lunes, 29 de abril de 2019

JULES VERNE 

jueves, 14 de agosto de 2014

El secreto del volcán de Julio Verne

SOCIEDAD

El secreto del volcán de Julio Verne


El glaciar que cubre el cráter del Snaeffels se derrite. Aquí está la entrada más literaria al centro de la Tierra 

11.01.11 - 01:38 - 
Millones de toneladas de hielo taponan el cráter del Snaefells, aunque parece que no por mucho tiempo. El calentamiento global y el retroceso del glaciar amenazan con dejar al descubierto la que, según Julio Verne, es la puerta de entrada al centro de la Tierra. La montaña domina el extremo de una península afilada que se hunde más de cien kilómetros en las gélidas aguas del Atlántico norte, rozando el círculo polar ártico. El paisaje es un milagro. Islandia se encarama sobre la dorsal oceánica y cada palmo de terreno es testigo mudo del cataclismo que en épocas pasadas forjó el brutal abrazo entre las placas tectónicas de América y Euroasia, dos continentes apenas separados en algunos puntos por el largo que suman los brazos extendidos de un hombre. Un mundo cuajado de glaciares sobrecogedores, de impetuosas cascadas, de volcanes que cada cierto tiempo hacen temblar las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo. También la última escala para manadas de ballenas de un viaje que comenzó meses atrás en alguna bahía perdida del Caribe.
Hasta allí acuden todos los años miles de personas ansiosas por hollar la cumbre bajo la que, se supone, se extiende el fantástico pasadizo por el que se deslizaban el profesor Otto Lidenbrock, su sobrino Axel y el rústico Hans, entre chimeneas de lava, coladas volcánicas y un océano de magma. Claro que la realidad no tarda en poner las cosas en su sitio y quienes buscan la puerta del infierno, descubren en su lugar un mar de hielo. El glaciar cubre un tercio de la montaña, haciendo imposible cualquier intento de descolgarse por «el cráter del Snaefellsjökull, que la sombra del Scartis acaricia antes de las calendas de julio», y que el «audaz viajero» debe seguir para, según el relato de Julio Verne, «llegar hasta el centro de la Tierra». Un desliz en boca del visionario escritor, capaz de vaticinar la llegada del hombre a la Luna, la aviación comercial o los viajes submarinos, pero a quien su servicio de documentación -nunca pisó Islandia- le jugó una mala pasada.
El novelista francés no contó con que los rigores del clima, la altitud del volcán y la latitud se confabulasen para cubrir la cumbre del volcán con un casquete de hielo que invalida la premisa argumental de su fantástico viaje. La revelación, sin embargo, no parece desanimar a nadie. Más de un siglo después de que Verne escribiera su segunda novela, el lugar se ha convertido en una especie de santuario hasta el que peregrinan montañeros, amantes de la literatura y los herederos de la cultura New Age, que, imbuidos de un espíritu esotérico, atribuyen a esta cumbre de apenas 1.446 metros poderes energéticos fabulosos. El volcán, dormido desde el siglo XIII, está coronado por tres picos, fruto de la violencia cataclísmica que desató una erupción en tiempos antediluvianos.
El crujido del hielo
Las posibilidades de hacer cumbre se reducen con la llegada del verano. El calentamiento global está haciendo retroceder el glaciar a marchas forzadas, hasta el punto de que la ladera sur que mira al pequeño pueblo pesquero de Arnarstapi, luce un aspecto gris pardo y torturado, fruto de las cicatrices que el hielo ha dibujado en sus escarpadas paredes a lo largo de los siglos. En los meses cálidos, la línea de hielo se encoge y pierde consistencia, las grietas se hacen más profundas y esconden simas donde una caída tiene muchas posibilidades de ser mortal. «No nos hacemos responsables», recuerdan en los hoteles en cuanto ven una mochila. En esas condiciones, los crampones y los pies de foca dejan de ser garantía de nada y las agencias que organizan excursiones desde Olafsvik, Arnarstapi o la trocha de Modulaekur, ya sea a pie o en moto de nieve, echan la persiana. Los 4x4 llegan hasta la línea de hielo y el viajero tiene entonces la sensación de quedarse con la miel en los labios, si bien el crujido amenazante del hielo y los arroyos que serpentean por todas partes, le convencen de que hace lo correcto.
Abajo, en el llano, las soledades de la montaña dan paso a pueblos de pescadores como Hellisandur, Hellnar o Budir, donde se suceden yacimientos anteriores al desembarco de los vikingos, cuevas con runas grabadas en las paredes o acantilados invadidos de gaviotas, frailecillos y charranes, que se lanzan en picado sobre los intrusos que tratan de ganar la línea de costa pertrechados con cámaras de fotos y cestas de picnic. Allí, separados de Groenlandia por un brazo de mar de poco más de 200 kilómetros, comparten escenario una base militar de Estados Unidos, reminiscencia de la Guerra Fría, y la poza en la que se sumerge el dios Bardur cuando desciende del Snaefells tras aplacar su ira.
También allí se encuentra el Chotel Budir, según la guía Trotamundos, «el mejor hotel de Islandia». Atrincherada tras el mostrador de recepción, Gunnhildur, de un rubio casi albino y embutida en un vestido negro tan alegre como una película de Bergman, recita lo que todos los excursionistas quieren oír: «Cada año nos visitan miles de fans de Julio Verne. Hacer cumbre lleva dos horas y media desde la línea de hielo, treinta minutos si se desplazan en moto de nieve. He subido varias veces -dice, mientras cruza las manos sobre el delantal- y les aseguro que la vista es sensacional». Con un gesto del brazo invita a todos a girarse mientras añade: «El cráter se encuentra entre los dos picos más grandes, pero atención, deben quedarse a la derecha del más agudo de ellos, porque de lo contrario, el hielo puede romperse y ustedes. ¡acabar en el centro de la Tierra!», estalla en una carcajada a la que su auditorio no tarda en sumarse.
-Arriba debe de haber alguno.
-¿Y lo ha leído?
-Me temo que no -confiesa mientras sofoca una risita y hace ademán de atender una llamada que llega desde la cocina y que nadie más ha oído. A su lado, un chaval lleva una camiseta que reproduce la última erupción del Eyjafjallajökull y debajo una leyenda alusiva a la crisis económica: «No jodas con Islandia. Puede que no nos quede 'cash' (efectivo), pero todavía tenemos 'ash' (cenizas)».

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