no buscaban ninguna anexión.
«Israel no desea territorio alguno de sus vecinos», declaraba el representante de Israel ante Naciones Unidas, Michel Comay, el 8 de noviembre de 1966 (U.N Document A/SPC. PV 505). No tenemos ningún proyecto de invasión», decía Moshe Dayan en una emisión radiofónica el 5 de junio de 1967. Declara­ciones que hay que poner en paralelo con las del general Hod, comandante de la aviación Israelí:«Dieciséis años de preparativos han sido ejecutados en 80 minutos» (Se trata del ataque del 5 de junio de 1967). «Vivíamos según este plan, constantemente lo perfeccionábamos»10.
La felonía era gratificante: los sionistas, después de 1967, ocuparon un territorio tres veces mayor que el que les fue asignado en la partición de 1947. Pero, simultáneamente, rea­parecían los deseos de nuevas conquistas.
En el mes de julio de 1968, Moshe Dayan declaraba: «Durante los últimos cien años, nuestro pueblo se ha entregado a la tarea de construir este país, esta nación ya en expansión, trayendo cada vez a más judíos y creando más colonias para extender nuestras fronteras. No dejemos decir a ningún judío que este proceso está terminado. No dejemos decir a ningún judío que estamos casi al final del camino».
El mismo Dayan decía, en 1967: «Nuestros padres lograron las fronteras que nos reconoció la Partición. Nuestra generación ha conseguido las fronteras de 1949. Ahora, la generación de la «guerra de los seis días», ha conseguido alcanzar Suez, Jordania y los altos del Golán. No se ha terminado. Después de las líneas del actual alto el fuego habrá otras nuevas. Estas fronteras se extenderán más allá de Jordania, acaso hasta el Líbano e incluso hasta la Siria central»11.
En 1972, Golda Meir respondía en una entrevista: «¿Qué territorio considera necesario para la seguridad de Israel? Golda Meir: «Si Vd. quiere decir que tendríamos que trazar una línea, eso es algo que no hemos dicho. Lo haremos cuando sea necesario. Pero, uno de los puntos fundamentales de la política de Israel es que las fronteras del 4 de junio de 1967 no pueden ser restablecidas mediante un tratado de paz. En la frontera tiene que haber cambios. Queremos cambios en nuestras fronteras, en todas las fronteras, para bien de nuestra se­guridad»12.
Tras el frenazo de 1973, la escalada de la política co­lonialista de Israel se prosigue inflexiblemente, sobre todo después de los acuerdos de Camp David, de septiembre de 1978 (el Munich egipcio) que hicieron factible la multiplicación de las colonias en los territorios ocupados, la anexión de Jerusalén, la anexión del Golán, y, en 1982, la invasión del Líbano.
La importancia de la agresión contra el Líbano, en el verano de 1982, no se debe al carácter excepcional ni a su im­provisación: la operación había sido preparada desde decenas de años antes. Estaba en la lógica de la lucha del colonialismo y del fascismo israelíes con vistas al Lebensraum«el espacio vital». Lo verdaderamente nuevo es que, por vez primera, un gran número de judíos de todo el mundo, y, algunos de Israel incluso, así como millones de occidentales, comenzaron a tomar conciencia de la mistificación de que eran víctimas desde hacía más de un tercio de siglo: es triste que haya tenido que haber masacres de decenas de millares de hombres, mujeres, niños y ancianos; que Beirut haya tenido que ser destruida, la infamia de Sabrá y Chatila, para que, más allá de mitos por los que se cegaba a estas gentes, se diseñe la cara verdaderamente auténtica, colonialista, racista, y, cada vez más fascista, de la doctrina del sionismo político y de la praxis real del Estado de Israel.
La mentira era tan flagrante que era difícil, a pesar de todo el camuflaje y endulzamiento de la prensa y televisión por no querer hacer ver la realidad y su horror.
La guerra del Líbano pone de manifiesto esta verdad esencial: cada guerra acometida por el Estado de Israel, desde su creación, se inscribe en la lógica interna de la doctrina sionista.
Ninguna de dichas guerras ha tenido como causa la «respuesta a una amenaza exterior» del «pequeño David» contra el «Goliat árabe». Lo veremos cuando estudiemos el equilibrio de fuerzas militares.
Ninguna de estas guerras ha tenido como causa cualquier «agresión», y todos los pretextos invocados han sido mentira. En el caso del Líbano esto es particularmente evidente.
Los dirigentes israelíes invocaron, en primer lugar, para jus­tificar la declaración de guerra, el atentado contra uno de sus diplomáticos en Londres, atentado atribuido inmediatamente a la OLP. La señora Thatcher aportó ante la Cámara de los Co­munes, la prueba de que el citado crimen había sido hecho por un enemigo declarado de la OLP. Inmediatamente después del arresto de los criminales y de la encuesta policial, declaraba:
«En la lista de las personalidades a abatir, encontrada en manos de los autores del atentado, figuraba el nombre del res­ponsable de la OLP en Londres... Lo cual prueba que los asesinos no tenían, como lo pretendía Israel, el apoyo de la OLP... No creo que el ataque israelí contra el Líbano sea una represalia consecutiva a este atentado: los israelíes encontraron en él un pretexto para reabrir las hostilidades»13.
Este desmentido a la propaganda israelí pasó prácticamente desapercibido en Francia, mientras que destruía la leyenda de «legítima defensa», que había servido de pretexto a esta nueva agresión.
El gobierno sionista de Israel bautizó inmediatamente esta operación: «Paz en Galilea», invocando una pretendida violación de los acuerdos de «alto el fuego» por parte de los Palestinos. El testimonio del corresponsal del Washington Post en Tel Aviv, Jonathan Randal, es categórico:
«La embajada israelí en Washington entregó una lista de treinta y dos pretendidas violaciones caracterizadas. Un examen profundo del documento reveló, sin embargo, que todas ellas habían tenido lugar dentro de la zona/tapón fron­teriza del comandante Haddad, bautizada "Líbano libre". La primera violación israelí del cese el fuego, el 21 de abril, en cuyo transcurso aviones de guerra israelíes causaron la muerte de veinte personas, e hirieron a más de sesenta, fue decretada como represalia por la muerte de un oficial que había saltado sobre una mina con su jeep estando en territorio situado más allá de la franja de Haddad, bajo control nominal de la ONU. Teóricamente, al menos, ningún israelí tenía por qué estar allí, como tampoco en el territorio de Haddad. La OLP no reac­cionó. Ciertamente, el 9 de mayo, desde la bolsa por ella con­trolada en los alrededores de Tiro, envió treinta salvas en direc­ción de Israel, con la ayuda de sus aliados izquierdistas libaneses, pero lo hizo después de que los aviones israelíes hubieran atacado ferozmente Damour y Zahrani, a comienzos de la tarde, sin razón aparente. Washington sabía ahora a qué tenía que atenerse acerca de las exageraciones israelíes que, sin grandes inconvenientes, se hizo llegar a la embajada de Estados Unidos en Beirut en el sentido de que era inútil seguir enviando insistentes noticias para restablecer la verdad»14.
Hasta el 6 de junio de 1982, dos días después de intensos bombardeos en el Sur del Líbano, el gobierno israelí anunció que el objetivo de la operación «Paz en Galilea», era atacar una zona desmilitarizada de 40 kilómetros de profundidad (apro­ximadamente la tercera parte del territorio libanés) con el fin de proteger la zona fronteriza norteña de Israel.
Para comprender que la invasión del Líbano nada tiene que ver con el atentado de Londres, ni con ninguna amenaza sobre Galilea, basta con situar el objetivo Líbano en la perspectiva del proyecto sionista del «Gran Israel».
En un momento en que ningún diplomático israelí era atacado, en que la OLP no existía, y en el que ningún «terrorismo» amenazaba Galilea, la invasión del Líbano había sido pro­gramada hacía mucho tiempo en el calendario de las anexiones sionistas: en su Diario, con fecha de 21 de mayo 1948, Ben Gurión escribía: «El talón de Aquiles de la coalición árabe, es el Líbano. La supremacía musulmana en este país es artificial, y puede ser sustituido fácilmente; un Estado cristiano tiene que ser instaurado de este país. Su frontera sur será Litani. Fir­maremos un tratado de alianza con este Estado. Después, cuando hayamos roto la fuerza de la Legión árabe y bombardea­do Ammán, barreremos TransJordania, tras lo cual, caerá Siria. Y si Egipto se atreviese a hacernos la guerra, bombardearíamos Port Said, Alejandría y El Cairo... Así terminaría esta guerra y habríamos vengado a nuestros antepasados contra Egipto, Asiría y Caldea»15.
Desde la formación del gobierno Begin (comienzos de agosto 1981), el nuevo ministro de la guerra, Ariel Sharon, definió sus objetivos, que nada tenía que ver con la «Paz en Galilea». En 1974 ya escribía:
«¡Es necesario golpear, golpear sin cesar! Hay que atacar a los terroristas en cualquier lugar: en Israel, en los países árabes y más allá. Yo sé cómo hacerlo, y yo mismo lo he hecho. No sólo hay que actuar después de sus acciones, sino todos los días, y en todos los lugares. Si se sabe que algunos están en los países árabes, o en Europa, hay que perseguirlos allí donde actúen... No a pleno día. Bruscamente alguien desaparece... O se le en­cuentra muerto... En otro lugar alguien es apuñalado en cual­quier night-club europeo...»16.
