Cómo una senadora desconocida llegó a remplazar al autócrata boliviano Evo Morales
Por Anatoly Kurmanaev y César Del Castillo
LA PAZ, Bolivia — Un día después de la caída del presidente Evo Morales, el mandatario que ha ocupado ese cargo durante más tiempo en Bolivia, el país estaba inmerso en el caos: los soldados y los manifestantes estaban en las calles, los saqueadores sembraban el terror en los suburbios y nadie se encargaba del gobierno.
El lunes 11 de noviembre, los líderes de la Iglesia católica convocaron a las principales fuerzas políticas del país a una reunión urgente para decidir quién debería tomar el mando. La línea de sucesión derivada del vacío de poder señalaba a Jeanine Áñez, senadora de una remota región tropical que no había participado en las elecciones del mes de octubre y estaba a punto de retirarse.
“¿Quién era Jeanine? Nadie sabía”, comentó Jorge Quiroga, ex presidente de Bolivia y estadista conservador que ayudó a organizar la transición política de este mes. “Pero sabíamos que ella era la única opción constitucional que teníamos”.
En dos días, Áñez pasó de la oscuridad política a sustituir a Morales, el primer líder indígena del país y un líder de izquierda que gobernó al país teniendo en mente un periodo único de catorce años para lograr su visión.
La historia del ascenso de Áñez, contada por cinco personas presentes en las reuniones que decidieron el futuro del país, es una saga de partidos políticos atrofiados y una sociedad extremadamente dividida que continúa agitando a esta nación suramericana.
Había mucho en juego. A medida que aumentaron los saqueos y la violencia, a los líderes civiles de Bolivia comenzó a preocuparles cada vez más que los generales pudieran tomar el control del país, regresándolo a su historia negra de dictaduras militares.
“La probabilidad de que eso sucediera aumentaba a cada momento”, comentó Samuel Doria, un magnate cementero boliviano y político conservador que formó parte de las negociaciones de la transición.
La caída de Morales comenzó cuando decidió, sin precedente alguno, postularse para un cuarto periodo, ignorando los límites del mandato que él mismo había aprobado. Tras las elecciones a finales de octubre declaró su victoria, pero los resultados se cuestionaron de manera generalizada y el país estalló en protestas.
Las manifestaciones se extendieron durante semanas, llegando a su punto más álgido el 8 de noviembre, cuando los oficiales de policía se unieron a los manifestantes y el Ejército se negó a apoyar a Morales.
Áñez era una sucesora improbable. Su cargo de segunda vicepresidenta del Senado boliviano era más bien un rol ceremonial.
La mayoría de los senadores de oposición preferían trabajos cómodos en comisiones con poder sobre presupuestos y nombramientos, explicó Quiroga, el ex presidente. La segunda vicepresidencia “no era un cargo especialmente disputado”, aclaró.
Además, ese cargo ceremonial estaba a punto de expirar. Áñez iba a retirarse en enero porque decidió no participar en las elecciones del mes anterior. Su pequeño partido regional solo obtuvo un cuatro por ciento de los votos.
Sus posibilidades cambiaron con la renuncia de Morales. Mientras él dejaba el cargo, funcionarios de alto rango de su partido, incluidos líderes del congreso, también renunciaron de manera multitudinaria.
De manera sorpresiva, las renuncias hicieron que Áñez fuera la primera en la línea de sucesión de la presidencia interina conforme a la Constitución. Desde su distrito en la provincia poco poblada de Beni, anunció ya tarde el 10 de noviembre que asumiría la presidencia.
Esa afirmación fue recibida sin entusiasmo por los líderes opositores en La Paz, quienes pensaban que la seriedad de la crisis requería un mandato popular más fuerte y una mayor influencia nacional.
“Ella dijo: ‘Soy la presidenta’”, pero era solo una política regional a punto de retirarse de un partido moribundo, comentó Doria, el magnate, quien había hecho campaña con Áñez en el pasado.
Áñez no respondió a la solicitud de una entrevista.
La renuncia de Morales desencadenó turbulentas celebraciones callejeras en las ciudades más importantes de Bolivia. El jolgorio fue sucedido por una ola de saqueos y vandalismo en todo el país, dado que sus seguidores reaccionaron con furia ante su salida y los delincuentes aprovecharon el caos.
