jueves, 29 de octubre de 2020

Hernán Cortés

 

Hernán Cortés

1484-1547

 

Nació en Medellín, Extremadura, España, el 11 de noviembre de 1485; algunos autores señalan la misma fecha de nacimiento de Lutero de 10 de noviembre de 1483, otros no fijan día y consideran el año de 1484 cuando nació. Hijo único de Martín Cortés de Monroy y de Catalina Pizarro Altamirano, que formaban una familia de linaje hidalgo, pero sin grandes recursos económicos. Tras una niñez enfermiza, durante dos años estudió latín y derecho en la Universidad de Salamanca, aunque no existen registros de esto último, dicha universidad lo reconoce con placa y busto, como uno de sus más “ilustres” hijos. Hay indicios de que sus conocimientos jurídicos los adquirió de un notario que era su pariente.

Cortés nació en pleno reinado de los Reyes Católicos, en tiempos de descubrimientos y reconquistas. En la época en que el naciente capitalismo europeo demandaba materias primas y mercados cada vez más amplios. En una primera fase, los países mediterráneos alcanzaron mayor desarrollo por su ventajosa ubicación, pero cuando los turcos tomaron Constantinopla y clausuraron las rutas comerciales, España y Portugal, ubicados en la costa atlántica, estuvieron mejor situados para buscar nuevas vías hacia los países productores de especias y sedas. Sus navegantes exploraron las costas de África, India, el sureste asiático, las islas Canarias y las Azores, así como otros litorales del Atlántico. Finalmente, los españoles realizaron el descubrimiento de América y la colonización de Santo Domingo. Después de más de diez años de su llegada, continuaron la exploración de Cuba y de las costas americanas continentales con propósitos de conquista. Las noticias de este nuevo mundo estimularon la imaginación del joven Hernán Cortés.

Aunque fue monaguillo y sus padres querían que se recibiera en Derecho, su espíritu de aventura y la codicia por el oro que se creía existía en América, le hicieron buscar oportunidades de viajar a las nuevas tierras. En 1501, a punto de embarcarse a La Española (Santo Domingo) con su pariente Nicolás de Ovando, un accidente sufrido en Sevilla (se cuenta que fue una caída en un lance amoroso) se lo impidió. Poco después se unió a las fuerzas del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, para participar en la campaña de Italia, pero esta vez, una enfermedad lo obligó a permanecer en la península.

En Valladolid, aprendió el oficio de escribano y por fin viajó en 1504 a La Española, en la flota mercante de Alonso Escudero, para trabajar de escribano en el ayuntamiento de la Villa de Azúa. Ovando, gobernador de la isla, también le otorgó una pequeña encomienda.

Después de siete años dedicados a sus tareas sedentarias, en 1511 Diego Velásquez lo invitó como su secretario durante la expedición que organizó para conquistar Cuba. Consumada la conquista, Cortés fue premiado con un repartimiento (extensión de tierra con pueblos y habitantes), fue alcalde de Santiago de Baracoa y explotó una pequeña mina de oro: Las noticias de nuevas tierras al poniente de Cuba, descubiertas por Hernández de Córdova y exploradas por Grijalva que aún entonces no regresaba, revivieron sus ambiciones de poder y riqueza, pero había que conquistar esas tierras para controlar y explotar con técnicas europeas ese oro.

Con Diego Velásquez, gobernador de Cuba, Cortés mantuvo relaciones de amistad, e inclusive se casó con Catalina Juárez Marcaida, hermana de quien había sido la amante de Velásquez. Aunque éste siempre vio con cierta sospecha a Cortés, consciente de sus virtudes le nombró jefe de la expedición que organizó para explorar la costa de Yucatán, no obstante que otros españoles más experimentados disputaban ese nombramiento.

Los reyes españoles carecían de recursos para sufragar la conquista de América, por lo que autorizaban a empresarios particulares a realizar expediciones de descubrimiento, rescate (comercio por trueque), salteo de indios (esclavización a los que resistieran a los españoles) y poblamiento. Los conquistadores tomaban posesión de las tierras en nombre del rey de manera pacífica o violenta, la Santa Sede evangelizaba a los naturales y las ganancias se repartían según las aportaciones de los participantes, descontado el quinto real (20%) para el monarca. Las expediciones iban dirigidas por un capitán, como jefe militar y representante del rey, que actuaba en lo político, en lo judicial y como repartidor del botín obtenido.

“Una práctica común entre esa primera generación de conquistadores era participar en ´compañías’ -normalmente asociaciones temporales- con otros socios a fin de proteger y extender sus intereses en el negocio. Los primeros conquistadores preferían llamarse entre sí ‘compañeros’ -un término con connotaciones mercantiles- antes que utilizar el lenguaje militar. Se veían a sí mismos como empresarios. Una vez que habían concretado su expedición, las compañías necesitaban, en primer lugar, reunir capital privado para financiar los barcos, provisiones y hombres. Este podía provenir de la nobleza castellana y otro fiador de la corte, pero lo más frecuente es que llegara desde los bancos de Italia, especialmente de Génova. Las compañías estaban obligadas a obtener un permiso real para sus expediciones convenciendo a la corona de que su esfuerzo se vería recompensado. En consecuencia, las expediciones con el preceptivo permiso tendían a incluir hombres de todos los estratos sociales, se necesitaban soldados y marineros; los pobres eran atraídos por la posibilidad de hacer fortuna; pero también se precisaban contables y sacerdotes para la conversión de la población local. Y, sobre todo, se requerían hombres influyentes con contactos en la corte.” (Kampfner John. Ricos).

