martes, 13 de enero de 2015

Los árabes jamás invadieron España (8)

Los árabes jamás invadieron España (8)

Capitulo 4 (segunda parte)

13/01/2015 - Autor: Ignacio Olagüe - Fuente: Los árabes jamás invadieron España, 1974
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Heraclio, Emperador de Bizancio
Nos consta que gozaban las antiguas provincias bizantinas de una vida urbana importante: Numerosas eran las ciudades afortunadas y muy pobladas que conservaban una cultura helenística floreciente. «Se ha calculado que las ciudades de cien mil habitantes no eran una rareza en Asia Menor, en Siria, en Mesopotamia, en Egipto, ante la invasión árabe» (Bréhier). Alejandría poseía unos 600.000 habitantes. Se ha calculado la población de Antioquía en la época romana en los 500.000. Debió de sufrir una crisis en los tiempos de San Juan Crisóstomo. Debía de tener entonces unos 200.000, pero crecio posteriormente esta cifra hasta los 300.000 en el siglo IV 41.
«De acuerdo con la lista episcopal atribuida a San Epifanio, la que en realidad data del principio del siglo VII, de los 424 o bispados dependientes de Constantinopla, 53 pertenecían a Europa, 371 a Asia» (Bréhier) 42. Esto señala poco mis o menos la cifra de las ciudades corroídas por el mahometismo. Según este autor, el patriarca de Alejandría, que era el más poderoso y por esta razón llamado «papa», poseía de acuerdo con una noticia anterior a la invasión árabe: 10 metrópolis y 101 obispados. El patriarca de Antioquía que administraba Siria, Arabia, Cilicia y Mesopotamia, tenía bajo su jurisdicción a 138 obispados, como lo indica una noticia que se atribuye al patriarca Anastasio (559-598) 43. Se presenta un problema similar en el Magreb 44. Si se plantea oscuro en Occidente, ocurre lo propio en Oriente. Así como en la historia de España, se nos asegura que estas regiones prósperas y cultas han sido de repente invadidas por los árabes. Como llegaban del desierto, era menester suponer que se encontrarían en minoría frente a las masas urbanas de las grandes ciudades. Sin duda fascinados por los espejismos de las lejanas soledades habían sido sus habitantes tan bien modelados, amoldados, plasmados, cráneos y sesos tan eficazmente restregados, que no solamente se habían convertido en celosos mahometanos, sino también en propagandistas atléticos que habían predicado la buena noticia a orillas del Clain, del Ebro y del Indo.
La acción de romanizar, islamizar, occidentalizar u orientalizar un pueblo —que nos perdone el lector el empleo de vocablos tan feos—, ha sido el fruto de amplios y potentes movimientos de ideas. Creer que naciones prósperas, que gozaban en su tiempo de una cultura importante, han de repente abandonado sus creencias y han modificado su manera de vivir porque les han invadido un puñado de nómadas recién llegados del desierto, pertenece a una concepción infantil de la vida social. Cierto, evolucionan los hombres, pero lo hacen lentamente, cuando con gran anticipación a los hechos acontecidos han sido alcanzados por conceptos superiores.
Como se puede percibir en la experiencia cotidiana, no es esto cosa fácil, ni frecuente. Posee la humanidad tales dosis de inercia que son menester verdaderas catástrofes para que se destruya la estructura social ya existente, para que se pierdan o se olviden las costumbres queridas, mentales y físicas. Por consiguiente, nada de mutación de decoración, como en el teatro; menos aún con el concurso de maquinistas beduinos, incultos y famélicos. Sabe todo el mundo cuán recalcitrante es la gens intelectual. Para deslumbrarla, se requieren prestigios. Sin pensadores, ni escritores no puede haber evolución de ideas: nada de nuevas civilizaciones.
Si se abandona el centro de irradiación por la periferia, se complica el problema aún mucho más. Hasta nuestros días se pensaba que se había realizado con éxito la propagación del Islam, porque estaba respaldada en su acción por el prestigio de una gran civilización. Esta creencia no correspondía a los hechos. La civilización que en aquel entonces destacaba sobre el ambiente mediocre imperante en el Mediterráneo, era la civilización bizantina. En el VII no había aún florecido la civilización árabe. Se hallaba en gestación. Alcanzaría su apogeo en Oriente en el siglo IX, en Occidente en el XI. Como ocurre con frecuencia se habían anticipado los acontecimientos.
