Religiosidad, sexualidad, oportunidades y percepciones
Hablar de los jóvenes árabes es referirse a realidades muy diversas y formas distintas de ver la vida
04/11/2014 - Autor: Haizam Amirah Fernández - Fuente: Revista Culturas - Fundación Tres Culturas
Jóvenes durante la celebración de la segunda vuelta de la primera ronda de las elecciones parlamentarias en El Cairo, Egipto, 15/11/05/ Mike Nelson
Gran parte del interés que despiertan los jóvenes árabes entre los estudiosos y analistas occidentales viene dado por la percepción de dos amenazas que se asocian a ellos: el radicalismo religioso y la emigración ilegal. Esto suele eclipsar otras dinámicas sociales y políticas que afectan a amplios segmentos de las sociedades árabes. El auge de la religiosidad entre la juventud de la región es un hecho irrefutable, aunque esconde tras de sí dimensiones superpuestas en cuanto a sus orígenes y consecuencias que no siempre son fáciles de discernir. Con más del 60% de la población de Oriente Medio y el norte de África menor de 25 años, el fervor religioso de los jóvenes tiene implicaciones directas para el desarrollo de sus sociedades y las relaciones de éstas con el exterior.
La generación con mayor esperanza de vida en la historia de los árabes se encuentra, a día de hoy, atrapada en sistemas sociopolíticos que no ofrecen oportunidades suficientes de desarrollo personal ni demasiado optimismo de cara al futuro. Para muchos jóvenes, las opciones que ven ante sí son el desempleo o subempleo, la emigración hacia países desarrollados o la identificación con los movimientos religiosos que prometen mayor justicia social y buen gobierno. La excepción es la minoría de jóvenes que tiene acceso a los recursos, bien sean de las enormes rentas de los hidrocarburos en los países productores o por su posición privilegiada dentro de los sistemas clientelares. Incluso cuando la apatía es una realidad generalizada entre muchos jóvenes, esta puede convertirse en activismo de distintos tipos si se dan las condiciones adecuadas.
Juventud e insatisfacción
Hablar de los jóvenes árabes es referirse a realidades muy diversas y formas distintas de ver la vida, algunas abiertamente enfrentadas entre sí, pero también es referirse a una sensación que se repite con demasiada frecuencia entre ellos: la insatisfacción, bien sea por motivos económicos, sociales, políticos o sexuales. Las expectativas y esperanzas de una proporción importante de los jóvenes árabes se ven truncadas por razones que les vienen impuestas por los sistemas sociales en los que viven.
La insatisfacción de los jóvenes árabes no debe extrañar a nadie, a la luz del diagnóstico de la región realizado en los Informes sobre Desarrollo Humano Árabe, que fueron elaborados por intelectuales árabes y publicados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) entre 2002 y 2005. En ellos se señalan los tres déficits que padece el mundo árabe (déficit de libertad, de protección de la mujer y de acceso al conocimiento). Es bien sabido que, sin libertad, la frustración de las personas aumenta, más si cabe entre los jóvenes. El Informe publicado en 2004, que llevaba por subtítulo Hacia la Libertad en el Mundo Árabe, ponía de manifiesto que “las libertades en los países árabes se ven amenazadas por dos tipos de poder: el de los regímenes no democráticos y el de la tradición y el tribalismo, a veces con la religión como excusa. Estos dos poderes … han minado la fuerza y la capacidad de progreso del buen ciudadano”.
La juventud árabe vive sometida a estructuras sociales que refuerzan la supresión de sus libertades con cada nueva etapa de su vida. La discriminación es la norma y se manifiesta de distintas formas. En mayor o menor medida, la persistente cultura del tribalismo genera discriminación en función de la fortuna, el acceso a los recursos y el poder que tiene cada uno. La autoridad suele estar en manos de grupos y familias poderosas, bien por ser numerosas o por estar fuertemente cohesionadas. En ese contexto, no es difícil convencer a jóvenes desilusionados y sin muchas esperanzas de que esas estructuras sociales son anti-islámicas, pues violan el principio fundamental de la igualdad de todos los musulmanes ante Dios y ante la Ley.
Religión, religiosidad y radicalismo
La religiosidad o el sentimiento religioso no necesariamente tienen que estar ligados a un conocimiento profundo de una religión concreta. La religiosidad puede llegar de forma casi repentina como consecuencia de determinadas situaciones personales, de las tendencias en el entorno social o de la acción de factores catalizadores, como puede ser un portador carismático de un mensaje religioso. La religiosidad, entendida y practicada de una forma dogmática y restrictiva, suele estar reñida con los valores humanistas que se pueden encontrar en cualquier religión. En lo que respecta a los jóvenes árabes, resulta complicado medir su grado de religiosidad por distintos motivos. Por un lado, las realidades nacionales son diferentes de un país a otro e influyen mucho en las actitudes y preferencias de los jóvenes. Por otro, los datos sobre la observancia religiosa de esos jóvenes –en su inmensa mayoría musulmanes, pero también de las minorías cristianas– son muy escasos. Los regímenes de la región –autoritarios y clientelares todos ellos, cada uno a su manera– no tienen interés en darle voz a esa juventud, pues es una posible fuerza de cambio demasiado poderosa como para hacerle ver que sus opiniones cuentan y que tiene la capacidad de transformar el sistema.
