viernes, 26 de febrero de 2016


La fragilidad de la casa Al Saud

  • El fallecido rey saudí, Abdolá bin Abdulaziz Al Saud

    El fallecido rey saudí, Abdolá bin Abdulaziz Al Saud

Escrito por Pablo Jofré Leal
La muerte del nonagenario Rey Saudí, Abdolá bin Abdulaziz al Saud, el pasado 22 de enero, tras un mes de hospitalización en un centro médico en Riad, la capital saudí, mostró todos los ingredientes que suelen darse cuando un Monarca Absolutista, sobre todo de un país productor de petróleo está a punto de fallecer: movimientos conspirativos de los aspirantes al trono, nerviosismo en el mercado de los hidrocarburos, alerta en el Ejército y los servicios de seguridad y una Casa Al Saud, que ha incrementado su sensación de inseguridad ante las amenazas de dos de sus hijos putativos, a los cuales engendró, alimentó generosamente y que hoy se vuelven contra su protector: Al-Qaeda y el EIIL (Daesh en Árabe).
Esta realidad obligó al círculo de hierro gobernante, a abreviar el nombramiento del sucesor de Abdolá. Objetivo logrado con la entronización del hermanastro del fallecido monarca y miembro del estrecho círculo conocido como clan Sudairi: Salman bin Abdulaziz Al Saud, exministro de Defensa de Abdolá y quien llegó a la primera línea de sucesión, tras las muertes  de otros miembros del clan Sudairi: Sultan bin Abdelaziz el año 2011 y de Nayef bin Abdelaziz el año 2012. El nombre de Clan Sudairi se utiliza, comúnmente, para denominar la alianza de siete hermanos de plenos derechos y sus descendientes dentro de la familia real de Arabia Saudí, hijos de Hassa al Sudairi, esposa favorita del fundador de la dinastía; Abdelaziz bin Saud.
WAHABISMO Y AL SAUD  
En el siglo XX, Abdulaziz Ibn Saud expandió rápidamente su base de poder en el Nejd,  para establecer el Reino de Arabia Saudí el año 1932 convirtiéndose en su primer rey. Como parte de este proceso de expansión, se casó con mujeres de familias árabes poderosas,  para consolidar así su control sobre todas las partes de su nuevo dominio. Uno de estos matrimonios fue con la princesa Hassa bin Ahmad bin Muhammad Al Sudairi, miembro de la familia Al Sudairi, una de las más poderosas del Reino de Nejd con quien tuvo siete hijos varones: Fahd, Sultan, Nayef, Abdulk Rahman, Turki, Salman y Ahmed. Además de cuatro hijas: Lulua, Latifa, Aljawhara y Jawaher. De ese grupo de hombres surge el nombre de Salman bin Abdulaziz, para ocupar el trono del reino saudí y continuar con la política wahabismo.
El wahabismo, doctrina considerada profundamente intransigente y rigorista, remonta su origen al siglo XVIII cuando el jeque Muhammad Ibn Saud, convirtió en ley fundamental de su dominio el catecismo de una secta fundamentalista sunní creada por Muhamad Ibn al Wahab (el Wahabismo). Doctrina intolerante con todas aquellas creencias, que no se subordinen a su visión del mundo y que se ha declarado incompatible con todo aquello que sea contraria a su interpretación salafista. Esta doctrina encontró en la Casa Al Saud y su Monarquía el catalizador para tratar de expandir su ideología. Idea que comenzaría a tener su concreción a partir de la fundación de Arabia Saudita el año 1932 y el aval que comenzó a dar la explotación del petróleo, la alianza con Estados Unidos y los intereses de este en Medio Oriente y Asia Central. Sumando a ello la decisión de fomentar,  a través de escuela coránicas (madrasas) la expansión del wahabismo haciendo fluir en ello los petrodólares en cantidades millonarias, no importando en ello si se creaban monstruos como Al-Qaeda y el actual Daesh.
