Una percepción distinta de la religión
El Profeta Muhammad dijo: Esta religión llegó como algo extraño y acabará como algo extraño
29/01/2011 - Autor: Faouzi Skali - Fuente: Revista Qantara
Recuperar esta “verdadera naturaleza de la religión” exige un esfuerzo de distanciamiento respecto del hecho, y de discernimiento respecto a una tendencia, hacia la seguridad natural en el hombre: la de limitarlo todo a lo que cree conocer y despreciar el espíritu que le sobrepasa, para refugiarse en la letra de lo que cree dominar. El aliento de la aspiración religiosa, limitado por nuestros simples límites intelectuales, se petrifica en una forma desecada y sin sabor, vacía de su dimensión puramente espiritual, que sin embargo es la más fundamental. Ciegos a esta dimensión, codificamos sistemas de valores morales y de comportamiento, factores de equilibrio social y personal pero que, al estar demasiado alejados de su substancia, se limitan rápidamente al contexto en el cual se expresan, y acaban siendo instrumentalizados de forma extrema.
Ninguna religión está exenta de esta tendencia al formalismo. En la tradición musulmana, el mensaje vivificante del Profeta Muhammad (las oraciones y bendiciones de Dios sean sobre él) acaba siendo percibido, a lo largo de los siglos, como un simple cimiento social, fácilmente adaptable a fines totalmente extraños al sentido profundo del Islam. En este contexto, las comunidades sufís, alimentadas por la ejemplaridad del Profeta y la más pura simplicidad de su enseñanza, cultivan y trasmiten la dimensión interior de la revelación coránica. Su transmisión, ininterrumpida, se produce de maestro a discípulo, de manera oculta o visible a los ojos de la mayoría según sean las condiciones de la época y los planes de la Providencia, cuyo alcance y sabiduría son difíciles de comprender mentalmente. Esta enseñanza implica, efectivamente, que seamos sensibles a una percepción distinta, a otra dimensión diferente a la de la razón discursiva; una percepción del corazón, abierta a la presencia de un sheij (maestro espiritual) que haya él mismo entrado en esta dimensión, y alrededor del cual se constituirá una comunidad ligada a una educación espiritual viva.
Lo que justifica que pueda hablarse de una comunidad espiritual, el corazón que le da vida y razón de ser, es, en efecto, la presencia de un ser realizado, cuya vocación sea el transmitir una influencia espiritual que ha recibido de la inspiración divina, sin que su propia voluntad intervenga para nada. Esta influencia es designada, en árabe, por la palabra “sirr”, que literalmente significa “el secreto” si bien ninguna traducción es capaz de mostrar la íntima realidad de que se trata. Si la búsqueda espiritual es un misterio, el sirr es un misterio en el misterio. En cierta manera, es la energía espiritual que caracteriza una vía vivificada por la presencia de un guía, encargado por Dios para que la trasmita al corazón del discípulo. Al ser beneficiario de la ayuda divina para esta tarea, el sheij comunica una sabiduría comparable a una fuente que brota en el mismo centro de la comunidad, irrigando todo a su alrededor: los corazones, las relaciones, el comportamiento, las actitudes individuales. Los discípulos son entonces como jardineros que canalizan el agua divina y la hacen llegar hasta el lugar necesario para que actúe su poder y su fuerza de transformación. Los discípulos son pues este enlace, esta correa de transmisión, y se convierten a la vez en los que reciben y en los que dan.
El Profeta Muhammad dijo: “Esta religión llegó como algo extraño y acabará como algo extraño”. La auténtica enseñanza espiritual pasa necesariamente por perplejidad, es decir, por la puesta en cuestión de nuestras certezas, por la pérdida de nuestros puntos de referencia. El hecho de que el maestro sitúe al discípulo en un estado de perplejidad es una manifestación de esa extraña dimensión de la enseñanza. Es algo extraño a lo que conocemos, no pertenece al orden de lo expresable mediante palabras. Esta situación de perplejidad conducirá al discípulo al descubrimiento de algo radicalmente distinto, que transformará su interior como efecto del secreto espiritual. Estamos ante el fuego sagrado que hay que preservar porque constituye todo el peso (la entidad) del ser.
Aquí, el maestro espiritual aporta el remedio contra la debilidad de nuestro corazón. Pues la ignorancia del corazón es una forma de enfermedad. Todas las formas del ego son obstáculos, señuelos (engaños). La ciencia transmitida por la enseñanza del guía permite ir a esta raíz del sí mismo, permite una transformación interior, un cambio, la simplificación y luego la desaparición de ciertos aspectos del ego. Es lo que realizan en sí mismos los santos, y el punto a donde el guía permite llegar. La transparencia total es de hecho el propio corazón del guía, pues ese corazón se ha deshecho de todos los ídolos, de la búsqueda de poder, y ha vuelto al estado de servidumbre absoluta, el estado en el que se es verdaderamente abdullah (servidor de Dios).
“El maestro no es aquel cuyas palabras te transportan, es aquel cuya presencia te transforma”, reza un dicho sufí. El maestro es un pasador, es “aquel que ha llegado y que hace llegar”, desde la orilla del ego a la orilla donde el ego no existe. Mediante su enseñanza transporta al discípulo al origen de la Revelación. En esta senda, la religión deja de ser simplemente un sistema para convertirse en una realidad vivida por el corazón del discípulo. La relación que se crea entre el corazón del discípulo y el corazón del guía hace que todo se sitúe en su lugar. Acompañar al guía espiritual es orientarse hacia esta transparencia que abre una ventana al Absoluto. Así, la religión reencuentra su dimensión, que es ser de origen divino.
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