miércoles, 13 de febrero de 2019

¡LOS ARREPENTIDOS DE AMLO!

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La primera señal apareció en voz de un ingeniero de excelencia con hipoteca aquí y allá, con un hijo aún en la universidad y que fue echado de su cargo público sin más, por ser “empleado de confianza”.
Parecía enojado, al borde del llanto, lo que no le impidió soltar rabioso: “¡cabrón, por qué no me convenciste de no votar por ese pendejo… hasta hice campaña por él…!”, gritó.
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Durante años –igual que hicimos con Vicente Fox y con Roberto Madrazo, entre otros–, aquí enumeramos los peligros potenciales ante la llegadas del eterno aspirante presidencial, López Obrador.
Y no, no era necesario estar frente a una bola de cristal para adivinar el futuro. Sólo era cuestión de conocer un poco al personaje, sus ambiciones sin límite, su deshonestidad sin freno y su magnífica capacidad de engañabobos.
Y es que López Obrador es un verdadero “encantador de serpientes”, un aprendiz de populista y un dictador en gestación. Y es aprendiz porque nunca había tenido todo el poder y todo un país a sus pies y, por tanto, prepara y se prepara para una dictadura personalísima; bananera pero eficaz.
Aquel ingeniero de excelencia que, de un día para otro, quedó en el desempleo, sin futuro y sin esperanza, por años había sido la pared que devolvía las críticas a López y al PRD, los señalamientos al desastroso gobierno capitalino.
Sin embargo, a pesar de las evidencias, el ingeniero desempleado nunca aceptó la posibilidad de que Morena terminaría en templo de un mesías. En cambio defendía sin tregua y sin duda: “Andrés va a ser el mejor presidente; será el ejemplo de honestidad y democracia, cambiará al país…”.
Hoy lamenta, igual que muchos otros; “¿Cómo pude estar tan ciego…?”
Pero la ceguera de aquel desempleado fue la misma de intelectuales reputados, opinantes profesionales, periodistas y especialistas quienes en su “torre de marfil” jugueteaban con la supuesta simpatía de Obrador. “Es un buen hombre… honesto, sencillo, humilde, bonachón”.
Hoy, muchos de esos intelectuales están muertos de miedo –el miedo que destilan sus artículos, libros y opiniones–; el mismo miedo de no pocos empresarios de altos vuelos.
“¡Éste cabrón va acabar con el país…!” dice un hombre de empresa que mueve los hilos para llevar su dinero fuera del país; empresario “machochón” también con el pánico en los huesos.
Y no es para menos. ¿Por qué?
Porque el presidente López Obrador engañó a muchos votantes, a los que les dio gato por liebre; engaño a empresarios y políticos.
Lo curioso es que engañó a todos con la verdad. Es decir, muchos se negaron a ver quien era y quien es el hoy presidente.
Nadie lo creyó capaz de tirar el NAIM y con ello parar industrias clave como las del acero, el cemento, el aluminio y, en general, la construcción.
El país ya está al borde de la recesión y ahora va contra la industria eléctrica. Antes había descabezado a la burocracia de confianza y hoy amenaza con la inconstitucional propuesta de impedir la contratación por una década en el sector privado, luego de salir del sector público.
Pero no es todo. Solapar a la CNTE tronó industrias clave del centro del país, como la automotriz, la minera y muchas otras. Cancelar la inversión en energía eléctrica y dejar sin gasolina a medio país con el cuento de la lucha contra el robo de combustible, ya dejó pérdidas de miles de millones de dólares a la economía mexicana.
Y apenas se han cumplido 75 días de gobierno.
Y si aún no les queda claro el tamaño de la tragedia, el presidente simpático, bonachón, honesto y humilde ya se cargó los básicos de la democracia mexicana.
Violenta a placer la Constitución, acabó con la división de poderes, destruyó los contrapesos naturales del Congreso y la Corte; sometió a medios y críticos y todos los días hace del país un desechable que lanza al bote de basura sin que nadie sea capaz de hacer y decir nada.
Si, se aplaude que poco a poco estén de vuelta el intelecto y la sabiduría; que despierten los hombres de empresa, muertos de miedo.
¡Bienvenidos los arrepentidos….! El problema es que llegan tarde.
Si, porque da la casualidad de que el simpático e inteligente Andrés no necesitó más que 75 días para poner de cabeza a un país que costó décadas construir.

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