Sol Negro
De la noche anterior en el campamento cercano a la sepultura de Al Hafiz, ya no recordaba más que las siluetas de un sueño tan puro como el vacío de la nada en su penumbra. ¡Senegal y el color verde se adueñó del paisaje y de mi ser!
¡Senegal! Con sus legendarios baobas centinelas del camino. ¡Senegal!
Con la raza wolof, esbeltas lanzas de recia madera oscura.
En verdad que nada es igual. Pasar de Mauritania a Senegal es revivir. Orfeo que regresa de las tinieblas con Eurídice de la mano. No en un sentido despectivo, más bien, en una metáfora que embellece las dos orillas del Río que las une.
Mauritania es el reino de los espíritus y Senegal donde resucitan y se encarnan de nuevo.
Una divertida teoría surge en mi mente española visitando Senegal. Esta tesis defiende que Don Quijote de La Mancha estuvo en este rincón del continente oscuro. Y hago mía la alucinación del caballero de la triste figura. Y visualizo que la lucha frente a los molinos de viento se inició en una certera batalla librada contra los gigantes del Sahel, contra los baobabs.
Porque estos árboles imponentes, son los cíclopes africanos de brazos rígidos que colman necesidades de los hombres que viven estos parajes.
Su corteza se muele como el trigo en Castilla y se mezcla con agua o con leche, pues tiene propiedades medicinales. En ocasiones, su cuerpo es horadado para ser habitado o como depósitos de agua y sus hojas y flores son comestibles, así que el polvo de sus frutos.
Y en Kaulack, nos recibió el Sol Negro del sufismo Tiyani: El Cheij Ibrahím Niass.
Cheij Ibrahim murió el año 1980 dejando en Kaulack una Medina, una ciudadela consagrada a la invocación de Allah al modo Tiyani. El núcleo de este baluarte es una Mezquita con referencias magrebís que rinde honores al origen de la Tariqa en la ciudad marroquí de Fez.
Los mismos reflejos verdeazul en los azulejos – ¡Un sólo mar!-, y las tallas en las maderas de las puertas, confirman las fuentes. Pero aquí la plegaria tiene el timbre de las voces negras que se mezcla con la sobriedad de los moros que vienen en busca de la Bendición del Maestro desde las arenas del desierto.
Y el Cheij Ibrahim nos dio la bienvenida con señales que no cesan de empujarnos a un estado de regocijo y calma.
Camino de su Mezquita, donde descansa su cuerpo, cayó una lluvia fina sobre nosotros, que no podía mojarnos de lo nimio de sus gotas diminutas. Era su saludo llamándonos a la tranquilidad. Mohamed al Amín me dijo:
“Son las lágrimas de la alegría. Ya ves que es una evidencia. Cuando Allah quiere que ocurra una cosa, crea las condiciones para que suceda.¡Y aquí estamos!”
El Cheij El Hajji tiene una casa en la Medina y en ella el hálito que le caracteriza se aromatiza con perfumes senegaleses de madera de sándalo.
El Hajji me llevó de la mano a visitar al Jalifa de la Tariqa, un descendiente del Cheij Ibrahim. Ante él me presentó como un musulmán andaluz y un sufi, y el Jalifa le preguntó:
– “¿Es un Tiyani, un Qadiri, un Nachabandi…?”
– “No. Es un Darkawi.” – dijo El Hajji. ¡Y cual fue mi sorpresa! -.
El Corán se difunde por los altavoces de la Mezquita y las oraciones más multitudinarias son las del amanecer y en la noche, cuando resulta más ingrato dejar a un lado la vida hogareña y el ocio.
Y he visto cómo los mauritanos moros atraviesan el Río solamente para poner la frente en el suelo a la puesta de sol y esperar la aurora, emprendiendo súbitos el viaje de regreso. Un periplo con ese único objetivo.
¿Qué reserva para ellos la Baraka del Cheij Ibrahim? ¿Quién fue realmente este hombre y dónde reside su grandeza? Todavía no lo sé. A su lado descansa su madre. Al Amín me dice:
“Siempre que hay un gran hombre, cerca encontrarás una mujer que lo ennoblece”.
Y la garganta que emite la llamada a la oración en la Mezquita de la Medina, es una queja que tiembla. Y mi amigo me explica la razón:
“Quien está al micrófono es el hijo del anterior muedim, que fue un compañero allegado del Cheij Ibrahim, muy querido por todos. Cuando murió, eligieron a su vástago como sucesor, quien tiene una voz clara, potente y melodiosa aunque no te lo puedas creer”.
“Ocurrió que los discípulos del Maestro echaban de menos los matices roncos del padre y así lo hicieron saber. De inmediato, el heredero comenzó a imitar los trémulos sonidos que emitía su progenitor, hasta el día de hoy”.
“Conociendo este detalle – le dije a Mohamed – parece que me encuentro frente al Cuerno de Oro, en Estambul, en el Ocaso de un día en primavera”.
Y hay muchas visiones que aparecen en la Mezquita, cuando los Tiyanis recitan sus invocaciones. Pero esto no lo puedo contar.
¡He comprendido que el silencio es mejor!
Y le doy las gracias a El Hafiz y al Cheij Ibrahim por la facilidad con la que nos han guiado en este viaje, y su dulzura.
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