miércoles, 21 de enero de 2015

Mil años de la construcción hostil entre “Occidente” y “Mundo Islámico”: Charlie Hebdo

Mil años de la construcción hostil entre “Occidente” y “Mundo Islámico”: Charlie Hebdo

21/01/2015 - Autor: Reyna Carretero Rangel - Fuente: Webislam
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Nueva geopolítica.
Nueva geopolítica.
Podemos iniciar afirmando que el origen del evento fatal del 7 de enero del 2015, en el semanario satírico Charlie Hebdo, donde fueron masacradas 12 personas, se remonta a los últimos mil años. El leitmotiv manifiesto del siniestro: la persistente publicación de caricaturas consideradas ofensivas al Islam y a su profeta, de acuerdo a los comunicados de los militantes “islámicos” de Al-Qaeda, quienes se atribuyen el atentado. Esta masacre forma parte de todo un entramado mediático que ahora se vierte en un despliegue de llamados a la férrea defensa de la “libre expresión” y a la lucha contra el fundamentalismo, en particular el islámico, ya que escasamente se hace mención de los radicalismos judíos o cristianos.
En aras de dar un aliento reflexivo a semejante atrocidad, podemos observar en primer lugar, que el siglo XXI ha sido configurado desde sus inicios bajo la simbólica y aparente hostilidad del Mundo Islámico vs. Occidente. El 11 de septiembre del 2001, el conjunto de imágenes tan poderosas como la destrucción de las torres Gemelas, en su calidad de estructuras simbólicas de eso que llamamos “Occidente”, marcó el espectacular anuncio de un plan armamentista y expansionista de antigua data, que ha ido escalando los grados de violencia hacia las poblaciones víctimas de este proceso depredador de los recursos del planeta, en especial del petróleo. El informe Más allá del Islam. Política y conflictos actuales en el mundo musulmán de Antoni Segura, en su momento nos aportó información concreta sobre la relación entre los gobiernos de Pakistán, Estados Unidos y Arabia Saudí, a finales del siglo pasado, quienes “fomentaron y apoyaron, de acuerdo a sus intereses, tanto a Irán, Irak como a los talibanes”, ya que  “la expansión del islamismo militante, radicalmente conservador, pero no revolucionario, abrió en su momento, una nueva ruta para los hidrocarburos del Asia Central y facilitó a la compañía estadounidense Unocal, la construcción de un oleoducto a través de Afganistán y Pakistán, en detrimento, por lo tanto de Irán y Rusia” (Segura, 2001: 187).
En la realización de este plan, siempre actualizado de acuerdo a la época, han sido puestos en escena, –desde la época de las campañas militares de “Las Cruzadas”, impulsadas por la Europa latina cristiana, durante el periodo que va del año 1096 al 1291 (Amin Maalouf, 2005)–, un conjunto de símbolos que conforman la estructura que sostiene todo un entramado muy sofisticado de imágenes, que muestran al Islam y los musulmanes como parte de este imaginario del mal, de lo diabólico, y demoniaco, contrario al espíritu angelical y bondadoso del cristianismo.  De hecho, el rostro del diablo comúnmente representado corresponde al fenotipo “árabe”.
En la actualidad, las élites políticas han hecho de la teoría del “choque de civilizaciones” (Clash of Civilizations) de Samuel P. Huntington,  su “caballo de Troya” para sostener e incrementar su control geopolítico en el mundo. Aquí es donde podemos colocar el evento de Charlie Hebdo, como parte de esta batalla, el cual, de modo contrario al discurso del semanario sobre su deseo ferviente de alcanzar mayores libertades, ha resultado sumamente oportuno para endurecer las medidas que intentan frenar la migración hacia Europa, así como para el desencadenamiento de un hostigamiento sin precedentes para las poblaciones árabes y musulmanas.
