lunes, 3 de octubre de 2016

La izquierda europea después del brexit y DiEM25

En apenas once meses, el oxi griego y el brexit han sacudido tanto a la Unión Europea como a la izquierda europea. Exasperada por la combinación de autoritarismo y fracaso económico que representa la UE, una parte de la izquierda europea llama ahora a “romper con la UE”, lo que movilizaría el apoyo de las izquierdas del continente a los referendos de salida. Sus análisis han venido en llamarse sucintamente lexit.
DiEM25, el movimiento internacional por la democracia en Europa, rechaza la lógica del lexit y propone a los progresistas europeos un programa alternativo. No cabe duda de que la izquierda debe enfrentarse, con toda su energía e imaginación, a la práctica de la UE de despolitizar la toma de decisiones. De hecho, esta tarea también incumbe a otros demócratas, Verdes y liberales europeos, que tal vez no se consideren de izquierda, pero comparten nuestro deber de oponernos a la incompetencia autoritaria de Bruselas. La cuestión no es si las fuerzas progresistas deben colisionar con el sistema y las prácticas actuales de la UE, sino en qué contexto, y al amparo de qué discurso político general, debería tener lugar la confrontación. Existen tres posibilidades.
Opción 1: más Europa
Variedad común del eurorreformismo practicado habitualmente por los socialdemócratas, esta posición reclama “más democracia”, “más Europa” y “reforma de las instituciones”. Sin embargo, esta opción se basa en una falacia: la UE no ha sufrido nunca un déficit democrático susceptible de enjugarse con más democracia y unas cuantas reformas. Desde mi punto de vista, la UE se creó intencionadamente como una zona exenta de democracia que mantuviera a la gente apartada de la toma de decisiones y cediera el poder a un cártel de grandes empresas y las finanzas internacionales. Decir que la UE sufre un déficit democrático es como decir que un astronauta en la Luna sufre un déficit de oxígeno.
El proceso corriente de deliberación intergubernamental y modificación gradual de los tratados no ofrece ninguna posibilidad de reformar las instituciones de la UE. Por esta razón, la demanda de “más Europa” es un error: bajo el régimen actual y con las instituciones existentes, esto solo puede dar lugar a una Unión Austeritaria Europea. Esta posición reformista probablemente formalizaría y legalizaría el Plan Schäuble y otorgaría a la UE el poder de vetar los presupuestos nacionales, cercenando la democracia en toda la federación. A cambio, la crisis que afecta a los ciudadanos más débiles de Europa se agravará, la derecha xenófoba cobrará fuerza y la desintegración de la UE se acelerará. En estas circunstancias, los progresistas que están por la democracia no tienen otra alternativa que ponerse a la cabeza de un enfrentamiento directo con el poder establecido en la UE. Esto nos lleva a la segunda y la tercera opción.
Opción 2: lexit
Tariq Ali, entre otros, ha defendido elocuentemente la celebración de referendos de salida convocados por la izquierda. Stathis Kouvelakis ha resumido, después del brexit, la posición: “Hemos de apostar por el referéndum al mismo tiempo que impedimos que las fuerzas de la derecha xenófoba y nacionalista ganen la hegemonía y desvíen la revuelta popular”. En pocas palabras, para rebatir la misantropía de la derecha hemos de apoyar sus referendos que sacarán a nuestros países de la UE.
Sin embargo, el lexit no es realista ni coherente con los principios fundamentales de la izquierda. En primer lugar, es improbable que los referendos de salida –propuestas que han sido ideadas y encabezadas de entrada por la derecha–ayuden a la izquierda a bloquear el ascenso de sus adversarios políticos. Además, el apoyo a estos referendos entraría en contradicción con algunas de las convicciones más arraigadas de la izquierda en materia de transformación social. La izquierda solía saber muy bien separar el análisis estático del dinámico. Desde que Marx, partiendo de Hegel, priorizara el proceso sobre el resultado, siempre hemos tenido en cuenta la dinámica del cambio, no solo el estado del mundo. Esta distinción es crucial para nuestro análisis de la UE.
