La Ecosofía o el cambio de conciencia global
El valor de una acción está en la propia acción por sí misma y no tanto en el resultado, que no depende de nosotros sino de múltiples factores fuera de nuestro control.
30/05/2015 - Autor: Abdul Haqq Salaberria - Fuente: La Tribuna del País Vasco
Nebulosa ngc 7293 helix nebula, la nebulosa hélice fotografiada recientemente por el telescopio Hubble, también conocida como “el ojo de Dios”.
En el marco de las jornadas sobre “Ecología Profunda” organizadas por la asociación interreligiosa GUNE, el 21 de mayo, en la sede de ONCE de San Sebastián, el filósofo y divulgador científico Jordi Pigem nos deleitó con una conferencia titulada “Ecología y espiritualidad”, que invitaba a una reflexión profunda sobre el futuro inmediato de nuestra civilización.
Autor de numerosos libros, el último de ellos publicado en 2013 con el título “La nueva realidad. Del economicismo a la conciencia cuántica”, Pigem combina en su pensamiento ciencia, ecología y espiritualidad. Cree que practicamos una “Ecología Superficial” consistente en acciones efectistas como proteger una especie, crear reservas, reciclar un poquito, ahorrar combustible o limitar emisiones contaminantes –que es bueno pero insuficiente porque encubre que en realidad queremos seguir viviendo igual-. Frente a este ecologismo de conveniencia y maquillaje, existe una “Ecología Profunda” que implica un cambio en la manera de concebir el mundo y relacionarse con él. Por eso diferencia entre “eco-logía”, que sería una ciencia limitada a las lógicas entre causas y efectos partiendo de una concepción mecanicista de la realidad del mundo “desencantado” –Lo que Max Weber denomina Entzauberung (der Welt) - propia del sistema de pensamiento dominante en nuestra civilización, y “eco-sofía” que implica un cambio de conciencia global, una reflexión filosófica profunda sobre las interrelaciones que se dan en los organismos vivos de nuestro planeta y en la realidad física a niveles cósmicos y cuánticos. Y es en esa “eco-sofía” donde ciencia y espiritualidad desdibujan sus contornos para hablarnos de la realidad y del sentido de la vida, donde la dicotomía entre lo material y lo espiritual pierde sentido, donde cualquier acto cotidiano está lleno de trascendencia, donde la naturaleza deja de ser un objeto de explotación y se transforma en parte de nosotros mismos, en un libro abierto para nuestro crecimiento interior, y donde el mundo vuelve a tener misterio y encanto.
Pigem afirma que según la ciencia avanza en el conocimiento de la física cuántica y de la realidad cósmica está descubriendo que sólo llegamos a explicar un 10% del universo conocido. El 90% restante es “materia oscura” y “energía oscura”, es decir fuerzas que no alcanzamos a comprender aun y que llamamos “oscuras” como llamamos “azar” a los fenómenos que quedan fuera de nuestra explicación mecanicista de la realidad. Hasta hace poco pensábamos que lo sabíamos “casi todo” del funcionamiento de las leyes que rigen este universo y sin embargo ahora los científicos dicen que sabemos “casi nada”. No sabemos muy bien cómo es posible que exista el agua, cómo el hidrógeno y el oxígeno pueden combinarse, y cómo explicar muchas de las propiedades del agua. Sin embargo el agua representa más del 60% de nuestro organismo. No sabemos qué es la gravedad, cómo funciona o se genera, sin embargo explica la inmensa mayoría de los fenómenos que configuran el universo conocido. En la Edad Media, con una visión poética del universo, decían que los astros se amaban y que por eso giraban en órbitas. Quizás haya algo de cierto en esa metáfora mágica.
Dice Pigem que no ha habido época en la historia de la humanidad en la que los retos a los que se enfrenta esta sean tan tremendos y decisivos. Nada está decidido y todo es posible, desde una reacción que permita un cambio de conciencia global y nos lleve a una nueva civilización basada en otros valores y en una concepción del mundo, de la sociedad y del sentido de la vida completamente distintos a los actuales; hasta una catástrofe que nos extinga como se extinguieron antes los dinosaurios.