Lo anterior vuelve indispensable evidenciar los usos simbólicos y semánticos, esto es, las imágenes y significados recursivos que subyacen y prevalecen en  las homogeneizaciones “Occidente” y “mundo islámico” o “mundo árabe”, como se les generaliza indistinta y erróneamente a los países con poblaciones asumidas, en su mayoría, como musulmanas; ya que no todos son árabes, y el Islam no se puede percibir como un mundo localizable entre otros mundos, como un mundo aparte y ajeno al mundo “occidental”.
Esta dicotomía se utiliza tanto en los ámbitos académicos como en los medios de comunicación de los países occidentales de forma automática. Aparentemente, su uso intenta ahorrar palabras y especificaciones, generalizando las características civilizatorias. Este nivel de irreflexividad se ha normalizado y aparece como una “abstracción” altamente funcional. Sin embargo, y es lo que intentamos mostrar, uno de los sentidos subyacentes del uso de esta homogeneización es la idea de diferencia e implícitamente la superioridad de uno de los opuestos, dependiendo del lado que nos coloquemos, ya que no debemos soslayar que prevalece este mismo sentido en la propensión actual de asumirse como contrario a ese “algo” occidental, como intento de diferenciación y al mismo tiempo, de exaltación artificial de lo asumido como opuesto, en este caso el Islam.
Para adentrarnos en el tema, iniciaré con una mirada muy general al planteamiento de “choque de civilizaciones” de Huntington, aparecido en 1993 en Foreign Affairs, donde se  afirma que las luchas geoculturales serían el origen de los conflictos internacionales en el futuro y que los principales oponentes serían “la civilización islámica” contra la “civilización de Occidente” a la que también denomina “cristiana o “judeo-cristiana”. También nos dice que lo que hace occidental al Occidente son sus instituciones, prácticas y creencias que conforman el corazón de la civilización occidental, entre ellas: la herencia clásica griega y romana, el cristianismo, las lenguas europeas, el secularismo, el Estado de derecho y la democracia.
Huntington aclara que, individualmente, casi ninguno de estos factores ha sido único en Occidente, pero la combinación de ellos ha dado a Occidente su cualidad distintiva: “Estos conceptos y características son también, en buena medida, los factores que permitieron que el Occidente tomara la dirección de su modernización y la del mundo. Hacen única a la civilización occidental, la cual es preciosa no porque es universal sino porque es única”.
La fragilidad de estos presupuestos es muy obvia y pueden ser fácilmente desmontados, ya que si bien es cierto que las características arriba mencionadas forman parte de la memoria cultural de la región occidental del mundo, no son exclusivas ni “únicas”, como se puede demostrar con algunos ejemplos, a saber: el Islam no sólo es heredero de la herencia clásica, sino que en su seno los textos griegos fueron traducidos y puestos al servicio del Renacimiento.
Es claro que por parte de los musulmanes no existe oposición al cristianismo, ya que ellos se asumen, como herederos del legado judeo-cristiano; de igual manera, las lenguas europeas han sido diseminadas e impuestas en todo el mundo por los colonizadores y el  secularismo se observa en los gobiernos de países considerados no occidentales.
En nuestro intento de disolver las simplificaciones “Occidente”, “Mundo islámico” o “Mundo árabe”, es necesario tener en cuenta como nos dice el historiador Jean Meyer que “la observación y descripción de los conflictos actuales parte de la aceptación de que la realidad es más compleja que todo lo que podemos imaginar. Los Estados no son islas y las fronteras no impiden el intercambio sea por comercio, por guerra o por negociación. Por lo que el concepto de “identidad” cultural (o de civilización) es claramente falso. Y eso pasa cuando uno le pone un nombre a una realidad compleja y poco estudiada. (1997).
Abundando, podemos mencionar a Norbert Elias, quien nos aclara que el concepto de civilización, creado en Occidente, expresa la autoconciencia de Occidente, y en ella se resume lo que la sociedad occidental considera lleva de ventaja a las sociedades “primitivas”, y de lo que está orgullosa. Sin embargo, la concepción no es homogénea, el mismo Elias nos advierte de los distintos usos y significados que toma en distintos países de Occidente (1994). Por lo tanto, la pretensión de construir con el lenguaje identidades culturales o de civilización, o identidades generalizadas, intenta realizar lo imposible: la descripción de la unidad, del todo, del absoluto, con la vana intención de determinarlo e intentar controlarlo.