Por ejemplo, la posición que debimos adoptar antes de la creación del mercado único y de la eurozona no puede ser la misma una vez establecidas estas instituciones. Por tanto, era perfectamente coherente oponerse a la entrada de Grecia en el mercado único y en la eurozona y, después, oponerse al grexit. Aún más significativamente, nuestra estrategia depende en gran medida de si partimos de una Europa sin fronteras, en la que los trabajadores ejercen la libertad de circulación o si estamos en la Europa de comienzos de la década de 1950, en la que los Estados nacionales controlaban las fronteras y las utilizaban para crear una nueva categoría de proletarios llamadosgastarbeiter. Este último punto ilustra el peligro del lexit. Dado que la UE ha establecido la libertad de circulación, el lexit implica la aquiescencia –por no decir el apoyo– con el restablecimiento del control nacional de las fronteras, con sus alambradas y sus guardias armados.
La historia debería servirnos de guía. La izquierda debería haber exigido un salario mínimo común a cambio de su apoyo al mercado único. En vez de esto, albergó la esperanza de establecerlo después de su creación, un objetivo que se ha visto frustrado una y otra vez. A la luz de esto, ¿creen realmente los defensores del lexitque la izquierda será capaz de superar a la derecha xenófoba endosando el deseo de esta última de erigir nuevas vallas? Además, el lexit generaría una onda expansiva. Por ejemplo, ¿creen los mentores del plan que la izquierda ganará las batallas discursivas y políticas contra la industria de combustibles fósiles después de apoyar la renacionalización de la política medioambiental? Si la UE se desintegrara en estas condiciones, la izquierda sufriría derrotas monumentales en ambos frentes.
Opción 3: Desobediencia dentro de la UE
La tercera opción, propuesta por DiEM25, rechaza tanto el llamamiento eurorreformista a favor de “más Europa” como el apoyo del lexit a la abolición, de un plumazo, de todo el ámbito de la UE. En vez de ello, proponemos un movimiento paneuropeo de desobediencia civil y gubernamental que dará pie a una marea de oposición democrática a la manera que tienen las élites de la UE de hacer negocios a escala local, nacional e internacional. En DiEM25 no creemos que la UE pueda ser reformada por los canales habituales de hacer política y, sin duda, tampoco adaptando las normas vigentes en materia de déficit presupuestario a razón de un 0,5 o un 1% de la renta nacional, como hacen los gobiernos de Francia, Italia, España y Portugal.
Vicenç Navarro ha escrito recientemente que “los parlamentos todavía tienen poder, incluido el poder de cuestionar las políticas de austeridad”. Técnicamente esto es correcto, como demostró el gobierno de Syriza durante los primeros cinco meses de su mandato. Sin embargo, por desgracia, Navarro se equivoca cuando cita como ejemplo al nuevo gobierno portugués. Dice que la coalición dirigida por los socialistas “suspendió la aplicación de las políticas de austeridad impuestas por la Comisión Europea”. Ya me gustaría que fuera cierto. Sin embargo, antes de recibir el mandato de formar gobierno por parte del presidente de derechas y amigo de la troika, Aníbal Cavaco Silva, los partidos de la izquierda portuguesa tuvieron que aceptar los “compromisos con el Eurogrupo” de los anteriores gobiernos, es decir, aceptaron el programa vigente de la troika antes incluso de formar gobierno, con lo que tuvieron que limitarse, simplemente, a aplazar la implantación de nuevas medidas de austeridad.
Así que sí, los parlamentos y gobiernos nacionales todavía tienen poder, el poder para hacer lo que hizo nuestro gobierno de Syriza durante la Primavera de Atenas, antes de capitular en la noche del referéndum. Con el Banco Central Europeo dispuesto a desatar un pánico bancario o incluso a cerrar el sistema bancario de un país, un gobierno nacional progresista solo podrá hacer uso de su poder si está dispuesto a romper con la troika. Este es el punto en que DiEM25 coincide con los defensores del lexit: el choque frontal con las instituciones de la UE es inevitable. En lo que discrepamos, sin embargo, es en su tesis de que esto puede tomar la forma de una campaña para salir de la UE.