Ahora, como ministro de Defensa, tiene los medios para llevar a cabo esta política.
También aquí hay dos testimonios concordantes e irrebati­bles, el periodista israelí Jonathan Randal, y el del embajador de Francia en Beirut durante la guerra del Líbano, Paul-Marc Henry, que demuestran la inanidad del pretexto de la «Paz en Galilea», y del objeto de los «cuarenta kilómetros»:
«Apenas algunos meses después de su acceso al ministerio, Sharon sostenía públicamente que la zona de influencia militar de Israel, en la década de los años ochenta, tenía que extenderse más allá del mundo árabe, para englobar a Turquía, Irán, Pa­kistán, y prolongarse hasta el África Central y África del Norte». Israel, aclaraba, era «la cuarta potencia militar mundial». Como tantos otros antes que él, en una situación análoga, Sharon estaba en favor de una política ofensiva, pre­firiendo librar sus batallas en territorio enemigo. Sus objetivos, destinados a asegurar a Israel una hegemonía sobre todo el Próximo Oriente, estaba claramente delimitada. Contaba aplastar a la OLP como fuerza política y militar en el Líbano; anexionar los territorios de Cisjordania y de la franja de Gaza ocupados por su país; destronar al rey Hussein para entregar a los Palestinos que formaban ya cerca de las dos terceras partes de su población. Después, quería desestabilizar Siria e Iraq e inspirar a los reinos conservadores proamericanos del Golfo Pérsico una mezcla de terror y de gratitud por haberles librado de lo que los israelíes consideraban como el chantaje de la OLP y para protegerles de las usurpaciones de la revolución iraní.
Esta «Paz hebraica» volvería a hacer suya el viejo sueño de liquidar el dominio de los musulmanes sunníes sobre el conjunto de Oriente Medio, si no mediante la creación de Estados bien dispuestos y dependientes, gobernados por minorías religiosas, en todo caso animando a sus aspiradores»17.
El embajador francés añade una precisión mostrando claramente cómo esta operación se enmarcaba lógicamente, y premeditadamente, en los proyectos de los dirigentes america­nos sobre Oriente Medio, en particular sobre el Líbano, pro­yectos naturalmente aprobados por los dirigentes sionistas: «El Plan Kissinger, escribía, veía precisamente la solución de la crisis del Próximo Oriente en una total redistribución de los mapas territoriales, lo cual era, de hecho, una puesta en tela de juicio total del gran acuerdo de la primera post-guerra, con­firmada justamente en 1945: se trataba de legitimar y estabilizar definitivamente, en fronteras reconocidas para todos, el Estado de Israel, el cual estaría rodeado de mini-Estados independientes, con un carácter étnico o confesional minoritario. En esta pers­pectiva, deseada por otra parte por numerosos militantes sio­nistas, incluidos el general Sahron y Menahem Begin, los pa­lestinos de instalarían definitivamente en el Sur del Líbano, bajo control directo e indirecto de Israel, y bloqueado, al Norte, por un pequeño Líbano, dominado por los maronitas, en alianza estrecha con un mini-Estado druso. En cuanto al poder alahita en Siria y en el norte del Líbano, se habría visto confirmado y consolidado en un Estado autónomo federado en una Siria que habría vuelto a encontrar sus fronteras históricas, siendo el Golán el precio de esta concesión mayor»18.
La agresión contra el Líbano, para los Begin, Sharon y su banda, no es más que un capítulo de la historia de los proyectos de desmantelamiento de todos los países del Próximo Oriente, en la prolongación de la «balcanización» de la región por los colonialistas anglo-franceses, relegados por Estados Unidos, y del nacionalismo y colonialismo sionistas, que se integran per­fectamente en este plan.
Al estudiar, en 981, la preparación de la guerra de 1982, el embajador de Francia escribía que el equipo dirigente israelí: «está formado en la escuela de la guerra permanente. Su con­vicción es que la seriedad de Israel no podía encontrarse en las garantías de la comunidad internacional, sino solamente en la realización del Gran Israel protegido por una zona de seguridad al Sur, al Este y al Norte».
«El año 1981, a pesar de las treguas obtenidas por Philip Habib, fue, en última instancia, una larga preparación de la guerra abierta en 1982. Desembarcos helitransportados cerca de Nabatieh, incursiones aéreas israelíes sobre los campos palestinos del sur del Líbano y posteriormente en los aledaños del sur de Beirut, bombardeos sobre las posiciones de la FAD en la Bekaa, y, finalmente, la crisis de los misiles que marca el enfrentamiento directo entre Siria e Israel sobre el Líbano, todos estos actos culminan en el ataque aéreo del 16 y 17 de julio de 1981. Cinco puestos estratégicos que unen el sur del Líbano con el Norte son destruidos, Beirut-Oeste y sus barrios populares son bombardeados»19.
Esta premeditación y esta lógica interna del sionismo vienen confirmadas por un testigo irrecusable, Shimon Shiffer, periodista israelí cuyo libro apareció en Israel, en hebreo, levantando una polvareda, pero sin que ninguna de sus re­velaciones hay sido desmentida.
La guerra del Líbano era inevitable. Está profundamente inscrita en los principios fundamentales de sus diseñadores: Menahem Begin, Eriel Sharon y Rafael Eytan; la guerra era la deducción de los acontecimientos producidos en la región tras la firma de los acuerdos de Camp David entre Israel y Egipto.
La actitud de Begin fue la resultante de una idea fija... la idea de una guerra preventiva para liquidar a la OLP en el Líbano. «No más guerra de desgaste», como había hecho sus predecesores. Así justificaba su punto de vista: durante el verano de 1981, Israel había destruido el reactor nuclear iraquí, y, a pesar de las pesimistas previsiones de una viva reacción in­ternacional, no sucedió nada.
Sahron y Eytan, que habían recurrido eficazmente a la fuerza, aplicaron sobre el terreno los principios fundamentales de Begin, principio compartidos por ambos»20.
El pretexto de «defender a los cristianos» amenazados con ser «masacrados» ya no era menos falaz. Randal ofrece un testimonio de las masacres organizadas por los falangistas, es­pecialmente a partir de 1975 y 1976.
«Milicias cristianas habían matado a centenares de civiles, kurdos, libaneses pertenecientes a la secta de los musulmanes chutas, y palestinos, desarmados en su mayoría. Esta fue la ma­sacre de Karantina, perpetrada a dos pasos del edificio en el que las Fuerzas libanesas realizaban sus consejos de guerra.
»Karantina fue también la primera masacre libanesa que pre­sencié. Milicianos que llevaban alrededor del cuello enormes cru­ces de madera, drogados con hashish y cocaína, algunos de ellos con cascos que habían sobrado a los nazis, asesinaron en medio del regocijo»21.
Y añade: «Desde 1975, la mayoría de los muertos libaneses han sido musulmanes y no cristianos. En 1982, sobre todo, cuando tuvo lugar la invasión israelí, fueron muy pocos los cristianos que perdieron la vida, por pura mala suerte, mientras que la operación causó, según estimaciones libanesas, diecinueve mil víctimas, en su mayoría civiles libaneses»22.
La prueba nos la ofrece el Diario del ex-primer ministro de Israel, Moshe Sharett. Este Diario se publicó en hebreo en 1979, por el hijo de Moshe Sharett, a pesar de los esfuerzos de los actuales dirigentes israelíes para que tan humillante edición no se hiciera.
A la luz de los acontecimientos actuales, cuyas causas profundas revela este Diario, el texto manifiesta una inigualable lucidez en el análisis y previsiones:
El 27 de febrero de 1954, Sharett señalaba que Ben Gurión, exprimer ministro recientemente dimisionario, Pinhas Lavon, ministro de Defensa, y Moshe Dayan, jefe del Estado Mayor, soñaban con un golpe de estado en Siria para invadir el Líbano. Incluso Ben Gurión pensaba que, si Iraq invadía Siria, algo posible, «era el momento de la sublevación en el Líbano —es decir, los maronitas— e incitar a la proclamación de un Estado cristiano». Sharett protestó: «He dicho que era un sueño. Los maronitas están divididos. Quienes están a favor del separatismo cristiano son débiles y no se atreverán a nada. Un Líbano cristiano estaría obligado a renunciar a la región de Tiro, Trípoli y la Bekaa. Ninguna fuerza podrá devolverle a Líbano las di­mensiones que tenía antes de la primera guerra mundial, porque perdería toda su viabilidad económica. Ben Gurión, encolerizado, me respondió: Comenzó proponiendo una jus­tificación histórica de un pequeño Líbano. Si se crea un hecho de facto, las potencias cristianas no se opondrán. Yo hice valer que no había ningún dato que permitiera crear semejante situación y que si comenzábamos a agitar y cometer atropellos, nos veríamos mezclados a algo que nos avergonzaría. Ante estas palabras se desencadenó un torrente de invectivas respec­to a mi falta de valor y miopía política. Había que enviar emisarios y gastarse el dinero. No hay dinero, dije. La respuesta, reflexionada, fue que era una tontería. Había que encontrar dinero, y, si no había en el Tesoro, habría que acudir a la Agencia Judía; para una empresa semejante se podrían arriesgar cien mil, quinientos mil, un millón de dólares, todo lo que se quisiera, a condición de que pudiera hacerse algo; entonces habría una redistribución definitiva en Oriente Medio, y comenzaría una nueva era. Me cansé de discutir con una tormenta».
