martes, 28 de abril de 2015

Isla Socorro, paraíso que pide ayuda

En la archipiélago de Revillagigedo busca rescatar su biodiversidad.

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7:00 am
Los rayos del sol intentan asomarse entre las nubes que cobijan el mar. Estamos a más de 600 kilómetros del puerto de Manzanillo, Colima. “Ya se ve”, dice uno de los tripulantes del buque P-104 Manuel Doblado de la Secretaría de Marina. Una silueta triangular confirma que estamos a punto de llegar a Socorro, isla mexicana localizada en el archipiélago de Revillagigedo. Una isla que pocos saben que existe.
Después de 35 horas de navegación, la isla Socorro se muestra entre la bruma. Una mantarraya gigante (Manta birostris) desliza sus grandes alas bajo las olas del mar, y la docena de pájaros bobos de patas rojas (Sula sula), que sobrevuelan el paisaje desde el amanecer, aprovechan hasta el último momento para alimentarse con la bonanza de peces voladores que escoltan al barco. “Así son las bienvenidas a isla Socorro, nuestra Galápagos mexicana”, comenta el biólogo Juan Esteban Martínez, investigador del Instituto de Ecología AC. (Inecol). Él conoció esta isla en 1988; desde entonces se enamoró de este laboratorio natural.
Cuando Juan Martínez pisó por primera vez estas tierras insulares tenía una idea muy vaga de lo que aquí existía. En Socorro, de acuerdo con la Comisión Nacional para el Conocimiento y uso de la Biodiversidad (Conabio), aún es posible encontrar 10 especies de aves y 30 de plantas endémicas, es decir, que no hay en ninguna otra parte del mundo. Juan Martínez se adentró en esta isla de la mano de Luis Baptista, ornitólogo de la Academia de Ciencias de California, quien fue uno de los pioneros en el estudio de las aves y plantas del archipiélago de Revillagigedo.
Un siglo antes, en 1865, el ornitólogo Andrew Jackson Grayson y su hijo Ned exploraron las islas que forman el archipiélago de Revillagigedo y clasificaron varias de sus aves.
Es inevitable pensar en los primeros exploradores cuando se inicia la excursión por la isla para intentar llegar a su lugar más alto: la cima del volcán Evermann —a 1,030 metros sobre el nivel del mar—, nombrado así en honor de Warren Evermann, director de la Academia de Ciencias de California, quien promovió la exploración científica en esta región del Pacífico.
Estamos al sur de la isla. Grandes paredes de roca volcánica, coronadas por vegetación, son algunas de las cicatrices de su nacimiento, hace 3.5 millones de años, cuando el magma brotó del suelo oceánico.
El camino es empinado y el suelo rojizo; el color indica su alto contenido de hierro, mineral principal en la lava que dio forma a la isla, asegura el geólogo Nick Varley, profesor de la Universidad de Colima. Las zanjas producidas por los ríos de agua, que descienden desde la cima, son las marcas de la erosión. Grandes y retorcidas raíces de cerecillos endémicos (Ilex socorroensis) fuera de la tierra son la pruebas del daño. “Cada vez que vengo ayudo a detener la erosión, poniendo semillas en las cárcavas para evitar que el sedimento llegue hasta el sistema de arrecifes y lo dañe”, explica Juan Martínez e invita a sumarse a la acción.
Hace unos años, la isla Socorro vivía una agonía. Sus árboles, sus pequeñas plantas, sus aves estaban a punto de ser solo historia. El bosque que cubre la parte baja de la isla se hallaba destrozado. Los 100 borregos de la raza merino, traídos al archipiélago en 1869 por el explorador australiano John Smith, provocaron gran parte del desastre. Los exploradores no solo llegaron a la isla con borregos, también desembarcaron 25 cabezas de ganado vacuno. Smith y las vacas murieron. Los borregos se propagaron y llegaron a contarse hasta 22,000. Esta sobrepoblación provocó que los retoños de las plantas no crecieran y que el arbolado de la isla fuera cada vez más escaso, explica el investigador del Inecol.
