martes, 4 de julio de 2017

Islam y democracia ante el siglo XXI

14/06/2004 - Autor: Abdennur Prado - Fuente: Webislam
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La incompatibilidad entre islam y democracia es un tópico en vías de extinción. En una encuesta internacional de junio del 2003, realizada por el Pew Center (que dirige la ex secretaria de Estado Madeleine Albright), se mostraba que la apreciación de la democracia como sistema de gobierno es mayoritaria entre los musulmanes.
En Pakistán, una mujer tan occidentalizada como Benazir Bhuto ganó dos elecciones generales. En Indonesia, una mujer sin velo, Megawatti Sukarnoputri, fue hace pocos años elegida presidenta de un país donde viven 180 millones de musulmanes. En Malasia, la democracia funciona desde hace más años que en España. En todos estos países, los islamistas apenas cuentan para el electorado.
En Irán, tras la revolución del 79, el presidente elegido por sufragio universal fue Bani Sadr, un intelectual de izquierdas educado en el Quartier Latin parisino. El triunfo del laico y liberal Bani Sadr contra el candidato de los ayatol-lâhs vino a demostrar que los revolucionarios iraníes no buscaban instaurar ninguna teocracia. No hay más que rescatar de las hemerotecas las fotos de las jóvenes iraníes con vaqueros y sin velo al frente de las manifestaciones contra la tiranía del sha para darse cuenta de hasta que punto sus esperanzas fueron traicionadas. Jomeini impugnó las elecciones e impuso la “tutela de los juristas” (velayat al-faqih), de la cual la democracia permanece presa.
En el Iraq ocupado, los llamamientos más sonoros a la democracia proceden del hawza ilimiyya, el consejo chiíta de la escuela de Nayaf. El Ayatol-lâh Ali al-Sistani defiende que sea un órgano electo, y no un consejo designado por Estados Unidos, quien debería redactar la constitución de todos los iraquíes. En las calles de Bagdad, han tenido lugar grandes manifestaciones pidiendo el fin de la ocupación y el principio de la democracia. En contra de lo que se nos quiere dar a entender, los iraquíes no necesitan de ninguna tutela colonial para gobernarse. Más bien todo lo contrario.
Si tenemos en cuenta que en la India y en los países occidentales los musulmanes también participan en el juego de las urnas, nos damos cuenta de que a principios del siglo XXI la gran mayoría de los musulmanes del mundo eligen a sus gobernantes por la vía electoral. Claro que unas elecciones no bastan para definir una “verdadera democracia”. En Turquía existe un régimen democrático mediatizado por una oligarquía militar, lo mismo que en Argelia, Nigeria, Marruecos, Egipto y Mauritania. Todos estos países son considerados pro-occidentales, lo cual no quiere decir que apuesten por los derechos humanos y la libertad de conciencia, por desgracia. Significa que ponen la riqueza de sus naciones al servicio de intereses extranjeros.
Como todo tópico, el de la incompatibilidad entre islam y democracia se sustenta en realidades y discursos. No hay más que mirar hacia las oligarquías del golfo pérsico, que han impuesto un sistema monárquico de corte feudal, donde todo el poder está en manos de unas familias que utilizan la religión como instrumento de control ideológico. Este control implica, precisamente, tratar de convencernos de la incompatibilidad entre islam y democracia, para lo que cuentan con la inestimable ayuda de ciertos arabistas. También las oligarquías del golfo son grandes aliadas de occidente, consintiendo en la explotación del petróleo a bajo precio, y generando unas riquezas que no llegan a los ciudadanos más necesitados.
Miserias aparte, la conexión entre islam y democracia es más profunda de lo que parece. Aunque suele decirse que el islam es un modo de vida integral, que abarca todos los aspectos de la vida, hay que señalar con extrañeza que ni el Corán ni la Sunna nos proponen un modelo unívoco de gobierno. Dejando aparte las consideraciones éticas (del tipo “prohibir el mal y ordenar el bien”), el único precepto sobre el modelo de gobierno que vincula a los musulmanes es el principio de la Shura (la consulta mútua): “...los creyentes tienen por norma consultarse entre sí.” (Corán 42, 38).