El mismo día en que Sharett escribía estas líneas, Ben Gurión, desde el kibbutz de Neguev, al sur de Sde Boker, al que se había retirado, hizo prevalecer el hecho de que el Líbano «era el escalón más débil de la cadena formada por la Liga (Árabe)...»
Acaso (porque en política nada hay ciertamente seguro) el momento es propicio para establecer un Estado cristiano en nuestras fronteras. Sin nuestra iniciativa y enérgica ayuda, no pasará nada. Y creo que es hoy ésta la misión esencial, o al menos, una de las principales misiones de nuestra política ex­terior, para lo cual tenemos que invertir medios, tiempo y energías y tratar por todos los medios de que en el Líbano se produzca un cambio radical. (Eliahu) Sasson y todos nuestro arabólogos tienen que ser movilizados. Si se necesita dinero, no hay que regatear dólares, incluso si hay que hacerlo a fondo perdido. Tenemos que concentrar en ello todas nuestras fuerzas, posiblemente habría que hacer venir a Reuven (Shiloah, otro arabólogo) con esta misma finalidad. No nos perdonarán que dejemos esta ocasión histórica. No hay nada que pueda provocar a las grandes potencias. En realidad, no tenemos que actuar «indirectamente», sino que, en mi opinión, habría que hacer todo con rapidez y con todas nuestras fuerzas.
«Evidentemente, el objetivo no puede lograrse sin reducir las fronteras del Líbano, pero, si en mi país o fuera de él, existen personas exiliadas que podrían ser reclutadas para establecer un Estado maronita, no se necesitarían fronteras mayores, ni una gran población musulmana. Por lo tanto, estas consideraciones no son importantes».
«Desconozco si tenemos en el Líbano a gente de los nuestros, pero existen muchas maneras de actuar si se decide llevar a la práctica todo lo propuesto».
El 18 de marzo de 1954, Sharett respondía a la carta señalando que «no hay razones para intentar crear desde el exterior un movimiento que no existe en el interior. Un hálito de vida se puede conservar mientras existe. Pero, por lo que sé, en el Líbano no existe en la actualidad ningún movimiento capaz de convertirlo en un Estado cristiano en el que las decisiones de última hora estuvieran en manos de la comunidad maronita».
Sharett creía que, en el fondo, los franceses habían mantenido su apuesta de crear un Estado mitad cristiano, mitad musulmán, capaz de funcionar.
«La transformación del Líbano en un Estado cristiano está hoy fuera de lugar si interviniese cualquier iniciativa exterior. Yo tengo ciertas reservas hacia mi afirmación al hablar así de una "iniciativa exterior", porque no descarto definitivamente la posibilidad de que ello pudiera suceder de una oleada de choques en Oriente Medio, que causaría particiones radicales y echaría por tierra los actuales esquemas existentes, de modo que pudieran surgir nuevas formaciones.»
«No sólo los cristianos no eran mayoritarios en el Líbano, sino que la minoría greco-ortodoxa no quería saber nada de un Estado cristiano dominado por los maronitas —declaró Sharett. Los principales jefes maronitas habían decidido que su mejor triunfo estaba en asociarse con los musulmanes. La propuesta de Ben Gurión serían "desastrosa" porque era susceptible de desgarrar de un solo golpe el tejido de la cooperación entre cristianos y musulmanes dentro del actual marco libanés que se ha ido formando gracias a un obstinado trabajo y al precio de enormes sacrificios de toda una generación; al hecho de haber arrojado a los musulmanes del Líbano en brazos de Siria, y, finalmente, última etapa del proceso, al poner en la cabeza del Líbano cristiano la catástrofe histórica de su anexión a Siria y la total desaparición de su identidad dentro de una gran Siria musulmana.»
Sharett quería saber aquello que haría creer a cualquiera que las zonas en que eran mayoría aceptarían ser disociadas del resto del país, que la Liga Árabe u Occidente se contentarían con mirar sin intervenir, y que «la sangrienta guerra, que tendrá que estallar, después de estos intentos, quedará confinada al Líbano no era viable más que después de su unión a las zonas musulmana en 1920. Para volver a la situación anterior—prose­guía Sharett— no bastaría una operación quirúrgica, sino una ruptura de órganos a la que el Líbano no podría sobrevivir». El primer ministro, sin embargo, no estaba en desacuerdo con los fines: «Acogería con alegría esta agitación (en la comunidad maronita) en sí, tanto por la desestabilización que provocaría como por los desórdenes que creía dentro de la Liga Árabe, porque desviaría la atención al conflicto árabe-israelí porque se incendiaría la chispa de los deseos cristianos de independencia. Pero ¿qué hacer? El fermento no existe. Ante semejante situación, temo que todo intento por plantear el tema, por parte nuestra, sea considerado como una frivolidad y superficialidad, o peor aún, como un deseo digno de los peores aventureros de querer aprovecharse del bienestar y la supervivencia de otros hombres, y como una voluntad de sacrificar su felicidad en beneficio de una ventaja táctica momentánea para nuestro país.»
«Más aún, si el tema no tuviera que permanecer secreto, sino comunicado a la opinión pública —cuyo riesgo no hay que menospreciar en el contexto de Oriente Medio— el perjuicio que nos causaría ante los Estados árabes y potencias occidentales sería incalculable; perjuicio por el que el éxito eventual de la operación propiamente dicha no nos aportaría compensación alguna».
La respuesta de Sharett no convenció a Ben Gurión, y no pudo disuadirle de proseguir el proyecto de desestabilizar al Líbano. Más de un año después, el 16 de mayo de 1955, en una reunión con altos funcionarios de los ministerios de Defensa y Asuntos Exteriores, Ben Gurión, que ocupaba de nuevo la cartera de Defensa, volvió a insistir en lo que Sharett llamaba «su viejo sueño» de intervenir en el Líbano. Entonces existía cierta tensión entre Iraq y Siria, y la «posibilidad de una invasión iraquí de Siria» incitó a Ben Gurión a sugerir que los drusos y chiítas posiblemente aceptarían unirse a la desestabilización. Sharett, el 16 de junio de 1955, dijo que, para Moshe Dayan: «Todo lo que nos falta por encontrar es un oficial o un capitán incluso al que habría que ganar para nuestra causa, o comprarlo para que aceptara ser el salvador de los maronitas. Entonces, el ejército israelí penetraría en el Líbano, ocuparía los territorios que fueran necesarios y todo marcharía sobre ruedas. El te­rritorio del sur del Líbano será totalmente anexionado por Israel».
Moshe Sharett, el 28 de junio de 1954 afirmaba: «El jefe de Estado Mayor aprueba la idea de servirnos de una marioneta, de modo que el ejército de Israel pueda aparecer como quien responde a un llamamiento para liberar al Líbano de sus opresores musulmanes. Si escuchamos al Jefe de Estado Mayor, pondríamos en marcha el tema mañana mismo, sin esperar el más mínimo signo de Bagdad, pero quiere mostrarse paciente y esperar a que el gobierno iraquí haga lo que tiene pensado y conquiste Siria. Ben Gurión no tardó en señalar que su propio plan no tendría que ser ejecutado más que a costa de una conquista de Siria por Iraq».
Sharett anota: «No quiero meterme en una gran discusión con Ben Gurión a propósito de sus proyectos, tan estupendos como imprudentes, cuyo primer aspecto, y totalmente fuera de la realidad, es verdaderamente sorprendente para sus oficiales de Estado Mayor».
Sharett deplora «la falta de seriedad realmente espantosa» de los militares, y «su profunda actitud respecto a los países vecinos, y, en particular, ante los temas más complejos referen­tes a la situación interna y exterior del Líbano». El escribía: «He visto claramente cómo aquellos que han salvado al país por su heroísmo y sacrificio durante la guerra de independencia serían capaces de provocar una catástrofe si se les dejase las manos libres en tiempo normal».
A propósito de Ben Gurión señala: «Siempre ve al Líbano como en la época del imperio otomano —un cuerpo independiente, cuya población estaba formada mayoritariamente por cuya población estaba formada mayoritariamente por cristianos maronitas. Pero, en el sueño del Gran Líbano, los maronitas han perdido desde hace tiempo su superioridad numérica, los or­todoxos gravitan hacia la órbita siria, los musulmanes cons­tituyen una mayoría en crecimiento gracias a su mayor tasa de natalidad, los refugiados palestinos han formado esta mayoría y han hecho que los maronitas sean un tercio; la comunidad maronita ha perdido toda audacia y empuje, la mayoría de sus jefes están en connivencia con los musulmanes y la Liga Árabe, y cualquier intento por empujarles hacia la revolución es sus­ceptible de causarles una reputación universal y causarles una aplastante derrota».
