miércoles, 6 de mayo de 2015

Poner el Qur’án en el centro

(palabras humanas sobre la Palabra revelada)

15/12/2002 - Autor: Abdennur Prado - Fuente: Verde Islam 19
  • 7me gusta o estoy de acuerdo
  • Compartir en meneame
  • Compartir en facebook
  • Descargar PDF
  • Imprimir
  • Envia a un amigo
  • Estadisticas de la publicación


coran_2
Corán
Fa-mâ láhum lâ yûminûna
wa idzâ qúria ‘aláihimu l-Qur’ánu lâ yasyudûn
¿Qué les pasa que no abren sus corazones
y cuando se les lee el Qur’án no caen postrados?

(Qur’án, sûra 84, al-inshiqâq, âyât 20-21)
1. La Palabra anterior a la palabra
La Palabra anterior a la palabra no es humana, no meramente humana. Recibir esa Palabra es alcanzar el lugar del nacimiento del lenguaje. Lugar de afloración de una palabra que, por ser emanación del Uno, es verdadera. Palabra verdadera es aquella que no representa el interés humano, que no dice el ser sino lo más inmediato de la tierra: es el Decir del mundo que está ahí, frente a la proyección del ego que todo discurso humano representa. La palabra del hombre sólo puede hablar de si mismo, en una tautología desesperada. La palabra humana se enrosca en si misma, se dice a si misma. Lo grave es cuando dicha tautología trata de explicar el mundo: acaba forzando a la realidad a adaptarse a ella.
La palabra del ser es palabra que muestra un inter-es. El interés es el modo de organizarse de la sociedad mercantilista. El filósofo Emmanuel Levinas ha dicho: “El interés del ser se dramatiza en los egoísmos que luchan unos contra otros. La guerra es el gesto o el drama del interés de la esencia. Ningún ente puede esperar su turno”. La palabra de la criatura es el correlato febril de unos días sin cielo. La ideología nace cuando lo que hombre desea se convierte en un fantasma, cuando la luz y el deseo se cruzan y toman caminos diferentes. Cuando se desea un cuerpo separado de la luz, ya se ha matado el cuerpo, no se lo puede tocar más que como objeto.
Debemos recuperar el sentido profundo de la Revelación como Palabra anterior a los tiempos, cuya anterioridad no es mesurable, de una Palabra-manantial que está en el origen de todo lo visible. Se trata de una anterioridad ontológica, del Decir originario. La Palabra revelada, no representando ningún interés humano, es la única palabra que convoca a los hombres en torno de su origen común. Lo común es el mundo que desciende, la vida como un don il-lâhico que aún variando de formas es la misma. La Revelación es adaptable, por ello, a todos los tiempos, a todos los lugares. Su carácter proteico nos absorbe, es el supremo regalo de Al-lâh para la Ummah, para los hombres que asumen “otro modo que ser”, el habitar el mundo como miembros de una comunidad sin limites ni presupuestos, que debe construirse en la fidelidad a la palabra que desciende.
El carácter universal y abierto de la Revelación es algo que nos libera de todo paradigma, de los límites ideológicos de nuestro tiempo humano. La Revelación es el permanente regalo de Al-lâh, la posibilidad de una comunidad de escapar a la supremacía de una elite, sea racial o económica, de escapar a los supuestos de una historia creada por el hombre, superar el historicismo, el evolucionismo, el racismo, el mecanicismo. La Palabra revelada debe ser palabra que nos muestra, palabra reveladora de un sentido que está ahí, inalterable desde el principio de los tiempos. El sentido es aquello que está ahí, y la Palabra viene a Decir ese sentido: el puro estar del mundo al margen de los egos que lucha entre sí, al margen de las construcciones creadas por el hombre. Sin la preeminencia del sentido, de una significación implícita a todo, no tiene sentido hablar de una Revelación. No se trata del sentido del mundo, ni del sentido de la vida individual. Se trata del sentido que engloba la significación humana —solo expresable mediante construcciones tautológicas— y el no-saber del mosquito, de la piedra, del mar y de la planta, pues se trata de un no-saber cargado de sentido. Justamente es ese no-saber lo que la revelación revela.
2. La inmediatez de Al-lâh
Muchos musulmanes se han hecho opacos a la Palabra revelada, necesitan ulemas y expertos que les transcriban los Mensajes de Al-lâh en una moral o un modo de comportamiento claro y, sobre todo, estable. Pero en verdad el Islam es el acabamiento de las ideologías y los dogmas, la entrega al devenir del mundo tal y como nos ha sido dado, sin mediadores ni otro guía que Al-lâh subhanna wa ta’ala, pues:
Zâlika min Âyâti Al-lâh
man yahdil-lâhu fa huwa al-muhtad
wa many yuz-lil falan tajida lahû waliyyam murshidâ.

Esto es parte de los Signos de Al-lâh:
a quien Al-lâh guía, sólo él ha encontrado la dirección; pero a quien deja en el extravío no podrás tú encontrarle un protector que le señale la dirección.

