Rescatando los recuerdos bajo los escombros del Estado Islámico
Um Firas camina sobre los escombros a los que ha quedado reducida su casa tras la ocupación del grupo Estado Islámico (EI), mientras insta a sus hijos a recoger cualquier cosa que todavía pueda ser de utilidad.
Tiene 63 años y por primera vez en 52 meses ha regresado a su hogar, ubicado en el pequeño pueblo de Shakuli, recientemente liberado por el Ejército iraquí, al igual que otros muchos municipios al este de la ciudad de Mosul, de donde Um Firas y su familia huyeron en 2014 por temor a los yihadistas y su yugo fundamentalista.
La montaña de ladrillos y objetos rotos sobre la que se mueve con total despreocupación era un edificio de 300 metros cuadrados, con dos plantas y una tienda adosada en la que su hijo, Mohamed Awad, vendía productos del hogar.
"Nos costó tres millones de dinares iraquíes (unos 2.600 dólares)", asegura esta anciana mientras continúa rebuscando entre las piedras, a pesar de que unos militares de un batallón de artillería cercano les ha advertido de que entre los restos de lo que fue su casa durante 25 años hay todavía infinidad de bombas plantadas por el EI.
Responsables locales, como el exdiputado de la minoría cristiana Jales Steifu, también han dado la voz de alarma sobre el peligro de regresar a las zonas recuperadas debido a la existencia de trampas-bomba colocadas por el EI.
"Hemos puesto a disposición de los desplazados prácticamente todo, durante estos dos años, allá adonde han emigrado (...). Creo que no necesitan las cosas que se quedaron en sus casas, menos aún después de dos años", sostiene Steifu.
Insiste en que: "las poblaciones están plagadas de minas, corren un gran peligro y no queremos que se desplacen hasta ellas hasta que todas las casas hayan sido registradas y se hayan desactivado las minas y los explosivos".
A pesar de estas llamadas, el hijo de Um Firas, de 30 años, se muestra convencido de que con la explosión que destruyó el edificio, el resto artefactos que aun duermen enterrados han quedado desactivados.
"Intentamos recuperar las cosas que quedan, seguro que se pueden usar para algo", dice Awad a Efe mientras su madre y su hermano amontonan en varios lugares los objetos que consideran que les pueden ser de utilidad, antes de colocarlos en una camioneta.
Recogen mantas, colchones, cojines, el depósito del agua, algunos enseres de la cocina que se han salvado de la explosión y unas viejas fotografías que han salido a la superficie.
Entre las imágenes no hay ninguna de la casa, pero Mohamed si que guarda esos recuerdos en su teléfono móvil, donde tiene fotografías en las que se ve la fachada pintada de marrón anaranjado y la puerta de la entrada, custodiada por dos columnas que sostenían un pequeño porche rectangular.
Huyeron de Shakuli, situado entre las poblaciones de Hamdaniya y Bartala, cuando el EI interrumpió en Mosul en junio de 2014. Um Firas explica que primero se fueron a Erbil: "pero mi hijo quería abrir una tienda y nos fuimos a Kalak", un pequeño pueblo situado en la comarca de Jabat, la principal ciudad antes de llegar al actual frente de guerra.
Cuenta que todos sus familiares, la mayoría de ellos residentes en Mosul, huyeron de la amenaza del fundamentalismo, como hicieron gran parte de las minorías religiosas que poblaban esta región de la meseta de la provincia de Nínive.
"No es el estado islámico, es el estado no islámico, el islam tolerante no ordena que se expulse a las minorías de sus casas", denuncia a Efe el exdiputado iraquí de la minoría shabak, Mohamed Yeshmat.
Para Yeshmat, "Dáesh (acrónimo en árabe del EI), este estado no islámico, golpeó con puño de hierro a las minorías, tanto cristianas, como yazidíes o shabak, aunque con especial virulencia a los yazidíes".
"La infraestructura en Bartala y los pueblos de los alrededores está destrozada, ha habido una intención manifiesta por parte del estado no islámico para destrozar esta ciudad en la que había cristianos y shabak", agregó el diputado.
Como Um Firash y su hijo, cientos de familias comenzaron tras la liberación de los primeros pueblos hace 11 días a recuperar las pertenencias que abandonaron con la llegada de los fundamentalistas.
La carretera es un continuo ir y venir de pequeños vehículos de carga, llenos hasta los topes con los utensilios y enseres que han podido rescatar de sus casas recién liberadas, jugándose la vida.
Atareada con todo lo que va seleccionando, Um Firash da gracias a dios porque toda su familia está bien, a pesar de todo por lo que han tenido que pasar.
"Solo pido que los echen, que acaben con ellos, dios es generoso, le doy gracias al ejército iraquí y a los peshmergas (fuerzas de seguridad kurdas)", concluye.
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