Por otra parte, se había realizado la expansión en las regiones periféricas a un ritmo muy lento. No podía ser de otro modo. Como lo hemos apreciado en un capítulo anterior, la islamización de Berbería había necesitado mucho tiempo, como lo había demostrado Georges Marçais; lo que no cuadraba con la concepción histórica clásica. Si la acción política había exigido ciento cincuenta años de luchas encarnizadas, la difusión del idioma árabe había requerido varios siglos. No consiguió jamás desplazar las lenguas indígenas que aún se hablan en nuestros días. Hasta el latín se resistía al invasor. «Un texto del Idrisi, escribe este historiador del norte de Africa, nos ~ermtte afirmar que en su tiempo, a mediados del siglo Xli (es decir, más de cuatrocientos años después de la pretendida invasión) se empleaba constantemente el latín en el sur tunecino. En Ca/sa, nos informa este erudito geógrafo, la mayoría de /ar gentes hablan la lengua latina africana» 45.
Entonces, si se abarca el problema español, tal como está expuesto en la historia clásica, aparece el absurdo impúdico y desnudo. Había sido España islamizada y arabizada por un puñado de invasores que no eran musulmanes, ni hablaban el árabe. Mas, el absurdo no existe en la vida. Se llama absurdo lo que no se comprende. Nos parecen inverosímiles estos acontecimientos, porque habían sido impotentes las ciencias históricas para analizar las verdaderas circunstancias que habían permitido lo que se nos aparece como una gigantesca mutación. Para salir del bache era necesario enfocar el problema desde un punto de vista general, de acuerdo con la evolución de los acontecimientos en todo el área mediterránea.
Para comprender la expansión de la civilización árabe, es indispensable comparar este movimiento de ideas con los similares que han existido en otras épocas en este mismo y gigantesco marco geográfico. ¿En qué se diferenciaba esta difusión de conceptos con ló ocurrido cuando la difusión de la civilización griega o de la cultura romana?
Había existido una incomprensión que adormecía el juicio crítico de los historiadores en razón de un criterio preconcebido. Se habían así conformado sin más averiguaciones con el absurdo. Tenía esto larga ascendencia. De acuerdo con la evolución de las ciencias históricas, habían heredado los investigadores una concepción primaria de los acontecimientos ocurridos en el pasado y de la realidad social responsable de los mismos. Se había confundido con ingenuidad excesiva la génesis y expansión de las ideas creadoras de una civilización con la simple fuerza física; la que antaño había permitido la formación de ciertos imperios cuya vida había sido efímera.
Un concepto primitivo era la causa de tal despropósito: la constitucion del Imperio Romano. Se ha creído hasta hace poco que esta gigantesca organización había sido la obra de las legiones; lo que evidentemente era una exageración. Sin disminuir la importancia de su acción, era necesario reconocer que había también otra cosa: la lucha entre ideas y el predominio de las que poseían una mayor energía. En la competición que ha existido durante varios milenios entre las civilizaciones semitas y las indoeuropeas, con los complejos consecuentes, el peso de la Urbs y de las concepciones políticas y sociales que representaba, era más importante que el gesto de los romanos abandonando el arado por la lanza. En realidad, no fue vencida Cartago en Zama. Se trataba más bien de un encuentro guerrero cuyo resultado era imprevisible: Se abría un período de tregua en aquella larguísima rivalidad cultural.
Tan es así que los investigadores han recientemente descubierto en el norte de Africa los fundamentos semitas de la primitiva cultura cartaginesa que habían sustentado la expansión de la civilización árabe 46. La epopeya de Aníbal había sido una llamarada sin consistencia. ¿Por qué? Porque en la competición de las ideas en aquella época, la aportación de esta cultura semita comparada con la romana era de clase inferior. España es un testigo inapelable de este hecho:
¿Puede compararse la labor emprendida en la península por esta ciudad mercantil en Seiscientos años con la de Roma en el mismo lapso de tiempo? Se manifestaba ya esta inferioridad en los primeros días de las guerras púnicas. Encontraba el Senado aliados entusiastas en las ciudades del litoral levantino mucho antes de que hubiera pisado una legión el suelo de estas futuras provincias del Imperio; lo que demuestra que a pesar de la distancia ya se había convertido Roma en un centro de atracción de importancia extraordinaria.