(Qur’án, sûra 18, al-Kahf, aya 17)
Para acceder a la Presencia no es posible ningún aprendizaje, ninguna iniciación, ni mucho menos ponerse en las manos de un Sheij, de un cura o de un ulema. Al revés: para poder establecer una comunicación con Al-lâh es preferible separarse de toda tutela y entregarse a la Realidad desde uno mismo, es necesario ser conscientes de que la única posibilidad verdadera de realizarnos es descubrir a Al-lâh como algo accesible directamente a nuestra propia sensación y entendimiento. Esto es, precisamente, lo que un verdadero Maestro hace: no enseñarte nada, sino lanzarte al vacío de ti mismo para que allí descubras la Realidad como un secreto interior a las cosas, que todo lo sostiene.
Formamos parte en todo momento del Decir de Al-lâh, situados en el mismo lugar donde la Creación sucede, donde la potencialidad absoluta de la vida se sucede a si misma: se despliega. Somos necesarios como recipientes que actualizan el sentido, como “lugares” que reciben y vivencian la revelación como un don absoluto. Somos el lugar donde esa potencia manifiesta Su abundancia —al-Kauzar. Estamos en el tiempo, irreversiblemente movidos por lo Único capaz de hacer que algo suceda, pues nada es sin Su consentimiento, sólo Él puede guiarnos hacia Su presencia:
Al-lâhuma hmilni ‘ala sabailihi ila hadratik,
hámlan mahfúfan binusratik.

Oh Al-lâh, condúceme por sus caminos hacia tu presencia,
guíame envuelto por tu socorro.

(Du’a)
Cada momento de nuestra vida puede ser vivido como una afirmación de esa pertenencia, como un acto de ‘ibada. Se trata de un problema de conciencia, de capacidad de verlo todo enlazado al Uno. Esto quiere decir que la Presencia es lo inmediato, que todo recorrido no es sino acortar una distancia. No vamos hacia la lejanía sino hacia lo cercano, no nos dirigimos a un mundo sobrenatural, inalcanzable, sino que nos enraizamos en nuestro presente, en el aquí y en el ahora, pues en cada instante la Creación se muestra íntegra, en toda su plenitud dinámica y constante, abierta a los sentidos del hombre que se hace recipiente de la Rahma, de la misericordia creadora.
Este es el reto radical que ha sido lanzado al hombre a través de la última revelación: el deber de (re-)descubrir su propia capacidad innata para acercarse a lo infinito, de establecerse en el mundo como receptor de aquello que el propio Creador de la existencia nos demanda. Se trata de situarse en el universo del mandato, de cumplir con el “¡Kun!” —¡Esto!— que somos, y que es el mismo mandato que ha creado el mundo. Un destino que nosotros vivimos y que Él nos comunica de un modo personal, no delegable. Para ello no existe ningún instrumento más eficaz que el Qur’án, pues éste no restringe la propia creatividad ni el uso de la razón dándole unos dogmas al creyente, sino que abre caminos insondables, lanza nuevos retos a través de cada uno de sus Signos.
Siendo Al-lâh algo inmediato al hombre, y siendo las doctrinas un impedimento, debemos decir que en realidad acceder a Al-lâh es iniciarse en un despojamiento, des-iniciarse de las ideas adquiridas pasivamente en nuestra cotidianeidad.
Iniciarse en el Islam es realizar un des-aprendizaje, una eliminación de dogmas y de presupuestos, una des-conversión de todo aquello que hemos heredado y nos ha sido impuesto de un modo más o menos definido. Se trata de volver a la mirada desnuda de la infancia (fitrah), o hacia el momento que precede al nacimiento (fanâ’), al lugar donde ya no hay distancia, ningún sonido viene de un “otro”, sino que todo resuena a nuestro alrededor y en nuestra propia mente como una sola melodía, canto del fin y del comienzo, del Alfa y el Omega, de la Unidad que se despliega en mundo.
Él es el Primero y el Último, el Manifiesto y el Oculto
y es Conocedor de todas las cosas.

