lunes, 30 de abril de 2018

El reportero de EL MUNDO, en el atentado de Kabul: "Los 400 metros que me separaban de la explosión me han salvado la vida"

TESTIGO DIRECTO

25 víctimas mortales, incluyendo al menos nueve reporteros
Un doble atentado suicida deja al menos 21 muertos en Kabul, entre ellos tres periodistas
La tragedia del yihadismo en Afganistán volvió hoy a azotar la capital afgana de mano del Estado Islámico de Khorasan (ISK). La herida abierta y llena de pus que son los 17 años de guerra en el país, y que la población civil carga a sus espaldas mientras sobrelleva, como puede, las hondas cicatrices físicas y psíquicas de las masacres llevadas a cabo por los grupos terroristas, sigue empeorando mientras éstos continúan ganando terreno y el Gobierno de Kabul es incapaz de detener su embestida criminal.
El ISK golpeó salvajemente el centro diplomático de la capital con dos atacantes suicidas que hicieron detonar sus cargas explosivas matando, al menos, a 29 personas e hiriendo a otras 45. La segunda explosión, que tuvo lugar unos cincuenta minutos después de la primera deflagración, fue una trampa para matar a periodistas. El suicida, que tenía credenciales de prensa, esperó a que los informadores estuviesen reunidos tras la zona acordonada por la policía -como es habitual en estos casos-, para causar una sangría entre los periodistas desplazados al lugar. Nueve compañeros han muerto mientras hacían su trabajo.
El control policial donde sucedió el primer atentado, en el que el terrorista utilizó una motocicleta bomba, tuvo lugar sobre las 8:00, hora de Kabul, y mató a cuatro agentes de las fuerzas de seguridad afganas. El checkpoint está situado en la puerta norte de la Zona Verde, así como es una de las entradas a la zona diplomática a través de la avenida de Shash Darak, en la que confluyen los cuarteles generales de la OTAN y del servicio secreto afgano, el conocido como NDS. Tras la primera explosión la policía rápidamente acordonó la zona y al llegar al control, desde el interior de Shash Darak, varios agentes bloqueaban el paso a punta de AK47.
Mientras, en el otro extremo del control policial, la prensa afgana e internacional terminaba de congregarse para empezar a informar y tomar imágenes. En ese momento se produjo la segunda explosión. El suelo tembló, los edificios zozobraron mientras todos los presentes sentíamos el calor de la onda expansiva en nuestras carnes. Uno de los agentes gritaba "¡al suelo, al suelo!", mientras la polvareda se adueñaba de todo. La frontera entre el pánico y el control es una delgada línea roja, por lo que cerré los ojos agarrándome al casco.
Unos segundos después, todavía con la cara pegada al asfalto, de la nube gris y marrón salió un agente de NDS para encañonarnos de nuevo con el dedo en el gatillo, mientras un oficial del servicio secreto afgano corría hacia nuestra posición para detener al más que nervioso soldado y escoltarnos fuera de la posible línea de fuego. "En caso de un ataque armado. Es por vuestra seguridad", explicó el oficial.
La foto de los dos terroristas del Estado Islámico de Khorasan -publicada por el grupo unas horas después del doble atentado a través de Amaq, la agencia de noticias afín al régimen del Califato- muestra a dos individuos ocultando sus caras, bastante jóvenes, ambos con un dedo alzado apuntando hacia el cielo y, con la otra mano, sosteniendo un fusil Ak47 y una pistola, seguramente armas prestadas sólo para hacerse la fotografía. La propaganda de la muerte y los "mártires".