Calificándolo de «quimera», el 17 de junio de 1965, al proyecto de Moshe Dayan, Moshe Sharett reconoce que el mismo ha comenzado a ejecutarse: «La verdad es que tenemos relaciones con un determinado grupo», dentro del Líbano, «que hemos realizado muchos intentos por sondear a otros más y que, en especial, habría que establecer algunos contactos con el ejército libanés».
En el mismo mes de junio de 1965, Sharett señala el deseo de rechazar un pacto de seguridad ofrecido por Estados Unidos, porque «pondrían cadenas a nuestra libertad de acción militar», y añade que el Jefe de Estado Mayor había elaborado una especie de doctrina de la «guerra-igual-a-la-paz», siguiendo el modelo anunciado por George Orwel en 1984. El Estado «puede, no —debe— inventarse peligros y, para ello, hay que adoptar el método de la provocación-seguida-de-venganza... y, por encima de todo, esperamos una nueva guerra con los países árabes a fin de poder, por fin, desembarazarnos de nuestros problemas y adquirir nuevos espacios», escribió Sharett en su diario, antes de añadir: «Ben Gurión ha dicho que valdría la pena entregar un millón de libras a un árabe para que comience una guerra».
Estos extractos del Diario de Sharett tienen un carácter premonitorio leídos a la luz de los acontecimientos acaecidos en el Líbano desde 1975: la guerra se ha tragado al Líbano; Israel ha captado a un oficial cristiano renegado, y, más tarde comandante, Saad Haddad, que ha ejecutado efectivamente sus órdenes en la zona fronteriza del sur del Líbano; el Líbano ha sufrido la ocupación militar de Siria (y de Israel); los generales israelíes han terminado por tener en sus manos las riendas del Líbano hasta el punto de comprometer la reputación inter­nacional y la seguridad de su propio país.
Lo que Moshe Sharett había previsto y denunciado, se ha cumplido al pie de la letra: con la complicidad de sus «co­laboradores» falangistas, traidores a su país en otros tiempos, Quisling en Noruega o los «milicianos» de Laval en Francia, los políticos y generales del Estado sionista invadieron el Líbano, arrojándolo en sangre y fuego, y terminando por un «fiasco».
La «colonización» de las falanges llamadas «cristianas» (creadas en 1939 por Pierre Gemayel, gran admirador de Hitler, según el modelo de las «falanges» del general Franco), con los sucesivos gobiernos israelíes, fue públicamente revelada en el Knesset en el momento de la tensa campaña electoral de 1981 en que se enfrentaron Shimon Peres y Menahem Begin.
La opinión pública de Israel y del Líbano, pudo entonces conocer las fases de esta colaboración, cuya macabra co­ronación serán los «progroms» de Sabrá y Chatila, en sep­tiembre de 1982.
Nada más concluirse la masacre, el 13 de abril de 1975, de palestinos civiles a manos de los falangistas, los primeros contactos entre los asesinos y los dirigentes israelíes tuvieron lugar en la embajada de Israel en París23.
Los asesinos, mejor armados ahora por los sionistas is­raelíes, pudieron actuar a gran escala: acosando al campo palestino de Tel Al Zaatar, consiguieron de Benjamín Ben Eliezer que el gobierno israelí les entregase las armas necesarias para la masacre.
La operación fue revelada con todo detalle en el Knesset, cuando Ariel Sharon, para responder a los ataques de Shimon Peres y de los laboristas acerca de su responsabilidad en la masacre de Sabrá y Chatila, reveló las de los laboristas (en particular de Shimon Peres, entonces ministro de Defensa), en Tel Al Zaatar, en agosto de 1976.
En el trascurso de una pesada sesión del Knesset, dedicada a discutir las masacres de Sabrá y Chatila, Sharon acusó con su dedo a los líderes de la oposición laborista: también ellos se habían comprometido en la masacre de Tell Al-Zaatar, en la que las milicias cristianas habían ejecutado a palestinos durante la guerra civil de 1976. El Knesset estaba totalmente confundido; incluso el primer ministro y el gobierno estaban chocados por los propósitos y modos de Sharon. El tema fue confiado al consejo de seguridad israelí.
Durante la reunión, Sharon leyó extractos de unos do­cumentos puestos en circulación por los servicios secretos a mediados de agosto de 1976, referentes a los acontecimientos de Tel Al-Zaatar. Dos periodistas, que consiguieron entrar en el campamento, afirmaron haber visto los cuerpos de apro­ximadamente sesenta niños, mujeres y ancianos, con el vientre abierto. La Cruz Roja precisó que tres mil personas habían sido ejecutadas en Tel Al-Zaatar. El 12 de agosto, dos meses después del asedio, el campamento había caído en manos de los cristianos. Según Sharon, la cruz Roja había afirmado que, durante la masacre, barcos israelíes habían prohibido la entrada por mar de una asistente médico en el Líbano. Todo esto había sido publicado en la prensa internacional. Volviéndose hacia el líder del partido laborista, Shimon Peres, Sharon dijo: «No estamos sencillamente ojeando los archivos, sino viendo nuestras relaciones con los falangistas durante estos últimos años. Usted fue el primero en mantener contactos con ellos, nosotros los proseguimos. Nosotros y ustedes obedecemos a los mismo principios morales, y he aquí lo que yo quería probar con estos documentos que datan de su época. Usted ayudó a los cristianos incluso después de la masacre.Esta es la relación que une, por un lado, Tell Al-Zaatar, y por otro, Sabrá y Chatila»24.
En agosto de 1976, el antiguo presidente «cristiano» del Líbano, Camile Chamoun, se entrevistó con Shimon Peres a bordo de un barco con pabellón israelí en la rada de Jounieh.
A finales de 1979, centenares de falangistas estaban en­trenándose en Israel.
El 27 de diciembre de 1979, Camile Chamoun y Bechir Gemayel visitaron a Begin en Talbieh. «Aquella noche no se habló sólo de los «problemas militares», sino de la contribución israelí a la propaganda de las ideas falangistas en el mundo... .
Los israelíes habían incluso comprometido a David Garth, el célebre experto norteamericano en relaciones públicas. Bechir Gemayel y David Kimche se habían entrevistado previamente, en Europa, con Garth, conviniendo la formación, en Estados Unidos, de un lobby favorable a los cristianos libaneses. Además, Israel había congregado a un determinado número de grupos políticos en Francia a los que apoyaba»25.
Engañar a los cristianos y a los socialistas era un objetivo prioritario para los israelíes y sus «colaboradores» falangistas.
Sharon pasó una noche y dos días en Beirut-Este, con la milicia cristiana, para preparar la invasión. A mediados de febrero, la operación era uno de los secretos cantados en la capital libanesa, e Israel había recomenzado a abastecer armas y municiones a los cristianos. Estas entregas tenían lugar, pre­ferentemente, en Tabarja, en un pequeño cobijo llamado «la embajada de Israel».
El 12 de febrero de 1982, Bechir Gemayel había recibido, en Beirut, a Sharon, el cual le comunicaba su plan: «Beirut será asediada (estamos lejos del atentado de Londres y de la Ope­ración "Paz en Galilea" R. G.), y ustedes podrán comenzar a liberar la ciudad de los terroristas y de sus colaboradores»26. En este encuentro estaba presente Elie Hobeika, que fue quien dirigió la masacre de Sabrá y Chatila.
En conformidad a un acuerdo concluido en el encuentro con el primer ministro, Gemayel y Eytan siguieron planificando la invasión de Beirut-Oeste. El Jefe de Estado Mayor le dijo a Bechir que el Tsahal otorgaría a los falangistas toda la ayuda que necesitaran en cuanto a cobertura aérea y artillería, «como si se tratara de unidades regulares israelíes». Por lo tanto, Gemayel solicitó a Eytan dos mil kalachnikov, con dos cargadores, y cinco camiones tipo «Río», junto a otros vehículos y material de comunicaciones. El Jefe del Estado Mayor accedió de las demandas, pero Israel no trató de hacerse pagar. «Haremos las cuentas después de la guerra», concluyó Eytan 27.
El 21 de agosto de 1962 (dos días antes de la elección de Bechir Gemayel), Ariel Sharon estuvo en Beirut para entrevistarse con Pierre y Bechir Gemayel y asignarles su papel: «Ustedes tienen que limpiar los campos de refugiados en Beirut para que nuestras relaciones bilaterales estén basadas en el respeto y la confianza mutuos»28.
Kol Israel, boletín del ejército israelí, publicó el informe sobre la entrevista entre Begin y Bechir Gemayel al día siguiente de la elección de éste; Begin le recordaba a su ejecutor las con­diciones de la «colaboración» que le había llevado al poder: «un acuerdo de paz se firmaría entre nuestros dos países in­mediatamente después de la guerra».