De ahí, que el nuevo milenio y el atentado a las torres gemelas de Nueva York hayan hecho emerger la paradoja de que pocas cosas son tan desconocidas para el hombre occidental como la “cultura occidental”. Occidente es así, una categoría construida mediante una oposición vacua: “Si Occidente es nada identificable, determinable y siempre contrapuesto al otro, si anula al otro en el momento mismo en que se otorga alguna identidad, se explica entonces el cúmulo de figuras retóricas con las cuales ha sido nombrado: Bien, Mal, Libertad, Dominio, Técnica, Democracia”, como señala el politólogo Roberto Esposito (1996: 169). Occidente es sólo una construcción gramatical, producida por el propio sistema de la sociedad mundial para hacer operativa y funcional la inclusión y exclusión, la hostilidad y la hospitalidad.
Por otra parte, si nos referimos al así denominado “Mundo islámico” o “Mundo árabe”, términos usados sólo en la región occidental. Aparentemente, su identidad es mucho más clara y manifiesta, ya que está basada en el logos vertido en su libro sagrado: El Corán; texto considerado por los musulmanes como una revelación divina, en el cual se dictaminan todos los actos humanos, desde los más cotidianos y relativos, hasta los considerados como trascendentales.
Sin embargo, el mosaico social musulmán no permite ninguna homogeneización ya que como nos explica el escritor Juan Goytisolo, la sociedad islámica, como todas, es múltiple, abigarrada y contradictoria (2001, 48-55). Como ejemplos de esta multiplicidad, encontramos que el Islam surgió en el  seno del pueblo árabe, cuya lengua fue el vehículo de la revelación del texto sagrado, por lo que el árabe y el Islam se consideran inseparables pero no sinónimos. Así también, desde sus inicios tuvo un gran acercamiento con la cultura persa, sobre todo, con su tradición imperial. Esta influencia fue determinante ya que se convirtió en el modelo tanto de la sociedad como del gobierno ideal: una especie de poder absoluto equilibrado por la religión y la justicia. También sobresale la influencia cultural turca, tanto de los turcos selyuquíes como los turcos otomanos.
En este sentido, llama la atención el caso específico del historiador Bernard Lewis, compañero de Huntington en la universidad de Princeton, exitoso especialista en la historia del Medio Oriente y autor de más de diez libros sobre el tema, entre ellos: Las identidades múltiples de Oriente Medio. Este autor realiza una interpretación incongruente con su propia observación de la población musulmana: por una parte reconoce que existen identidades múltiples en la región de Medio Oriente, pero por otra parte, determina, unifica y hasta predice las características anímicas y reacciones emotivas de los musulmanes, cuando afirma que “en épocas de desorden toda la cortesía y dignidad musulmanas se transforman en una mezcla explosiva de ira y odio que adopta los métodos del secuestro y la matanza” (2001:16).
Lewis, en sintonía con Huntington, nos dice que hoy en día estamos frente a un movimiento que trasciende con mucho el simple nivel de los intereses, las políticas y los gobiernos que los ejecutan y que se trata, ni más ni menos, de “un choque de civilizaciones”. De la reacción quizá irracional, pero sin duda histórica, de un rival antiguo contra nuestra herencia judeocristiana, nuestro presente secular y la expansión mundial de ambos y nos invita a no dejarnos arrastrar hacia una reacción igualmente histórica, pero también igualmente irracional, contra ese rival”. (Idem).
Recupero la interpretación de Lewis sobre el Islam, porque junto con la tesis de Huntington, es la versión del Islam que ha sido retomada por la mayoría de los medios de comunicación del hemisferio occidental, los cuales, seleccionan su información tomando como guía la sorpresa, el escándalo, lo anormal, el espectáculo. Los mass media han logrado tener una gran influencia en la opinión pública mundial, relacionando directamente al Islam con el “terrorismo” y el “fundamentalismo” del tipo de los grupos Boko Haram, (nombre que en idioma hausa, se traduciría como “la educación occidental es pecado”), o del ISIS (Estado Islámico).
