domingo, 23 de septiembre de 2018

Presidente (destructor) de la República

21/09/2018
Actualización 21/09/2018 - 12:03
Hace 90 años Plutarco Elías Calles anunció el fin de la era de los caudillos y su relevo por instituciones. Hoy el voto popular ha erigido un nuevo caudillo que está ya concentrado en eliminar los obstáculos a su paso. En lugar de instituciones ofrece sus prendas personales como garantía. Superando a Luis XIV parece decir “el Estado soy yo, y yo soy bueno”.
Apenas ayer el caudillo arengaba a los maestros que son servidores públicos. Les reiteró que el Congreso cancelaría la reforma educativa. Por su parte pidió que los docentes dieran clases de lunes a viernes. Una petición personal de cumplir lo que debería ser una obligación a cambio de derruir una escalera meritocrática magisterial que buscaba sacar a los estudiantes mexicanos del oscuro sótano en las pruebas internacionales.
Igual, sólo con su palabra, el caudillo presentó en forma inesperada una realidad deprimente. La economía está en crisis y el gobierno en bancarrota, afirmó. Ante acusaciones en contra de una funcionaria de primer nivel, bastaron sus dichos para adelantar el resultado de la justicia: se investigará lo necesario, por supuesto, pero ella es un chivo expiatorio.
El caudillo demagogo no requiere de hechos o cifras que lo sustenten, simplemente estipula sin considerar las restricciones que impone la realidad, como si costos financieros o humanos no existieran. Muchísimos recursos se canalizarán al sector energético estatal, por largo tiempo un agujero negro para las finanzas públicas. Da igual, lo imposible (construir una refinería en tres años, dejar de importar gasolinas en el mismo plazo) se plantea con toda la campechanía que emana de la creencia en la omnipotencia personal.
Pero si la realidad no se doblega ante el demagogo, es sencillo: sería culpa de otros. El futuro presidente tendrá toda la política económica bajo su control. Toda, excepto la monetaria, blindada en una institución fuera de su esfera de mando. Ya dijo que si hay desequilibrios económicos durante su gobierno será culpa de circunstancias externas o del Banco de México. Al peligroso señalamiento, analizado ayer en estas páginas por Macario Schettino, se añade que muchos funcionarios de alto nivel del Banco Central están considerando retirarse prematuramente dada una demagógica austeridad que propone arrasar con salarios y condiciones laborales.
Finalmente, el caudillo cuenta con la excusa de la masa. El “pueblo”, en un mecanismo nebuloso y arbitrario, determinará el destino del proyecto de infraestructura más importante del país. Un tren que atravesará selvas, en cambio, ya tuvo una consulta de facto: el demagogo lo ofreció durante su campaña por el sureste y la gente, dijo, lo aplaudía. Listo, la ciudadanía asistente a la plaza había aprobado, sin enterarse, un tren para turistas con un costo ambiental y financiero probablemente astronómico.
Prácticamente sin frenos o contrapesos, el caudillo, aún sin jurar el cargo de presidente, ya empezó a desmontar la República.

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