Bechir Gemayel, aislado por su traición, sabía muy bien que no podía, ante el pueblo libanes, mantener este compromiso. Y exigió plazos. Dos días después era asesinado. Fue entonces cuando se pudo proseguir, a un ritmo acelerado, la sangría de Beirut.
Dejemos la palabra a Jonathan Randal:
«Teniendo en cuenta la salida de los combatientes de la OLP y del minado de las grandes carreteras libanesas por los dirigentes legionarios franceses, así como el desmantelamiento de la mayoría de las barricadas de arena, la invasión de Beirut no necesitaba ningún genio militar, y las pérdida humanas israelíes, cuya perspectiva hubiera sido ahora una de los prin­cipales elementos de disuasión, no serían muy altas»29.
Hubo veces en que se movilizaron 1.200 hombres contra posiciones palestinas que apenas contaban con doce fedayines30.
«Por qué, sino por pura venganza, Sharon había desencadenado estos tres terribles ataques, que nunca ha aclarado. En todo caso, trataba de tergiversar la realidad de lo que pasaba sobre el terreno, y utilizaba sin razón a su pesada artillería contra barrios enteros de la ciudad propiamente dicha en los que apenas había fedayines palestinos. La única explicación racional es que trataba de que los residentes libaneses de Beirut-Oeste saliesen de allí»31.
Paul Marc Henry, embajador de Francia, describía así el equilibrio de fuerzas:
«Se trata de una concentración armada sin precedente. En el fragor de la invasión, el Tsahal moviliza en el Líbano a casi cien mil hombres. Más de mil blindados (M 60, Merkava de más de sesenta toneladas, y Chieftain), así como un número equivalente de V.T.T., y M 113 son desplegados. Las columnas de blindados son totalmente autónomas y disponen de un apoyo de varios miles de vehículos diversos para asegurar el abastecimiento de armas, municiones y carburantes del ejército en campaña. Todos los destacamentos están unidos por un sistema de comunicaciones y transmisiones electrónicas, con­siderado por los expertos como el más sofisticado del mundo.
Este ejército tiende al dominio del espacio terrestre mediante la eliminación física de cualquier oposición, y tiene el control casi total del espacio aéreo...
Finalmente, la marina israelí domina por completo el espacio marítimo. Equipada de rápidas y ultra armadas torpederas (las «Cherbourg» y sus derivados), tiene capacidad para impedir todo envío de refuerzos desde el exterior, proteger cualquier intento de desembarco y aportar el apoyo de su considerable poder ofensivo para destruir las ciudades asediadas, como Beirut y Dammour»32.
Acerca del uso de esta fuerza, Radal comenta: «Indu­dablemente, los israelíes preferían, ante los métodos rudimen­tarios de los guerrilleros libaneses, la tecnología moderna y una probada potencia de fuego, los F-16, las bombas teledirigidas, el fósforo blanco, los tanques, las bombas antipersonas y los cañones de sus buques»33.
«Respecto a las cosas que pueden emocionar, sólo conozco el servicio de quemados de un hospital; en Beirut, después de que los bombardeos israelíes, conocidos por su precisión, comenzaran a arrojar obuses sobre las instituciones señaladas por enormes banderas con la cruz roja, incluido el cuartel general de Comité Internacional de la Cruz Roja, los afor­tunados hospitales instalados en el sótano y garajes, eran atroces. Los cirujanos tuvieron que dedicarse, a lo que ellos bautizaron la «amputación de Begin», es decir, a la amputación de miembros destrozados por las bombas anti-personas y otros proyectiles sofisticados utilizados por los israelíes»34.
Sólo quedaba asesinar a los palestinos de los campos.
El testimonio de un testigo ocular, el embajador de Francia, Paul Marc Henry, es especialmente sobrecogedor
«La orden general dada al ejército israelí para entrar en Beirut Oeste en las primeras horas de la mañana del 15 de sep­tiembre indica precisamente que «no entraremos en los campos de refugiados. El barrido y limpieza de los mismos serán rea­lizados conjuntamente por la Falange y el ejército libanés». En cuanto al ejército libanés, está «autorizado a entraren cualquier sitio de Beirut, según lo pida». De hecho, según el Informe Kahane, la entrada de las falanges en los campos de refugiados ya había sido decidida, de común acuerdo, entre el general Sharon, ministro de Defensa, y el general Drori, a las ocho y media de la tarde anterior.
«En el transcurso del día 15, el ejército israelí había pro­cedido al bloqueo completo de la zona de los campos, de lo que pudimos darnos cuenta nosotros mismos saliendo de la Re­sidencia des Pins»35.
¿Qué valor tenía este pretexto?
El pretexto de la entrada de las fuerzas israelíes en Beirut-Oeste y de sus auxiliares, los falangistas, era que se trataba de «prevenir el riesgo de violencia, de derramamiento de sangre y el caos, debido a que unos dos mil terroristas equipados con armamento pesado y material sofisticado se había quedado en Beirut, en flagrante violación del acuerdo sobre su evacuación». Jamás recibió un indicio de prueba. Tampoco ha sido objeto de análisis sirio. Tampoco fue recogido posteriormente para justificar el crimen cometido...
...Las operaciones de grupos falangistas en los campos, y cuyos resultados se estiman en cerca de mil víctimas casi todas ellas civiles —porque, de hecho, ningún grupo terrorista pa­lestino fue identificado en estos campos— fueron cubiertas por un secreto absoluto hasta la mañana del sábado 17 de sep­tiembre. Los únicos indicios visibles de una intensa actividad habían sido dados por la iluminación, casi como de día, de los campos durante las noches del jueves y el viernes; y del viernes al sábado, por las «lucecitas» del ejército israelí 36.
He aquí ahora la cronología de la masacre, analizada por Shimon Shiffer:
Miércoles, 15 de septiembre de 1982.
«Ocho horas. El ministro de Defensa llega a un avanzado puesto de mando, instalado por el Tsahal en Beirut. El Jefe de Estado Mayor le pone al corriente de los acuerdos con los fa­langistas. Estipulan una movilización general, el toque de queda, y la entrada de los falangistas en los campos de re­fugiados. Sharon da su consentimiento; después, telefonea al primer ministro desde el tejado del puesto de mando, le informa que no hay resistencia y que todo se desarrolla según lo previsto.
»Once horas. El portavoz del ejército israelí anuncia: "Después del asesinato del presidente Bechir Gemayel, el Tsahal ha entrado en Beirut-Oeste esta noche con el fin de hacer reinar el orden y evitar disturbios más graves"37.
«Mediodía. El ministro de Defensa se entrevista con los jefes de las Falanges en el cuartel general de su partido en Beirut. "La situación es crítica, dice Sharon, y ahora tenemos que tomar decisiones. Estamos con ustedes y les daremos todo el apoyo necesario".»
Jueves, 16 de septiembre de 1982.
10 horas. Eytan señala: «Toda la ciudad está en nuestras manos. Todo está en calma. Los campamentos están aislados y rodeados. Los falangistas entrarán entre las once y mediodía.
12 horas. Los comandantes falangistas llegan para celebrar la primera reunión con el Tsahal, antes de penetrar en los cam­pamentos palestinos de Sabrá y Chatila. Según sus planes, pe­netrarán ciento cincuenta soldados.
19 horas. El teniente Aloul, encargado de las fuerzas del cuartel general de Beirut, escucha una conversación por radio entre un oficial falangista que ha entrado en los campos y Elie Houbeika, jefe de operaciones especiales de la Falange. El oficial tiene a cincuenta mujeres y niños y pide a Houbeika qué debe hacer. El otro le responde: «Es la última vez que me haces este tipo de preguntas. Sabes exactamente qué es lo que debes hacer». De pie, en el tejado del cuartel general de la Falange, los falangistas se ríen a carcajadas. Aloul comprende que estas mujeres y niños van a ser asesinados, y tiene prisa por informar al comandante del grupo.
Viernes, 17 de septiembre de 1982.
15 horas treinta. El Jefe del Estado Mayor llega al aeropuerto de Khaldé, cerca de Beirut. Es cibido por el jefe de mando-norte, quien le acompaña hasta el cuartel general de la Falange. Drori le comunica lo que sabe acerca de los actos de los fa­langistas. Escucha sin hacer comentario alguno.
16 horas treinta. Se celebra una reunión en el cuartel ge­neral de la Falange. El Jefe de Estado Mayor expresa satis­facción a las Fuerzas Libanesas por la conducta sobre el terreno. En resumen, declara que pueden proseguir la limpieza de los campos evacuados al sur de Fakhani hasta las cinco de la mañana del día siguiente, hora a la que tendrán que poner fin a sus actividades por presiones americanas. Los líderes falan­gistas piden palas excavadoras para destruir las construcciones no autorizadas que se habían hecho en los campamentos palestinos. Eytan acepta entregarles una.
Entonces intervendrá la coartada macabra de la «Comisión Kahane», encargada de realizar la investigación sobre los acontecimientos: su conclusión será la«responsabilidad in­directa» (!) de los israelíes.