En 2006, Luis Baptista impulsó un proyecto para sacar a los borregos de la isla. Algunos fueron sacrificados, los más afortunados regresaron a la zona continental. Hoy, ya no se miran borregos en Socorro.
La isla de las aves
Un toqui de Socorro (Pipilo maculatus socorroensis) es la primera ave endémica que vemos en la isla. Breves silbidos lo atrae a nosotros. Este pájaro tiene una historia especial. Muchos pensarían que se le denominó socorroensis por la isla donde vive, pero no. Se le bautizó así porque, según se cuenta, mostró a Grayson y sus náufragos en 1867 el lugar donde había agua potable.
Aquí las aves son más dóciles. Al no estar expuestas a depredadores no desarrollaron un sistema de defensa y escape. “La falta de contacto con humanos u otros animales invasores son las principales causas de la desaparición de especies, como ejemplo, el pájaro Dodo (Raphus cucullatus), que se extinguió de las islas Mauricio en 1662. Esta condición los hace menos astutos y preparados ante el peligro”, explica César Tejeda, director de Endémicos Insulares, asociación civil que trabaja en la conservación de especies en peligro de extinción en Revillagigedo y en Cozumel, Quintana Roo.
Son más de las cuatro de la tarde. Estamos a 550 metros sobre el nivel del mar, y a la mitad del viaje para llegar al volcán Evermann.
Dos parejas de pericos (Aratinga brevipes) captan nuestra atención. Se posan en un árbol viejo lleno de oquedades, su lugar preferido para anidar. Están en periodo de reproducción, que inicia justo después de la temporada de huracanes, en noviembre. Según datos del Inecol, se estima que en la isla hay alrededor de 150 pericos; ellos forman parte de la lista roja de especies amenazadas.
Actualmente, investigadores del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Inecol trabajan en la instalación de cajas de anidación en los árboles más jóvenes y sin oquedades, para que estas aves puedan criar o resguardarse en la zona sur de la isla, la más dañada por los borregos. Al año pueden tener hasta dos crías, una vez que acaban su temporada de reproducción se forman en grandes parvadas en busca de las ramas del guayabillo (Psidium socorrense) y el cascarillo (Guettarda insularis), árboles frutales que son únicos en el archipiélago.
Grandes helechos (como el Pteridium aquilinum), también únicos, acompañan nuestra caminata. En la isla hay 14 especies de estas plantas. En las ramas, que nos cubren por completo, se esconde un pequeño grupo de matraquitas (Troglodytes sissonii), aves que tienen la característica de vocalizar a dueto, especialmente con su pareja.
Frondosos árboles oscurecen el camino, además de cerecillos, se unen a la lista guayabillos, amates y zapotillos. Este bosque húmedo está cubierto por plantas que apenas brotan y hongos que han sido poco estudiados.
La isla regala a la vista una escena peculiar: un camino color naranja, formado por cientos de cangrejos (Gegarcinus planatus stimpson) que, consternados por la presencia humana, disfrutan de no tener depredadores e internarse en el bosque. Para reproducirse tienen que recorrer más de 800 metros hasta la costa en busca de una pareja.
Estrellas guía
La noche está por caer cuando llegamos a 200 metros de la cima. La oscuridad obliga a parar en una pequeña meseta. Dormiremos junto a Luis Baptista, quien murió en el año 2000 y siempre deseó que parte de sus cenizas fueran depositadas aquí. El canto de los grillos se apodera de la tranquilidad nocturna. Antes de dormir, buscamos a las pardelas de Revillagigedo (Puffinus auricularis), el ave marina en mayor peligro de extinción no solo en México, sino en todo el continente americano, según datos de la asociación Endémicos Insulares. En 2010, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) le asignó la categoría P de la NOM-059 (lista de las especies amenazadas y en peligro de extinción), clasificación que indica que sus áreas de distribución o tamaño de población han disminuido drásticamente debido al daño de su hábitat o depredación.
