jueves, 31 de marzo de 2016


El Estado Islámico, Sykes-Picot y un siglo de Imperialismo Británico en Oriente Medio

El Historiador Neil Faulkner cuenta cómo el torbellino de violencia que se extiende desde Asia Central al Oeste de África tuvo su origen en la Primera Guerra Mundial
NEIL FAULKNER (NO GLORY IN WAR)

<p>Mark Sykes, junto a la Guardia Libanesa antes de firmar el acuerdo de Sykes-Picot en noviembre de 1916</p>
Mark Sykes, junto a la Guardia Libanesa antes de firmar el acuerdo de Sykes-Picot en noviembre de 1916
30 DE MARZO DE 2016
Oriente Medio está en llamas. Es el epicentro de un torbellino de violencia que se extiende desde Asia Central hasta el Oeste de África. Las intervenciones militares de Occidente han desgarrado el frágil tejido social de la región. Hay como mínimo un millón de muertos. Decenas de millones han resultado desplazados, y otros tantos están condenados a la pobreza o corren peligro de muerte.
La violencia ha traído consigo una generación de Señores de la Guerra islamofascistas y milicias sectarias. La más potente de estas, el Estado Islámico, se ha enclavado en un amplio terreno, pisoteando la antigua frontera entre Siria e Irak. Sus dominios han borrado la línea en la arena trazada por los imperialistas británicos y franceses hace un siglo. El objetivo de este autodenominado 'Califato', se nos dice, es la revocación por completo del acuerdo de Sykes-Picot, que tiene un siglo de vida.
El imperio y el beneficio económico
¿Acaso alguien pone en duda que Francia, Gran Bretaña y Rusia estaban librando una guerra imperial y por motivos económicos entre 1914 y 1918? Si es así, les remito al gran plan para el desmembramiento del Imperio Otomano, y la terrible guerra que se libró para conseguirlo. Esta guerra --La Primera Guerra Mundial de Oriente Medio-- no fue una simple nota al margen, mucho menos para quienes vivían allí. Los habitantes de la región se vieron envueltos en una guerra global e industrializada que se llevó por delante las vidas de uno de cada diez de ellos --algunos caídos en batalla y muchos más en epidemias, hambrunas y masacres-- y dejó a otros muchos millones lisiados, desplazados o empobrecidos.
Y mientras el viejo orden se desmoronaba y las sociedades que lo formaban se hacían pedazos, la región vino a constituirse en lo que los estadistas del imperio suelen llamar un 'vacío' --como si su gente se hubiera precipitado en un agujero negro-- y se propusieron imponer un nuevo orden, controlado por ellos mismos, sirviendo sus intereses, impuesto a base de fuerza, palos, metralletas y gases venenosos. 

Lo llamaron un 'acuerdo de paz', pero fue todo menos eso: los poderes imperiales crearon un Oriente Medio plagado de estados frágiles, rencillas, pequeñas rivalidades y odios que ha estado en guerra consigo mismo durante todo un siglo. Impusieron lo que David Fromkin ha llamado 'una paz para acabar con toda la paz'.
Sykes
El principal arquitecto fue un hombre llamado Mark Sykes, un tipo rico, de la pequeña aristocracia, y diputado conservador, aficionado a los viajes por el Imperio Otomano, y que se consideraba a sí mismo una especie de experto en Oriente Medio. Sykes --arrogante y ambicioso; un mentiroso charlatán dado a las intrigas-- parece haber sido el tipo de hombre al que el traje de 'constructor de imperio' le sentaba a la perfección hace un siglo.
Durante meses de discusiones secretas en la primera mitad de 1916 se fraguó un acuerdo. Se le puso el nombre de los negociadores francés e inglés, Mark Sykes y François Georges-Picot, respectivamente, pero fue en realidad un acuerdo entre las tres potencias aliadas. La Rusia zarista se quedaría con Estambul y las cuatro provincias orientales de Anatolia, de población mayoritariamente armenia. A Francia se le concedió la mayor parte de la costa siria, gran parte del sur de Anatolia y parte de la provincia de Mosul, en el norte de Iraq. Se diseñó un mapa coloreado, en el que las zonas 'francesas' se marcaron de azul. A Londres se le otorgó la mayor parte de Mesopotamia, incluyendo Basora y Bagdad, marcadas en rojo.
Además, se separaron dos grandes territorios, delimitados como bloques individuales. Uno, otorgado a Francia y con el nombre 'A', comprendía todo el interior de Siria y la zona central de Iraq; el otro, reservado para Gran Bretaña y llamado 'B', se extendía por toda Transjordania y el norte de Arabia. Estos territorios tendrían líderes árabes 'independientes', pero quedarían sujetos a la supervisión de las respectivas potencias imperiales. 

