domingo, 27 de marzo de 2016

Dos familias musulmanas se encargan de custodiar el Santo Sepulcro en Jerusalén

Esta llave se la dio a mi familia Saladino en persona”, asegura Adeeb Joudeh. Haciendo honor a tan añejo linaje, la llave, forjada en 1149, es grave, larga y negra de tan oxidada. Se abren con ella las dos formidables puertas de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, que, según la tradición cristiana, contiene parte de la roca del Gólgota, el lugar donde Jesús fue crucificado. Razones tenía Saladino para entregar a familias musulmanas la llave y el control de las puertas. Entre ellas, la de evitar que el templo volviera a manos de los cruzados. Hoy, los descendientes de aquellos musulmanes mantienen la tradición con una misión igual de complicada: evitar las riñas entre las distintas y malavenidas denominaciones cristianas que se reparten cada milímetro del suelo sagrado.
No es un lugar sosegado la iglesia del Santo Sepulcro. Las peleas entre monjes y curas son más frecuentes de lo que cabría esperar de uno de los lugares más especiales para el cristianismo. Las grescas se desencadenan por los motivos más arcanos. En agosto de 2002, 11 personas fueron hospitalizadas por la riña creada por un religioso copto que movió su silla buscando la sombra, algo que indignó a los monjes etíopes. Los armenios y los griegos, ambos ortodoxos, se tienen especial rencor y han llegado en más de una ocasión a las manos. Para contener una de sus trifulcas, en 2008 tuvo que intervenir la policía antidisturbios israelí. Los armenios y los sirios, por su parte, llevan desde tiempos inmemoriales peleados por la custodia de la capilla que da entrada a la tumba de José de Arimatea.
EL PAÍS
Una pequeña escalera de madera reposa desde principios del siglo XIX bajo el alféizar de una de las ventanas del primer piso en la fachada. Como es zona común, las seis denominaciones deben ponerse de acuerdo para quitarla, algo que no ha sucedido hasta el día de hoy. Ni siquiera en los pagos hay acuerdo. En 2012 las autoridades israelíes le reclamaron a los custodios del Sepulcro nueve millones de shékels (1,9 millones de euros) en facturas de agua impagadas durante más de quince años.
Los Joudeh, depositarios de la llave desde el siglo XII, velan por la tradición y el orden junto a otra familia musulmana, los Nuseibeh, encargados de custodiar las puertas en sí mismas. Cada día repiten el ceremonial. A las cuatro de la mañana el guardián de las puertas —o quien él designe— las golpea con los nudillos. En una de ellas se abre un ventanuco, por el que un monje hace pasar una escalera de mano con ocho travesaños. La emplea el amo de la llave para abrir un elevado cerrojo. Desde dentro se empuja la puerta izquierda y el custodio abre entonces la que se halla a la derecha. Se cierra de forma inversa al anochecer. Una veintena de monjes pernocta en el Sepulcro.
EL PAÍS
Los Joudeh y los Nuseibeh han tenido, como los monjes, sus más y sus menos. Los primeros dicen tener la llave desde los días en que el sultán Saladino devolvió a manos musulmanas Jerusalén. Los Nuseibeh, por su parte, mantienen que la custodia de las puertas fue suya por primera vez en los días de Omar, el segundo califa, que tomó Jerusalén en el siglo VII. Ellos y sus antepasados han cumplido con su deber cada día, excepto en guerra y en una jornada de abril de 1990, que no abrieron el Sepulcro en protesta por la política del Gobierno de Israel de expandir asentamientos judíos en el barrio cristiano de la ciudad vieja de Jerusalén.
Entonces hubo tensión entre las dos familias porque los Nuseibeh se presentaron ante visitantes y reporteros árabes como custodios no solo de la puerta, sino también de la llave. Aquello indignó a los Joudeh. “Mis antepasados, los primeros Joudeh que tenían esta llave, eran jeques, líderes religiosos en la mezquita de la Cúpula de la Roca. ¿Cómo iban ellos mismos a abrir la puerta? Necesitaban que alguien la abriera. Así se eligió a la familia Nuseibeh para que se encargara del esfuerzo diario de abrirla y cerrarla”, explica hoy Adeeb Joudeh, quien atesora en su casa un sinfín de apergaminados documentos expedidos por las autoridades del Imperio otomano que reconocen que su familia es depositaria de la llave.
Las peleas y trifulcas entre monjes y curas son frecuentes. En 2008, intervino la policía antidisturbios israelí
Finalmente ambas partes llegaron a un acuerdo, que delimita sus labores, y que han suscrito los líderes religiosos de los grupos cristianos que se reparten el Sepulcro. “A los Joudeh no se les permite tocar la puerta. Ellos tienen la llave, pero la puerta es cosa nuestra”, dice hoy Wajeeh Nuseibeh, de 63 años, a la sombra de la entrada de la iglesia. Sus ancestros se encargaban de cobrar a los peregrinos cristianos los impuestos de entrada al Sepulcro que impusieron los gobernantes islámicos de la ciudad tras su conquista por parte de Saladino, una práctica a la que puso fin el gobernador Ibrahim Pasha de Egipto en 1831.
Esta forma de gestionar el Sepulcro, denominada Statu Quo, se compiló en los años del Imperio otomano, la asumió Gran Bretaña cuando tomó posesión de estas tierras y las han respetado posteriormente Jordania e Israel. Nuseibeh asegura que en 1967, cuando el Ejército de Israel tomó la ciudad vieja de Jerusalén, los comandantes le ofrecieron a los monjes cristianos hacerse cargo de las llaves. De forma excepcional, todas las denominaciones llegaron por una vez a un consenso. “Dijeron que no, que estaban contentos con nosotros y con cómo hacemos las cosas”, dice hoy Nuseibeh.
Joudeh por su parte no ahorra críticas hacia quienes ahora gobiernan Jerusalén: “No reconocemos la autoridad ni la ocupación de Israel. Israel hace las cosas muy difíciles para todo el mundo. No permite acceder a todo el mundo a esa iglesia. Hay miles de cristianos palestinos que no tienen derecho a venir aquí a rezar. Y lo cierto es que las Iglesias cristianas no hacen lo suficiente para combatir esto, para cambiar esta realidad, sobre todo en las fiestas sagradas”.
Por la solemne carga de estas ceremonias, las dos familias no reciben pago alguno. “Es una cuestión de honor. Somos custodios de la entrada al Santo Sepulcro. Es pago suficiente”, dice Joudeh. Es cierto, pero también deben trabajar para alimentar a sus familias. Por eso él y los Nuseibeh pagan a su vez a Omar Sumrim, de 40 años, que duerme en la lonja del Sepulcro y que, cuando ellos no pueden hacerse cargo, asume la prosaica labor de abrir y cerrar las puertas sin tanta solemnidad, a pesar de que su nombre no aparece en ninguno de los documentos que detallan el complejo Statu Quo.

