lunes, 24 de junio de 2019

Verdad y tragedia de la yihadista embarazada que ahora quiere volver

Actualizado 
Se llama Luna, se fue a la Yihad con dos hijos y pronto tendrá el cuarto. Viuda del 'Califato', se ocupa de otros cuatro huérfanos en el campamento kurdo donde está detenida a la espera de que el Gobierno la traiga
Verdad y tragedia de la yihadista embarazada que ahora quiere volver EL MUNDO 
Las pantallas de los televisores del aeropuerto de Barajas van escupiendo noticias sin sonido. Se cuestiona el rendimiento del madridista Marcelo. Henrique Capriles se anuncia, finalmente, como candidato opositor al presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro. Y el semanario alemán Der Spiegel informa de que Estados Unidos ha entrenado en Jordania a unos 200 milicianos sirios para que derroquen al régimen de Bachar El Assad. Es 10 de marzo de 2013.
Un grupo de barbudos ajeno a aquel reclamo luminoso y a su actualidad subtitulada, se concentra en crear su propia historia. Despiden con protocolo notorio a su jefe, Mohamed Amin El Aabou, que regresa a su origen, a la ciudad egipcia de Alejandría. Los Hermanos Musulmanes acaban de alcanzar el poder y él tiene allí un nicho transitorio de mercado, una oportunidad de seguir captando gente para mayor gloria de Alá y de la Yihad. Fuera de foco, una joven vestida de negro de la cabeza hasta los pies sujeta a sus dos niños de dos y cinco años mientras su esposo saluda por última vez a sus compañeros. Ninguno de los dos ha tenido tiempo de guardar todavía el sobre con el logotipo del Banco Pastor en el que llevan unos 3.000 euros que sus hermanos, los integrantes de la Brigada Al Andalus, una célula terrorista con sede en Madrid, han recaudado concienzudamente con destino desconocido. Acaban de vender su casa en Rivas y se van.
Luna Fernández Grande, madrileña de 24 años, la esposa de El Aabou, que ha tenido hasta ese momento una vida difícil, se dispone a tomar un avión hacia la absoluta desgracia. Casi un par de años después nacerá su hija y morirá en Egipto, una tierra extraña a la que Luna Fernández ha trasladado su único hogar, que es el del fanatismo junto a su marido. Los miembros de la Brigada al Andalus recogieron dinero para el entierro en la mezquita de la M-30, a 10 euros por cabeza, y realizaron su aportación, unos 200 euros cada uno que, según los jueces, pudo servir para eso o para cualquier otro asunto menos piadoso. Unos días más tarde, ya en 2016, la familia dejará atrás aquella pequeña tumba para enrolarse en la construcción del Estado Islámico y en su seno permanecerá hasta que éste desaparezca estrepitosamente.
A día de hoy, Luna Fernández, ya viuda, es una de las tres españolas que permanecen en un campo de prisioneros kurdo - han sido trasladadas al Al Roj-, embarazada, a punto de dar a luz -en marzo aseguró que estaba ya de cinco o seis meses-, con cuatro hijos propios y otros cuatro niños a su cargo que atribuye a otra pareja amiga, marroquí, que también se trasladó desde España para darle forma al nuevo paraíso yihadista. Está esperando a que su país tome una decisión sobre su destino y el de sus hijos.
La vida de esta mujer no ha sido fácil. Su madre, Manuela Grande, ha contado que la tuvo con 15 años, que el padre, marroquí, desapareció cuando la niña tenía cuatro años y que los servicios sociales se hicieron cargo de ella porque no pudo sacarla adelante. La veía los fines de semana y durante las vacaciones. Manuela asegura a Crónica que la niña nunca le reprochó nada pero reconoce que fueron muchas las veces en las que preguntó a su madre cuándo podría quedarse con ella en casa. Pero «ni yo ni mi pareja, Ignacio, ya fallecido, teníamos trabajo fijo y, cuando lo tuvimos, nos metimos en una hipoteca».
En uno de esos centros sociales, La Ciudad de los Muchachos, Luna Fernández conoció a Mohamed Amin y se transformó. Su madre explica que ella no había querido bautizarla para darle libertad de elección. Que a la niña «le hizo ilusión tomar la Comunión y la tomó», y luego quiso convertirse al Islam «y a mí me pareció bien porque hay un Dios y da igual que se llame Alá o de otro modo».
El trato de la familia con Mohamed Amin no fue bueno. Llamaba con desprecio «infiel» a Ignacio sólo por fumar. Pero en público, entre los suyos, él aparentaba ser más dulce, más educado. Y ella se volvió «más taxativa». Eran los más jóvenes de la Brigada al Andalus pero, hasta marcharse, ejercieron su autoridad en diferentes ámbitos.