(Qur’án, sûra 57, al-Hadid, aya 3)
La vida es el trayecto del Uno hasta el Uno. Sólo Al-lâh puede re-conducirnos enteramente hacia si mismo. Cualquier mediación o donación de sentido nos sirve únicamente como prólogo al verdadero Mensaje que nos está destinado. Invocamos Su Nombre y le pedimos ayuda para que nos haga capaces de distinguir en lo inmediato aquellos Signos o señales luminosas que nos libran de permanecer encerrados en nosotros mismos. Signos de luz que evocan a Al-lâh y que sólo pueden ser captados mediante una entrega a lo real sin paliativos, mediante una mirada limpia, libre de doctrinas, de religiones y de ideas, una mirada despojada de toda identidad, capaz de ver el mundo como nacido en el mismísimo instante de mirarlo.
3. El Libro
Debemos penetrar el “cómo” de la Palabra revelada y sus relaciones con el lenguaje humano. Nosotros usamos los mismos signos para lo uno y lo otro, y sin embargo admitimos que su origen es totalmente diferente. Sabemos que Al-lâh ha utilizado el lenguaje de los hombres para hacerse comprender, pero ello no nos debe hacer pensar en que Al-lâh, por usar una estrategia, ha tenido que “renunciar” a Su lenguaje.
El carácter transfinal de la Rahma ha propiciado el encuentro, la posibilidad de purificar nuestro decir en busca de la fuente del lenguaje, y el musulmán hoy siente que en ello hay una clave existencial necesaria para vivificar el Dîn, pues el acoso al lenguaje, la constante manipulación de los conceptos, acaba por desvirtuar toda comunicación y derivarla a mera fórmula donde el encuentro verdadero nos es escamoteado. Todo en el Libro dice de tu vida compartida, todo en el libro dice que eres agua, tierra, fuego y aire, que debes integrar tierra en la tierra, fuego en el fuego y aire con el aire. Que debes asumir del agua la morada, despertar la substancia del agua presa de lo opaco, estancada en la aparente solidez de tus ficciones.
Oh Al-lâhuma que nos desbordas,
cuya presencia escapa a toda posibilidad humana,
cuya Palabra va siempre más allá del molde
en que quieren ponerlo los gusanos.
Oh Al-lâhuma que has descubierto el velo,
que has puesto velos como sombra protectora
y has mandado a Tu siervo que desvele,
que trate de apartarse de la senda de la quietud
y que abra el torso de la idea con el puñal de la palabra.

Escuchar implica necesariamente un reconocimiento del otro y de su habla, el reconocimiento de un lenguaje distinto, que en un principio nos es desconocido. Debemos ser conscientes de que lo que se escucha cuando verdaderamente se escucha es al Otro, a través del cual nos hablan los pequeños “otros” que nos circundan como hermanos y no como enemigos. La aceptación de la Palabra revelada es la aceptación de la posibilidad de una sociedad basada en la igualdad esencial de todo lo creado, de todo aquello que ha nacido de madre (Ummah).
Una Ley basada en la Palabra revelada es aquella que no responde a los intereses de ninguna clase, de ninguna elite sacerdotal o financiera. Es una ley que tiene como base la noción de lo común a todos los seres vivos, sin distinción alguna. Una comunidad basada en la Palabra revelada presupone la capacidad de recibir esa revelación a cada uno de sus miembros, es aquella en la cual las identidades se unen por la conciencia de pertenecer al mismo origen increado.
La justicia no es un concepto humano, sino algo interno a todos los acontecimientos. La justicia es el cumplimiento por parte de cada partícula de la Creación de aquello que le ha sido asignado. La simplicidad de la Sharî’a es su aspecto accesible, su inmediatez. La Sharî’a no ha sido creada por los hombres, sino una Ley Eterna, inherente a la materialidad de los sucesos y las cosas. La posibilidad de construir una sociedad en torno a la Palabra revelada pasa por la recuperación de la comunidad donde todos sus miembros son accesibles los unos a los otros, donde no existen unas estructuras de poder gigantescas, sino el lazo persona a persona y una noción del equilibrio natural y la balanza como marco para la convivencia. Trasladar esas premisas a la situación actual es el gran reto de los musulmanes en todos los tiempos, para lo cual tan solo puede servirnos un despojamiento de todo presupuesto y una inmersión sincera en la Palabra, con la ayuda de Al-lâh.
Al-lâh ordena y el hombre le responde: esta es la única posibilidad de vivenciar nuestro destino, tanto en el plano individual como en lo colectivo. Las interpretaciones personales o tafsir, siendo perfectamente lícitas, sólo pueden contener un mínimo de la potencialidad infinita del Mensaje. Desde el momento en que proyectamos en la lectura nuestro ego, toda interpretación no puede servir más que como parte de una busca, pero solo consigue diferir la respuesta directa a la Palabra.
Lo que sucede en el interior del hombre es inabarcable, no poseemos mecanismos necesarios para darle forma suficiente, para hacerlo consciente por nuestros propios medios, así pues la revelación nos llega desde arriba, nos desciende la palabra para aclararnos en nuestro desarrollo.
Kal-lâ ‘innahâ Tazkirah
fa-man shaâ-‘a zakarah
fî suhufim-mukarramah
marfû-‘atim-mutahharah
bi-‘aydî safarah
kirâmin bararah

¡No! En verdad es un recordatorio
para que quien quiera Le recuerde.
Contenido en revelaciones enaltecidas,
sublimes y puras,
en manos de mensajeros
nobles y virtuosos.