Las constantes vitales del planeta están indicando que lo estamos matando. Cambio climático drástico y repentino. Desaparición de la biodiversidad extremadamente acelerada. Ciclo del nitrógeno completamente alterado por los fertilizantes agrícolas. Superpoblación desenfrenada. Abismo creciente entre ricos y pobres. Agotamiento de todos los recursos energéticos de calidad. Acificación de los mares. Gases de efecto invernadero en progresión irreversible... Para que la humanidad entera alcanzara el nivel de vida de un español medio necesitaríamos consumir 3 planetas como el nuestro. Pero para alcanzar el nivel de vida de un norteamericano necesitaríamos 5.
La física cuántica comienza a describir la materia de la que está hecho el universo como “conciencia”. Lejos de ser algo sólido, en realidad en el mundo de las partículas elementales descubrimos que más que objetos existen “interrelaciones” y que el observador determina la observación, por lo que la realidad no es definitiva sino que interactúa con nuestra observación y conciencia. Por eso la palabras, los pensamientos, incluso la meditación o la oración, pueden cambiar el mundo, porque conectan con esa “conciencia universal” que para muchos es la divinidad, pero que no corresponde a la descripción figurativa que las religiones tradicionales nos han ofrecido. La inteligencia no es sólo una cualidad humana, ni tampoco la capacidad de comunicarse. Hasta las plantas pueden hacerlo entre ellas. La divinidad no está en lo alto observándonos; la divinidad está en el ojo que observa lo divino, es decir dentro de nosotros mismos, algo que Carl Sagan expresaba diciendo: “Somos polvo de estrellas que piensa acerca de las estrellas. Somos el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo”.
La física cuántica comienza a describir la materia de la que está hecho el universo como “conciencia”. Lejos de ser algo sólido, en realidad en el mundo de las partículas elementales descubrimos que más que objetos existen “interrelaciones” y que el observador determina la observación, por lo que la realidad no es definitiva sino que interactúa con nuestra observación y conciencia. Por eso la palabras, los pensamientos, incluso la meditación o la oración, pueden cambiar el mundo, porque conectan con esa “conciencia universal” que para muchos es la divinidad, pero que no corresponde a la descripción figurativa que las religiones tradicionales nos han ofrecido. La inteligencia no es sólo una cualidad humana, ni tampoco la capacidad de comunicarse. Hasta las plantas pueden hacerlo entre ellas. La divinidad no está en lo alto observándonos; la divinidad está en el ojo que observa lo divino, es decir dentro de nosotros mismos, algo que Carl Sagan expresaba diciendo: “Somos polvo de estrellas que piensa acerca de las estrellas. Somos el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo”.
Jordi Pigem describió al economicismo como el mayor y más nefasto fundamentalismo religioso actual. Una fe en el crecimiento ilimitado y en el control absoluto sobre el medio natural que raya en lo patológico. Somos la civilización que más recursos a su alcance tiene pero la más insatisfecha y carente de sentido. Somos insaciables y hemos llegado a los límites de la sostenibilidad traspasándolos ampliamente. Nos estamos suicidando a un ritmo catastrófico. Vivimos en una sociedad exquisitamente dependiente de las ciencias y la tecnología, en la cual prácticamente nadie sabe nada acerca de la ciencia o la tecnología, porque en vez de buscar sentido buscamos crecimiento material agotando todos los recursos a nuestro alcance. Es un apetito insaciable porque va contra nuestra propia naturaleza espiritual.
Pero hay motivos para la esperanza. Millones de personas en el mundo trabajan en pequeñas asociaciones que quieren mejorar nuestras expectativas para el futuro. Las pequeñas acciones cambian el mundo. Cada éxito personal es un éxito global. El conocimiento científico no sólo es compatible con la espiritualidad; es una profunda fuente de espiritualidad, y la “ecosofía” puede transformar profundamente nuestro modo de pensar y estar en el mundo.
El valor de una acción está en la propia acción por sí misma y no tanto en el resultado, que no depende de nosotros sino de múltiples factores fuera de nuestro control. Por eso si creemos que hay que cambiar algo hay que actuar, por muy diminuta que parezca nuestra acción. “Si estás plantando un árbol; aunque tengas noticias del fin del mundo, no dejes de plantarlo”.
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