lunes, 30 de marzo de 2015

El conflicto entre sunnitas y chiítas

El conflicto entre sunnitas y chiítas


08/03/2006 - Autor: Said K. Aburish - Fuente: La Nación



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sunnitas chiitas
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Todos los gobiernos del Oriente Medio árabe están vigentes en nombre del Islam. La ausencia de línea divisoria entre César y Dios significa que la política es una prolongación de la fe religiosa. Las dos ramas principales del Islam son las representadas por los sunnitas y los chiítas, 85% y 15% respectivamente del total. Los orígenes del distinto rumbo que adoptaron ambas tendencias, en el siglo VII, son claros y distintos: los sunnitas creen que el líder de los creyentes -el califa- debe ser investido como tal mediante la baya, o acto solemne de reconocimiento, en tanto que para los chiítas queda investido a perpetuidad en la línea de descendencia del profeta Mahoma. El tiempo no ha hecho más que ahondar estas diferencias.

Desde una perspectiva histórica, los chiítas tomaron la delantera, pero no ha sido hasta una época reciente cuando han accedido a una situación de preeminencia en Irán. Sin embargo, el derrocamiento de Sadam Hussein les ha dado asimismo Irak. Sus chiítas, que son mayoría (60%), se hallan resueltos a controlar el país que Estados Unidos les ha puesto en las manos. En Líbano y Bahrein (donde son respectivamente 40% y 50%) proliferan aquí y allá evidentes indicios de que están dispuestos incluso a acrecentar su poder.

Quien situó en el poder a los sunnitas iraquíes fue la Gran Bretaña posterior a la Primera Guerra Mundial -no Sadam Hussein- colocando al Rey Faisal I en la jefatura del Estado. La promoción británica del factor sunnita constituyó una suerte de maniobra compensatoria, de modo que éstos se convirtieron en un poder delegado del colonialismo británico en la zona. De 1921 a 2003 sólo ha habido un primer ministro chiíta, Saleh Yaber, y duró menos de un año. En Arabia Saudí, los chiítas corrieron peor suerte. La subsección wahabí del Islam sunnita, religión oficial del Estado a la que pertenece la monarquía reinante, considera herético el chiísmo. En 1991, Abdulah bin Yibrin, delegado real para presidir el Consejo de los Ulemas, declaró que los chiítas son “idólatras que deberían ser exterminados”.

Tal llamamiento público al genocidio -15% de la población de Arabia Saudí es chiíta- no suscitó protesta alguna. Bin Yibrin, muy parecido a su correligionario Osama bin Laden, contó con el apoyo de la casa real, que, a su vez, cuenta con el respaldo de EEUU. En Kuwait, los chiítas representan 40% de la población, y en Bahrein, 55%. Nadie amenaza con liquidarlos, pero su situación se asemeja a la de sus correligionarios saudíes. Las monarquías de ambos países fueron obra de los británicos tras la Primera Guerra Mundial. Como en el caso de Arabia Saudí e Irak, el caso kuwaití traduce de hecho su disposición favorable a seguir los dictados de Gran Bretaña. En realidad, las demandas chiítas de igualdad y representación han topado siempre con las familias reales y sus amos. Se tildó al Islam chiíta de xenófobo, y la buena disposición iraní a ayudarlo proporcionó a sus gobiernos una excusa para acusarlo de subversión.

Los Emiratos Árabes Unidos y Qatar cuentan con una población chiíta muy escasa, pero existen disputas territoriales entre ellos e Irán a propósito de los recursos petrolíferos y gasistas del Golfo. La situación de Líbano es análoga a la de Irak antes de la invasión estadounidense. Los chiítas -40% de la población total- constituyen el mayor grupo religioso del país, pero el sistema de Gobierno que dejó la Francia colonial dio la Presidencia a los católicos maronitas y el cargo de Primer Ministro a los musulmanes sunnitas. De manera absurda, y aun siendo el doble de las fuerzas maronitas o sunnitas, los chiítas recibieron a modo de consolación la presidencia del Parlamento. La intrínseca injusticia que significa la situación de los chiítas en Líbano se verá influida por el conflicto en auge entre chiítas y sunnitas.