(Qur’án, sûra 80, ‘Abasa, âyât 11-16)
Estamos en el Libro, en la Palabra que se ensancha y que desciende, hiende la tierra, el corazón del muerto, y hace nacer montañas y horizontes. Las rimas y los versos, la suavidad de los vocablos, su aspereza, su cualidad sonora, sus sentidos, son átomos y letras, son presencia, soplo divino y fuente que no cesa. La claridad del Libro, su precisión en ti, su modo decisivo de penetrar a través de los velos que le impones, hasta hacerse equivalencia, tu guía celestial, compañero en las sombras y en la superación de la fractura. La Palabra Qur’ánica germina y retorna siempre al mismo sitio: a la profundidad insondable del hombre, donde los creyentes se lanzan a buscarla.
4. La receptividad del mum’în
Al-lâh se comunica directamente a cada uno de nosotros a través de los Signos (ayat), se dirige al corazón capaz de hacerse recipiente de las más bellas formas, de los sabores impensables, de las sonoridades que nos despiertan a la acción, a la vivencia de cada instante como acontecimiento irrepetible.
La perfección ontológica del mundo está ahí. Estamos en “el mejor de los mundos posibles”, como dijo al-Gazzâlî y repitió —siglos después— Leibniz. Eso quiere decir que lo real es, sin más, el lugar que tenemos como posibilidad de realizarnos. Es la afirmación del carácter irremediablemente acabado del mundo, de la ausencia de progreso. Hay hombres que se pelean inútilmente por mejorar la Creación de Al-lâh, y tan sólo consiguen destruirla:
Wa ‘idzâ quila lahum lâ tuf-sidû fil-‘ardzi
qâlû ‘in-namâ nahnu muslihûn.

Y cuando se les dice: “No sembréis la corrupción en la tierra”
contestan: “¡Sólo estamos mejorando las cosas!”

(Qur’án, sûra 2, al-báqara, aya 11)
A los que más desean o más esperan, les responde el Fuego de la insatisfacción y de la indiferencia, las migajas de una vida siempre diferida. Los musulmanes, por el contrario, aspiran a ahondar en lo que hay, ir a la raíz de la existencia. Habitar plenamente el mundo aquí y ahora es deshacerse de todas las mentiras, de todas las fantasías, de todas las ideologías. Consiste en recibir y entregar, en regalarse a una existencia que nos ha sido regalada. Para ello el hombre debe convertirse en receptor, aceptar la propia feminidad y abrir nuestros sentidos a lo que nos rodea. El mum’în es el que tiene imân, confianza en la realidad tal y como nos ha sido dada, apertura de corazón.
El mundo es perfecto porque la voluntad de Al-lâh lo está creando a cada instante. El mundo es tal y como Al-lâh quiere, y plegarse a Sus designios es la única sabiduría posible. No se trata de fatalismo, sino de la única actitud que nos evita toda ficción, todo distanciamiento. Ese es el sometimiento que caracteriza al musulmán, y que lo sitúa en la mejor posición para poder captar los Signos sin mediar entre ellos y él la distancia de su ego, con sus lamentos y vacilaciones, con sus quimeras y sus velos. La predisposición del musulmán a aceptar “lo que sea que Al-lâh quiera” es pura receptividad, apertura de sus sentidos al mundo de los significados y las formas, a la revelación que Al-lâh realiza a través de todo ello. Es no rebelarse ante lo inevitable, no desear que las cosas sean diferentes a como siempre han sido: perfectas en el momento en que el hombre no trastoca el orden interno de la naturaleza, cuando el hombre se postra ante la Creación y asume la tarea de cuidarla, de ser depositario de la ámana, la confianza que Al-lâh ha depositado en cada uno de nosotros.
Si Al-lâh confía en nosotros, si nos ha confiado el cuidado del mundo... ¿cómo no responder a esa confianza con agradecimiento? ¿Qué significa la rebelión ante Aquel que nos ha entregado el califato? Esta rebelión se da en los hombres que niegan el califato a todos los seres humanos, con el objetivo de acapararlo para ellos mismos. La rebelión es la búsqueda del poder personal, para lo cual es necesario convencer a los demás de que el ejercicio del poder es necesario, movilizar sus energías en su beneficio. El poder excita, funciona apartando al hombre de la contemplación exacerbando su deseo.
Por eso, cuando el sabio gobierna, vacía la mente
de los hombres y llena sus vientres.
Debilita su ambición y fortalece sus huesos. El pueblo queda limpio:
no conoce lo que es malo ni desea lo que es bueno.
Así se impide el triunfo del astuto.
El sabio gobierna sin acción; luego, nada queda sin gobierno.

(Tao Te King de Lao Tsé, libro primero, III)
Si hemos dicho que para acceder a Al-lâh no es necesario ningún aprendizaje, también es cierto que esos velos nos separan, que la mayoría de los hombres ha realizado el intento absurdo de alejarse, de manifestarse como ente separado. No es en la masificación de una ideología donde revela Su Misericordia, sino en la supresión de toda identidad cerrada, para dejar que sea sólo Él quien nos afirme, quien nos diga y disponga de nosotros sin que le opongamos resistencia. Desde el momento en que afirmamos la “inmediatez de Al-lâh” nos damos cuenta de que alejarse de Él no es otra cosa que alejarnos de nosotros mismos.
Law ‘anzalnâ hazla-Qur’ána ‘alâ jabalil-lara
‘aytahû jâshi-‘am-mutashaddî ‘am-min jash-yatil-lâh.

