sábado, 11 de junio de 2016

Un Pajarillo en la Casa de Dios

Contemplé a la pequeña criatura, que tranquilamente se había dejado atrapar en mis manos

10/06/2016 - Autor: La Taberna del Derviche - Fuente: La Taberna del Derviche
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Mecca
Nunca podré olvidar las tardes de Ramadán en La Mecca. Desde el Asr hasta el Magrib, Muhammad, Abdel Hamid y yo nos quedábamos en la terraza superior de la Mezquita más Sagrada leyendo el Corán, haciendo Dhikr, o viendo a los peregrinos realizar Tawwaf alrededor de la Kaaba. Contemplarlos desde esa altura era como una oración, como una imagen a escala del cosmos girando alrededor de sí mismo. Otras veces, cuando el corazón así nos lo pedía, bajábamos y nos uníamos a la multitud, rodeando siete veces la Casa de Dios para después continuar hasta Safa y Marwa.
En una de esas ocasiones, en la Estación de Ibrahim, entre las piernas de los peregrinos, vi en el suelo un pequeño pajarillo que saltaba de un lado a otro para evitar ser aplastado por la multitud. Sin pensármelo dos veces, me agaché y lo cogí. Con la precaución debida, contemplé a la pequeña criatura, que tranquilamente se había dejado atrapar en mis manos, y pensé en seguir realizando mi Tawwafllevándola encima. Aunque podía sentir el latido de su corazón entre mis dedos, sin embargo, de alguna forma, también intuí que se sentía a salvo, seguro, y que, como yo, quería rodear la Casa de Dios para alabar al Señor de los Mundos. De esa manera, lo puse contra mi pecho para evitar que un golpe de la gente lo pudiera hacer caer, y continué mi primera vuelta. Aunque absorto en mis oraciones, no pude evitar fijarme en la tranquilidad de la pequeña criatura que llevaba conmigo. De vez en cuando lo miraba de reojo para ver cómo lo observaba todo alrededor sin quejarse y sin hacer el menor ruido, como si él también estuviera rezando… Así terminé la séptima vuelta y, tras saludar por última vez a la Piedra Negra como manda nuestra tradición, noté que el pajarillo comenzaba a moverse, como pidiéndome que lo soltara para poder seguir su camino, así que abrí la mano y, tranquilo, salió volando y trinando hacia algún lugar en el cielo mientras yo me dirigí hacia las dos colinas por las que deambuló Agar buscando agua para su hijo Ismail. De alguna manera que no puedo explicar, supe que aquella pequeña criatura había querido realizar este ritual conmigo, yo tan solo tuve el honor de acompañarla para aprender que todos los seres, no importa su tamaño o su naturaleza, conservan el instinto natural de adorar a Allah que sin embargo algunos hombres y mujeres de hoy han olvidado. Cosas así solo pueden pasar en presencia de Dios…

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