El nuevo Rey saudí Salman bin Abdulaziz, como primera medida y como una manera de mostrar seguridad, decisión y asegurar la estabilidad en una casa reinante con cientos de aspiraciones personales, dio a conocer, incluso antes de las exequias de su hermanastro Abdolá, el nombre de sus sucesores. Como primer heredero nombró su medio hermano el príncipe Muqrin, de 69 años. El segundo en la línea al trono será su sobrino Mohamed Bin Nayef, de 55 años. El anunció aseguró la sucesión para los próximos años, cerrando así – al menos en el plano formal – la posibilidad que las intrigas palaciegas se expresen, y dando solución a uno de los retos internos de un reinó con una clase gobernante absolutista. Quedó claro que la gerontocracia real seguirá siendo la norma en Arabia Saudita y queda al debe el abordar la consolidación de una sociedad con mayoría juvenil y los deseos de cambio que se han comenzado a manifestar tibia pero sostenidamente.
Para el analista internacional Guadi Calvo “hay que tener muy presente el nombre del poderosísimo príncipe Mohammed bin Nayef, de cincuenta y cinco años, Ministro del Interior, quién tras su férrea política antiterrorista se veía llamado a ocupar el trono de la Casa al Saud y que hoy ha quedado como segundo en la línea sucesoria tras su primo Muqrin. Otras decenas de príncipes tendrán que proteger su estatus dentro de la monarquía. Pero más allá de que Salman cuente con ese apoyo clave y fundamental, la Casa Al Saud se encuentra ciertamente comprometida, como para que el reinado de Salman, sea un bordar y cantar como el de sus recientes predecesores. El mundo es otro y particularmente la región es otra”
La Casa Al Saud está conformada por una amplísima familia, compuesta por tres mil personas entre centenares de jeques, decenas de Príncipes y sus familias,  lo que convierte a Arabia Saudita,  no sólo en un Estado cuyo nombre asume el nombre de su casa reinante, sino también crea un Estado Absolutista donde la familia del Monarca reúne todos los cargos de gobierno y en aquellos que la participación familiar es menor,  como por ejemplo la Majlis as Shura (la Asamblea Consultiva) es el propio Rey quien nombra a sus miembros. Un país donde los derechos de la mujer brillan por su ausencia y donde la vida cotidiana es regida por una policía religiosa dotada de amplísimas potestades.
La Casa Al Saud está conformada por una amplísima familia, compuesta por tres mil personas entre centenares de jeques, decenas de Príncipes y sus familias,  lo que convierte a Arabia Saudita,  no sólo en un Estado cuyo nombre asume el nombre de su casa reinante, sino también crea un Estado Absolutista donde la familia del Monarca reúne todos los cargos de gobierno y en aquellos que la participación familiar es menor,  como por ejemplo la Majlis as Shura (la Asamblea Consultiva) es el propio Rey quien nombra a sus miembros. Un país donde los derechos de la mujer brillan por su ausencia y donde la vida cotidiana es regida por una policía religiosa dotada de amplísimas potestades.
Las tareas del nuevo Monarca son enormes. El fallecido Rey Abdolá consiguió reducir, en parte, las amenazas que se cernían sobre el reino a través de las acciones de Al Qaeda, logrando a punta de sangre y fuego, que sus incursiones se trasladaran al sur de la península, a Yemen, donde una facción de ese grupo Takfirí opera a través del movimiento denominado Al Qaeda de la Península Arábiga. A la par de contener las posibles acciones desestabilizadoras en su territorio, la Casa Al Saud logró también mantener a raya, a costa del incremento de la política de represión de su población y vecinos, la influencia de los movimientos de cambio que se iniciaron en Túnez, derribaron el Gobierno de Libia, el de Egipto y que han convulsionado a algunos Estados árabes del Golfo Pérsico, gran parte de ellos regidos por férreas monarquías, que en el caso de Baréin, por ejemplo, significaron la presencia de tropas enviadas por Riad para contener los afanes de libertad de la población bareiní, mayoritariamente chií.
El extinto Rey Abdolá, considerado un reformista – dentro de estrechos parámetros de una Monarquía absolutista como la saudí – concedió mínimos derechos políticos y sociales en sus veinte años de reinado y ha dejado en manos de Salman bin Abdulaziz la posibilidad de intensificar parte de esas tibias reformas o allanarse a una estrategia de refugiarse en el caparazón que ofrece el Wahabismo. Y  hablamos de derechos políticos en general, como también de aquellos constreñidos derechos del género femenino.