Por motivos obvios, existe un gran interés en torno al radicalismo religioso entre los jóvenes árabes. Sin embargo, en la mayoría absoluta de los casos, este no es violento, pero sí puede convertirse en un paso previo para quienes quieran hacer uso de la violencia en nombre de la religión para cambiar su entorno. De hecho, muchos musulmanes que se consideran religiosos rechazan de lleno los planteamientos radicales de otros que también dicen ser religiosos. Aunque con frecuencia resulte invisible para muchos occidentales, existe un choque dentro de las propias sociedades árabo-islámicas entre formas de entender la vida, sean religiosas o no, muy distintas entre sí. Esa realidad rebate por sí sola la simplista y homogeneizadora teoría del choque de civilizaciones. Del mismo modo que existen los “born again Christians” (cristianos nacidos de nuevo), también existen los “born again Muslims” que demonizan a la “sociedad consumista y corrupta” porque sus integrantes “se han olvidado de Dios”. Como bien explica Olivier Roy en su libro El islam mundializado (Ediciones Bellaterra, 2003), ambos fenómenos son un subproducto de la modernidad cuando ésta se mezcla con el descontento social y la des-culturización.
Es evidente que entre ciertos sectores radicales islámicos –como también evangelistas y puritanos anglosajones– existe un odio hacia las formas de vida occidentales. Sin embargo, y al contrario de lo que pregonan aquellos que atribuyen las acciones violentas de los islamistas radicales a ese sentimiento de odio hacia Occidente, esos mismos radicales antes de convertirse en tales han tenido que sentir rechazo y desprecio por las formas de vida de sus propias sociedades árabes e islámicas.
El discurso religioso oficial (a cargo de funcionarios a sueldo del Estado) les resulta a algunos superficial y adulterado, lo que da lugar, entre otras cosas, a la aparición de corrientes y grupos religiosos relativamente más creíbles, que calan con facilidad entre los jóvenes. El estricto control social, en forma de obligado respeto a las costumbres y tradiciones que se presentan como emanadas de la religión, tiene un efecto coercitivo para la libertad y la capacidad imaginativa de los jóvenes. La tensión entre lo que se debe hacer y lo que se desea hacer produce actitudes y reacciones contradictorias entre sí y no alejadas de la esquizofrenia, sobre todo en temas como la sexualidad, los hábitos de ocio, el consumo de alcohol y estupefacientes, etc.
Sexualidad y religiosidad
La carga de las costumbres sociales y la tradición que los jóvenes árabes soportan en la actualidad es enorme. Los cambios sociales y económicos de las últimas décadas están transformando los roles de los individuos a un ritmo muy superior al de los cambios de mentalidad. Mientras que en algunos lugares se ha producido una evolución, otros han experimentado una involución. Uno de los fenómenos sociales en los que más se notan esos cambios es el retraso del acceso de los jóvenes al matrimonio. El número de jóvenes que se ven forzados a retrasar el matrimonio y la posibilidad de formar una familia no deja de aumentar. Hace tan solo una década, las dos terceras partes de los varones árabes estaban casados antes de cumplir los 30 años. Hoy son solo la mitad, bastante por debajo de la media de otras regiones del mundo.
En las sociedades árabes, el matrimonio es visto como un requisito para obtener cierta independencia de la familia y para tener una posición más respetable en la sociedad. Pero, sobre todo, el matrimonio es una garantía para que el individuo esté sexualmente activo en un entorno donde es común la segregación entre sexos. No hay que olvidar que las relaciones sexuales fuera del matrimonio siguen siendo un delito castigado con mayor o menor dureza en numerosos países árabes. Es más, con frecuencia ocurre que aquellos que buscan satisfacer sus necesidades sexuales fuera del matrimonio terminen con un fuerte sentimiento de culpa que intentan purgar mediante una mayor observancia religiosa.
Es sabido que la sexualidad juega un papel muy importante a lo largo de las distintas etapas de la vida del ser humano. Sin embargo, este es un aspecto que no es tenido en cuenta suficientemente cuando se estudian las prácticas y creencias de los jóvenes árabes. Los temas relacionados con el sexo, como los matrimonios de duración prefijada, la prostitución, la pornografía y la homosexualidad, siguen siendo tabú en el mundo árabe, aunque muy lentamente empiezan a aparecer en algunos debates públicos.