Begin, al menos será más sincero: «No judíos han matado a no judíos, y se nos acusa de ello».
El Informe Kahana, destinado a camuflar el horror ante la opinión pública israelí e internacional, reivindicado una «de­mocracia» capaz de de investigar sus propios crímenes, tenía un doble objetivo:
1)  Atribuir a faltas de hombres lo que proviene de la lógica implacable de un sistema: el sionismo político y su sangrienta aplicación por el Estado de Israel.
2)  Hacer creer que se trata de errores o fallos cuando esta acción —la eliminación física de los palestinos— estaba pro­gramada desde hacía años por los israelíes y sus «colaboradores» falangistas.
Begin «desestimó» la eventualidad de represalias falangistas contra los palestinos; Sharon «descuidó la actuación» cuando fue informado sobre las matanzas; Shamir«cometió el error» de no intervenir. El Jefe del Estado Mayor «no evaluó» el riesgo que corría la población civil de los campamentos.
Mientras que los proyectos elaborados desde hacía años, las relaciones permanentes con los «supletorios» falangistas; el perfecto conocimiento de los hechos por parte de los jefes po­líticos y militares responsables, hacen irrisoria esta parodia de justicia que no duda ante una mentira deliberada del informe sobre los hechos: «El Informe Kahane sostenía que los soldados israelíes no podían ver lo que estaba sucediendo en las calles de los campamentos, incluso con la ayuda de gigantes telescopios instalados en el tejado del puesto de mando. Los periodistas que subieron los seis pisos del inmueble no tuvieron dificultades para verlo con sus propios ojos»38.
Así, los criminales de guerra se lavaron las manos: Sharon y Shamir fueron de nuevo ministros, Begin abandonó porque quiso. Raphael Eytan goza de un excelente retiro.
Naturalmente, nada de esto hubiera sido posible para Israel sin la luz verde de los dirigentes de Estados Unidos y el silencio cómplice de los políticos de Europa.
El 28 de diciembre de 1981, David Kimche, director general del ministerio de Asuntos Exteriores fue enviado a Washington.
«El 20 de mayo de 1982, Sharon visitó Washington, para entrevistarse con el secretario de Estado, Alexandre Haig. Haig, que nunca ha ocultado sus simpatías por Israel, negó obstinadamente haber impulsado o aprobado los proyectos de invasión del ministro israelí. Este último explicó que se entrevistó con Haig para comunicarle que Israel pensaba invadir el Líbano y que, por lo tanto, Estados Unidos no tendría que sorprenderse, como cuando sucedió con el ataque contra la central nuclear iraquí. En el Líbano, declaraba Haig, «es tal la situación que no podemos esperar mucho tiempo para actuar». El expresidente Cárter, a continuación, aseguró que el secretario de Estado había dado luz verde a Israel para su operación»39.
Israel estaba ya a las puertas de Beirut cuando el primer ministro Begin acompañado por sus adjuntos y el jefe de los servicios secretos del Tsahal, viajó a Estados Unidos el 15 de junio de 1982.
Junto con Randal, podemos extraer la siguiente conclusión:
«Todas las pruebas disponibles indican que el gobierno Reagan no hizo nada para impedir la operación durante sus primeras fases, en contra de la reacción inicial, extremadamente enérgica de Cárter, en marzo de 1978, cuando los Israelíes ya habían invadido el Líbano. En 1982, los Estados Unidos rechazaron varias veces dar su acuerdo a los proyectos de re­solución del Consejo de Seguridad de la ONU que obligaban a Israel a retirarse inmediatamente del Líbano. Más aún, incluso votaron tan constantemente a favor de Israel que todos los Maquiavelo de Oriente Medio estaban convencidos de que Haig estaba activamente con ellos»40.
Es así como se aclara perfectamente, por encima de los mitos sobre la «seguridad» o la «paz en Galilea» el sentido de la guerra del Líbano, tal y como, por otra parte, lo revela el nuevo ministro de Begin, el profesor Ne'eman (del partido Tehiya, nacionalista religioso de extrema derecha) en 1982: «Israel tiene una excelente ocasión para instaurar un orden nuevo en el Lí­bano... El ejército tiene que prepararse para permanecer allí durante mucho tiempo. Durante este tiempo, Israel podrá mejorar su situación económica y técnica en la región que, históricamente, es parte integrante del Eretz Israel..., siendo posible integrar al plan de desarrollo la parte sur del Líbano hasta el Litani...»41.
Naturalmente, al igual que sucede después de cada escala, los dirigentes sionistas recuerdan la necesidad de ir más lejos para conseguir realizar los objetivos del sionismo político a largo plazo. Ahora es Ariel Sharon quien cree que «todavía no hemos hecho más que una pequeña parte del trabajo»42.
Tan cierto es eso que, para esta y todas las demás guerras de Israel, como decía el profesor Leibowitz en una rueda de prensa celebrada en Jerusalén el día 14 de junio de 1982: «El objetivo de esta guerra es preparar la siguiente».
Efectivamente, todo acontece como si los dirigentes sionis­tas aplicaran al pie de la letra el versículo del libro de Josué: «Todo lugar que pise la planta de vuestros pies, os la daré».
Es el concepto del «Gran Israel», objetivo permanente del sionismo político el que hoy recuerda al general en la reserva,
Gazit, rector de la Universidad Ben Gurión de Beersheba, al evocar los objetivos esenciales del conflicto árabe-israelí: «Es necesario que la tierra de Israel esté un día, en su totalidad, bajo dominio israelí, y, más aún, integrada en un Estado judío. Israel debe reconocer la necesidad urgente de una solución radical al problema de la presencia árabe en la tierra histórica de Israel»43.
Expulsar a los árabes de Palestina, y, desde el exterior tra­bajar para desintegrar a los países árabes, son las dos caras del proyecto sionista.
Un artículo de la revista Kivounim (Orientaciones), publica­da por la Organización Sionista Mundial en Jerusalén (nQ 14 de febrero de 1982) expone una «estrategia de Israel para la década de los ochenta».
Este texto pone de manifiesto el mecanismo mediante el que, más allá de todas las agresiones anteriores, el Estado sionista de Israel tiene en vista una intervención sistemática y general contra las estructuras de todos los Estados árabes veci­nos, con el fin de desintegrarlos.
Semejante aventura, con el apoyo incondicional e ilimitado de Estados Unidos a Israel, desencadenaría una inevitable marea, no sólo en todos los países árabes y musulmanes, sino en el conjunto del Tercer Mundo. La Unión Soviética tendría que intervenir en el transcurso del proceso. Este plan constitu­ye, pues, el detonante más peligroso de una tercera guerra mun­dial con su terrible engranaje nuclear que puede llevarnos a un suicidio planetario.
En el artículo de Kivounim se recogen los grandes temas de la «guerra fría».
«Uno de los grandes objetivos de la URSS es vencer a Occi­dente amparándose en el control de los gigantescos recursos del Golfo Arábico y del Sur de África, en donde están concentra­dos la mayoría de los recursos minerales mundiales. Podemos imaginarnos las dimensiones de esta confrontación global a la que tendríamos que hacer frente mañana. La doctrina de Gorshkov preconiza un control soviético de los océanos y de las zonas más ricas en recursos minerales del Tercer Mundo. Según las actuales concepciones de la Unión Soviética sobre lo nuclear, es posible llevar a cabo y ganar una guerra nuclear, sobrevivir a ella, y a través de ella reducir sus habitantes a la esclavitud y ponerlos al servicio del marxismo-leninismo. Este es hoy el principal peligro para la paz del mundo y para nuestra propia existencia.»
Llevado a sus últimas consecuencias (y el texto que citamos revela que los dirigentes sionistas, en la lógica de su doctrina y de su delirio, lo entrevén deliberadamente) el proyecto sionista no sólo concierne a una restringida parte del mundo: amenaza a todos los pueblos. Estos objetivos megalómanos son tanto más peligrosos por cuanto incluso en sus especulaciones mito­lógicas más alocadas, lo que el Estado sionista ha anunciado para el futuro, lo ha realizado hasta el presente.
Por tanto, reproducimos los párrafos más significativos de este artículo que emana de la Organización Sionista y desvelan las perspectivas que en la actualidad constituyen la prolonga­ción del sueño secular del sionismo político acerca del «Gran Israel».
«La reconquista del Sinaí, con sus actuales recursos, es un objetivo prioritario que los acuerdos de Camp David y los acuerdos de paz impedían con­seguir hasta la fecha... Privados de petróleo y de los recursos financieros que se derivan, condenados a enormes gastos en este campo, tenemos que actuar necesariamente para volver a la situación que preva­lecía en el Sinaí antes de la visita de Sadat y del des­graciado acuerdo firmado con él en 1979.
