miércoles, 30 de marzo de 2016


Miedo al miedo

SIEMPRE QUE hay atentados pienso en el miedo y en los esfuerzos que hacemos por combatirlo. Sobre todo en el miedo racional, que es un miedo práctico, suponiendo que algún miedo sea práctico, que yo lo dudo. Al miedo que no es racional (ni positivo ni práctico) se le llama irracional y tiene efectos paralizantes, pues te electriza desde la uña del pie hasta la punta de las pestañas.
Hay diferencias individuales en la manifestación del miedo. Quiero decir que no todo el mundo lo vive igual. Una cosa es el pánico y la ansiedad desencadenados tras la explosión de un coche bomba que deja el suelo alfombrado de cadáveres (estrés postraumático le llaman) y otra distinta el miedo intelectual o el miedo a secas por la exposición continuada a los medios de comunicación que narran la tragedia con todo detalle.
No hay quien soporte mañana, tarde y noche la visión de los cuerpos mutilados y los regueros de sangre; no hay quien soporte el rostro ausente y aturdido de los heridosque no miran a ninguna parte. Ellos nunca recordarán nada, pues la amnesia es un viaje sin retorno.
Las imágenes de los atentados son siempre pavorosas, aunque no sé qué es peor, si las imágenes o los sonidos. El llanto desesperado de un niño siempre me lleva a taparme los oídos. Y no falla: cuando me tapo los oídos, cierro instintivamente los ojos.
Después de los refugiados creí que ya no me quedaba nada por ver. Las imágenes de las caravanas interminables dando vueltas a Europa producen una tristeza inmensa. Cuando los informativos de radio y televisión dan paso al capítulo refugiados, yo me pongo en lo peor. Llegado ese momento siempre hablan del número de cadáveres que ha devuelto el mar, haciendo hincapié especial en el número de niños. Al mar va a parar todo, pero el mar lo devuelve todo a la orilla para que nuestras conciencias nunca duerman tranquilas.
Se han cumplido siete días de los ataques terroristas en Bélgica y el miedo empieza a ceder. Poco a poco recuperaremos la inercia de los días, y los paranoicos que habían jurado no coger más el metro ni el avión, no ir a un estadio ni a unos grandes almacenes, acariciarán de nuevo esa paz que un día les permitió soñar que eran felices.
El tiempo pone las cosas en su sitio, dicen los cursis, pero no solo la distancia de los días es el olvido. También la de los kilómetros. Sería injusta si no mencionara el atentado de Lahore (72 muertos que a estas horas ya pueden ser 80), resultado de un ataque suicida contra los cristianos que celebraban la Pascua. Pero la distancia es proporcional al eco mediático: una bomba en Lahore equivale a un petardo en elparking de la esquina.
Esta semana Bélgica nos ha tenido muy preocupados. Bruselas, corazón de Europa, no debe consentir que las cosas se pongan chungas. Según he leído, los países europeos con más combatientes de Estado Islámico son Bélgica y Francia. Y los que menos, Italia y España. Bélgica está en el punto de mira por la creciente presencia de yihadistas (Molenbeek es un vivero). Estas y otras razones han llevado a considerar que Bélgica es un Estado fallido. Exageraciones. Ayer se lo oí a alguien en la radio. Una cosa es un Estado fallido y otra, que tenga fallos por un tubo.

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