Tema de difícil solución para la misógina Monarquía saudí. Sobre todo con la influencia ejercida por la masiva presencia de tropas extranjeras, desde el año 1991 tras la invasión a Irak, entre ellas miles de mujeres, que ejercían una serie de actividades vetadas para el mundo femenino del reino, como ponerse tras un volante de un automóvil, por ejemplo. A lo que se suman derechos políticos ms de fondo como es el derecho al voto. Abdalá, permitió el voto femenino, el año 2011 y las candidaturas de mujeres a las elecciones municipales previstas para este año 2015. Sin embargo, en materia religiosa y rigorista la ley se aplicaba en forma estricta, se siguieron financiando Madrasas  (escuelas) en países como Yemen, Paquistán, Afganistán, Egipto, Marruecos entre otros, de tal manera de ejercer desde esa vía y con el flujo de generosos aportes en dinero la influencia del wahabismo.
LA TRIADA SANGRIENTA
Compleja tarea la mencionada estrategia de encerrarse en sí mismo, vista la estrecha relación que la Casa Al Saud ha creado a lo largo de las últimas 5 décadas con Estados Unidos, devenido en su aliado principal en la región. Uniendo a ello la paradójica ampliación de los lazos con un mundo ajeno a la férrea creencia salafista, que en los último 20 años ha significado crear un eje de integración  entre Riad y el régimen de Tel Aviv, que no sólo ha tejido una asociación desde el punto de vista de sus servicios de seguridad, sino que claramente una estrategia política destinada a socavar la influencia de Irán en la zona del Medio Oriente. Tal alianza se expresa, en su real dimensión, en el abandono del apoyo a la causa palestina, la creación de grupos takfiríes que suelen ser la punta de lanza de la política exterior saudí contra Irak y Siria y la decisión de derrocar al Gobierno de Bashar al-Asad financiando a EIIL, Al-Qaeda y otros grupos salafistas, que no sólo operan en Medio Oriente sino también en el Magreb y Asia Central.
Con Estados Unidos, tras el derrocamiento de Mohamad Reza Pahleví el año 1979 por la Revolución Islámica de Irán, la Monarquía de Al Saud, temerosa de la influencia que pudiese ejercer el triunfo de la revolución iraní en la región, intensificó los vínculos con Washington y el régimen de Terl Aviv. El blanco de los ataques desde el año 1979 en adelante será Irán. Contemporáneamente al triunfo de la Revolución Islámica, el año 1979, hubo variados hechos históricos en gran parte de los continentes: triunfo de la revolución nicaragüense en Latinoamérica, invasión a Afganistán por parte de tropas de la ex Unión Soviética, apoyo estadounidense y de Arabia Saudí a combatientes salafistas en lucha contra la ocupación soviética. Guerras civiles, con intervención de potencias extranjeras en África. Acontecimientos que mostraron, no sólo la cara de la Guerra Fría, sino también la decisión, de las potencias occidentales, de no permitir el desarrollo de procesos políticos independientes.
El año 1980, apenas un año después del derrocamiento de la dinastía Pahvleví, Irak, gobernado en ese momento por el Saddam Hussein, bajo la creencia que la potencia militar y política de Irán estaba debilitada y apoyada por potencias europeas como Francia e Inglaterra, además de Estados Unidos, el régimen de Israel y Arabia Saudita atacan a la República Islámica  de Irán e inician una cruenta guerra de agresión – la denominada Guerra Impuesta o Defensa Sagrada  – que se prolonga hasta el año 1988. Contienda que costó la vida a cerca de 700 mil iraníes y con un millón de heridos, además del debilitamiento de su aparato productivo. Los objetivos eran destruir la naciente revolución iraní y al mismo tiempo intensificar la presencia política y militar de Estados Unidos, consolidando el dominio del régimen de Israel en Medio Oriente y generar el debilitamiento de la ya agonizante Unión Soviética.
A la par del desarrollo de la Guerra Impuesta y cumplir los objetivos estratégicos de Estados Unidos y sus aliados, en la década de los 80, el Rey Fahd de Arabia Saudita, permitió la construcción de dos bases navales en su territorio: Jubail y Jiddah, que permitieran ampliar la influencia militar en la zona del Medio Oriente, el Golfo Pérsico y el Noreste africano. A su vez, las cuantiosas inversiones sauditas se establecían en Estados Unidos donde se conjugaban con el poder político y económico que ejercía el lobby judío en ese país. Este marco de mutua conveniencia explica la ceguera interesada de Washington, cuando se trata de obstruir cualquier condena a Arabia Saudita por sus continuas violaciones a los Derechos Humanos o al régimen de Israel, en su política de ocupación y represión de los territorios palestinos. Los intereses en juego en esta triada explican el no ver, no oír y no escuchar cuando se trata de sus acciones encaminadas a consolidar una hegemonía que combina el sionismo, el wahabismo y la práctica imperial de los gobiernos de Estados Unidos. La triada más sangrienta en la historia de Medio Oriente.