Si hubiéramos hecho descender este Qur’án sobre una montaña,
la verías en verdad humillarse y hacerse pedazos por miedo a Al-lâh...

(Qur’án, sûra 59, al-Hashr, aya 21)
Ante la revelación no hay opinión personal que valga, sino el abandono a esa fuerza capaz de hacer pedazos una montaña. La conciencia de la Creación nos desborda, sin dejar otra respuesta posible salvo la postración. La revelación tan sólo se produce en el corazón del hombre aniquilado, jamás será accesible a un ego que desea el dominio, ya sea para hacer el bien o para su beneficio personal. Nos vinculamos a inmensidad de los cielos mediante la interiorización de la Palabra, y eso es algo que no puede dejar de sorprendernos. El Qur’án contiene todos los desarrollos posibles, todas las posibilidades vivenciales del hombre tanto a nivel social como interno. Al-lâh ha mostrado en el Libro todo el despliegue de Sus Signos, y nos ha dado a través de Su Profeta —salâl-lâhu aleihi wa salam— la posibilidad de entrar en contacto con la Fuente Única de la existencia. Eso nos deja perplejos, sin aliento: en la aniquilación de nuestro ego recuperamos una dimensión que nos es desconocida, en la cual somos receptores de un sentido que esta ahí, anterior a nosotros. Nos damos cuenta entonces de que formamos parte de la revelación como algo vivo, que está sucediendo en este instante... La pasividad del mum’in consiste en dejarse habitar por la conciencia de esta fuerza, en abandonarse al vértigo de una existencia que desborda cualquier pretensión de dominarla.
Zâlika bi-‘anna Al-lâha nazala al-Kitâba bil-Haqq
wa ‘innal-lazî najtalafû fil-Kitâbi lafî shiqâqim ba’-îd

Así es: puesto que Al-lâh ha hecho descender el Libro con la Verdad,
los que se enfrentan con sus opiniones al Libro están, ciertamente,
en un profundo error.