Rechazamos esta postura abiertamente y proponemos en su lugar una campaña de desobediencia deliberada frente a las normas inaplicables de la UE en los ámbitos municipal, regional y nacional, sin impulsar ninguna iniciativa a favor de la salida. No cabe duda de que las instituciones amenazarán a los gobiernos y ministros de Finanzas rebeldes que adopten el programa de DiEM25 con la expulsión, con el pánico, con “corralitos”, del mismo modo que amenazaron al gobierno griego, y a mí personalmente, en 2015. Cuando lo hagan, es sumamente importante no sucumbir al miedo a la salida, sino mirarles a los ojos y decir: “¡Adelante! Lo único que tememos es vuestra oferta: la perpetuación de la espiral deudo-deflacionaria que condena a multitud de europeos a la desesperación y los lanza a brazos del fanatismo.”
Si no parpadeamos, ellos tampoco parpadearán, en cuyo caso la UE se transformará o se desmembrará por obra de sus propios poderes establecidos. Si la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, Berlín y París despedazan la UE para castigar a gobiernos progresistas que se niegan a someterse a sus políticas, esto galvanizaría la política progresista en todo el continente de una manera que el lexit jamás conseguiría. Observemos la profunda diferencia entre las dos siguientes situaciones. Por un lado, las instituciones de la UE amenazan a gobiernos progresistas, elegidos democráticamente, con la expulsión si se niegan a comulgar con su incompetencia autoritaria. Por otro, unos partidos progresistas nacionales batallan junto con la derecha xenófoba a favor de la salida de la UE.
Esta es la diferencia entre el choque con el poder establecido de la UE de una manera que preserve el espíritu del internacionalismo, reclame una acción paneuropea y nos diferencie claramente de la derecha xenófoba y de la alineación con los nacionalismos, reforzando inevitablemente su hegemonía y facilitando que la UE presente a la izquierda como compañera de viaje de los Nigel Farage y Marine Le Pen. Por supuesto, el programa de DiEM25 tiene que desarrollar estrategias que permitan que nuestras ciudades, regiones y naciones se rebelen contra las amenazas de la UE. También debe incluir planes para hacer frente al colapso de la UE si sus mandamases están tan locos como para hacer realidad sus amenazas contra los gobiernos nacionales desobedientes. Estrategias y planes que, desde luego, son profundamente distintos de promover la desintegración de la UE como objetivo propio de la izquierda.
En suma, DiEM25 se niega a apoyar la salida como un fin en sí mismo o a blandirla siquiera como amenaza. Pero no debemos dejarnos disuadir de la desobediencia gubernamental cuando nos enfrentemos a la amenaza de una salida forzada.
Una nueva Internacional
El internacionalismo tradicional de la izquierda es uno de los fundamentos de DiEM25: nuestra posición con respecto a la UE refleja precisamente esto. Espero que mis camaradas me permitan recordarles que cuando Marx y Engels adoptaron el lema de “proletarios del mundo, uníos”, no negaron la importancia de la cultura nacional o del Estado-nación. Lo que rechazaban era la idea de un interés nacional y la visión de que las luchas han de dar prioridad al nivel del Estado-nación. La rebelión que propone DiEM25 supondría una verdadera democracia para los gobiernos locales, los gobiernos nacionales y la UE. No damos prioridad a la UE por encima del nivel nacional, como hacen los reformistas, ni damos prioridad al nivel nacional por encima del nivel regional o municipal.
Hete aquí que varios miembros de la izquierda europea insisten en lo contrario: priorizar lo nacional sobre lo internacional. Stefano Fassina, por ejemplo, lee la cartilla a DiEM25 argumentando, por boca de Ralf Dahrendorf,que la democracia a escala europea “no es posible… porque no existe un ‘pueblo europeo’, un ‘demos europeo’ para una democracia europea”.Y prosigue: “Entre los idealistas y los eurofanáticos, algunos todavía piensan que la UE puede convertirse en una especie de Estado-nación, solo que más grande: los Estados Unidos de Europa.”