Las fronteras sagradas

GRIEGOS. La llamada Hermandad del Santo Sepulcro controla la mayor parte del templo, que los griegos ortodoxos llaman Iglesia de la Resurrección. Bajo su custodia está, entre otros, el Calvario, la roca en la que se levantó la cruz de Cristo; la piedra de la unción del cuerpo de Jesús y el acceso al templete donde se hallaba su tumba. En el Katholicón, o Coro de los Griegos, se halla el Ónfalo, un punto que varias referencias Bíblicas consideran el centro del mundo.
FRANCISCANOS. El Vaticano les encarga la custodia de Tierra Santa, pero la presencia católica está en los márgenes de los lugares cruciales. Suya es la capilla de la Crucifixión, junto al Calvario, y los oratorios consagrados donde Cristo resucitado supuestamente se apareció a María y la Magdalena. En otra gruta, los franciscanos veneran el lugar donde Helena descubrió la cruz.
ARMENIOS. Su tesoro está en el subsuelo: la recóndita capilla de Santa Helena, la madre del emperador Constantino, que en el siglo IV dijo haber localizado la mayoría de lugares sagrados del cristianismo.
COPTOS. Los cristianos de Egipto tienen una pequeña capilla en la parte trasera del templete que alberga la tumba de Cristo. Adoran en ella, dicen, la parte externa de la piedra en la que reposó la cabeza de Jesús ya muerto.
ETÍOPES. Están relegados al tejado de la iglesia del sepulcro, cuyo terreno se disputan con los coptos. De hecho, aprovechando los servicios de Pascua de 1970, ocuparon el espacio de esa terraza que hasta entonces controlaban los propios coptos y cambiaron los cerrojos. Desde entonces, un monje copto hace guardia.
SIRIOS. Son una de las comunidades más antiguas en Tierra Santa, pero controlan a duras penas una dejada capilla en el acceso a la tumba de José de Arimatea en disputa con los armenios.
Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2014/02/21/actualidad/1393001745_951576.html

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