La situación económica de Egipto, la naturaleza de su régimen, y su política panárabe, van a desembocar en una coyuntura tal que Israel deberá intervenir... Egipto, a causa de sus conflictos internos, ya no re­presenta para nosotros un problema estratégico, y, en menos de 24 horas, sería posible llevarlo a la situa­ción en que estaba después de la guerra de junio de 1967. El mito de Egipto "líder del mundo árabe" ha muerto... y, antes Israel y el resto del mundo ára­be, ha perdido el 50 por 100 de su poderío. A corto plazo, podrá obtener alguna ventaja de la restitución del Sinaí, pero ello no cambiará esencialmente el equilibrio de fuerzas. En cuanto cuerpo centralizado, Egipto ya es un cadáver, sobre todo si se tiene en cuenta el enfrentamiento, cada vez más duro, entre musulmanes y cristianos. Su división en provincias geográficas distintas tiene que ser nuestro objetivo político en el frente occidental para el año 1990
Una vez dislocado Egipto, y privado de un poder central, países como Libia, Sudán y otros más lejanos conocerán la misma disolución. La formación de un Estado copto en el Alto Nilo, y pequeñas entidades regionales de escasa importancia, es la clave de un desarrollo histórico actualmente retrasado por el acuerdo de paz, pero ineluctable a largo plazo.
A pesar de las apariencias, el frente Oeste presenta menos problemas que el Este.
La partición del Líbano en cinco provincias... pre­figura lo que pasará en el conjunto del mundo árabe. La aparición de Siria y de Irak en regiones determina­das a tenor de criterios étnicos o religiosos, debe ser, a largo plazo, una meta prioritaria para Israel, siendo la primera etapa la destrucción de la potencia militar de estos Estados.
Las estructuras étnicas de Siria la exponen a un desmantelamiento que podría desembocar en la crea­ción de un Estado chiíta a lo largo de la costa, de un Estado sunita en la región de Alepo, de otro en Damasco, y de una entidad drusa que podría aspirar a constituir su propio Estado tal vez en nuestro Golán, en cualquier caso con Hourán y el norte de Jordania... Un Estado semejante sería, a largo plazo, una garantía de paz y de seguridad para la región. Este es un objetivo que ya está a nuestro alcance.
Rico en petróleo, y agitado por luchas intestinas, Irak está en el punto de mira israelí. Su disolución sería, para nosotros, más importante que la de Siria, puesto que es el país que representa, a corto plazo, la amenaza más seria para Israel. Una guerra sirio-ira­quí favorecería su caída desde el interior, antes de que estuviera en condiciones de embarcarse en un conflic­to de envergadura contra nosotros. Cualquier forma de confrontaciones interárabes nos será útil y apre­surará la hora de este estallido... Es posible que la guerra actual contra Irán precipite este fenómeno de polarización.
La península Arábica entera está abocada a una disolución del mismo tipo, bajo presiones internas. Tal es el caso, en particular, de Arabia Saudita: el agravamiento de los conflictos internos y la caída del régimen están en la lógica de sus estructuras políticas actuales.
Jordania es un objetivo estratégico en un futuro inmediato. A largo plazo, ya no constituirá una ame­naza para nosotros después de su disolución, el fin del reinado de Hussein y el paso del poder a manos de la mayoría palestina. A esto ha de tender la política israelí. Este cambio significará la solución del pro­blema de la orilla occidental, con una gran densidad de población árabe. La emigración de estos árabes al Este —en condiciones pacíficas o a raíz de una guerra— y la aglutinación de su crecimiento econó­mico y demográfico, son las garantías de las transfor­maciones venideras. Debemos hacer cuanto podamos por acelerar este proceso.
Hay que rechazar el plan de autonomía, así como cualquier otro que implicase un compromiso o una participación de los territorios y que supondría un obstáculo para la separación de las dos naciones: condiciones indispensables de una auténtica coexis­tencia pacífica.
Los árabes israelíes (o sea palestinos) deben com­prender que no podrán tener una patria sino en Jor­dania... y que sólo gozarán de seguridad si reconocen la soberanía judía entre el mar y el Jordán... Ya no es posible, al entrar en la era nuclear, aceptar que las tres cuartas partes de la población judía se encuen­tren concentradas en un litoral superpoblado y naturalmente expuesto; ^dispersión de esta pobla­ción es un imperativo primordial de nuestra política interior. Judea, Samaría y Galilea son las únicas garantías de nuestra supervivencia nacional. Si no conseguimos ser mayoría en las regiones montañosas, corremos el riesgo de conocer la suerte de los cruza­dos, que perdieron este país.
Nuestra principal ambición debe ser reequilibrar la región en el plano demográfico, estratégico y econó­mico; esto entraña el control de los recursos de agua de la región que se extiende desde Beer-Sheba a la Alta Galilea, y que hoy día está prácticamente vacía de judíos.»
El proyecto colonialista y racista del sionismo político, des­pués de haber implicado la expulsión, la expoliación y la repre­sión de los palestinos, además de una serie de guerras de agre­sión en el Próximo Oriente, y ahora el desmantelamiento de todos los Estados árabes, constituye en adelante una amenaza para la paz mundial.
Puede resultar paradójico que un país cuya extensión terri­torial y número de habitantes son tan reducidos, pueda desempeñar semejante papel en la política mundial.
Para entenderlo, no basta invocar su situación estratégica, aunque sea muy importante en la encrucijada de tres continen­tes. Chaim Weizman no se equivocaba cuando hacía valer, ante sus interlocutores británicos, que «una Palestina judía sería una salvaguardia para Inglaterra, especialmente en lo que concier­ne al Canal de Suez»44.
Israel tiene en sus manos, en efecto, las «llaves» de la mayor ruta comercial y militar de Occidente hacia Oriente, y si, hoy día, a causa de la transferencia de las hegemonías, ya no lo es por cuenta de Inglaterra, lo es por cuenta de los Estados Unidos. El papel de Israel, como policía del Oriente Medio, se ha vuelto todavía más indispensable para los Estados Unidos desde que ya no pueden contar (después del derrocamiento del Shah) con sus bases en Irán. Por tanto, Israel es el único que puede controlar no solamente Suez sino, a la vez, la zona petro­lífera, y proporcionar bases seguras en el Mediterráneo orien­tal. Los Estados Unidos no pueden realizar estas tareas por sí mismos (la experiencia del Vietnam los ha traumatizado en lo concerniente a su intervención directa en el Tercer Mundo). Así pues, actúan por mediación de Israel, proporcionándole una ayuda incondicional e ilimitada. Para ellos, la posición es mucho más cómoda: es posible, de vez en cuando, formular una condena verbal de Israel, pero protegiéndolo, mediante el juego del veto, de toda sanción real que menoscabe su acción, y sobre todo proporcionándole todo el dinero y el armamento necesarios para realizar estas misiones vitales, y para mantener la posición de los Estados Unidos en el equilibrio mundial. Conviene poner de relieve, por ejemplo, que los Estados Unidos proporcionan al ejército israelí las armas más sofistica­das. El International Herald Tribune del 22 de julio de 1982, informaba que«el gobierno israelí habrá gastado este año cinco mil millones y medio de dólares en armamento y equipos militares. Un tercio de esta suma proviene del Tesoro ame­ricano».
La casi totalidad del equipo del ejército israelí ha sido obte­nido a partir del programa de ayuda militar americana en el extranjero, del que Israel ha recibido quince mil millones de dó­lares de los veintiocho mil millones distribuidos en el mundo desde 1951.
De los 567 aviones de que disponía Israel en vísperas de la invasión del Líbano, 457 habían sido comprados a los Estados Unidos, gracias a los regalos y préstamos concedidos por Washington.
A excepción del aplazamiento de la entrega de bombas de fragmentación (que, por otra parte, los israelíes ya estaban en situación de fabricar ellos mismo), no se ha producido ninguna interrupción en el suministro estadounidense de armamento a Israel. Según los oficiales del Pentágono y los propios israelíes, la venta prevista de once aviones F-15 tendrá lugar con «nor­malidad», así como la entrega, ya programada, de aviones, de misiles autodirigidos, de camiones y otros vehículos blindados.
La estrecha cooperación entre las fuerzas armadas y las in­dustrias de armamento en los dos países hace muy impopular todo proyecto de represalias americanas contra Israel. El Pentágono recibe informaciones detalladas de Israel sobre el funcionamiento de los tipos de armamento que recibe, ya que algunas de las armas aún no han sido experimentadas por el ejército americano. Tal era el caso del avión de reconocimiento Hawkeye E-2C, que fue utilizado contra los objetivos lejanos situados en Siria, en la primera fase de la guerra del Líbano.
El ejército americano puede así experimentar, en toda su magnitud, sus armas técnicas de punta, con un ejército israelí que es mucho más eficaz de cuanto podía serlo cualquier cuerpo expedicionario americano.
Desde el punto de vista geopolítico, como decían los hitle­rianos, sólo Sudáfrica, que controla aparte del Suez, la otra vía hacia Asia, El Cabo, y ejerce su presión sobre África, puede prestarle servicios análogos, aunque incomparablemente menos grandes.
Esta complementariedad, en unión de un evidente parentes­co del régimen apartheidde situaciones (conflictos permanen­tes de los unos con el mundo negro, y de los otros con el mundo árabe) es muy consciente entre Israel y Sudáfrica y se traduce en una estrecha solidaridad.
