martes, 5 de enero de 2016

El liderazgo de Medio Oriente enfrenta a Arabia Saudita e Irán

Con la ejecución de un clérigo chiita, lo que hizo el gobierno saudita fue declarar abierto el conflicto por la influencia regional con el régimen de los ayatolas iraní.

Pedro Schwarze05 de enero del 2016 / 01:34 Hrs
Detrás de los enfrentamientos entre países de mayoría sunita y chiita -como Arabia Saudita e Irán- se esconde la lucha por el liderazgo de Medio Oriente. Por eso, lo que hizo Arabia Saudita (sunita) el fin de semana, al ejecutar a un clérigo disidente de su minoría chiita y a otros 46 condenados, no fue más que declarar abierto el conflicto con Irán (chiita) por el cetro de potencia dominante regional.
Atrás quedaron los tiempos en que el Egipto de Gamal Abdel Nasser ocupaba un rol indiscutido entre los pueblos árabes y de Medio Oriente. Ello porque desde 1979, el Irán del ayatola Jomeini y de la Revolución Islámica cambió el mapa geopolítico regional y comenzó a ganar influencia pese a los intentos de frenarlo, incluida la guerra (1980-1988) con el Irak sunita de Saddam Hussein.
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En los últimos años el gobierno saudita -en el papel un aliado de Washington- empezó a operar para ganar peso regional, ante el crecimiento de la influencia iraní, que se benefició primero con el derrocamiento de los talibanes en Afganistán, en 2001, y luego con la la invasión a Irak, en 2003. Este último conflicto no sólo marcó el fin del régimen de Saddam Hussein -enemigo histórico de Irán- sino que además permitió el ascenso al poder en Irak de la mayoría chiita. 
Pero no sólo eso. El reciente acuerdo nuclear con Occidente podría liberar a Teherán de una serie de restricciones y trabas que hasta ahora han limitato su poder económico en la región. Además, la Primavera Arabe y la consecuente guerra en Siria se transformaron también en nuevas oportunidades para que Irán pruebe su fuerza regional, especialmente al defender al régimen de Basher Assad (alauita, facción de la minoría chiita), aliado de Moscú desde los tiempos de la Unión Soviética.
En esta guerra no declarada hasta ahora, la pugna entre Riad y Teherán se vive no solo en territorio sirio (donde Arabia Saudita opera a través de otros reinos de la región que financian grupos rebeldes islamistas), sino que también en Irak y en Yemen. En este último país las fuerzas del gobierno (sunita) luchan contra los rebeldes chiitas hotuíes, apoyados por Irán.
Y en este panorama también juega un papel importante la situación política interna saudita. Hace un año, ascendió al trono el Rey Salman Bin Abdelaziz al Saud tras la muerte de su hermano Abdula. Desde entonces Riad comenzó a girar la dirección de su política exterior, para intentar mantener su dominio en el Golfo Pérsico. Incluso tras una serie de desencuentros con Estados Unidos, que se ha ido retirando de la zona, Arabia Saudita comenzó a tomar decisiones unilaterales. Así, de la otrora sólida alianza con Washington, el ministro de Asuntos Exteriores saudita llegó a decir que se parecía a un matrimonio musulmán, donde EE.UU. sólo es una esposa más.
Como explicó la corresponsal en Medio Oriente del diario español El País, Angeles Espinoza, para la nueva generación de la monarquía saudita “reforzar el enemigo resulta más fácil que hacer nuevas amistades”, lo que explicaría la escalada con Irán.
En todo este conflicto, las diferencias religiosas son un componente más, como lo puede ser la también histórica rivalidad árabe-persa. Y esas discrepancias religiosas han sido inflamadas por unos y otros para alentar pasiones y levantar rebeliones en contra del competidor y del enemigo.
La división de los chiitas y los sunitas comenzó a gestarse con la muerte del profeta Mahoma, en el año 632. Como no estableció quién sería su sucesor, es decir, el califa, unos consideraron que debía ser elegido por la comunidad en función de sus virtudes, pero otros sostenían que el gobernante debía ser un descendiente directo del profeta. Los primeros eran mayoría, razón por la cual a los segundos fueron bautizados chiitas, que viene de la palabra “facción” (ver página 4). Las discrepancias se mantuvieron y Alí, el sobrino y yerno -y para los chiitas, heredero- de Mahoma fue envenenado. 
Hasta hoy los chiitas siguen siendo una minoría: apenas el 15% del mundo musulmán y durante siglos se acostumbraron a ser minoría y/o estar sometidos. Hoy son sólo mayoría en Irán e Irak. Pero con el triunfo de la Revolución Islámica (1979) no solo se estableció el primer régimen islamista chiita, sino que Teherán apostó por exportar su revolución. Eso, sumado a su proclamada enemistad hacia Israel, no sólo logró el aplauso de los chiitas, sino también de otras organizaciones radicales como el grupo sunita palestino Hamas.

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