Omán, Yemen y Siria son gobernados por subgrupos chiítas moderados, los zaydíes en Yemen y Omán y los alauíes en Siria. La situación de los zaydíes en Omán y Yemen expresa su importancia numérica en tanto que mayoría. Pero los alauíes de Siria controlan el país aun siendo menos de 15% de la población. Los alauíes accedieron al poder bajo mandato francés, que no se sintió amenazado por ellos como por la mayoría sunnita y nutrió con ellos los mandos del Ejército. Palestina, Egipto, Jordania y Libia no poseen población chiíta. Pero su población sunnita, crecientemente militante y activa, observa la toma del poder chiíta en Irak con malestar y preocupación. Junto con Arabia Saudí, prestarán probablemente su apoyo a los insurgentes. La ironía de lo que acontece en Irak, amenazando la estabilidad regional, estriba en el apoyo de EEUU a los chiítas iraquíes. Entre las razones que EEUU adujo para justificar la invasión de Irak figura la amenaza que podría representar una alianza entre Sadam y Bin Laden, incluido el empleo de un Irak como base de terrorismo islámico sunnita. Los años de tentativas y fracasos en Irak han obligado a EEUU a respaldar a un régimen fundamentalista chiíta basado en la doctrina del Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Irak (Sciri). Se trata de una alianza de conveniencia que favorece al Sciri, cuyos objetivos a largo plazo coinciden con los de Bin Laden. El Sciri, creado por Irán, hacia el que se siente obligado y agradecido, es más fiel a la República Islámica de este país que a EEUU.

Si Irak se fragmentara en entidades políticas chiítas, kurdas y sunnitas, el precario antiguo equilibrio regional de poder dejaría de existir. Junto con Irán, un Sciri dirigido por Irak incitaría a los chiítas de Kuwait y Bahrein a reclamar mayores derechos en sus países. La afinidad político-espiritual entre Irán e Irak será patente en su actitud hacia Israel. Su duodécimo imán atravesará Jerusalén para reunirse con Alá (no obstante, adviértase que de ningún modo puede pasar por esta ciudad, ¡por lo que necesariamente habrá de ser liberada...!).

Irán e Irak controlarán suficiente petróleo como para influir en su flujo y precio en todo el mundo. Ambos unidos pueden amenazar la estabilidad económica de Estados Unidos. La crisis actual entre Irán y EEUU sobre el programa nuclear del primero ya ha sembrado cizaña entre Washington y Bagdad. Las posibilidades de que Irak prescinda de Irán en favor de Estados Unidos son prácticamente inexistentes. Cualquier clase de duda sobre la afinidad espiritual entre ambos países debería haber sido despejada con la adopción por parte del Sciri de leyes islámicas que se remontan a los puntos de vista de Jomeini sobre la mujer. El Presidente iraquí ya los ha privado de derechos civiles pese al hecho de que Irak tuvo una diputada en el Gobierno en 1998 (naturalmente, EEUU no abrió la boca)

Lo cierto es que las guerras en Afganistán e Irak comenzaron como guerras contra la militancia sunnita, el Al Qaeda de Bin Laden y otros grupos. Desprovisto de apoyo popular principalmente por su respaldo a Israel, Estados Unidos entabló alianzas con la militancia chiíta tanto en Irak como en otros países. Actualmente, el enfrentamiento creciente entre chiítas y sunnitas en Irak ha creado un foco de conflicto regional que está escapando de control. La militancia chiíta en Irán, Líbano, Irak y otros países es una amenaza mayor para Estados Unidos, Arabia Saudí, Israel, Kuwait, Bahrein, Líbano y otros países que la que Sadam Hussein nunca pudo imaginar.

Said K. Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Hussein. Autor de “Nasser, el último árabe”.


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