Esta ave pasa casi toda su vida en el mar, sin embargo, durante su periodo de reproducción regresa a la isla que la vio nacer. Los investigadores han encontrado que las pardelas de Revillagigedo se orientan por medio de las estrellas.
 La pardela desapareció de San Benedicto en 1952, debido a la erupción del volcán Bárcena; en Clarión su destino fue el mismo, pero la historia diferente: sus nidos en el piso, y el único huevo que ponen al año, fueron víctimas de los cerdos introducidos a la isla; ya no se le encontró ahí en 1988, según BirdLife International. Ahora su hábitat quedó reducido a la isla Socorro, donde los investigadores realizan trabajos para ayudar a que su población no se reduzca aún más.
Las pardelas, y otras aves marinas como lo petreles y albatros, no pierden su capacidad reproductiva con los años. Durante toda su existencia —viven hasta 20 años— ponen huevos y crían aves. A ellas, los años les hacen lo que el viento a Juárez: su anatomía no cambia ni muestra indicios de envejecimiento.
Coloso en medio del mar
El sol comienza a salir de nuevo. Es hora de reiniciar la caminata. El bosque se queda atrás, la vegetación se reduce conforme el camino es más escarpado y empinado. Un ligero olor a azufre y algunas pequeñas fumarolas nos recuerdan que caminamos sobre un volcán, que toda la isla es un volcán.
El Instituto de Geofísica de la UNAM coloca al Evermann entre los 10 volcanes más activos de México. En 1993 registró su última erupción: fue submarina y de baja intensidad. El investigador de la Universidad de Colima, Nick Varley dice que su último evento importante ocurrió hace 7,000 a 15,000 años. El derrame de magma que emergió del océano creó lo que actualmente vemos de la isla. Hoy sigue siendo un volcán activo.
Pasamos a un costado del cráter. Su fumarola principal suena como una olla de agua hirviendo. Esa actividad geotérmica fue determinante para que las familias de los elementos de la Secretaría de Marina, que instaló aquí una base naval desde 1957, fueran desalojadas. En la actualidad, la base es habitada por cerca de 50 marinos.
Finalmente estamos a 1,130 metros sobre el nivel del mar, en lo más alto de Socorro, parados en el mismo punto que Andrew Jackson Grayson pisó cuando exploró el archipiélago de Revillagigedo. Desde aquí se ve la zona sur, la más dañada por los borregos que hoy son solo un mal recuerdo para esta isla. También se ve la zona norte, donde la vegetación es más abundante y adonde las especies introducidas afortunadamente no pudieron llegar.
Dos aves nos acompañan. Una pareja de gavilanes de Socorro (Buteo jaimaicensis socorroensis) dejan claro que esta es su isla. Esta ave rapaz es el único depredador natural, se alimenta de pequeñas aves como la matraquita y pipilos. También está considerada como especie amenazada; su población no es tan reducida, pero la extinción de las especies más pequeñas podría ver dañada su cadena alimenticia.
Juan Martínez confía que en primavera se podrán ver nuevos aguiluchos en el cielo de Socorro. Estas aves trabajan en parejas para construir sus nidos en la parte más alta de la montaña durante el invierno.
Entre las piedras que cubren la cima hay una lagartija azul (Urosaurus auriculatus), otra especie endémica. El biólogo Gustavo Aguirre, del Instituto de Ecología, dice que al igual que las aves, es una especie amenazada debido a la deforestación. Aunque se puede ver en toda la isla, a la fecha su población ha disminuido 30%.
Hasta la década de los noventa, la lagartija era el único reptil en Socorro, en aquel entonces se descubrió la presencia del gecko tropical (Hemidactylus frenatus), una especie invasora que está ocupando varios ambientes del lugar.