Esta objeción de izquierdas a un movimiento paneuropeo desafía la inteligencia. En efecto, arguye que la democracia supranacional no puede existir porque un demos ha de caracterizarse por la homogeneidad nacional y cultural. ¡Me imagino la reacción airada de Marx si escuchara esto! Como puedo imaginar la confusión en que quedarían los internacionalistas de izquierdas que soñaban con una república transnacional y luchaban por ella. La izquierda, no lo olvidemos, se ha opuesto tradicionalmente a la idea burguesa de una relación de uno a uno entre una nación y un parlamento soberano. La izquierda ha respondido diciendo que la identidad se crea a través de la lucha política, tanto si es una lucha de clases como una lucha postcolonial, la lucha contra el patriarcado o por eliminar los estereotipos de género y sexuales, etc.
DiEM25, por tanto, al promover una campaña paneuropea de desobediencia a las élites internacionales, con el fin de crear el demos europeo que asegurará la democracia, se alinea con el enfoque tradicional de la izquierda. Fassina y otros atacan ahora este enfoque, abogando por el retorno a una política de una nación, un parlamento, una soberanía, en la que el internacionalismo se reduce a la cooperación entre Estados-nación. Fassina invoca a Antonio Gramsci en apoyo a su postura de dar prioridad al nivel nacional. Escribe que Gramsci defendía la categoría de “nacional-popular” para proporcionar raíces populares y capacidad hegemónica al Partido Comunista Italiano, que en su símbolo mostraba la bandera roja con la hoz y el martillo sobre la bandera de Italia.
Por supuesto, Gramsci opinaba que para lograr el progreso internacional, la izquierda debía crear movimientos progresistas locales y nacionales, pero no daba prioridad al nivel nacional sobre el internacional ni opinaba que no era posible ni deseable crear instituciones democráticas internacionales. Dentro del verdadero espíritu gramsciano, DiEM25 insiste en que nuestra rebelión europea debe producirse en todas partes–en ciudades, regiones, capitales nacionales y en Bruselas–, sin priorizar un nivel sobre otro. Únicamente mediante esta red paneuropea de ciudades, comarcas y gobiernos nacionales rebeldes puede un movimiento progresista devenir hegemónico en Italia, Grecia, Inglaterra, o sea, en todas partes.
Puede que alguien pregunte: “¿Por qué detenernos en el nivel de la UE? Como internacionalistas, ¿por qué no batallamos por una democracia mundial?” Nuestra respuesta es que luchamos por la democracia mundial desde una perspectiva internacionalista. DiEM25 está creando fuertes vínculos con el movimiento de Bernie Sanders en EE UU y cuenta con miembros en América Latina, Australia y Asia. Sin embargo, para bien o para mal, la historia nos ha deparado una UE sin fronteras y con algunos programas que vale la pena preservar. La izquierda debe defender esta ausencia de fronteras, estas políticas de lucha contra el cambio climático, incluso el programa Erasmus, que ofrece a jóvenes europeos la oportunidad de moverse dentro de un sistema educativo sin fronteras. Enfrentarse a estos magníficos artefactos de una UE por lo demás regresiva, sería ir en contra de los principios básicos de la izquierda.
El programa progresista de DiEM25 para Europa
Los progresistas deben luchar por la repolitización y la redemocratización de los órganos decisorios. Donald Trump en EE UU, los brexistas de derechas en el Reino Unido y Le Pen en Francia han crecido al socaire de una crisis económica generada por una doble crisis: el desastre de la financiarización y el fracaso de la democracia liberal. La cuestión para la izquierda europea, así como para los liberales progresistas, Verdes, feministas, etc., es si esta lucha puede ganarse a través de la reforma o la salida o bien, como propone DiEM25, mediante una campaña de desobediencia en el interior, pero también en contra de la UE. DiEM25 se constituyó para crear una verdadera alternativa: una marea sin fronteras de unificación política en toda Europa –en los países de la UE y los que no son de la UE–, basada en una alianza de demócratas de diversas tradiciones políticas en todos los niveles de actividad política (pueblos, ciudades, regiones y naciones).