En 1976, Jewish Affairs precisaba perfectamente esta «com­plementariedad» estratégica:
«...Sudáfrica considera que el Oriente Medio —donde Israel monta guardia como un centinela mo­desto, pero irreemplazable— es la línea más avanza­da de su propia defensa. En otros términos. Israel protege y debe proteger el mayor tiempo posible la entrada del pasillo que podría convertirse en la gran vía de acceso en caso de urgencia... El porvenir del paso entre el Mediterráneo y el Océano Indico, que es crucial para Israel, no lo es menos para Sudáfrica, exactamente igual que la protección de la ruta del Cabo. Si esta región llegara a caer en manos hosti­les... la ruta marítima del Cabo sería atacada por el flanco y los problemas de seguridad resultarían, para Sudáfrica, infinitamente más graves. Para Israel, la presencia, en el extremo sur del continente africano, de una nación especialmente vigilante y económi­camente poderosa... representa un elemento esencial de una estrategia eficaz para asegurar sus defensas en retaguardia...»
Concretamente, esto se traduce no solamente en actos es­pectaculares tales como el viaje de Vorster a Israel en 1976, tanto más revelador en cuanto que Vorster, primer ministro del país más destacado por el racismo del «apartheid», tenía el grado de general, durante la guerra, en la organización pro nazi Ossawa Brandwag45, sino también por una estrecha coopera­ción militar, comercial y cultural. El diario israelí Ma'aret, de! 26 de abril de 1978, subrayaba en ocasión de dicha visita: «¿Cómo es posible que el pasado de Vorster nos deje indiferen­tes, cuando tanto empeño ponemos en escudriñar cuál fue el comportamiento, durante la Segunda Guerra Mundial, de personajes mucho menos importantes?... ¿Será que el interés nacional de Israel es más importante que la memoria sagrada de seis millones de víctimas del holocausto nazi?».
A partir de las primeras conversaciones, celebradas en 1970 por Simón Peres con el ministro surafricano de Defensa, Botha46, las relaciones han ido haciéndose cada vez más estrechas. Las compañías surafricanas utilizan Israel para burlar las sanciones económicas del resto del mundo, y el acuerdo entre Israel y la CEE, en el plano económico, indus­trial y científico, les permite introducir sus productos en los países del Mercado Común.
«Pero, aparte de todas las demás relaciones, es en el plano militar donde existe el entendimiento más fundamental entre los dos países»47.
El Times de Londres, del 3 de abril de 1976, confirma: «De­bido al embargo sobre las armas, Sudáfrica tiene algunas dificultades en conseguir material moderno: Israel es uno de los pocos países que se lo proporciona, y puede, además, hacerle beneficiario de la experiencia adquirida en el curso de las guerras contra los árabes... En el curso de los últimos años, Sudáfrica se ha identificado cada vez más con Israel y se insiste mucho en la similitud entre el desarrollo del régimen sionista y el del régimen afrikaner».
En 1976, el Presidente del Congreso Judío americano hacía saber, mediante una carta dirigida al Secretario General de las Naciones Unidas, «que observaba con disgusto que Israel figuraba entre las naciones que suministraban armas a Sudáfrica»48.
La principal «moneda de cambio» para Sudáfrica es el uranio del que dispone, y que es especialmente codiciado por Israel que ya en noviembre de 1976, poseía un arsenal de trece a veinte bombas tipo Hiroshima49.
El 19 de junio de 1975, el periódico israelí Ha'aretz publicó un artículo de Shlomo Aharonson insistiendo en la «necesidad de un reexamen de la posición estratégico-política israelí». El autor escribe: «El arma nuclear es uno de los medios que pueden acabar con la esperanza de los árabes de una victoria final sobre Israel... Un número suficiente de bombas atómicas podría causar daños enormes en todas las capitales árabes, y provocar el derrumbamiento de la presa de Asuán. Con una cantidad suplementaria, podríamos atacar las ciudades medianas y las instalaciones petrolíferas... Existe, en el mundo árabe, un centenar de blancos cuya destrucción... arrebataría a los árabes todas las ventajas que obtuvieron en la guerra de Kippur...».
Podemos, ahora, responder a esta pregunta: ¿Cómo ha sido posible que el Estado sionista de Israel haya podido adquirir semejante importancia en la estrategia global de las potencias, hasta el extremo de ser capaz, hoy día, de poner en peligro la paz mundial? El Estado de Israel no es solamente ya el repre­sentante de un colonialismo colectivo de Occidente en Oriente Medio. Se ha convertido, sobre todo por lo que a los Estados Unidos se refiere, en una pieza capital en la relación de fuerzas en el tablero del planeta.
Notas
1 Archivos del gobierno británico, «Repon of the Commission on the Palestine disturbances», agosto de 1929. Cmd. 3.530, p. 150.
2 El general George J. Keegan, jefe de los servicios secretos del ejército americano, considera a Israel como «la única clave para contrabalancear al imperialismo soviético en el Mediterráneo» (Jerusalem Post. 2 de agosto de 1977).
3 Jerusalem Post, del 10 de agosto de 1967
4 N. Lau Lavie, Moshe Dayan, A biography, p. 156
5 Menahem Begin, The Revolt Story of the Irgoun. p. 335. El New Cork Times, del 29 de noviembre de 1967, citaba una observación del general De Gaulle: «En la cuestión de Suez de 1956, los israelíes se manifestaron como un pueblo belicoso, ávido de expansión».
6 Mordekai Bentow, Al Hamismar, 14 de abril de 1972.
7 General Ezer Weizmann, Ma'ariv, 19 de abril de 1972.
8 Ha'aretz. 19 de marzo de 1972.
9 Ibldem (citado por Le Monde, del 3 de junio de 1972).
10 The Sunday Times, Londres, 26 de julio de 1967, p. 7.
11 Declaraciones publicadas en el semanario israelí: Ha Olam Hazeh, y recogidas por el Times de Londres, el 25 de junio de 1969.
12 Ma'ariv, 7 de julio de 1968
13 International Harald Tribune, del 8 de junio de 1982.
14 Jonathan Randal. «La guerre de mille ans». Ed. Grasset, 1948, p. 265.
15 Citado por Michel Bar-Zohar en Le prophete arme, biografía de Ben Gurion, p. 139
16 Yediot Aharonot, 26 de mayo de 1974
17 Randal, op. cit., p. 263.
18 Paul-Marc Henry. Les jardiniers de l'enfer. Ed Olivier Orban. París, 1984, p. 140
19 Paul-Marc Nenry, op. cit.. pp. 100 y 101.
20 Shimon Shiffer. Opération bou/e de neige, Ed. J. C. Lattés, París, 1984, páginas 281 a 283
21 Randal, op. cit., p. 28.
22 Ibidem. p. 299.
23 Sobre los detalles y cronologías de esta colaboración, ver el testimonio del periodista israelí Shimon Shiffer en su libro: Operation boule de neige. Les secrels de rinlervention israélienne au Liban, aparecido en hebreo en 1984 en Israel. No ha podido ponerse en tela de juicio ninguno de sus documentos
24 Ver: Shimon Shiffer, op. cit.. p. 225
25 Shimon Shiffer, op. cit.. pp. 50-51
26 Shimon Shiffer, op. cit.. p. 22.
27 Ibídem, p. 180.
28 Ibídem. p. 197
29 Randal, op. cit.. p. 30.
30 Ibídem. p. 239
31 Randal, p. 274
32 Paul Marc Henry, Les jardiniers de l'enfer, op. cit.. p. 124
33 Jonathan Randal, op. cit.. p. 278
34 Ibídem, p. 273
35 Paul Marc Henry, op. cit., p. 207
36 Ibtdem. pp. 208 y 209
37 Shimon Shiffer, op. cit.. pp. 211 a 221.
38 Randal, op. cit.. p. 36
39 Randal, op. cit., p. 266
40 Randal, op. cit., p. 266
41 Jerusalem Post. del 24 de junio de 1982. Recordemos que en la carta que dirigió al Congreso de Versailles, en 1919, Chaim Weizmann escribía: «Las fronteras del Estado de Israel prometido deberán llegar a todo el Líbano Sur para sacar provecho de sus riquezas naturales».
42 Entrevista de Ariel Sharon con Oriana Fallad, en la revista Europea de Milán, del 28 de agosto de 1982
43 Yedioth Aharonot del 15 de enero de 1982
44 Véase: Chaim Weizmann, Nacimiento de Israel
45 Vorster escribía en 1942: «Nosotros estamos a favor de un "naciona­lismo cristiano", que es un aliado del nacionalsocialismo. En Italia se le llama fascismo, en Alemania "nacionalsocialismo" y, en Suráfrica, "nacionalismo cristiano"». (Citado por Hepple: Suráfrica: los trabajadores bajo el apartheid.)
46 Véase Sechaba, abril 1970.
47 C. L. Sulzberger, New York Times del 30 de abril de 1971.
48 Ha'aretz, 14 de noviembre de 1976.
49 Brian Beckett en Middle East Internacional, de noviembre de 1976.

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