Probablemente uno de los capítulos más vergonzosos de la historia de México es la campaña antichina que se llevó a cabo durante las primeras décadas del siglo XX en el norte de país. Aprovechando la actual visita del Presidente de China a México, Xi Jinping, vale la pena preguntarse si el gobierno mexicano no debería de pedir una disculpa al pueblo chino, y a los mexicanos de origen chino, por este evento histórico en el que participaron activamente autoridades mexicanas como Alvaro Obregón e incluso el fundador del PRI, Plutarco Elías Calles. Este tipo de disculpas públicas de un pueblo a otro, no son excepcionales, y por ejemplo, el presidente francés, Francois Hollande pidió disculpas recientemente por el sufrimiento causado por autoridades francesas al pueblo argelino durante la colonia; o la disculpa pública que ofreció el gobierno estadounidense en los años ochenta al pueblo japonés y a ciudadanos americanos de origen japonés por los campos de concentración que se construyeron en su país durante la segunda guerra mundial; o la disculpa que pidió el gobierno alemán al pueblo polaco por el ghetto de varsovia. Aquí una lista de disculpas nacionales hecha por la revista Time.

Propaganda antichina, Sonora 1932.
La persecución china en México está bastante bien documentada en Sonora y Sinaloa donde desde finales del siglo XIX se había concentrando la población más importante de migrantes, pero el racismo y las campañas de limpieza étnica, no se limitaron a esos dos estados. Por ejemplo, en un texto sobre Benjamín Argumedo y Los colorados en la Laguna, Pedro Salmerón narra cómo en 1911 como parte de la toma de Torreón por los revolucionarios  una de las cosas que hicieron fue saquear los negocios que pertenecían a chinos y matar a a sus dueños, enfatizando una motivación económica y política:
…al señalársele el Banco Wah-Yick (o “Banco Chino”, donde estaban también las oficinas de la Asociación Reformista del Imperio Chino, partidaria de Sun Yat-Sen, conocida como “Club Chino”) como eje de esa defensa, Argumedo ordenó a sus hombres saquear el edificio y matar a quienes estuvieran en él. De ahí, los soldados se siguieron al contiguo Puerto de Shangai, almacén de ultramarinos y telas finas, y la matanza de chinos, que había empezado como algo casual, se volvió sistemática. Argumedo se instaló en un lujoso hotel del centro y dejó que sus soldados hicieran lo que les viniera en gana.
Los chinos se habían ganado el odio de las clases bajas de la Comarca por razones difíciles de precisar, entre las que destaca un primitivo repudio a lo extraño, a lo “incomprensible”. La colonia china de Torreón estaba formada por unos 600 orientales con una elite pequeña pero muy visible. Finalmente, los agravios que los pobres de La Laguna guardaban contra los extranjeros (los hacendados eran “gachupines”; “gringos” los administradores y capataces de las minas y el ferrocarril; “turcos” y “chales” los pequeños comerciantes que encarecían sus productos en los años malos) se tradujeron en la venganza contra la colonia extranjera más vulnerable.
Para José Antonio Aguilar, quien discute las campañas antichinas en México como evidencia del racismo en nuestro país en su libro El Sonido y la Furia: crítica de la persuasión multicultural (2005),  las motivaciones de la persucución china no eran sólo económicas o xenofóbicas sino explícitamente raciales:
De acuerdo con Craib, no todos los argumentos en contra de los chinos fueron de naturaleza económica. A los chinos también se les describía como sucios y anti higiénicos. Así, con excusas sanitarias se justificó la discriminación. Se les culpaba de las epidemias y brotes de enfermedad que azotaban a la población mexicana. Confinar a los chinos se volvió un objetivo de salud pública. Esto se tradujo en un llamado a establecer ghettos: “el pueblo en masa debería de protestar contra la presencia de los chinos confundidos entre nosotros, y pedir su inmediata remoción a un barrio donde la niñez esté exenta del contagio de sus costumbres”.