Por razones de salud, tras sufrir un derrame cerebral, el Rey Fahd transfirió el año 1996 el poder a su hermano Abdolá Ibn Abdulaziz Al Saud a quien ya cuatro años antes se le había confirmado como heredero al trono. Abdalá llegó a Monarca luego de la muerte de su hermanastro Fahd, el año 2005, aunque ya manejaba los asuntos cotidianos del reino como regente. El año 2001 el reino saudita sufre una severa conmoción al descubrirse , que gran parte de los acusados por los atentados de las Torres Gemelas y el Pentágono en septiembre del año 2011 en Estados Unidos, eran de origen saudí. Confirmando con ello el apoyo sostenido que la monarquía de los Saud había dado a la formación de grupos takfirí, que posteriormente volvieron sus armas contra el propio padre que les dio vida. Las amenazas internas y la exigencia estadounidense de actuar, obligaron al rey Abdulá a expulsar a los grupos de combatientes afiliados a Al Qaida hasta el sur de la Península. Sin embargo el apoyo y financiamiento de estas bandas terroristas han continuado ininterrumpidamente.
Un despacho estadounidense (el denominado documento nº 242073) enviado por la Secretaria de Estado (dirigido en ese entonces por Hillary Clinton) a sus Embajadas de Riad, Abu Dhabi, Doha, Kuwait e Islamabad,  el año 2010,  y dado a conocer, junto a otros 1.100 cables,  por diverso medios de comunicación en el mundo, confirmó lo que era un secreto a voces “los donantes de Arabia Saudita constituyen la fuente más significativa de financiación de los grupos terroristas suníes en todo el mundo…aunque Arabia saudita se toma muy en serio la amenaza del terrorismo interno, ha sido un continuo reto convencer a los funcionarios de ese país, para que aborden el financiamiento terrorista que emana de Arabia Saudita como prioridad estratégica. Este país continúa siendo una base de apoyo crítico para Al Qaeda, Los talibán, Lashkar e Tayba y otros grupos terroristas, que probablemente recaudan millones de dólares anualmente de fuentes saudíes, a menudo durante el hach y ramadán”.
Cortar ese suministro, es una de las tareas que el gobierno de Washington le exige al nuevo Rey Salman bin Abdulaziz, cuestión que se vislumbra imposible, no sólo por la simpatía que este monarca siente por el desarrollo de estos grupos salafistas, sino por la creciente influencia de los miembros más radicales de su corte en materias de ir consolidando un régimen donde la influencia occidental no tenga la preeminencia que tuvo con Abdolá. Para ello, el arma principal con que cuenta la Casa Al Saud es su riqueza hidrocarburífera. Arabia Saudita controla el 20% de las reservas mundiales de petróleo – calculadas en 250 mil millones de barriles – a lo que se une su cuantiosa reserva en oro y divisas, que en este año 2015 deberá ir encaminadas a cubrir el déficit presupuestario,  que se calcula triplique al del año 2014, tras su política de bajar los precios del crudo en aras de sus objetivos estratégicos. Ello, en un marco de presiones políticas internas de una población con altos índices de desempleo – sobre todo en la juventud – presiones externas derivadas de la acción de grupos takfirí y la crónica lucha que el régimen de Riad mantiene contra Irán, apoyado en esto por Israel y Estados Unidos.
LA CASA AL SAUD EN LA MIRA
Estados Unidos está decidido a recuperar la influencia que posee en la zona y para ello, los estrategas de Washington  desean  reinstalar el denominado Plan Laurent Murawiec. Nombre que consigna la exposición del analista francés Laurent Murawiec de la Rand Corporation (laboratorio de ideas norteamericano que forma a las fuerzas armadas de ese país en materias de inteligencia y defensa). Ideas inmersas en la discutida teoría del complot islámico y el choque de civilizaciones. Según el analista Thierry Meyssan en un trabajo titulado “Guerra de Civilizaciones”  esa teoría se ha ido elaborando progresivamente, desde 1990, para proporcionar una ideología de repuesto al complejo militar e industrial estadounidense después del derrumbe de la URSS. El orientalista británico Bernard Lewis, el estratega estadounidense Samuel Huntington y el consultor francés Laurent Murawiec fueron los principales creadores de esta teoría que permite justificar, de forma no siempre racional, la cruzada estadounidense por el petróleo.