Masacre de periodistas

Nueve compañeros informadores afganos, la mayoría de ellos no superando la treintena, han muerto y cinco han resultado heridos de gravedad. Este nuevo ataque contra la prensa no ha sido fruto del azar o la oportunidad. La intención del terrorista era llevarse por delante a todos los periodistas posibles. Por este motivo "ha escondido sus explosivos en una cámara y se ha acercado al lugar donde estaba la prensa", según informó Khama Press.
Entre los muertos está el histórico fotoperiodista de la agencia AFP, Shah Marai. También han muerto: Yar M. Tokhi, de TOLONews; Salim Talash y Ali Salimi, de Mashal TV; Ghazi Rasooli, Noor Ali Khamosh, del canal 1TV; Ebadullah Hananzai y Maharam Durani, de Radio Azadi. Los heridos son Naser Hashemi, de Al Jazeera, Omar Soltani de Reuters, Ahmadshah Azimi, de NANA Media, Ayar Amar, de Vahdat Mili y Davod Ghisanai, del canal de televisión privado Mivand y a Ahmad Shah, de la BBC, en otro atentado a tiros al este del país.
Hace años que conozco personalmente a Ahmadshah Azimi, de NANA Media. Él es uno de los colaboradores -fixer según la jerga periodística anglosajona- sin el que el trabajo de este reportero sería imposible. Las heridas de gravedad le han abierto el pecho, pero después de una cirugía de urgencia ha sobrevivido. El periodista que suscribe ha sido afortunado. Si hubiera llegado a la zona para la prensa con mi compañero Ahmadshah, quizás no podría haber seguido informando. Los 400 metros que me separaban de la explosión, sin duda, me han salvado la vida.
En el punto cero de la segunda explosión la escena era dantesca. Los cuerpos entrelazados, rotos, desmembrados y chamuscados de los periodistas y civiles yacían en el suelo mientras, alrededor, el miedo de los presentes, temiendo un nuevo ataque, el humo, los gritos, la impotencia de los heridos alzando las manos o tendidos con los ojos abiertos, paralizados, como sorprendidos, se mezclaba con el ensordecedor ulular de las sirenas de las ambulancias y los coches de la policía. Un caos, un horror, que trasciende a cualquier palabra.
"Hay víctimas por todas partes. Otra vez. ¡Dios, cuándo terminará esto! El suelo está lleno de muertos. ¿Por qué Dios nos castiga de esta manera? Hoy estoy vivo, pero, mañana, qué, ¿eh?", contó a EL MUNDO Ahmad, uno de los transeúntes habituales de la avenida de Shashdarack, herido levemente en la cabeza. Hablaba con la ropa hecha jirones, la cara tiznada de negro y con los ojos inyectados en sangre. "¿Dónde está la seguridad que prometió el Gobierno? Cada día hay más controles [policiales] pero los ataques continúan", añadió sollozando. "¡Por qué, por qué!", se marchó gritando.
La muerte y la suerte son parte de nuestro oficio. Hoy, la primera reinó despiadadamente sobre la segunda. La pérdida de los nueve informadores afganos jamás podrá ser compensada o justificada. Sin embargo, "las tácticas del Estado Islámico que son inhumanas, asesinas y basadas en el terror absoluto, no detendrán a la libertad de prensa afgana. No vamos a renunciar a ella. Jamás", explicó Hamid, periodista afgano y director de la agencia NANA Media.
Pero el coraje de los periodistas afganos no es suficiente. "Sabemos que el Gobierno ha tomado medidas para protegerlos, pero debe aumentar la seguridad", según indicó Christophe Deloire, secretario general de Reporteros Sin Fronteras. "Hemos enviado formal y oficialmente el caso [de la prensa afgana] al secretario general de la ONU. No hay duda de que ha llegado el momento de que las Naciones Unidas hagan llegar un mensaje fuerte a la comunidad internacional y a los protagonistas nombrando a un Representante Especial para la Protección de los Periodistas", ha añadido.

11 niños muertos en Kandahar

En la provincia donde nacieron los talibán otro ataque aumentó la sangría del día de hoy, que pasará a engrosar la historia negra del país. Otro día de muerte que se suma a la larga lista de jornadas de un infierno que dura ya diecisiete años y que llenarían docenas de volúmenes. En el distrito de Daman, al sur de Kandahar, el ataque contra un convoy de la OTAN mató a 11 niños que se encontraban en una mezquita cercana, e hirió a una docena de personas, entre ellos ocho soldados.
"El ataque ha tenido lugar sobre las 12.30 de la tarde", hora afgana, "en una zona conocida como Mullah Abdullah Khil. Al menos han muerto 11 menores y cinco soldados del ejército de Rumanía y dos agentes de policía han resultado heridos", según confirmó el portavoz del gobernador, Samim Khapalwak.
Apenas hace una semana, el Emirato Islámico de Afganistán anunció su nueva ofensiva. Se llama Al Khandaq [La Trinchera] y hace referencia a la posición defensiva que el Profeta Muhammad y sus seguidores cavaron para salvaguardar la ciudad de Medina en el año 627 d.c, librando la la conocida como Batalla de la Trinchera. Una referencia que, sin duda, es un mal presagio de lo que está por venir.
Por otro lado, el anuncio de Al Khandaq supone el tiro de gracia al Segundo Proceso de Kabul, celebrado en febrero con el objetivo de atraer a los talibán a la mesa de negociaciones. A pesar de los muy ventajosos términos para la paz ofrecidos por el presidente afgano, Ashraf Ghani, los talibán, que de facto controlan el 70% del país, según un estudio reciente de la BBC, declinaron la oferta.
"No podemos negociar con un gobierno ilegítimo. [...] El primer objetivo de esta ofensiva será matar a los soldados de Estados Unidos, y luego a los esbirros que los asisten [...]. Seguiremos luchando contra la ocupación y contra el Gobierno ilegítimo. En ellos recaerá el sufrimiento de los civiles", según indicó el comunicado oficial del grupo terrorista con sede en la provincia de Baluchistán (Pakistán).
El nombre que los talibán escogen para su anual ofensiva de primavera se ha convertido en un ritual con el que los yihadistas pretenden rodearse de un halo místico y religioso, por lo que a menudo hacen referencia al Corán o a los hombres que consideran pertenecen a su Islam heroico. Un ritual pero también metáfora de sus intenciones. El mensaje de los insurgentes está claro: resistir y morir matando.

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