En unas economías que no ofrecen puestos de trabajo decentemente remunerados, acordes con las habilidades o aspiraciones de los jóvenes, estos alargan su etapa de dependencia familiar, lo que altera profundamente sus ciclos vitales, afecta a su autoestima y defrauda las expectativas que sus entornos tienen puestas en ellos. En todas las sociedades árabes, el matrimonio no solo está considerado como la llave de acceso a la madurez, sino que también es visto por muchos como una obligación religiosa. Por ello, no tener los medios para casarse y formar una familia añade una mayor presión y sentimiento de culpa a unos jóvenes ya de por sí desencantados con la sociedad y descontentos con su suerte. Algunas prácticas sociales extendidas no hacen más que agravar el problema, como el hecho de que las familias de las chicas pidan dotes muy elevadas para protegerlas en caso de ser repudiadas, o que las ceremonias nupciales tengan que ser multitudinarias y ostentosas. La carestía de los productos alimentarios básicos, de la energía y de la vivienda durante los últimos años está dificultando más la situación.
Al no casarse, muchos jóvenes se quedan en el limbo entre la adolescencia y la madurez. Algunos, sin embargo, al volverse religiosos se sienten más adultos y respetados por su entorno social debido a su conducta piadosa. Otros aprovechan las ayudas que ofrecen numerosas organizaciones caritativas islamistas para encontrar pareja con la que casarse, así como para buscar una vivienda y dotarla de los muebles y electrodomésticos imprescindibles para empezar una vida juntos y formar una familia.
Paradójicamente, mientras que en otros lugares del mundo la religión lleva a algunos al celibato voluntario, en las sociedades árabo-islámicas es el celibato forzado (aunque sea temporal) el que acerca a muchos a la religión.
Sin oportunidades, siempre queda la religión
Los sistemas educativos árabes son responsables de buena parte de los problemas que afectan a los jóvenes. A pesar de su éxito para reducir el número de analfabetos, la mayoría de los sistemas educativos públicos árabes se basan en la obediencia y la subyugación, emplean métodos obsoletos centrados en la repetición y en memorizar las lecciones, evitan el diálogo abierto y el aprendizaje creativo y desincentivan el pensamiento crítico e independiente. Además, los medios de comunicación estatales refuerzan valores aprendidos en la escuela como la subordinación y actitudes como la autocensura. De este modo, la capacidad de los jóvenes de convertirse en una fuerza de oposición y transformación queda profundamente mermada.
A lo anterior hay que sumar que los sistemas educativos de los países árabes son incapaces de proporcionar la formación que necesita la gente joven para acceder a los puestos de trabajo en economías modernas y en rápida transformación. Tampoco las economías árabes ofrecen el número suficiente de empleos bien pagados que las haga capaces de absorber tanto a los desempleados ya existentes como al gran número de jóvenes que entran sin cesar en el mercado laboral. Algunos sistemas educativos árabes fueron diseñados para producir funcionarios estatales. Durante décadas, los licenciados contaban con obtener un empleo público en unas burocracias sobredimensionadas o en los distintos cuerpos de seguridad. La mayoría de los países ya no se lo puede permitir. Los mecanismos por los que los Estados árabes podían ofrecer cierta movilidad social a sus jóvenes mediante el empleo público están siendo desmantelados. Al mismo tiempo, muchos de esos jóvenes no tienen acceso a los empleos que ofrece el sector privado debido a su pobre formación académica y profesional. No es extraño que a un recién licenciado le cueste años encontrar su primer empleo, y que éste llegue a través de un enchufe. En eso también contribuye que el entorno social ejerce una presión para que el joven no acepte trabajos considerados inferiores o por debajo de sus aptitudes o titulación. De hacerlo, podría ser visto como un duro golpe al honor de la familia. Al facilitar el acceso a la educación, los Estados árabes elevaron las expectativas de las generaciones más jóvenes, pero sin ofrecer salidas profesionales satisfactorias al creciente número de recién llegados al mercado laboral.
Por otra parte, el auge de la religiosidad entre los jóvenes árabes y, en general, entre toda la población, durante las últimas décadas no se puede entender sin tener en cuenta el papel desempeñado por los Gobiernos y los dirigentes en el fomento de dicha religiosidad. Acusados de corrupción e ineptitud, estos no dudaron en presentarse ante sus sociedades como los guardianes de los valores islámicos, y se lanzaron a construir mezquitas, aumentar los contenidos religiosos en los libros de texto y llenar los medios de comunicación públicos de predicadores y lecciones de religión.
