sábado, 6 de octubre de 2018

Mi peor enemigo, lo chairo

Mi peor enemigo, lo chairo

El lenguaje, el soporte simbólico con el cual logramos aprehender y entender el fenómeno social, está en permanente construcción y actualización. Su naturaleza orgánica responde a sutiles discursos de poder huérfanos y anónimos, pero no por eso menos reales e importantes. Es en el lenguaje donde configuramos nuestra idea de realidad. El lenguaje, por lo tanto, no se encuentra aislado de coordenadas políticas, sociales y económicas  que anteceden y condicionan nuestra manera de entender el mundo. Los juegos el lenguaje –Wittgenstein dixit- no sólo están dentro de los lineamientos gramaticales y sintácticos que marcan los realísimos académicos y ciertamente muy lejos de aquella pretensión positivista hablar sólo de aquello que existe en realidad (sic). El lenguaje también ofrece la más poderosa herramienta para la subversión y el cambio, ya que aquello es que real en nuestra imaginación es real en sus consecuencias.  Por esto y por tanto más es que en este espacio le declaro la guerra a mi peor enemigo que es: el “chairo”.
El chairo. Lo chairo. La chairiza. Parafraseando a Agustín de Hipona, ante la pregunta sobre qué es lo chairo pareciera que podemos responder diciendo que si nadie nos lo pregunta sabemos a qué se refiere, pero si queremos explicarlo al que nos lo pregunta no sabemos qué responder. Existen intuiciones compartidas, eso sí. Incluso hay quienes se esmeran en procurar una definición que, por barroca, churriguresca y gongorina, se ven atrapados en la tautología de definir a lo chairo siendo ellos mismos chairos a su vez. Sin embargo, no es claro todavía porque lo chairo resulta tan contraproducente para el debate público ni tampoco hemos entendido que la mejor manera para contrarrestar su nociva influencia es confrontándolo y superándolo. Pero, ¿qué o quién es eso? Aquí una aproximación no-chaira para definirlo y así, de una vez por todas, poder combatirlos.
El chairo es impreciso. Presos de las imágenes en su cabeza que navegan dentro de un clima de opinión particular, el chairo acomoda sus argumentos –como dijera Gabriel Zaid- en el lado bueno de la historia suponiendo que por ello la razón lo asiste y no al revés (buscar y defender sus argumento con razón y entonces sí defenderse desde el lado bueno de la historia). Todo está mal, menos él. Todo pudo ser mejor si él lo hubiera hecho. Deterministas y fatalistas, no hay nada que alguien pueda hacer hoy o mañana o nunca para hacer frente a la adversidad y al conflicto, salvo denunciar la jaula en la que estamos presos (él y todos nosotros). El chairo es presa de la falsa ilusión de certeza que le da sentirse dueño de sus propias cadenas. Piénsenlo. Al señalar con el dedo flamígero de su indiferencia, el chairo termina por someterse él mismo a su propia denuncia. Si X o Y están manipulando de manera perversa y oculta la realidad en la que vivimos, eso sólo es posible porque todos (incluyéndole) son manipulables. Esta aproximación da pie a otra característica más.
El chairo es conservador. Las imágenes en su cabeza y los argumentos que se desdoblan a partir de ellas no son fruto de la reflexión individual y consciente,  sino de la conjetura inconsciente e inercial de discursos previamente enunciados y socialmente aceptados. Recurre a los lugares comunes y equivocadamente les otorga el valor de la originalidad y de la autenticidad. Frente a lo conflictivo, lo violento y lo batallador que resulta la vida en sociedad, el chairo responde con una estridencia que termina por hacer que las cosas se entiendan igual (y por lo tanto, se mantengan igual) salvo por el hecho de que ya han sido denunciadas y señaladas por él. El espejismo del gatopardismo más arcaico.
¿Les suena? Esta es una primera aproximación inconclusa y no exhaustiva del fenómeno chairo. Más en las siguientes entregas. Paso a paso, por un mejor debate público.
Falta mucho, pero ya falta menos.

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