La sentencia de la Audiencia Nacional que condenó finalmente por terrorismo a los miembros de la Brigada detenidos cuando se disponían a marcharse a Siria, señala que él, Lahcen Ikassrien y Omar El Harchi, el marido de Yolanda Martínez -la yihadista nacida en el barrio de Salamanca de Madrid, también hoy en el mismo campo kurdo-, eran «el núcleo operativo del comando y asumían labores de selección, integración de nuevos miembros y financiación del grupo». Siendo un absoluto desconocedor del Corán, Mohamed Amin El Aabou captaba, «realizaba fervientes discursos» y ponía las normas. Y, como quiera que suele haber cierto paralelismo jerárquico entre los grupos de hombres y sus esposas, Luna Fernández Grande también cultivaba su ascendiente junto a Yolanda Martínez, según el relato de miembros del grupo.
«Era una institución en la mezquita de la M-30, todo el mundo sabía quién era ella», señala una de los asistentes al rezo. Las mujeres de El Harchi y de César Raúl Rodríguez, dos de los miembros de la Brigada, pueden recordar cuando, dando el pecho a su segundo hijo en una de las salas del centro religioso, interrumpía las reuniones, en las que también estaba Martínez para conminarlas a comenzar las oraciones: «Es lo que hay que hacer porque todo lo demás es pecado».
Luna Fernández Grande antes de irse a Siria con su marido yihadista.
Luna Fernandez Grande mantuvo contacto con su madre casi hasta marcharse pero hubo algo que, casi al final, enturbió la relación. Luna quiso convertir a Manuela Grande al Islam y lo consiguió. «Por estar con mi hija me hice musulmana en la mezquita de El Carmen. Me ponía el pañuelo cuando ella venía y unos pantalones largos, pero Luna tenía un concepto muy estricto de la religión. A mí no me importaba porque mientras sea buena gente, respete a los demás y no ofenda a nadie... Al contrario, lo que a mí me molestaba era que cuando iba por ahí la miraban por su atuendo. Y les preguntaba, ¿de qué te extrañas si hasta hace nada las mujeres católicas se ponían el pañuelo en la cabeza?», recuerda.
Pero pasado un tiempo, la madre no pudo con tanto rigorismo y desistió. Manuela Grande asegura que su hija no se enfadó con ella pero algunos de los componentes del grupo detectaron, por los comentarios de Luna Fernández, que parecía haberse roto algo de manera prácticamente irreversible. Porque no hay nada peor para un islamista que un renegado. Manuela Grande reconoce que, cuando Luna se marchó y ella supo que estaba en Siria, «rezaba para que estuviera bien pero no reunió el valor para buscarla». Ahora mismo no tiene información sobre la situación de su hija y de sus nietos. Tampoco sobre si ya ha dado a luz. Sólo el Ayuntamiento de Madrid respondió a una de sus misivas para decirle que si en el futuro su hija elegía la capital para vivir, «no dude en que tendrá a su disposición los servicios municipales que como madrileña pueda necesitar». «Es que todas pueden ser Luna, cualquier hija, cualquier sobrina...», afirma Manuela.
Inocentemente, el niño que Luna Fernández lleva en su vientre es el símbolo del problema que ella, sus compañeras de campo, Yolanda Martínez y Lubna Fares, y los hijos de todos ellas, representan para España. Sus vástagos son españoles -el caso de Fares está en duda porque nació en Marruecos aunque toda su vida la ha pasado en Ceuta- porque en el Código Civil prima el ius sanguinis sobre el lugar de nacimiento. Y las decisiones que se adopten respecto a ellas pueden afectar a las otras 18 mujeres -en 2018 había contabilizadas 23 desplazadas- que se trasladaron a Siria a hacer la Yihad, de las que se desconoce su destino. Han podido morir pero también podrían aparecer en cualquier momento.
En este asunto, como en otros, la Comunidad Europea no tiene una política común y cada país esta reaccionando según su propio criterio. El que más abierta y diligentemente está actuando es Bélgica. Holanda debate cómo afrontar el hecho de que tiene en Siria 145 niños, según los datos recogidos por el Instituto de Seguridad y Cultura cuando se cumplen cinco años de la proclamación del Califato. Y Francia ha mandado una comisión a Siria y se ha traído a sus menores.
Es Gran Bretaña el país que ha demostrado mayor intransigencia. La historia estalló con el caso de Shamima Begum, quien se trasladó a Siria con 15 años y dos compañeras más. Todas ellas procedentes de un entorno acomodado. Shamima se casó 10 días después de llegar y se apuntó a la muy sádica «policía de la moralidad». Suya es la frase: «Ví varias cabezas humanas en la basura pero no me inmuté». Tuvo tres hijos y todos murieron. El último nació en febrero en un campo de refugiados y una infección se lo llevó cuando todavía no había cumplido un mes. Cuando ha manifestado su intención de regresar, los británicos -tienen ya 400 retornados por su cuenta- le han respondido retirándole la nacionalidad con el argumento de que sus antepasados son de Bangladesh.