(Qur’án, sûra 2, al-báqara, aya 176)
Aquí debe quedar perfectamente claro que no somos nosotros los que debemos decir lo que el Libro dice, sino recibir y hacer consciente mediante la razón la Verdad que el Libro nos aporta, para que nuestra acción sea realizada plenamente, sin titubeos ni fisûras. Esta es la radical diferencia entre la recepción y la instrumentalización del texto: se trata de hacerse recipientes de la Palabra, de aceptarla tal y como nos viene, y no forzarla a que diga lo que queremos que nos diga.
5. La presencia
Si el hombre está en apertura simbólica ve a Al-lâh resplandeciendo en todo lo visible. Los cambios de este mundo no alteran su secreto interior y las calamidades envia­das por el Cielo no hacen que el fuego de su amor se aleje.
El Qur’án es el lenguaje il-lâhico tal y como se deja escuchar, es el lenguaje de la escucha, de la actitud atenta a lo otro que sí.
El Qur’án no es accesible a aquel que habla, pero tampoco es accesible únicamente al que escucha: solo existe como algo verdadero para el oidor que concentra su potencia en el acto conjunto del Decir y de la Escucha.
Igual que hay una suma atención que desenmascara lo mundano, y que conocemos como contemplación, existe una suma actitud de Escucha que nos sobrepone al ruido y nos abre al Decir de lo inmediato, a la música sutil y silenciosa del acontecimiento, de lo que sobrevuela los discursos y el trasiego. Dicha suma atención a la Palabra anterior a la palabra hoy en día nos es imprescindible, pues de otro modo nuestro lenguaje derivará en consumo, se perderá en su juego.
Lo propio del mum’in es escuchar los símbolos, estar atento al aflorar del signo. Para el mum’in llega un momento en el cual todo simboliza, y ya no puede ver las cosas como cosas sino como portadoras de un Mensaje. Nada de lo que pueda pasarle es casual y todo se abre a la interpretación y a la visión del mundo como el lugar de la teofanía, del desglose de ese universo escatológico que se expresa en el Libro.
Toda presencia se convierte en espejo de una realidad intangible en la cual se encuentra inscrita. Dicha realidad intangible —pero sensible— que le es propia es asimismo espejo, se refleja en el mundo interactuando. El mum’in tiene la pretensión de actualizar el Libro, o aquello del Libro que le es propio, del mismo modo que el Profeta Muhámmad — sâllallahu ‘alâihi wa sâllam — fue enviado para actualizar la totalidad del Libro. Por eso su esposa Aisha dijo de él que era “el Qur’án con piernas”.
El mum’in ha hecho del Qur’án un puro símbolo de la presencia, de la posibilidad de que el Decir del mundo como un todo se le haga presencia constante, le revele constantemente su sentido. Al reflejarse en el Libro se proyecta en ese universo simbólico capaz de donarle con precisión la llave de donde se encuentra, de que lugar ha alcanzado en su camino hacia la realización del universo escatológico. Ese universo es para él lo único que tiene ya sentido, pues es a través suyo que se producen la “conquistas espirituales”, las “iluminaciones”, los acontecimientos teofánicos, la rememoración del Nombre, las apariciones de luz y los fotismos: todo aquello que podemos compartir con la Realidad en su absoluto.
Hemos utilizado la palabra “sentido” con plena conciencia: no se trata meramente de un significado (una significación captable por el raciocinio) ni una sensación (captable por la sensibilidad), sino de algo realmente sentido, que engloba ambos aspectos: una sensibilidad del raciocinio que nos lleva a habitar el mundo como un todo simbólico que fluye.
El Qur’án es una Puerta a lo infinito, y se dirige a la infinitud del hombre. No contiene una doctrina cerrada, sino todo lo contrario: la obligación de sumergirnos en el carácter absolutamente abierto de la existencia sin otro cauce que el de la potencilidad absoluta de la Palabra que desciende directamente al corazón del hombre que se postra.
6. Unicidad del Qur’án
Un hombre sometido es aquel que ha puesto el Libro en el centro de su vida, acostumbrarse a transitar sus páginas abiertas, hacerse permeable a la Palabra que desciende “como la lluvia, para fecundar la tierra”.
La lectura del Qur’án se realiza, sobretodo, a dos niveles diferentes: el de la Sharî’a y el de la escatología. La palabra Sharî’a tiene por raíz el verbo shara’a: “dirigirse hacia un manantial”. Se refiere al cauce por el que transcurre una existencia no estancada, capaz de fluir acompasada desde el origen a la muerte, hasta el océano de Al-lâh. Los musulmanes leemos en el Libro ese camino, ya sea en forma de valores —generosidad, esfuerzo, paciencia...— como de ‘ibada —peregrinación, zakat, salat, ayuno...—, de preceptos comunitarios —prohibición de la usûra, normas sobre el matrimonio, la adopción, el divorcio...— o ideológicos —igualdad de derechos, libertad de conciencia, rechazo de la idolatría, de la teocracia... Más allá de su apariencia “legalista”, la Sharî’a establece el marco referencial en el cual el hombre puede desarrollar sus cualidades innatas, el marco que hace posible su desarrollo al infinito. No se trata de una ley creada por los hombres, más o menos arbitraria, sino de algo esencial a la naturaleza más noble de todo ser humano.
Llamamos escatología a la “escenificación simbólica” de las fuerzas que conforman al hombre. Pongamos un ejemplo: al reconocer el texto como despliegue de un universo simbólico, reconocemos que el Shaytán no es algo que nos venga de fuera, sino una posibilidad intrínseca al hombre de apartarse de la Realidad, una tendencia hacia la destrucción que debemos reconocer y controlar para no desviarnos de nuestra naturaleza original —fitrah—. Si vamos un poco más lejos, nos damos cuenta de que la expulsión del Yanna —el Paraíso— es algo necesario para que el hombre pueda girarse hacia Aquel que lo ha creado, y desde ese momento empezamos un camino de conciencia... Es aquí donde los místicos nos hablan de “convertir al propio Shaytán al Islam”, cosa muy alejada de aquellos que se libran de la tarea llamando Shaytán a todos aquellos que se interponen en su búsqueda del poder.
Los fenómenos de la waqia —el acontecimiento por antonomasia, la destrucción del mundo—, el inshiqâq —el desgarro—, de la estancia en la tumba, los significados del ajira —Última Vida— y el nar —el Fuego—, los malaika —ángeles—, etc., son realidades simbólicas a través de las cuales se transparenta aquello que le sucede a cada uno de nosotros. También los diferentes maqams —grados espirituales— representados por los diferentes Profetas —que la paz sea con ellos— nos pueden servir para situar nuestra experiencia de la revelación. Por ejemplo: el rechazo del mundo como algo impuro pertenece al maqam de Nûh, y está relacionado con el diluvio, con la necesidad de una catarsis de agua purificadora, de romper con el mundo y empezar de nuevo desde cero. Todo lo que es mencionado en el Qur’án pertenece a la naturaleza del hombre, es algo propio de su constitución, tanto como el hecho de tener huesos o mirada. La lectura del Qur’án, en este sentido, es lo que nos permite reconocer lo que en verdad sucede en nosotros, cual es el “momento” real en el que nos movemos. Depende del grado de realidad de cada uno el reconocer ese momento.
Hemos mencionado la Sharî’a y el carácter escatológico de la revelación, pero existen muchos otros modos de acercarse al Qur’án. Al-lâh subhana wa ta’ala nos propone múltiples ejemplos y parábolas que describen el comportamiento histórico del hombre, los motivos de su corrupción, de su salvación, de su ceguera... Siendo la Palabra de Al-lâh algo capaz de contenerlo potencialmente todo, es lógico pensar que existen múltiples formas de acercarse al Libro. Es posible realizar, por ejemplo, una lectura económica, una lectura poética, una lectura psicológica, etc. Según una posible lectura que llamaremos fisiológica, el sirat al-mustaqim —el camino recto— haría referencia no a la moral de los ulemas sino a la columna vertebral del mum’in, mientras que desde el punto de vista económico se refiere a la ausencia de beneficiarios entre el trabajador —o el agricultor, o el artesano— y el consumidor, según el hadiz: “No es lícito al sedentario en­trometerse en las ventas del beduino”. Pero, si nos fijamos bien, se trata de lo mismo: la especulación es realizar una ganancia sin esfuerzo, y da como resultado un hombre estancado, cuya columna vertebral —como vía energética— se quiebra. Desde la antropología espiritual vemos que el especulador no se desarrolla, no es capaz de enfrentarse a la vida naturalmente, e inventa un modo “no directo” de estar en el mundo. No recorre, por tanto, el sirat al-mustaqim.
Hay muchos niveles diferentes en los cuales el Qur’án puede ser leído, pero todos hacen referencia a la Unicidad de Al-lâh, al fenómeno de la vida como algo indivisible. Llamamos Tawhîd al hecho de que todo está contenido en todo, al fenómeno de la comunicabilidad absoluta de los contenidos, la identidad final de los opuestos. La lectura fisiológica se mezcla con la lectura simbólica, la lectura legal es inseparable de la escatología, pues no existe en realidad diferencia de niveles en el Libro, sino que este los contiene todos en cada uno de sus Signos. Si aceptamos que el Qur’án engloba todos los sentidos y los unifica, tras constatar que esa multiplicidad de interpretaciones es posible, debemos regresar al Libro como el lugar preservado de toda alteración, donde todas las interpretaciones se hacen una.
Innâ Nahnu nazzalu na ad-dikra
wa ‘illâ-bil-Haqqi wa mâ kânû ‘izam mun-dzarîn