A quienes rechazan el llamamiento de DiEM25 a favor de un movimiento democrático paneuropeo por considerarlo utópico les respondemos que la democracia internacional sigue siendo un objetivo a largo plazo legítimo y realista, un objetivo que resuena con el internacionalismo tan propio de la izquierda. Pero debe venir acompañado de un plan concreto de acción inmediata. En primer lugar, oponernos a cualquier planteamiento de “más Europa” en estos momentos, porque en las circunstancias actuales la reforma se traduciría en una jaula de hierro de austeridad institucionalizada. En segundo lugar, ofrecer a los europeos y europeas un plan de reorientación de las instituciones existentes con el fin de poner coto a la crisis económica, revertir la desigualdad y revitalizar la esperanza. En tercer lugar, asegurar que este plan prevea cómo mantener el internacionalismo en caso de que el autoritarismo incompetente del establishment de la UE cause su desintegración.
La UE se democratizará. De lo contrario, se desintegrará.” Este sigue siendo el lema que guía la acción de DiEM25. No podemos predecir qué ocurrirá, de modo que luchamos por que ocurra lo primero mientras nos preparamos para la eventualidad de lo segundo. Y lo hacemos impulsando un programa progresista que atraiga a las bases y a expertos progresistas. ¿Con qué propósito? Derrotar al peor enemigo de la democracia europea: el dogma reaccionario de que no hay alternativa a las políticas actuales aparte del desmantelamiento de la UE. El antídoto de DiEM25 es, en efecto, este programa progresista, que se desarrollará en consulta con actores locales, regionales y nacionales a lo largo de los próximos 18 meses. Su elaboración conjunta demostrará a los derrotados, los descorazonados y desilusionados que, asombrosamente, sí hay una alternativa.
El programa será pragmático, radical y amplio, e incluirá políticas que puedan implementarse de inmediato para estabilizar la economía social europea, otorgando una mayor soberanía a los ayuntamientos, las regiones y los parlamentos nacionales; propondrá intervenciones institucionales que reduzcan el coste humano si se hunde el euro y se fragmenta la UE; y definirá un proceso que permita a los europeos y europeas generar una identidad común con la que reforzar sus culturas y parlamentos nacionales y sus autoridades locales revitalizadas. El programa progresista de DiEM25 para Europa unificará una internacional progresista para contrarrestar la internacional nacionalista que está cobrando fuerza en todo el mundo.
Por dónde continuar
La Unión Europea ha alcanzado un grado de desintegración avanzado. Hay dos posibilidades para su futuro: o bien no ha rebasado el punto de no retorno y todavía puede democratizarse, estabilizarse, racionalizarse y humanizarse, o bien su desintegración es inevitable. DiEM25 cree que abandonar la lucha por la democratización sería un grave error en ambos casos. Si todavía es posible configurar una UE democrática –una perspectiva que parece cada vez menos probable con cada minuto que pasa–, sería una lástima no intentarlo. Pero incluso si creemos que la UE existente no puede democratizarse, abandonar la lucha y hacer de la salida un fin en sí mismo favorecerá a la única fuerza política capaz de beneficiarse de ello: la derecha xenófoba intransigente.
Por tanto, ¿qué deberían hacer los progresistas? La respuesta de DiEM25 es:
· Batallar vigorosamente con una orientación internacionalista por una UE democrática, aunque no creamos que la UE pueda o deba sobrevivir en su forma actual.
· Denunciar la incompetencia autoritaria de la UE.
· Coordinar la desobediencia civil, ciudadana y gubernamental en toda Europa.
· Ilustrar, mediante la propia estructura transnacional de DiEM25, cómo puede funcionar una democracia paneuropea en todos los niveles y todas las jurisdicciones.
· Proponer un programa progresista amplio para Europa que incluya propuestas razonables, modestas y convincentes para recuperar la UE y gestionar de modo progresista la desintegración de la UE y del euro si la provocan las instituciones actuales.

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