martes, 10 de noviembre de 2015

El áureo verbo de Sidi Abdelaziz alDabbag (4)

El Paraíso

13/05/2012 - Autor: Redacción - Fuente: Webislam
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Nada de esta tierra es comparable al Paraíso
Uno de los ataques más frecuentes contra el Islam proviene de los que desconocen la naturaleza espiritual del texto coránico y cometen el error de pensar que el paraíso y sus delicias son meramente un conjunto de meras aspiraciones voluptuosas y sensuales, “humanas, demasiado humanas” como para tratarse de una recompensa digna de mejor vida. Intentan hacernos creer que el paraíso musulmán es un harén de placeres inconfesables, lleno de huríes y efebos que alegran la fiesta a muchedumbres yacentes en lechos floridos a la sombra de ríos de leche y miel. Esta interpretación infantiloide del paraíso nunca ha sido admitida así ni aun por los creyentes más simples para los que el paraíso es el premio más apetecible, que han sabido entender siempre la distancia que separa esa realidad celestial de la realidad sensible de nuestro mundo, cuánto menos por aquellos otros, los amigos de Dios, para quienes el paraíso es otra criatura más, excelsa, sí, pero criatura al fin y al cabo, que no puede colmar de ningún modo sus ardientes anhelos.  Como bien nos explica el sheij Abdelaziz al-Dabbag “si llamásemos a esas gracias y a esos frutos y alimentos del paraíso en función de sus luces y de sus verdadera naturaleza, la gente no comprendería ninguno de esos conceptos. Pero Dios el Altísismo, por Su Misericordia y Su Generosidad, se ha dignado concederles nombres que les fueran familiares a los hombres de este mundo”. Oigamos lo que nos dice el maestro, según nos relata su discípulo Ibn Mubárak al-Lamti: 
"Le pregunté una vez al sheij sobre el paraíso, sus rangos y la manera como están dispuestos. Me respondió: 
“Nada de lo que se encuentra en la tierra y ninguna criatura de Dios se asemeja ni siquiera un poco al paraíso, a excepción del Bárzaj, que tiene una cierta semejanza con él. La gente no ha visto el Bárzaj, ¿cómo podría entender el paraíso?” Le oí decir también: “Un mismo lecho se ve en el paraíso bajo formas diferentes. Se ve ya sea como el color de la plata, como el color del oro o el color verde esmeralda o como la seda o el como el color del rubí u otros colores incalificables. Y el origen de todo esto es uno, no múltiple ni diverso. Y si quien yace sobre el lecho quiere desplazarse de un lugar a otro, el lecho lo transporta si así lo desea y si quiere, se desplaza sin lecho a donde le plazca, en cualquiera de las seis direcciones. Todo lo que hay en paraíso como delicias y como especies de frutos y de alimentos no tiene nada de semejante con las cosas de este mundo. Si llamásemos a esas gracias y a esos frutos y alimentos en función de sus luces y de sus verdadera naturaleza, la gente no comprendería ninguno de esos conceptos. Pero Dios el Altísismo, por Su Misericordia y Su Generosidad, se ha dignado concederles nombres que les fueran familiares a los hombres de este mundo. Es como el lenguaje que empleamos con nuestros hijos, a tenor de sus razón y de su edad, cuando usamos onomatopeyas para nombrar cosas como el pan, la carne, etc.” 
Y añadió: “ La mirada del habitante del paraíso no tiene nunca límite, puesto que las gracias de Dios son allí infinitas. Si mira una gracia, por esta misma visión, conoce una segunda y una tercera y una cuarta… No cesa de disfrutar de cada mirada en virtud de la diversidad de los paisajes. Los simples creyentes se imaginan las gracias en sus mentes y aspiran en sus corazones a disfrutar de las delicias del paraíso. En cuanto a los santos, su mente está totalmente alejada de lo que no es Dios, el Altísimo. No puede estar dirigida a otra cosa sino a Dios el Altísimo y nada puede desviarla de Él. No pueden concebir en sus mentes algo que no sea Dios. Es por eso, por su dedicación total y exclusiva a Dios, por lo que han sido llamados “los amigos de Dios”.

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