Ciertamente, Nosotros hemos hecho descender, gradualmente, el recuerdo
y somos verdaderamente Quien lo protegemos.

(Qur’án, sûra 15, al-Hichr, aya 9)
7. El instinto
Hemos comprobado que las palabras del Qur’án se hacían resplandor a la lectura del instinto, al instinto que le dice al hombre que el es hombre revelado, parte de la revelación. El hombre es una aleya que transita y come, que se sigue a si mismo cuando sigue los signos, cuando busca su naturaleza simbólica en todo.
Hemos comprobado como fluyen y arden los sonidos, como se entregan a una recitación que fluye y que arde, a la lectura del que busca sin saber el cómo, del que se abre a lo insondable como un animal hacia el pecho de su madre. Verbo insondable pero que ilumina, destinado a ti mismo, a tu espontaneidad de criatura.
Poseer el instinto que nos capacita para recibir la Palabra revelada es emprender el vuelo de la abeja hacia la miel que liba, es postrarse como el girasol ante el ocaso, flotar como la niebla, recibir un orgasmo como goce y encuentro, jamás como aventura. La revelación es aquello que dice que la piedra es piedra en su vínculo espacial de criatura, del mismo modo que la montaña es montaña y la abeja es símbolo del siervo.
Instinto de arder y renacer de mis cenizas.
Instinto de consumar la unión, de poseer la vida.
Instinto de perdurar en la Unidad del Uno, de ser polvo en su seno.
Instinto de fluir como un río, llover como la lluvia,
ladrar y lamer como un perro, de hablar como un poeta.
Instinto de existir, de respirar
y en la respiración hallar la vida que se expande y se contrae.
El concepto de la tierra como madre, nutriente y portadora, está asociado al animismo, a ese conocimiento instintivo que nos lleva a hablar con todo, a vincularnos a las cosas como seres vivos. La tierra como madre solo es habitada por aquellos que han comprendido que la diferencia entre el espíritu y la materia es la mentira agonista de una casta, que es en la madre donde crece el grano, y el nacimiento es paso de las aguas. Arquetipos eternos de un mundo subterráneo, ceremonias de arena, instintiva manera de tocar el mundo, instintiva manera de postrarse...
Instinto de vaciarse, de caminar y perecer durmiendo,
de despertar del sueño hacia otro sueño.
Instinto de acceder al interior del mundo
con la única luz de nuestro instinto libre de todo lo mundano.
Instinto libre de ataduras, instinto vital del conmoverse,
de emocionarse al ver aparecer la aurora como signo,
de contemplar los amplios paisajes cuando llueve,
de dormitar sobre la hierba, de sublimar el sabor de los frutos,
de temblar y adorar y abrazar y besar y estar de luto.
Instinto del camino recto, instinto de postrarse.
8. La recitación
Para acceder al Qur’án hay que recitarlo, no basta con leerlo. El Qur’án es luz sonora que ha cristalizado en Palabra, que se resuelve en pensamiento. Es energía que emana directamente de Al-lâh, y se dirige al hombre para que este se haga recipiente del sentido. No es un simple discurso que se expresa, sino pensamiento luminoso, tan solo captable a través de la luz que lo recibe. Sumergirse en la recitación del Qur’án es seguir el viaje de esa energía desde la fuente manantial al océano de la existencia, pasando por el hombre. Es una misericordia de Al-lâh el habernos hecho capaces de recitar Su Libro, de dejar que Su Palabra cruce por nosotros para impregnarnos de baraka.
Bal huwa Qur’ánun mayîdun
fî láuhin mahfûz