El canto del cenzontle
“La isla Socorro no sería la misma sin el canto de su cenzontle”, alguna vez dijo Luis Baptista.
Y tenía razón. Esta ave está en peligro de extinción. Durante cinco años, Juan Martínez y otros investigadores del Instituto de Ecología del Conacyt analizaron su ciclo reproductivo y su hábitat. En ese periodo anillaron a 500 cenzontles y descubrieron que su población se mantenía estable, sin embargo, notaron que solo se encontraban en 10% de la superficie. “Su extinción podría ocurrir en cualquier momento. Cuando tienes una población pequeña, esta se vuelve vulnerable a eventos meteorológicos”, señala Juan Martínez. Tal es el caso del cuitlacoche de Cozumel (Toxostoma guttatum), que se encuentra en peligro crítico de extinción tras el paso del huracán Wilma en 2005.
Los cenzontles tienen un pico de reproducción a finales de invierno y principios de primavera. Pueden poner hasta tres huevos, pero en promedio solo nacen dos pollos. Las crías permanecen con los padres por los menos un mes.
Los investigadores del Inecol descubrieron que el canto de este pájaro cambia de acuerdo con su posición dentro de la familia. Los machos tienen un cantar grave, el de las hembras es más agudo; los más pequeños tienen un cantar único, que los diferencia dentro del grupo. Este pequeño pájaro cantor no solo se expone al clima y la destrucción de su hábitat, sino a la llegada de un cenzontle norteño que podría desplazarlo pronto de su isla.
Vulnerabilidad en medio del mar
El archipiélago de Revillagigedo —que además de Socorro también incluye a las islas Clarión, San Benedicto y Roca Partida— está justo en el paso de huracanes y masas de aire polar provenientes de Alaska. Estos fenómenos, explican los investigadores y conservacionistas, pueden perturbar drásticamente su ambiente, el cual si se ve alterado, podría afectar a sus habitantes: la flora y fauna.
De acuerdo con información de la Semarnat, en México hay más de 1,000 islas. Si se suma su extensión representan más de 5,000 kilómetros cuadrados, un territorio similar al que ocupa el estado de Aguascalientes.
Por su riqueza biológica, el archipiélago de Revillagigedo fue declarado Reserva de la Biosfera en 1994. Sin embargo, se tuvo que esperar más de 10 años para que se publicara el Programa de Manejo de Área Natural Protegida, plan elaborado en conjunto con la Semarnat y la Secretaría de Marina, dependencia encargada de resguardar las islas del país.
La declaración como Reserva de la Biosfera abrió la puerta para que varios investigadores de instituciones académicas, entre ellas el Instituto de Biología de la UNAM, el Inecol y la Asociación Endémicos Insulares, iniciaran los trabajos de conservación en la isla Socorro.
Entre estas labores está la construcción de un aviario, habilitado muy cerca de la base naval y en donde se plantea la reproducción y reintroducción de aves en peligro, en especial la paloma de Socorro, la cual dejó de verse en este territorio hace varias décadas.
También se está habilitando un invernadero, donde biólogos de la UNAM y el Inecol reproducirán algunos árboles que permitirán restaurar las zonas dañadas.
Las islas son ecosistemas frágiles y las aves encuentran en ellas un lugar de reproducción seguro y libre de depredadores. Sin embargo, las actividades humanas, que incluyen la introducción de fauna exótica, las pone en riesgo. Necesitamos conocer el valor de las islas y lo frágiles que pueden ser”, comenta la doctora Patricia Escalante, investigadora del Instituto de Biología de la UNAM.
El buque de la Secretaría de Marina nos espera a 100 metros del muelle. Una pequeña lancha de motor nos lleva de vuelta a bordo.
Poco a poco, la distancia reduce la silueta triangular que caracteriza a la isla Socorro. Dejamos atrás un laboratorio natural que científicos y conservacionistas buscan rescatar.

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