Ante el escenario de terror de Charlie Hebdo, se vuelve urgente entonces desechar las simplificaciones del tipo de que Estados Unidos y sus aliados, entre ellos Francia, son  representantes de “Occidente” y Al-Qaeda, y otros grupos similares, representantes del “mundo islámico”. Por lo que es muy claro que éste y otros eventos futuros forman parte de una treta simbólica y semántica, que intenta tender una “cortina de humo” sobre el plan maestro de la apropiación ilegítima de los recursos que guía los atentados de hoy y, desafortunadamente, como todo indica, los de mañana.
Lo anterior revela que no estamos frente a ningún “choque de civilizaciones”, sino frente a conflictos de intereses económicos y políticos: expansión territorial, venta de armas, y apropiación de los recursos, por parte de grupos y regímenes potencialmente identificables: llámense Estados Unidos, Arabia Saudita, Irán, Afganistán, Alemania, Francia, o de otra nacionalidad. En suma: mercenarismo transnacional. Todos ellos no representan en absoluto a las poblaciones que gobiernan, someten e involucran en esta dinámica de corrupción y abyección.
De igual manera, los valores ideológicos o religiosos que utilizan como bandera de discurso político son una pantalla que cubre los intereses perseguidos. Frases como “justicia infinita”, utilizada en su día por George Bush o  la “yihad” (guerra santa) de los talibanes o Al-Qaeda, se convierten así en excusas que pretenden justificar sus acciones e intereses totalmente mercenarios en los conflictos armados.
De lo anterior, podemos concluir que  la construcción de las identidades “Occidente” y “mundo islámico” o “mundo árabe”, determina y solidifica formas e imágenes sociales estancadas utilizadas en el lenguaje generalizado. Estas formas lingüísticas anquilosadas obstaculizan el conocimiento de los procesos sociales en constante cambio de la sociedad mundial actual.
Entre las consecuencias prácticas de la utilización de la construcción semántica  “Islam vs. Occidente”, están  la exclusión, la persecución y el rechazo hacia los musulmanes en los países donde son minoría, así como la percepción de que los musulmanes son personas que viven en un mundo aparte y extraño al nuestro; cuando la existencia de  aproximadamente 1,500 millones que viven en todos los continentes del planeta, nos demuestra lo contrario. Por lo que es evidente la necesidad de que en el ámbito académico y público, se eleve la reflexividad con el fin de diversificar el conocimiento y el espíritu crítico, herencia de la mezcla y confluencia de todas las culturas compartidas.
*Parte de este texto fue publicado por Webislam el 24 de septiembre del 2010 con el título "La construcción semántica de la homogeneización Occidente/Mundo Islámico".
Bibliografía:
Elias, Norbert, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México, Fondo de Cultura Económica, 1994.
Esposito, Roberto, “Occidente”, en Confines de lo político, Madrid, Trotta, 1996.
Huntington, Samuel, “The Clash of Civilizations?” en Foreign Affairs, Summer 1993. Versión en español: El choque de civilizaciones y la reconfiguración del Orden Mundial, México, Paidós, 1998.
Maalouf, Amin, Las cruzadas vistas por los árabes, España, Alianza, 20015.
Segura, Antoni, Más allá del Islam. Política y conflictos actuales en el mundo musulmán, Madrid, Alianza, 2001.
Hemerografía:
Goytisolo, Juan “Las mil y una caras del Islam”, en Letras libres, México, Número 35, año III, noviembre 2001,  pp. 48-55.
Lewis, Bernard Lewis, “Las raíces de la ira musulmana”, en Letras Libres, México, noviembre 2001, Año III, No. 35, p.16.
Meyer, Jean, “Europa Central: ¿Conflicto de Religiones?”, Ponencia en el Coloquio Pensar el siglo XX: de Sarajevo a Sarajevo (1917-1997).  División de Estudios de Posgrado, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, abril de 1997.


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