El asesinato de Miroslava Breach, inmenso dolor
Marcos Roitman Rosenmann
D
olor y rabia, no tengo otra manera de expresar la frustración por el asesinato de la corresponsal de La Jornada en Chihuahua, Miroslava Breach. Son muchos los periodistas que han caído víctimas de un poder político vencido a los intereses del narcotráfico y el crimen organizado. Entregados por completo a la voluntad corrupta de un sistema incapaz de dar protección a sus ciudadanos, los gobernantes bajan la cabeza en señal de sumisión. No han sido capaces o no han querido, en pro de obtener migajas, enfrentar el problema. Prefieren la cobardía, disfrutar de lisonjas de quienes controlan el país mediante el terror y el miedo, antes que defender el honor y los derechos civiles y políticos del pueblo mexicano. El sicario que apretó el gatillo es el último eslabón de una cadena que llega a lo más alto. Nadie queda exento de responsabilidades. Las autoridades políticas son las autoras intelectuales de esta felonía. Sus impolutos trajes, camisas de marca, zapatos de charol, coches 4X4, sus extravagantes gustos, son el pago por el silencio y dar el visto bueno para el crimen. El hecho fue una acción premeditada. La manera en que se ejecutó, su escenificación, muestran el camino a seguir por quienes no se dobleguen al poder y cuestionen el entramado que sostienen el crimen organizado y la corrupción.
Los dirigentes de los partidos, las autoridades policiales, las fuerzas de seguridad del Estado, son prisioneros de intereses espurios. No sería excepción. Ayotzinapa es la mejor prueba de lo dicho. Disparar hasta vaciar el cargador, dejar una cartulina en la cual se podía leer por
lengua larga, son señales enviadas para aquellos que se quieran resistir a los poderes fácticos. El mensaje es transparente, obsceno. No existe barrera de protección. Todos serán blanco de las mafias que controlan el narcoEstado. Los primeros, reporteros y periodistas, aquellos que se dan a la tarea de informar, crear opinión, destapar casos de corrupción, en este orden; siguen dirigentes sindicales, campesinos, trabajadores, miembros de organizaciones populares, movimientos sociales, maestros, estudiantes, intelectuales, gays, lesbianas, policías comunitarios, concejales y alcaldes díscolos, sin olvidar el acoso al EZLN.
Hablar claro, denunciar la violación de los derechos humanos, ejercer un periodismo comprometido se trasforma en una actividad que puede terminar en muerte. Para los diferentes cárteles de la droga y el crimen organizado que hoy controlan el país, se han roto los límites para el asesinato. Fosas comunes, cuerpos mutilados, quemados y violados han dejado de ser hechos extraordinarios. Todos los días la prensa descubre nuevos casos. Si en algún momento hubo escrúpulos para tanta crueldad vertida sobre los cuerpos, ha desaparecido del todo.
La militarización de la sociedad, la presencia continuada de las fuerzas armadas en las calles, verlas circular y convertirse en los salvaguardas de la lucha contra el narcotráfico, tiene un nombre: la política desarrollada por Felipe Calderón. En su sexenio se produce un crecimiento exponencial de la violencia. Es una espiral de nunca acabar. La sociedad es el blanco. En esta batalla no hay víctimas inocentes, es el resultado de ceder el espacio político a las mafias.
Hoy la impunidad es el mejor aliado de los grupos paramilitares, los cárteles que pueden campar a sus anchas, sabedores de no ser perseguidos. Se sienten seguros bajo el manto de un Estado que controlan y una clase política que opta por dejar hacer, temerosa de perder sus privilegios y prisionera de sus propios miedos. Seguramente habrá investigaciones, se rasgaran vestiduras, se practicarán detenciones y se acabará inculpando a un cabeza de turco. Un guión por todos conocidos. A pesar de ello, se debe dar la lucha por conocer toda la verdad.
Miroslava Breach representa el periodismo comprometido, el único posible de ser ejercido, aquel en el que se da voz a los oprimidos, que no tiene miedo ni se encoje, donde la palabra tiene dignidad. Miroslava Breach vive en los versos de Blas de Otero:
Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra. Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi Patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra.
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