¡Pues este es un Qur’án sublime,
en una tabla resguardada!

(Qur’án, sûra 85, al-Buruch; âyât 21-22)
La luz ha penetrado en la sombra haciéndose sonora, energía compuesta de signos capaces de significados infinitos: ello quiere decir que tiene la posibilidad inmediata de donarnos el sentido, una significación no-discursiva, capaz de concretarse de un modo diferente para cada uno. Esa significación es el propio hecho de que Al-lâh nos ha creado tal y como somos, con nuestras diferencias de forma y de carácter. Hacer de esas diferencias el núcleo de nuestro posicionamiento sobre el mundo es desplazar la revelación del centro, es ceder a la tentación identitaria frente a la conmoción de la unicidad de la existencia, donde las diferencias quedan como formas, meros recipientes del sentido. No permitir al Qur’án cruzar por nosotros libremente y tratar de estancarlo en un discurso es una descortesía, el intento de dogmatizar el mar, de dar un contenido a lo incontinente. Recitémoslo pues sin tratar de imponerle un sentido, dejando que sea Él quien nos guíe.

Fa-‘izâ qara’ta al-Qur’ána fasta-iz bil-lâhi mina sh-Shaytâni-Rajîm.
Y siempre que recites este Qur’an, busca refugio
en Al-lâh de Shaytán el lapidado.

(Qur’án, sûra 16, an-Nahl, aya 98)
Cada vez que los labios pronuncian algunas palabras del Noble Qur’án, esa Palabra resuena y nos transporta. No importa que en un principio no lo comprendamos, sino el entrar en intimidad con las Palabras. La calidez del Dikr, de la rememoración de la Palabra, es el único modo de acceder al Libro como un ente vivo, redescubrir nuestra propia capacidad de hacernos recipientes de esa vida. Dejar que el Qur’án viva en uno, darle la calidez de nuestro cuerpo como un receptáculo es ya hacerse co-partícipe del Libro.
Faqra-‘û mâ tayassara minhu wa ‘aqîmu s-Salâta
wa ‘âtu z-Zakâta wa aqrizu Al-lâha Qarzan Hasanâ.

Recitad de él lo que buenamente podáis, y sed constantes en la salat,
y entregad el zakat, haciendo un préstamo generoso a Al-lâh.

(Qur’án, sûra 73, al-Mussammil, aya 20)
Acceder directamente al Qur’án al-Karím es el único medio certero de no estar desvirtuando la Guía, de no estar traicionando la exigencia de permanecer siempre abiertos a lo que Al-lâh quiere de nosotros. Si bien es cierto que una sólo persona no puede acceder a la comprensión de todos los contenidos en el Libro —pues son infinitos— debemos afirmar que la intimidad con las Palabras de Al-lâh es el modo con el cual podemos recibir ese mandato que nos es propio. Siendo el Islam un todo orgánico, en el cual la pieza es indisociable del todo que la engloba, podemos afirmar que la comprensión de un solo pasaje del Libro es suficiente para que el Islam penetre en nosotros y se instale como columna vertebral de la experiencia que hacemos de la vida. El resto consiste en dejar que Al-lâh nos lleve, nos conduzca hacia si mismo. Eso ha de suceder siempre que tengamos la humildad suficiente como para no cosificar el Mensaje en una doctrina, si somos capaces de mantenernos en lo abierto, de percibir a Al-lâh como lo más inmediato a nuestro propio ser, como la Única Verdad que nos atañe.
Recitad el Qur’án:
Mâ ‘indakum yanfadu
wa mâ inda Al-lâhi bâqa.

Lo vuestro se desvanecerá
y lo que está con Al-lâh permanece.

(Qur’án, sûra 16, an-Nahl, aya 96)


Anuncios
Relacionados

Sura 96: Al-Aalaq

Artículos - 09/08/2008

¿Qué es la sabiduría esotérica?

Artículos - 31/12/2014

Foro de los lectores 13

Artículos - 15/03/2000

No hay comentarios:

Publicar un comentario