“El 10 de julio de 2002, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz convocaron a la reunión trimestral del Comité Consultivo de la Política de Defensa.  Se escucha allí la exposición de un experto francés de la Rand Corporation, Laurent Murawic, intitulada Echar de Arabia a los Saud. La conferencia se desarrolla en tres partes. Al principio, Murawiec retoma las teorías de Bernard Lewis: el mundo árabe está en crisis desde hace dos siglos. Ha sido incapaz de llevar a cabo tanto su revolución industrial como su revolución numérica. Este fracaso suscita una frustración que se transforma en rabia antioccidental, sobre todo porque los árabes no saben debatir debido a que en su cultura la única forma de política es la violencia. Desde ese punto de vista, los atentados del 11 de septiembre no son más que la expresión sintomática de su gran descontento”.
En la segunda parte, Murawiec describe a la familia real saudita como incapaz de controlar los acontecimientos. Los Saud han desarrollado el wahabismo en el mundo, para luchar tanto contra el comunismo como contra la revolución iraní, pero hoy no controlan ya lo que han creado. Finalmente, nos aclara Meyssan el citado conferencista francés, propone una estrategia: los Saud tienen a la vez el petróleo (al fin llegamos al fondo del asunto), los petrodólares y la custodia de los lugares sagrados. Son el pilar central y único alrededor del cual se organiza el mundo arabo-musulmán. Deshaciéndose de ellos, Estados Unidos puede hacerse del petróleo que necesita para su economía, del dinero proveniente del petróleo que cometió el error de pagar en el pasado, y sobre todo de los lugares sagrados, y por consiguiente del control de la religión musulmana. Y cuando el Islam se haya desmoronado, Israel podrá anexarse Egipto.
Meyssan en su artículo “EIIL: Después de Irak ¿quién será el próximo blanco” señala con claridad  que ante la actual situación que se vive en Irak, Siria y gran parte de medio oriente, Washington ha considerado que es hora de remodelar el reino Saudita, conforme al plan de Laurent Murawiec. “En esencia, este plan se resume en tres frases: Irak es el eje táctico, Arabia Saudita es el eje estratégico y Egipto será la recompensa. Dicho de otra manera,  el derrocamiento de los Saud solamente es posible desde Irak y quien provoque su caída controlará Egipto. Conscientes que son el próximo blanco, los Saud han dejado de lados su rencillas familiares (al menos por el momento)  para dedicarse a la defensa de sus intereses”. Bien saben los gobernantes saudíes que frente a Estados Unidos y sus políticas hegemónicas de nada vale haber sido un aliado incondicional, a la hora de las decisiones los deja caer como una piedra al fondo del mar.
A mediados del año 2014, el fallecido rey Abdolá, tras un viaje de vacaciones a Marruecos, hizo escala en Egipto y allí se entrevistó con el general y Presidente egipcio Abdel Fatah al Sissi, hombre fuerte de este país norafricano y quien mostró su agradecimiento por el apoyo político y financiero para derrocar a los hermanos Musulmanes con el gobierno del depuesto presidente Mohamed Mursi. Abdolá le hizo ver al jefe de Estado egipcio,  que Estados unidos estaba decidido a intervenir en Arabia Saudita y generar cambios al interior del reinado de los Saud. Abdolá fue explícito en señalar que no le sería fácil a Estados unidos deshacerse de los Saud como muestra de aquello dejó en claro que  Arabia Saudita controla y controlará a Estado islámico, que es su hijo y sus acciones, por tanto están sujetos a su plan de acción regional. Ello explica que esta banda terrorista ataque a musulmanes y no a quien se supone es su enemigo natural como es el sionismo o a las Fuerzas militares extranjeras avecindadas en Medio Oriente.