La diferencia con estos países es que, en comparación, el número de desplazados por parte española es muy inferior. Entre los hombres, sólo el marido de Yolanda Martínez, nacionalizado español, consta hoy como prisionero. Formaba parte también de la Brigada al Andalus pero logró marcharse con su mujer y sus hijos antes de las detenciones. De hecho, todos los miembros del grupo que llegaron a desplazarse hasta el Califato estuvieron en una misma zona. Según iban llegando, se iban juntando. Los hombres recibieron tres meses de entrenamiento religioso e instrucción militar durante otros tres meses. Después pasaron a la acción. Las mujeres y los niños mayores de cinco años, también cumplieron con estos requisitos aunque no fueron a luchar.
La investigadora del Instituto Elcano Carola García Calvo advierte de que «hay que superar la actitud de ver a las mujeres como víctimas. No por ser mujeres son menos. Son mujeres muy ideologizadas que apuntalaron el proyecto del Califato, que han educado así a sus hijos, que han tenido un papel muy importante y que han estado expuestas a una situación de violencia superlativa que han normalizado». Una violencia con la que también convivían de modo conceptual cuando aceptaban sin rechistar las tesis de maridos que veían vídeos de decapitaciones para reforzar su fe o citaban a Mahoma para justificar el asesinato de un niño de dos años por haber nacido fuera del matrimonio. «En un país islámico, lo que habría que hacer es tirarle piedras hasta la muerte... Y si el padre no estuviera casado, cien latigazos», decía uno de los miembros de la Al Andalus.
Carola García Calvo, que ha estudiado los casos de todas las detenidas hasta ahora en España por yihadismo, ha llegado a la conclusión de que tienen en común la carencia de una identidad definida, la frustración, la pérdida de algún ser querido y la falta de un horizonte ilusionante. Una definición que se acercaría bastante a la experiencia vital de Luna Fernandez. Pero la estudiosa añade: «Al ver frustradas sus expectativas de hégira al Califato, podría darse el caso de que las mujeres decidan hacer la yihad en casa, asumiendo los llamamientos del ex portavoz del Estado Islámico Abu Muhammad Al Adnani, de atentar en los propios países occidentales de origen».
El caso más llamativo de entre las retornadas hasta el momento en España, el precedente más célebre, es el de Asia Ahmed, una ceutí de 26 años. Fue detenida en Turquía en diciembre de 2016 cuando intentaba volver con el hijo que tuvo con Kokito, el cortacabezas, y embarazada de otro yihadista. Desde el Califato había intentado captar a las niñas de los institutos de Ceuta y había posado disparando. De modo que, al llegar a España, su ingreso en prisión estaba cantado. Su madre se desplazó desde Ceuta y se llevó primero al mayor de los niños, y después al recién nacido en el centro penitenciario de Madrid en el que Asia Ahmed está ingresada a la espera de juicio.
Una sentencia sostiene que Luna Fernández sabía en lo que estaba su marido. Pero el Gobierno ha de asegurarse de si puede mantener una acusación penal contra ella y contra el resto de las españolas desplazadas hasta el Califato antes de tomar una decisión.El Ejecutivo -que tacha la situación de «complicada» y se niega a «contar nada sobre las señoras de Siria»-, está investigando caso por caso, para saber dónde estuvieron y cuál fue su función.
En principio, tanto Luna Fernández como el resto de las españolas retenidas, han maquillado parte de la verdad en sus declaraciones públicas hasta llegar al encubrimiento, en un intento por exculparse. Desde su edad hasta las funciones de sus maridos. Luna Fernández aseguró, por ejemplo, que su esposo sólo tenía un trabajo de tesorería en el Califato, mientras los jueces de la Audiencia Nacional aseguran que se encontraba «combatiendo y ocupando un puesto de responsabilidad».
Ella ha contado a El País que fue a Siria engañada, con buena intención, por su marido. Su madre se aferra a esa tesis: «Ella estaba cegada por el amor e iba donde él le decía. Si hubiese sabido que iba a Siria, se hubiera negado porque mi hija jamás hubiera puesto en peligro a sus hijos... Fue para adquirir una mejor posición en un mundo mejor. Y es tan apocada que seguro que ni siquiera salía de casa». En cualquier caso, hay al menos una cuestión en la que Luna Fernández es incapaz de traicionarse. Cuando se le preguntó por las terribles leyes del Califatoconfundió Islam con yihadismo: «Yo soy musulmana, no voy a renegar de mi religión».
Manuela Grande quiere a su hija en España, aunque le toque ir a la cárcel, porque ella «no se merece estar pasando todo ese sufrimiento» y asegura estar dispuesta a encargarse de sus cinco nietos. Sin duda, quedan por saber muchas cosas. Entre otras, si el hijo menor de Luna Fernández nacerá en el infierno.
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