martes, 26 de marzo de 2019

Rompiendo el círculo de terror

El autor analiza cómo se puede hacer frente al discurso del terror cada vez más normalizado a través de las nuevas tecnologías de la información, y así como de las autopistas de las redes sociales
Momento en el que el terrorista encara una de las mezquitas...
Momento en el que el terrorista encara una de las mezquitas neozelandesas.
El aberrante atentado contra dos mezquitas de Nueva Zelanda que causó 50 muertos ha vuelto a evidenciar que vivimos una nueva etapa en la vil historia del terrorismo global. Un estadio definido por la extraordinaria versatilidad en la ejecución de cualquier ataque dentro de un marco al que podríamos llamar low cost, dada la aparente facilidad con la que los asesinos disponen su logística criminal. Pero, sobre todo, por la explosión y normalización de un discurso del terror edificado en torno a las nuevas tecnologías de la información (las TIC), así como a la profesionalización en el uso de las nuevas narrativas digitales, que alcanzan su plenitud en las autopistas de las redes sociales.
Es un nuevo terrorismo madurado y amamantado por los infames grupos yihadistas de nuestros días, como el Estado Islámico y Al Qaeda, que entendieron en tiempos ya pretéritos que la guerra de las palabras era tanto o más efectiva como la de las bombas y las balas. Gracias al ejercicio de sus formidables plataformas mediáticas desarrollaron un relato coherente y aterrador que, más allá de la ideología matriz que puedan escupir exhaustivamente en mil formatos distintos a diario, han establecido un modelo de gestión informativa diabólica que resulta adaptable y eficaz a cualquier tipo de extremismo. Como botón de muestra, la barbarie de Christchurch no difiere demasiado, en fondo y forma, de los atentados de Charlie Hebdo o Bruselas. O, dicho de otra forma, los hermanos Kouachi y Brenton Tarrant diferirán en su pensamiento, pero apenas encontramos la mínima diferencia en sus asesinatos.
Tampoco es casualidad que, aun con nuestros corazones encogidos por la masacre, de lo que más estemos hablando sea de la emisión en directo por Facebook Live que los asesinos se preocuparon de organizar mientras acribillaban a decenas de personas. Y es justo ahí donde caemos en la trampa de la propaganda terrorista: se cierra su círculo del terror. Porque, como dice el profesor Manuel R. Torres, "sin propaganda no hay terrorismo".
La propaganda del terror es uno de los materiales más inflamables de estos días en los que nuestra comunicación se basa, en gran medida, en tecnología instantánea, barata, extraordinariamente intuitiva en el uso y en un enfermizo mercadeo de likes y retuits. Mientras redacto estas líneas, Facebook ya ha eliminado un millón y medio de vídeos sobre la matanza; pero se sospecha que puede haber muchísimos más sólo en esta plataforma.
La rotundidad de estas cifras no debe, en cualquier caso, abrumarnos más allá del entorno donde únicamente tienen una posibilidad real de ser. Las redes sociales son per sesuperlativas, ricas en juicios apresurados y tramposas en aforismos. Es otro tipo de violencia desproporcionada que busca su reflejo en un medio desproporcionado pero que, bajo ningún concepto, debemos aceptar como real.
Y es ahí donde descubrimos el talón de Aquiles de la trampa propagandística y donde podemos acabar con su eficacia si nos atrevemos a romper su círculo maligno.
En este sentido, cabe preguntarnos, especialmente los profesionales de los medios, si realmente es necesario emitir y difundir los contenidos elaborados por los propios terroristas y verdugos con la excusa de la contextualización de la noticia.
Quizá nos ayude no engañarnos a nosotros mismos. Éste no es un nuevo debate. Ya ocurrió con los asesinatos grabados, editados y difundidos de Daniel Pearl o James Foley, en 2001 y 2014, respectivamente. No, no es un nuevo debate. Es más bien una falsa controversia que dura ya demasiado. El valor informativo de la noticia es innegociable. Quid est veritas. La verdad es sagrada, y la profusión de imágenes de degollados, tiroteados, apuñalados, o atropellados, obedece más a una perniciosa intención de fomentar el tráfico digital de los usuarios/lectores que al gris prurito informativo del buen periodismo. No hay valor informativo en cabezas cortadas y sí en las cinco uves dobles.
Que los contenidos terroristas estén producidos y elaborados con una profesionalización propia de grandes productoras y con la única finalidad de ser compartidos en el universo transmedia, nos debe servir como prueba irrefutable de que cortar ese círculo es lo correcto, es lo responsable.
No sé si es una cuestión de legislación; de regular unos hábitos de consumo de individuos, al fin y al cabo, que deciden en libertad consumir ese tipo de contenidos. No sería razonable tampoco obviar el hecho de que, precisamente, el hastío por la censura de nuestros tiempos, más o menos sutil, pero a las claras creciente; el cada vez más establecido no a la libertad individual y al seguimiento de códigos externos, están inflamando los ánimos y nublando los juicios de la sociedad, así como eliminando cualquier posibilidad de análisis pausado, beneficioso y largoplacista.
Sin embargo, por más que urja una reflexión desde el burladero de los medios y de los responsables de la salud catódica y digital, no es menos cierto que, aunque se presente a modo de quimera alada en el lejano firmamento, en última instancia, no debemos olvidar que ha de ser el consumidor último, usted, yo, sus hijos y los míos, los que decidamos con responsabilidad qué ver, qué consumir y qué no.
Quizá haya llegado el momento de dar un paso adelante como sociedad, y apostar por la educación. Porque educación es tener la libertad de consumir cualquier tipo de contenido malévolo en cualquier rincón de internet por mucho que lo censuren. Al fin y al cabo, quien quiera encontrarlo, lo hará. La educación es, no la subestimemos, la base misma de la democracia y la libertad.
Así es, porque en esta batalla por la liberad debemos sobreponernos al miedo global que nos atenaza y recordar que, a pesar de todo, no estamos solos. A veces basta con mirar a nuestro prójimo para entender que, aunque el mal parezca inundar nuestro mundo, en la vida sigue habiendo mucha más belleza que terror. Y sólo en nosotros está la madurez de entenderlo.
Si queremos revitalizar nuestros modelos de convivencia, respeto y derecho, obligatoriamente debemos rescatar, como sociedad, el conocimiento y la certeza de que nuestro estilo de vida, con sus muchas injusticias y carencias, pero, a pesar de todo, en libertad, merece y necesita una defensa encendida, sin fisuras y exigente, de nuestra identidad democrática.
El reto es titánico, sumamente difícil. Nadie dijo que fuese fácil. Nunca lo fue. Pero por la libertad, amigo Sancho, bien merece la pena morir.
Andrés Ortiz Moyano es periodista especializado en propaganda terrorista y yihadismo. Autor de Los falsos profetas. Claves de la propaganda yihadista y #YIHAD y Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación (ambos publicados por la Editorial UOC).
@andresortmoy

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