Asimismo sucede desde un punto de vista cultural e intelectual. No han impuesto las legiones el idioma latino. Se ha propagado en Occidente por una superioridad lingüística sobre los particulares que hablaban los autóctonos. Por el contrario, a pesar de las legiones, no ha podido arraigar el latín en Oriente porque en su competencia con el griego se hallaba en manifiesta inferioridad. En estos tiempos en que la potencia militar griega era un recuerdo lejano y confuso en la mente de las gentes, su idioma y su literatura alcanzan su mayor radio de expansión, la civilización helenística desborda las orillas del Mediterráneo.
Igual comprobación puede hacerse cuando se observa la difusión de la civilización árabe en el curso de los años que siguieron al período oscuro de las pretendidas invasiones. Cuando no existía ya en Oriente ni la sombra de una superioridad militar árabe, prosigue esta civilización su expansión por las altas planicies de Asia Central y por las márgenes del Océano Indico. Fueron los turcos y no los árabes los que se apoderaron de Constantinopla; pero, en fin de cuentas, fue convertida la basílica de Santa Sofía al culto de la religión de Mahoma y no a otra creencia asiática. En el XV y en el XVI se extiende el Islam por Indonesia sin el apoyo de ningún imperativo militar. En los tiempos modernos logra gran consistencia en las islas del Pacífico en las barbas de los portugueses y de los holandeses, cuando nadie en Occidente se acordaba del antiguo esplendor de los califas. En nuestros días se ha transformado Indonesia en la nación que tiene el mayor número de musulmanes, más de noventa millones. Penetra el Islam en AÇrica ante la mirada de las administraciones francesa, inglesa y portuguesa. Se calculan en unos treinta millones los morenos africanos que se han adherido al mahometismo desde principios de siglo hasta el año 60 47.
La observación de la expansión del Islam en los días actuales y en los tiempos modernos hace comprensible esta misma acción en los antiguos. No existe razón alguna —por lo menos la desconocemos- para que en la propagación de una idéntica idea no fuese similar el mecanismo ahora como antaño, en el siglo XVI como en el VII. Se han dado cuenta últimamente los historiadores de que no solamente se había difundido el Islam por contagio, como toda idea-fuerza, sino también por la acción de una clase social determinada. Es sabido. No existen en esta religión sacerdotes, ni monjes misioneros que se desplazan a países lej anos para predicar los misterios de su fe, ni una organización burocrática como la que mantiene el cristianismo en Roma. Se había transmitido la idea por el medio de comunicación entonces el más rápido, el comercio, que servía de lazo de unión entre naciones alejadas las unas de las otras. los trabajos de algunos investigadores ponían en evidencia el papel desempeñado por las clases mercantiles en la divulgación de las enseñanzas de Mahoma. Comprobado en el pasado, se confirmaba el hecho en el presente por la observación del mismo en el Africa negra, en los lugares apartados y alejados de las manifestaciones de la cultura occidental.
NOTAS
41 Louis Bréhier. Ibid., t. III, p. 108.
42 Louis Bréhier. Ibid., t. II, p. 46.3.
43 Louis Bréhier. Ibid., t. II, p. 450.
44 Georges Marçais. Ibid., p.178.
45 Georges Marçais: Ibid., p. 71,
46 E. F. Gauthier: Moeurs et coutumes des musulmana, Payot, Paris, p. 17. Entre otras tradiciones cartaginesas, cita este autor dos ejemplos: La mano de Fátima, que se ha mantenido en las costumbres populares españolas durante mucho tiempo. Se trata de una mano hecha en cera o con otra sustancia, a veces preciosa, que servía de amuleto para salvaguardar a los niños pequeños. Y el creciente lunar que en Siria y en Cartago era el símbolo de la diosa Thanit.
47 Jean Paul Roux da las cifras siguientes que considera aproximativas: Para el Pakistán, 66.000.000 de musulmanes; para Indonesia 74.000.000. L’íslam en Asie, Payot, Paris, 1958. Dada la fecha de esta publicación deben estas cifras aumentarse en gran proporción. Vicent Monteil, profesor de la Facultad de Letras de la Universidad de Dakar ha publicado en el periódico una serie de artículos estudiando el problema de la conversión de los negros: L’Islam noir en marche (14 de junio de 1960).


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