En otro versículo, Dios se dirige al Profeta Muhámmad en los siguientes términos: “Y consulta con ellos en todos los asuntos de interés público.” (Corán 3, 159).
Comenta Muhámmad Asad, en El Mensaje del Corán: “Este precepto, que implica el gobierno mediante consenso y consulta, debe considerarse como una de las cláusulas fundamentales de la legislación coránica relativa al régimen de gobierno. El pronombre ‘ellos’ se refiere a los creyentes no sólo musulmanes, es decir, a toda la comunidad, mientras que la expresión al-amr que aparece en este contexto denota todos los asuntos de interés público, incluida la administración del estado. Todas las autoridades coinciden en que esta ordenanza es vinculante para todos los musulmanes y en todos los tiempos. Algunos sabios musulmanes deducen del texto de esta ordenanza que el jefe de la comunidad, si bien está obligado a someter los asuntos al consejo, es libre de aceptar o rechazar sus recomendaciones; sin embargo, resulta evidente que esta es una conclusión arbitraria, si se recuerda que el Profeta se consideraba obligado a acatar las decisiones de su consejo.”
Los arabistas suelen presentar a Muhámmad como un monarca todopoderoso, un profeta investido de un poder absoluto. Nada más lejos de la realidad. En la mezquita de Medina se reunían todos los miembros de la comunidad, mujeres incluídas, para discutir y buscar soluciones de consenso a los problemas que se planteaban. Todos podían opinar, a todos se escuchaba. Como prueba concluyente, se conocen decisiones tomadas de forma colectiva en contra de la opción defendida por el propio profeta, lo cual da que pensar.
En base al principio coránico de la shura y su aplicación en tiempos de Muhámmad, creemos que el sistema de gobierno que más se acerca a los principios del islam es el de la democracia participativa. Al decir esto, no pretendemos insinuar que en la Arabia del siglo VII existiesen partidos políticos, un censo electoral y urnas donde depositar los votos para escoger entre candidaturas diferentes. Lo que afirmamos es que la shura como órgano de participación de todos los miembros de la comunidad en las decisiones colectivas es un principio coránico esencialmente democrático.
La democracia en el islam tiene su fundamento en el hecho de que cada creyente tiene la capacidad de recibir la revelación y de aplicarla en su vida según Dios le de a entender. Cada uno de los seres humanos conscientes es un califa de Dios sobre la tierra. Como tal, debe asumir la responsabilidad del cuidado del mundo, en la medida de sus posibilidades.
No olvidemos esto: la gran mayoría de los musulmanes del mundo quiere democracia, participar en las decisiones que afecten a las sociedades donde viven, ejercer su responsabilidad ante Dios y ante la creación en su conjunto. De ahí el carácter igualitario del islam, y la interiorización que hace el musulmán de valores universales como la conservación del medio ambiente y la justicia social como horizonte de toda sociedad pacificada.
Por el contrario, los enemigos de la compatibilidad entre islam y democracia siempre defenderán que la masa de los musulmanes carece de capacidad de juicio sobre las cosas de la religión, somos como un cero a la izquierda que debe ponerse en manos de los “expertos religiosos”.
Esta es la dicotomía que se le presenta al musulmán ante el futuro: o asumir la libertad de interpretación y de conciencia hasta sus últimas consecuencias o ponerse en manos de aquellos que se nos presentan como guardianes de la tradición, constituyendo “consejos de sabios” y otras estrategias de control. Entre una y otra opción se decide el camino del Islam en el siglo XXI, un camino íntimamente ligado a la emancipación de los países de mayoría musulmana de toda dependencia externa, con el objetivo de poner los recursos naturales que poseen al servicio de la ciudadanía.

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