jueves, 25 de junio de 2020

El caudillo y su jauría: el INE bajo asedio de la 4T

Un Hitler o un Stalin, un Himler o un Yéjov, nos asombran no sólo por sus crímenes sino por su mediocridad.
Octavio Paz. El ogro filantrópico
Al declararse guardián de las elecciones, López Obrador sólo refrendó su vocación al caudillaje, a seguir en su camino al país de un solo hombre. Como el ogro filantrópico descrito por Octavio Paz, el presidente es un violador de la ley “por razones democráticas”, lo que es un disparate: la ilegalidad y la democracia son figuras opuestas en un país de instituciones.
El jefe del Ejecutivo, que desatiende el artículo 41 constitucional e invade facultades del INE y de las fiscalías contra delitos electorales, es el alter ego del mapache priista que hacía fraudes patrióticos o del policía que tortura para castigar delincuentes: en una democracia, el fin nunca justifica medios irrazonables… y no hay algo más irracional que el uso de la ilegalidad como herramienta de acción gubernamental.
Detrás de esos comportamientos está la creencia en una moral superior, que vuelve honesta la violación del Derecho (en este caso la Constitución, las legislaciones electoral, penal o los derechos humanos), pero esa convicción es falsa, delincuencial y antidemocrática: el caudillo no posee dotes axiológicos que lo habiliten para pasar por encima de la ley. De hecho, si tuviera una ética tan elevada, respetaría las normas jurídicas del país. La ironía es enorme: a pesar de ser una imitación del mesías, a López se le olvida que Jesús ordenó dar al César lo que es del César, no hizo iusnaturalismo barato contra las reglas del Estado.
Alfredo Estrella/Agence France-Presse — Getty Images
Como si El ogro filantrópico fuera un manual del usuario del ocupante de Palacio, las reflexiones de Paz describen las acciones y motivaciones de López Obrador: “los mexicanos hemos vivido a la sombra de gobiernos alternativamente despóticos o paternales pero siempre fuertes” y ese es el anhelo del actual presidente de México, regresar al Ejecutivo omnipotente, carente de contrapesos, no sólo los del modelo clásico —tribunales, legislatura, federalismo y derechos fundamentales—, sino los aportados por el constitucionalismo de la segunda mitad del siglo XX: órganos públicos autónomos, sociedad civil deliberante y nueva gobernanza de cuádruple hélice. Para el caudillo tropical, el INE es un tumor neoliberal en la testa del gobierno, una anomalía que, si bien garantizó el gobierno dividido de 1997, la alternancia en 2000 y 2012, así como su triunfo en 2018, no le reconoce mérito alguno: en su imaginario, le robaron el triunfo en 2006 y, en esta última elección, ganó a pesar del instituto electoral, “porque no había forma de ocultar 30 millones de votos”. Ese razonamiento presidencial no obedece a la candidez, sino a la falacia, a la mentira dolosa, como si López Obrador no hubiera sido criado en la cultura priista de la desaparición de millones de votos, que tuvo su momento cúspide en la elección de 1988, cuando él aún militaba en el tricolor y a Manuel Bartlett —hoy compañero de ruta de la 4T— se le caía el sistema.
Fue precisamente el borrado de millones de votos en 1988 el que motivó la creación del predecesor del INE, el Instituto Federal Electoral. Como parte de esa vocación al fouchismo que distingue al macuspano, acompañó a Cuauhtémoc Cárdenas en su lucha por la democracia electoral, concretada en la reforma que dio nuevo estatuto a los partidos y al IFE… pero ahora reniega de las instituciones que le permitieron ser presidente del perredismo en 1996 y acceder a la jefatura de gobierno del Distrito Federal, a pesar de no ser residente de la capital del país. El IFE le sirvió mientras no le dijo que vulneraba la ley, en el momento en que sus deseos no coincidieron con el garante de las elecciones, su respuesta fue el berrinche y el chantaje social. Le funcionó tres veces: para llegar al gobierno de la Ciudad de México, fundar su propio partido y para alcanzar la presidencia en 2018. En 2006 fracasó su capricho y montó en una cólera que todavía resuena: al diablo con sus instituciones, ya no le eran propias, como lo fueron al recibir prerrogativas partidistas o en el momento en que su correligionario Porfirio Muñoz Ledo le dio al presidente Zedillo una de las respuestas más duras que un gobernante ha recibido en la historia de México, por parte de un legislador, al espetarle la fórmula con la que los aragoneses nombraban a su rey: “nosotros, que cada uno somos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos”.
Hoy, los consejeros del INE le recuerdan a López que no está por encima de la Constitución, que es presidente, no monarca. El mensaje es muy sencillo: 1) las conferencias matutinas del presidente “no pueden utilizarse para criticar o apoyar a partidos políticos”; 2) “La Constitución mandata al gobierno de abstenerse de participar en asuntos electorales”; y 3) El INE vigilará que se cumpla esta regla jurídica.
Recuerdo nuevamente a Paz: el Estado mexicano “(…) en muchos de sus aspectos, especialmente en su trato con el público y en su manera de conducir los asuntos, sigue siendo patrimonialista. En un régimen de ese tipo el jefe de Gobierno —el Príncipe o el Presidente— consideran el Estado como su patrimonio personal”. López Obrador pretende desaparecer instituciones del Estado como si fueran trastos a desechar. El primer paso para lograrlo es el negacionismo, repetir mil veces la mentira de que el INE no garantiza la democracia electoral y que se necesita del presidente como salvador de la patria… igual que sucedía con Antonio López de Santa Anna, el tirano de ingrata memoria. Reiterada ad nauseam la falacia, si los resultados complacen al presidente, sería por su intervención; si no le satisfacen, eso confirmaría la inutilidad del instituto electoral y “justificaría” su disolución. Y todo ello con la asistencia de su gavilla de sicofantes, su manada de hienas: las estrategias de Goebbels requieren de propagandistas, de la turba que repite el sonsonete del déspota: no basta la rueda de prensa transmitida por los medios, hay que lumpenizar el mensaje, al punto de que el asedio al INE sea un linchamiento respaldado en la convicción popular.
México se juega la democracia en este nuevo asalto de la presidencia contra los controles del poder. Igual que sucede con los perros, debe quedar claro que los que ladran no mandan. No dejemos que los gruñidos del poder silencien los derechos y libertades que aún gozamos.

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