Refugiado en la región donde se cultiva la hoja de coca, Morales estaba denunciando lo que denominó como un complot policial en su contra. Los funcionarios electorales de alto nivel de su gobierno fueron arrestados por acusaciones de fraude y los líderes de la oposición radical afirmaron que la policía también había emitido órdenes para el arresto de Morales.
Alrededor de 25 miembros del partido de Morales y su familia han buscado refugio en la Embajada de México en La Paz.
Temiendo su arresto, o algo peor, Morales instruyó a su ministro de Justicia, Héctor Arce, la mañana del 11 de noviembre para que contactara a Doria con el fin de reunir a un grupo de personas influyentes de la oposición y comenzar las negociaciones, según dijo el magnate.
“Realmente estaban preocupados”, afirmó Doria. Arce no respondió a una solicitud de entrevista.
Por su parte, Morales negó que hubiera negociaciones políticas para organizar su salida.
“No, en absoluto”, insistió Morales en una entrevista en Ciudad de México el viernes 22 de noviembre.
Para el 11 de noviembre, la situación en las calles era crítica. Esa mañana, las conversaciones agitadas para llenar el vacío de poder comenzaron a cristalizarse en negociaciones formales con la intermediación de funcionarios de la Iglesia católica y la Unión Europea, según cinco personas que participaron en ellas.
“Pasamos mucho tiempo sin presidente”, comentó el padre José Fuentes, secretario general adjunto de la Conferencia Episcopal Boliviana y mediador de las negociaciones. “No había nadie que pudiera darle órdenes a la policía y las Fuerzas Armadas”.
A pesar de perder la presidencia, el partido de Morales, Movimiento al Socialismo, continúa siendo la fuerza política más poderosa del país, con una mayoría de dos terceras partes en el Congreso de Bolivia y la última palabra en cualquier nombramiento oficial.
A cambio de participar en las negociaciones para la transición, el partido solicitó a la oposición mediar para lograr el traslado seguro de Morales a México. El gobierno de izquierda de México le ofreció asilo y, en la mañana del 11 de noviembre, envió un avión militar para recogerlo.
Mientras los negociadores de la oposición trataban de convencer al desorientado ejército de Bolivia que autorizara que un avión militar extranjero surcara el espacio aéreo nacional, también se movilizaron para trasladar a Áñez a La Paz con el fin de evitar una toma del poder.
El Movimiento al Socialismo, conocido como MAS, y la oposición finalmente se reunieron la tarde del 11 de noviembre. La veterana legisladora del MAS, Adriana Salvatierra, acordó apoyar a un gobierno de transición en el Congreso si se les permitía a Morales y a su círculo más cercano abandonar el país, según las cinco personas presentes en la reunión.
Salvatierra no respondió a solicitudes de comentarios.
Morales mencionó que se le permitió al avión mexicano aterrizar porque tanto él como su vicepresidente, Álvaro García Linera, hablaron personalmente con el comandante de la Fuerza Aérea de Bolivia, el general Jorge Gonzalo Terceros.
Los negociadores aceptaron a Áñez poco después de que el avión de Morales despegó rumbo a México la noche del 11 de noviembre, comentó Quiroga.
“Nos levantamos de la mesa con un acuerdo”, comentó Luis Vásquez, exsenador que formaba parte de las negociaciones.
No obstante, cuando los legisladores de la oposición se reunieron en el Congreso al día siguiente para la toma de protesta de Áñez, los legisladores del MAS no se presentaron.
Los negociadores de la oposición y uno de los mediadores de las conversaciones dijeron que eso violaba el acuerdo. Otro mediador argumentó que los legisladores del partido de Morales se retractaron en el último momento temiendo por su seguridad. Ningún negociador quiso ser identificado por su nombre debido a la situación política tan delicada.
Al quedarse sin el apoyo del Congreso, Áñez se declaró presidenta interina el 12 de noviembre citando un fallo del Tribunal Supremo de Justicia de Bolivia que la reconocía como la gobernante de facto del país.
Con una Biblia en la mano, declaró ante una multitud reunida bajo el balcón del palacio presidencial: “Mi compromiso es devolver la democracia y la tranquilidad al país”.
Desde su exilio en México, Morales acusó al gobierno de Áñez de buscar venganza y avivar las tensiones raciales. El expresidente manifestó su esperanza de regresar a Bolivia para terminar su periodo.
*Copyright: c.2019 The New York Times Company
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