Percepciones, actitudes y estereotipos
Algunos estudios recientes, basados en encuestas de opinión pública, están tratando de examinar la relación que existe entre las orientaciones religiosas y la cultura política de los musulmanes. El más destacado de ellos es el llevado a cabo por la empresa Gallup a lo largo de seis años de investigación y mediante decenas de miles de entrevistas en 35 países con mayoría de población musulmana. Los resultados, publicados en 2007, están recogidos en el libro titulado Who Speaks for Islam? What a Billion Muslims Really Think (¿Quién habla en nombre del islam? Lo que mil millones de musulmanes realmente piensan). El análisis de los mismos, realizado por John Esposito y Dalia Mogahed, invita a la reflexión y contradice numerosas ideas preconcebidas sobre el islam y los musulmanes.
Los datos de esta macroencuesta reflejan que una mayor religiosidad no produce necesariamente actitudes políticas autoritarias en lo que al sistema de gobierno se refiere. De hecho, existe una correlación entre la intensidad de los sentimientos religiosos y el deseo de alcanzar mayores niveles de justicia y progreso, tanto político como económico. La mayoría de los encuestados dijeron darle mucha importancia a “tener una rica vida religiosa y espiritual, así como un gobierno democráticamente elegido”. Los datos demuestran que las personas que apoyan a partidos o movimientos islamistas no ven ninguna contradicción entre su deseo de que los políticos tengan que rendir cuentas por su gestión y su apoyo a los islamistas.
Una mayoría importante de los encuestados –más entre los musulmanes no árabes que entre los musulmanes árabes– se muestra favorable a que las mujeres tengan un mayor grado de autonomía e igualdad de derechos. Para un 85% de iraníes; cerca del 90% de indonesios, bengalíes, turcos y libaneses; 77% de paquistaníes; 61% de saudíes y 57% de egipcios y jordanos las mujeres deberían disfrutar de los mismos derechos jurídicos que los hombres. Al ser preguntados sobre si las mujeres deberían poder desempeñar cualquier trabajo fuera del hogar para el que estuvieran cualificadas, cerca del 90% de malasios, mauritanos y libaneses; 86% de turcos; 85% de egipcios; 82% de marroquíes; 79% de iraníes; 69% de saudíes y 61% de jordanos respondieron afirmativamente.
Asimismo, un resultado importante de la macroencuesta de Gallup es la constatación de que existe un gran apoyo entre varones y mujeres a la aplicación de la sharía. Mientras que la sharía es presentada en medios de comunicación occidentales como una ley divina que legitima la opresión de la mujer y otras atrocidades medievales, son muchos los musulmanes que ven en ella una fuente de justicia frente a la tiranía y la arbitrariedad. Para numerosas personas que viven en sistemas autoritarios profundamente corruptos, la sharía no representa un sistema sexista y cruel, sino que es la versión islámica de lo que en Occidente se considera como el principio de justicia política más preciado: el imperio de la Ley.
En cuanto al supuesto apoyo de los musulmanes al terrorismo, los datos de la macroencuesta no arrojan una correlación entre el grado de religiosidad y el anti-americanismo. Es la política internacional, y no la piedad, la que lleva a una minoría de musulmanes (en torno al 7%) a adoptar posiciones anti-americanas que justifiquen los atentados del 11-S. La información periodística que llega al ciudadano europeo medio sobre los musulmanes no parece transmitir una realidad que coincida con los datos anteriormente expuestos, pues se centra en situaciones de crisis y conflictos. Resultan ilustrativos los resultados de la Undécima Oleada del Barómetro del Real Instituto Elcano (BRIE), presentada en abril de 2006, según los cuales un 68% de los ciudadanos españoles consideran que los países musulmanes son “violentos”, un 79% los ve “intolerantes” y un 90% “autoritarios”.
Hacer generalizaciones sobre la juventud y la religiosidad en el mundo árabe es arriesgado, pues se trata de decenas de millones de jóvenes en 22 países distintos entre sí. Las sociedades se mueven y algunas cosas cambian, aunque sea a un ritmo demasiado lento para los retos a los que se enfrentan. Algunas experiencias traumáticas como Iraq o Argelia están haciendo que más y más musulmanes critiquen la manipulación que algunos hacen de su religión, e incluso que lleguen a renegar de ella y de algunos líderes islamistas que son vistos como incitadores al odio y a la destrucción. Ahora bien, la insatisfacción de los jóvenes árabes se puede poner a prueba con una sola pregunta: cuántos desearían emigrar de su país hacia Europa o Norteamérica en caso de no necesitar permiso de residencia. En función de la respuesta se podrá medir la validez de las generalizaciones aquí hechas.
Haizam Amirah Fernández. Investigador principal para el Mediterráneo y Mundo Árabe del Real Instituto Elcano y profesor de Estudios Árabes en la Universidad Autónoma de Madrid.
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