viernes, 27 de abril de 2018

Bombardeos en Siria

Por Leandro Albani:

Estados Unidos bombardeó otra vez Siria. Los intereses desesperados de Washington por controlar un territorio que hace siete años se encuentra en una profunda disputa. Los cálculos de Rusia para no perder su poder y el silencio internacional cuando las armas químicas son utilizados contra los kurdos. ¿Cuál es el significado de los recientes bombardeos de Estados Unidos contra Siria? La pregunta, que en estos días se repite en los cuatro puntos cardinales del mundo, no es fácil de responder. Los intereses cruzados, que tienen al territorio sirio como arena militar y diplomática, son variados y, por momentos, alcanzan un pragmatismo pocas veces visto.


Cuando el 7 de abril se informó de un ataque químico en la zona de Duma, cercana a Damasco, las alarmas internacionales sonaron nuevamente. Estados Unidos, respaldado por Francia Y Gran Bretaña, anunció un inminente ataque “disuasivo” contra Siria, ya que acusó al gobierno de Bashar Al Assad de utilizar armamento letal contra la población. Desde Damasco y Moscú negaron las acusaciones de Washington y apuntaron, por enésima vez, a los grupos terroristas que se encuentran casi derrotados en Guta Oriental.
Rispideces en USA
Aunque conocer los entretelones en los pasillos de la Casa Blanca y el Pentágono no es una tarea fácil, en los últimos días se pudieron observar algunas las rispideces que aparecen en el seno de la administración Trump.

Los bombardeos a Siria dejaron expuestas diferencias entre la ultraderecha que gobierna en Washington, como sucedió en 2013 cuando George W. Bush decidió invadir Irak. En ese momento, los neoconservadores pujaban para definir el “cómo” de una invasión que, en apenas unos meses, destruyó al Estado iraquí y sumió al país en un descontrol que se extiende hasta estos días. Por un lado, Colin Powell y Condoleezza Rice proponían una “intervención” con cierto respaldo internacional, mientras que Donald Rumsfeld abogaba por desembarcar a Irak de forma unilateral con todo el poder de fuego posible. Pese a las diferencia, el objetivo era compartido: conquistar los pozos petroleros, desregularizar y privatizar la industria que dependía del Estado y plantar, con profundidad, la bandera estadounidense en Medio Oriente luego de la caída de la Unión Soviética.

Un día antes del bombardeo a Siria, el secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, declaró que un ataque contra el territorio no sería lo más conveniente, ya que generaría un caos aún mayor. A su vez, Mattis –conocido por su apodo “Perro Loco”- dijo que Estados Unidos no tenía pruebas concretas sobre la utilización de armas químicas en Duma, pero que sus sospechas provenían de información recogida en “la prensa y redes sociales”.
Pocas horas después, cuando los 110 misiles Tomahawk habían trazado el cielo sirio, Mattis se apresuró a declarar que su país había cumplido los objetivos estipulado y que, por ahora, no había planes de futuros ataques.

El viernes 13 de abril también se conoció la condena al bombardeo por parte de 88 congresistas estadounidenses. Los parlamentarios recordaron que los ataques eran ilegales por no contar con la aprobación necesaria del Poder Legislativo, encargado de autorizar la ejecución de cualquier acción militar. Los congresistas explicaron que no existe ningún tipo de amenaza directa contra Estados Unidos y que todavía se desconoce si en Duma se utilizaron armas químicas. Barbara Lee, parlamentaria republicana, afirmó que “al bombardear ilegalmente Siria, el presidente ha negado una vez más al pueblo estadounidense cualquier supervisión o rendición de cuentas en esta guerra interminable”. Otro republicano, Justin Amash, aseveró que los ataques “son inconstitucionales, ilegales y temerarios”.
Pragmatismo en Medio Oriente

Los ataques a Siria también mostraron que el enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia continúa vigente. Las dos potencias capitalistas se disputan palmo a palmo el centro de Medio Oriente con el fin de asentar su poderío e intentar afianzar un futuro incierto que los tenga como principales protagonistas.

El gobierno del presidente Vladimir Putin hace tiempo dejó en claro que está dispuesto a sostener al Partido Bass en el poder y nuclear a su alrededor a todos los aliados regionales posible. Por su parte, en la República Islámica de Irán saben que el torbellino que se inició con la denominada Primavera Árabe puede llegar a las puertas de Teherán si Siria cae, como sucedió con Libia.

Moscú no tiene demasiados problemas para pivotear desde el epicentro de la tormenta siria y acercar a “socios” que, hasta hace unos pocos años, eran enemigos declarados de Siria. El caso más visible es el gobierno del presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Rusia, que llegó a cortar relaciones diplomáticas y comerciales con Turquía, ahora se esfuerza para que Ankara se cuadre junto a Moscú. La invasión turca al cantón kurdo de Afrin, en el norte de Siria, es el ejemplo más descarnado del pragmatismo que cruza a Medio Oriente. El ingreso de tropas turcas acompañadas por el Ejército Libre Sirio (ELS) e integrantes del Estado Islámico (ISIS) tuvo el visto bueno de Moscú y Washington. Afrin había sido la región más pacífica y segura de Siria en estos siete años de guerra de agresión. A ese territorio llegaron unos quinientos mil refugiados de todo el país, que fueron recibidos y asistidos por las autoridades de la Federación Democrática del Norte de Siria (FDNS), experiencia inédita impulsada por los kurdos y otros pueblos de la zona desde 2012.

Cuando el 20 de enero pasado Turquía lanzó los bombardeos masivos contra Afrin, las autoridades del cantón denunciaron en reiteradas oportunidades que las fuerzas turcas habían utilizado gas cloro contra la población civil. Las denuncias públicas sobre estos hechos ni siquiera fueron atendidas por alguna agencia de Naciones Unidas.

Mientras Turquía busca afianzarse en Afrin y destruir las bases sociales de los kurdos de Siria, se mantiene en un peligroso equilibrio entre Washington y Moscú. Aunque en los últimos meses Erdogan redobló las críticas a Estados Unidos por su apoyo armamentístico a las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS) -en el marco de la Coalición Internacional que bombardea a ISIS-, la semana pasada aplaudió los bombardeos contra suelo sirio. El gobierno turco, envalentonado por los resultados de la represión interna que desató en 2016 y con el visto bueno de Putin y Trump para bombardear Afrin, no pierde las esperanzas de profundizar su proyecto neo-otomano, anexando territorios de Siria e Irak, mientras utiliza los acuerdos sobre refugiados firmados con la Unión Europea y la compra de armas a Rusia, Alemania y Estados Unidos como moneda de cambio ante sus aliados.

El epílogo de los bombardeos de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña es oscuro: los civiles muertos en Siria continuarán acrecentando una lista fatal y fría; la principal propuesta democrática para el país, puesta sobre el tablero por los kurdos, ahora se ve duramente golpeada; el gobierno sirio seguirá el camino acordado con Rusia e Irán y, es probable, que con el tiempo comience a normalizar las relaciones con quienes ahora son sus enemigos; y el complejo-militar estadounidense ya estará calculando el próximo bombardeo: cada misil Tomahawk tiene un valor de un millón y medio de dólares y como lo saben muy bien en la tierra de los padres fundadores, “business is business”.
leandroalbani@gmail.com

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