Recientemente en Nexos, publicamos un texto de Héctor de Mauleón en el que describe como esta idea de racista de salud pública fue promovida a través de legislación por el gobierno mexicano:
En la década de 1920 el gobierno mexicano prohibió la entrada al país de trabajadores chinos, un senador (Andrés Magallón) propuso que los que ya vivían en México fueran confinados en barrios especiales, y el presidente Álvaro Obregón expidió un decreto que les prohibía vender comestibles, entrar a los restaurantes, casarse con mujeres mexicanas, tener acceso a los puestos públicos y salir de sus barrios luego de las 12 de la noche. El ex presidente y ex gobernador de Sonora, Adolfo de la Huerta, los había acusado de transmitir la sarna, la lepra, el tracoma y la tuberculosis. Una historia que el país ha tratado meticulosamente de olvidar.
En su libro El Cártel de Sinaloa (2009), Diego Enrique Osorno, también narra cómo en Sinaloa el Comité Antichino “salía a cazar chinos” durante los años veinte:
Los atrapaban, los metían en jaulas y los llevaban a una casa de una calle llamada anteriormente Dos de Abril, enfrente del Hotel del Mayo, el cual aún tiene sus puertas abiertas y ofrece habitaciones con agua caliente en Cualicán. La casa donde retenían a los chinos tenía las ventanas tapiadas y estaba siempre vigilada por un par de hombres armados. Era una cárcel clandestina que operaba con el disimulo de las autoridades de la época. Los chinos cazados eran amarrados y amontonados ahí hasta ser trasladados por furgones del ferrocarril, donde eran guardados y enviados como si fueran bultos de maíz a Acaponeta, Nayarit. Un integrante del Comité solía acompañar el viaje para cerciorarse de que “la carga” llegara a su destino y no regresara.
En El otro México (2011) de Ricardo Raphael, hace un extensa crónica del impacto de las campañas antichinas en Sinaloa y Sonora en los ciudadanos mexicanos de origen chino y sus familias:
En 1915 ocurrió el primer saqueo de comercios chinos en el puerto de Guaymas. También en Nacozari, en masa popular obligó a los propietarios de tiendas chinas a desfilar desnudos por el centro de la ciudad. En Hermosillo…decenas de chinos fueron lapidados y otros sufrieron indignidades similares a las de Nacozari. Un ritual que a partir de estos hecho se volvería común, fue cortar la coleta que los varones chinos solían utilizar como recuerdo de su origen.
Plutarco Elías Calles pronunció el año siguiente un discurso furibundo donde aseguró que se encargaría de resolver definitivamente el problema chino, esa herencia del Porfiriato con la que debía terminarse pronto. Muy probablemente fue con su apoyo que comenzaron a formarse los primeros comités “pro raza”.
Quizá quienes padecieron mayor indignidad fueron las mujeres mexicanas que habían contraído nupcias con los varones de fisonomía oriental. Los nacionalistas fueron implacables con ellas. En la calle les gritaban chineras y les prohibían caminar sobre las banquetas. Los más belicosos se metieron por fuerza a los hogares de aquellos matrimonios mixtos; robaron pertenencias, destruyeron mobiliario, tomaron sus joyas y también las secuestraron.
En casi todos los textos aquí citados hay referencias a las protestas diplomáticas de China por el maltrato a sus ciudadanos. No se muestra otra evidencia de protesta o resistencia al respecto. Sin embargo, en una muy interesante nota de Daniel Civantos, ofrece evidencia de las protestas que enviaron desde china, vía postales, en contra de los principales responsables de la agitación antichina. Civantos dice:
De acuerdo con Don Price, profesor de historia de China en la Universidad de California, expresar el desprecio a través de la poesía es un acto tan arraigado en la cultura china como la poesía misma, recitándose versos en los mercados o en los salones de té desde siglos como si fueran armas arrojadizas contra las injusticias.
Sin duda México tiene una deuda con el pueblo chino y en particular con los mexicanos de origen chino. El sufrimiento innecesario que las autoridades, y parte de la sociedad causó a miles de personas por su origen étnico, es injustificable. Una forma de evitar que vuelva a suceder algo parecido en el futuro es, no sólo narrando lo que sucedió sino explícitamente reconociendo que estuvo mal.