El mensaje fue transmitido a Washington quien comprobó, como  una bofetada en el rostro,  la veracidad de las palabras de Abdolá cuando volvió a escena, a fines del año 2014, un amigo incondicional de los movimientos Takfirí: el Príncipe Khalid bin Bandar bin Abdul Aziz al-Saud, quien había sido sustituido,  tras su fracaso en la guerra de agresión contra Siria, a instancia del Secretario de Estado norteamericano John Kerry. El regreso de Bandar – ex Embajador de Arabia saudita en Washington – no era buena noticia,  ni para Washington que desea mostrarse lejano y desvinculado de los grupos terroristas que ayudó a crear, como tampoco para los sectores moderados de la Monarquía saudí, que veían en Bandar el retorno de la política del garrote interno y externo, con el peligro que significa el volver a sufrir acciones terroristas intramuros y la desconfianza que generaba sus estrechos vínculos con los organismos de seguridad israelí.
Recordemos que Bandar dirigió los servicios de inteligencia saudí entre junio del año 2012 y principios del año 2014, cargo desde el cual coordinaba todos los aspectos de apoyo, financiamiento, transporte y abastecimiento para los movimientos takfirí que trataban de derrocar al gobierno sirio y que comenzaron a atacar al gobierno chiita de Irak. Esa gestión generó variados desencuentros con los servicios de inteligencia occidentales y sobre todo la serie de acusaciones de las autoridades de Damasco y de El Líbano que mostraban pruebas de la implicancia de Arabia Saudita en la guerra de agresión contra Siria. Pruebas que obligaron a Washington a exigir cierta moderación en la manera que la Casa al Saud apoyaba a los terroristas takfirí.
El príncipe Bandar,  como una clara muestra de la influencia de Estados Unidos en las decisiones de inteligencia saudí fue destituido de su cargo como Secretyario General del Consejo de seguridad nacional, a los pocos días de asumir Salman mediante un decreto real. Cargo en el cual fue nombrado por su agonizante tío Abdolá. Igualmente, la consolidación del poder del ministro del Interior  – Mohamed bin Nayef – quien es además  el segundo príncipe heredero,  fue también una exigencia estadounidense. Hace un par de meses,  bin  Nayef visitó Washington y a principios de febrero una delegación del Congreso de EEUU visitó Riad y abordó allí el tema del segundo príncipe heredero. Los congresistas expresaron francamente que ellos querían que el puesto recayera en bin Nayef. Deseo cumplido y en un puesto clave en materias de de represión interna y manejo político  en los 31 ministerios de la Casa Real.
Significativo y como una muestra de las maniobras de poder que Salman desea mostrar fue el cese de sus funciones como Gobernador de La Meca de Mashal bin Abdolá y Tarik bin Abdolá, Gobernador de Riad, ambos hijos del fallecido monarca Abdolá. El príncipe Miteb, también hijo de Abdolá, fue ratificado en el cargo de ministro encargado de la Guardia Nacional, un cuerpo militar que dispone de alrededor de 200 mil efectivos. Igualmente nombró nuevos ministros de Justicia, Asuntos Islámicos, Agricultura e Información, aunque ratificó a titulares de puestos clave como Petróleo, Finanzas y Relaciones Exteriores.
EL DOBLE JUEGO SAUDI
Existe una clara alianza entre Al Qaeda, EIIL (Daesh) y la alianza Riad-Washington e Israel. Los grupos takfirì han sido utilizados como herramientas de la agresión contra Siria y el gobierno chiita de Irak. Para los analistas Ghaleb Kandil y Pierre Khalaf “desde el inicio de la guerra de agresión contra Siria ha sido evidente que los países que desataron la guerra utilizan a los grupos terroristas y remanentes de Al Qaeda, para tratar de destruir al Estado Sirio y sus capacidades…desde que Bandar bin Sultan fue puesto al mando de la agresión contra Siria, el papel de Al Qaeda no dejó de ampliarse y extenderse y como siempre sucede donde quieran que actúan, las ramas de esa organización se disputan a tiros el control de los recurso. Así sucede en Afganistán, donde los terroristas luchan entre si por el control de las redes que garantizan el contrabando de amapola y opio”.
Si la prioridad es el combate contra el terrorismo, como sostienen los Estados Unidos y sus aliados, enfrascados en una lucha sin resultados apreciables contra EIIL (Daesh) se debe concretar entonces una clara política internacional, tal como lo han afirmado los gobiernos de Irán, Rusia, Irak, Siria y El Líbano, donde cese el apoyo de las Monarquías del Golfo, Israel, los Estados Unidos y sus aliados occidentales  a los movimientos terroristas. Estos, han sido utilizados como punta de lanza y herramientas para la conquista del territorio y sus recursos, más que el falso objetivo de defender a la población de Medio Oriente de los ataques de los grupos takfirí.