Finalmente se dispuso que Palestina fuera gobernada por una especie de administración internacional --aunque se daba por hecho que Gran Bretaña asumiría el dominio allí, dada la probabilidad de que su ejército terminase la guerra con el control sobre ese territorio, que resultaba clave para sus comunicaciones imperiales.
Balfour
Pero las habilidades diplomáticas de Sykes le llevaron mucho más lejos. Desde finales de 1916 en adelante se erigió en el Mefistófeles de una creciente convergencia entre el movimiento sionista internacional y el Imperio Británico. El 7 de febrero de 1917 Skyes urdió una reunión secreta en Londres. A la cita asistieron Walter Rothschild, Herbert Samuel, Chaim Weizmann y otros importantes 'caballeros' británicos judíos.
Weizmann era el líder del movimiento sionista en Gran Bretaña. Ofrecía un trato. Apreciando una 'providencial coincidencia' entre los intereses sionistas y los británicos, propuso: "Podríamos trasladar a un millón de judíos a Palestina con gran facilidad en los próximos 50 o 60 años," añadiendo que "Inglaterra tendría así una barrera muy efectiva y fuerte, y nosotros tendríamos un país..."

Para finales de 1917 el Gobierno británico ya estaba convencido. Una alianza sionista-británica se cimentó en la famosa 'Declaración de Balfour', que tomó la forma de carta abierta del ministro de Exteriores a Lord Walter Rothschild. La carta establecía: 'El Gobierno de Su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el Pueblo Judío, y utilizará sus mejores medios para facilitar la consecución de dicho objetivo, quedando claramente entendido que no se hará nada que perjudique los derechos civiles y religiosos de las comunidades de no-judíos que existen en Palestina, o los derechos y el estatus político del que disfrutan los judíos en otros países'.
Limpieza étnica
El documento estaba lleno de falacias. Los dos objetivos --el establecimiento de Estado Judío y la salvaguarda de los derechos de los habitantes no-judíos que ya estaban allí-- eran incompatibles. Toda Palestina fue ocupada. El asentamiento sionista se logró a menudo gracias a fondos judíos recaudados en el extranjero para comprar tierras a propietarios absentistas y acto seguido desahuciar a los agricultores arrendatarios cuyas familias llevaban ocupando esas tierras desde tiempo inmemorial. Los británicos se estaban ofreciendo a facilitar la limpieza étnica.
Los más clarividentes lo sabían. "En Palestina", escribió Balfour después de la guerra, "no proponemos ni siquiera pasar por la formalidad de consultar a los habitantes actuales del país para ver cuál es su opinión... Las cuatro grandes potencias están comprometidas con el sionismo. Y el sionismo, sea acertado o equivocado, bueno o malo, está enraizado en tradiciones milenarias, en necesidades presentes y esperanzas futuras que tienen una importancia mucho más profunda que los prejuicios de 700.000 árabes que hoy habitan la tierra ancestral".
Un Oriente Medio hecho en Londres
Los británicos jugaron el papel más odioso. Persuadieron al Emir de la Meca de que lanzase una 'Revuelta Árabe' --el conflicto asociado con 'Lawrence de Arabia'-- con la promesa de un Estado independiente que ocupase la región una vez terminada la guerra. Al mismo tiempo, hicieron un pacto secreto con los aliados franceses y rusos para desmembrar el Imperio Otomano y cortarlo a pedazos, que se repartieron entre ellos. Y poco después, llegaron a un acuerdo con el movimiento Sionista, comprometiendo a Gran Bretaña a la creación de la 'patria' judía en Palestina, en anticipación de que esto proporcionaría un baluarte para dominio imperial británico.
El Oriente Medio de hoy se concibió en los cónclaves secretos e hipócritas de los estadistas imperiales de hace un siglo; el orden geopolítico impuesto en la región entre 1916 y 1921 se mantiene sustancialmente intacto 100 años después. En consecuencia la región ha estado, y sigue estando, desgarrada por el sectarismo, la violencia, el conflicto inextricable y un sufrimiento humano sin parangón. 

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