En una de sus visitas a España, a finales de los 90, Amos Oz confirmó a El País lo que todo lector de su obra sabe: que no hay más eficaz herramienta que la sátira y el escepticismo para combatir la intolerancia. "El humor", declaró, "es el único antídoto para el fanatismo". Y añadió: "No he conocido nunca un fanático con sentido del humor ni un hombre con humor que sea fanático".
Pocos años después, tras el ataque islamista del 11-S al corazón de Nueva York, publicó un texto breve, Contra el fanatismo, traducido y editado por Siruela en nuestro país. "El señor Bin Laden y la gente de su calaña no solo odian a Occidente. No es tan sencillo", escribía en las primeras páginas de su panfleto. "Más bien creo que quieren salvar nuestras almas, quieren liberarnos de nuestros aciagos valores: del materialismo, del pluralismo, de la democracia, de la libertad de opinión, de la liberación femenina... Todo esto, según los fundamentalistas islámicos, es muy pero que muy perjudicial para la salud". Lo hizo por «nuestro bien», añadía, "Bin Laden nos ama esencialmente. El 11 de septiembre fue un acto de amor", a través del cual quería solo "cambiarnos" y "redimirnos".
Bin Laden es ya por fortuna historia pasada, pero su legado de odio y terror continúa hoy sembrando el mundo de cadáveres y heridos en nombre de un islam que no concibe más destino para el 'infiel' que la muerte.
Es cierto que tanto el Estado Islámico como Al Qaeda no disponen de la misma capacidad operativa que tuvieron en otro tiempo, pero atentados como el de Estrasburgo hace unas semanas o el del viernes cerca de las prirámides de Giza son la evidencia de que el yihadismo es todavía un de las principales amenazas para la seguridad mundial. El mismo fanatismo que denunciaba el escritor y pensador israelí, que acaba de morir a los 79 años, sigue impulsando a miles de creyentes a inmolarse y asesinar "con la pretensión de cumplir con la yihad el afán de implantar por medio del terror la sharia o ley islámica en los países que son o fueron en su día musulmanes", como explica Miguel Ángel Ballesteros en su riguroso Yihadismo (La Huerta Grande), un libro que rastrea en los orígenes y las causas del fundamentalismo religioso y que anima a la ciudadanía a no permitir "que el miedo atenace y modifique los modos de vida que los Estados democráticos han pactado defender". Los que Oz se esforzó por sostener en Israel durante toda su vida.
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