Las Relaciones del fallecido rey Abdolá con la República Islámica de Irán, la otra potencia regional de envergadura en Medio Oriente, nunca tuvieron visos de normalizarse o aceptar el apoyo de Teherán en la idea de enfrentar la amenaza de los grupos salafistas. Más aún, cables filtrados por WikiLeaks emanados del Departamento de Estado revelaron que el ex rey Abdolá solicitó a Estados Unidos realizar ataques a las instalaciones nucleares iraníes para “cortar la cabeza de la serpiente” en una estrategia compartida con el régimen sionista de Israel.
Las expectativas con el nuevo Monarca tampoco van por el lado de un cambio radical de las relaciones con Irán, visto el copamiento de los altos cargos del reino en manos del sector más duro de la Casa al Saud. Sus retos son vitales para la marcha y futuro del reino: en el ámbito de la economía y el petróleo, donde su país ha jugado un papel fundamental en la baja del precio del barril de crudo, generando dificultades a países como Rusia, Irán y Venezuela.  También se vislumbra un gran desafío en el ámbito de  evitar las influencias de las mareas e cambio vividas en el Magreb y que tienen hoy su expresión en Yemen, Bahréin, las luchas en el fragmentado Irak, la Guerra en Siria y la política sionista apoyada por Estados Unidos y sus aliados.
Unamos a ello la necesaria estabilidad regional en un cuadro,  donde Salman bin Abdulaziz, seguirá apoyando a los regímenes sunnitas mientras enfrenta la oposición del mundo chiita en aquellos países donde sufren la opresión de gobiernos apoyados por Riad. Y, finalmente,  recordemos que el modelo de sucesión se agota con el Príncipe heredero Muqrin, último hijo del fundador de Arabia Saudita y del Clan Sudairi, lo que obliga a buscar un modelo distinto, que sacará a la luz las pretensiones de los 3 mil miembros de esta casa real que debe combinar y equilibrar su tradición y las exigencias de la modernidad.  No olvidemos tampoco,  la necesidad de hacer frente a las demandas económicas y sociales de una población bajo el umbral de los 21 años, que representa el 60% de la población saudí –  que implica un mayoritario sector social que ha crecido bajo la influencia de un mundo interconectado, con toda la carga del mundo cultural occidental y la política de injerencia de Arabia Saudita en la política regional.
La información que se tiene de Salman refieren a un hombre pragmático, con amplia experiencia política, con habilidad para mantener el delicado equilibrio de una Arabia Saudita donde se combinan los intereses clericales, los de una extensa familia monárquica y los intereses occidentales,  que suelen chocar contra la tradición religiosa de una población que profesa una doctrina rigorista como el Wahabismo. Por ello, se considera poco probable que Salman cambie la estrategia de política interior, fuertemente represiva y de política exterior, destinada a expandir su visión de mundo y defender  lo que considera su área de influencia, aunque ello signifique seguir financiando grupos terroristas, defender al represivo reino de Bahréin y seguir en sus contradictorias relaciones con Estados Unidos y el régimen de Israel.
Tras la muerte de Abdolá, la sucesión de Salman, la situación externa e interna muestran la fragilidad de la Casa al Saud en un proceso de transición que la obligará , sí o sí, a redefinir su papel en el concierto regional y donde los intereses de los distintos grupos de poder al interior de esta Monarquía mostrarán si el camino va por intensificar una política que ha mostrado su error estratégico o desarrollar relaciones internacionales  considerando el papel relevante que juegan otras potencias regionales.
Salman, en el plano político, ha ejecutado algunos cambios más bien de forma que de fondo en el marco de su propia declaración de principios “continuaremos adhiriéndonos a las correctas políticas que Arabia Saudí ha seguido desde su establecimiento” La definición de correctas es un concepto a discutir, tomando en cuenta las dificultades que enfrenta la Casa al Saud, precisamente por la implementación de sus políticas a contrapelo de los derechos de sus vecinos y de su propia población. La fragilidad de la Casa al Saud nunca se había visto en toda su diemnsión,  que en el inicio de este año 2015.

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