Fue así que por escritura del 23 de octubre de 1518, Velásquez dio a Cortés sus “Instrucciones”, entre las cuales destacaban: servir y ampliar la fe católica; indagar sobre los españoles perdidos en expediciones anteriores; tomar posesión de las nuevas tierras en nombre del Rey y hacer que los indios acepten ser sus vasallos; apaciguar y pacificar a los indios que habían atacado la expedición de Hernández de Córdoba; rescatar todo el oro que se pueda de los indios “con mucha amistad y amor sin hacerles desaguisado alguno”; e investigar plantas, animales y minerales de las tierras descubiertas. Se le prohibió la fundación de colonias permanentes.

Como las empresas de conquista se financiaban con fondos privados y de acuerdo con cada aportación se distribuía el botín una vez descontado el quinto real, Cortés vendió propiedades para financiar la aventura y comenzó a contratar hombres, barcos, armas y abastecimientos, a pesar de que las intrigas en su contra hacían peligrar su expedición.

En prevención de que estas intrigas triunfaran, partió del puerto de Santiago de Cuba el 18 de noviembre de 1518 para aprovisionarse en la isla de Trinidad y otros lugares. Velásquez revocó el nombramiento y ordenó la prisión de Cortés, quien ignoró la revocación, evadió la cárcel, y apresuradamente partió el 10 de febrero de 1519 del cabo de San Antón con once navíos, 530 hombres, 11 piezas de artillería, 16 caballos y numerosos mastines con armadura entrenados para matar indígenas. Le acompañaban, entre otros, Pedro de Alvarado, Diego de Ordaz, Alonso Hernández de Portocarrero, Alonso de Ávila, Francisco de Montejo, Francisco de Morla, Francisco de Saucedo, Juan de Escalante, Juan Velázquez de León (éste, pariente del gobernador), Cristóbal de Olid, el fraile Bartolomé de Olmedo y el astrólogo Blas Botello. El piloto principal era Antón de Alaminos.

Cinco días después, el 15 de febrero, es aceptado un Habsburgo como rey de España, Carlos I de Castilla, que el 28 de junio siguiente será también Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El oro y la plata de América será la base financiera del imperio español en construcción.

Al llegar a Cozumel el 18 de febrero siguiente, Cortés hizo un recuento de sus fuerzas: 508 soldados; cerca de cien maestres, pilotos y marineros; 16 caballos; 32 ballesteros; 13 escopeteros; 10 cañones de bronce y 4 falconetes (cañones pequeños), así como esclavos negros y taínos. Ahí se enteró de que en Yucatán vivían dos náufragos españoles, Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, únicos sobrevivientes de una expedición al Darién, a quienes envió una carta para que se le unieran. Sólo acudió Jerónimo de Aguilar, que había convivido ocho años con los mayas y hablaba ya su idioma, quien reemplazó a Melchorejo, un maya capturado por Córdoba, que Cortés llevaba como intérprete y que había escapado.

Continuó la expedición por la costa de Yucatán hasta el río Tabasco al que llamaron Grijalva. Y los días 12 y 13 de marzo de 1519, en la llanura de Centla, tuvo lugar la primera batalla con los indígenas tabasqueños que después de haberles leído Cortés el Requerimiento se negaron a declararse vasallos del rey de España. Ahí quedó clara la ventaja técnica y de organización que tenían los españoles frente a los indígenas: armas de fuego, arcabuses, falconetas, y culebrinas; armaduras de metal; y caballos que a los ojos de los indígenas eran centauros invencibles. Relata Bernal Díaz (Historia verdadera de la conquista de la Nueva España): “Aquí creyeron los indios que el caballo y el caballero era todo uno, como jamás habían visto caballo”.

En contraste, las armas de los indígenas “eran realmente armas de la Edad de Piedra: puntas de flecha fabricadas con obsidiana, cuchillos y hojas de lanza hechos de sílex o calcedonia y garrotes de madera guarnecidos de vidrio volcánico. Estos últimos eran los más utilizados para inutilizar a los enemigos, sobre todo atacándolos a las piernas, para que luego sirvieran en los sacrificios […]  (los indígenas, fervientemente religiosos) requerían de enormes cantidades de prisioneros para emplearlos en sacrificios humanos. Por tanto, sus tácticas v armas de piedra no estaban pensadas para aniquilar al enemigo, sino más bien para someterlo de modo que pudiera más tarde ser inmolado. Ello hacía de este pueblo una civilización muy vulnerable ante oponentes que no se guiaran por los mismos principiosPrecisamente, cuando Hernán Cortés llegó a México en 1519 con un grupo de conquistadores armados con espadas de acero y armas de fuegose alió con los enemigos de los aztecas, y, aunque muy inferiores en número, los colonizadores acabaron imponiéndose sobre los aztecas”. (Newark Tim. Historia de la Guerra).

El 15 de abril siguiente, los indígenas derrotados entregaron a Cortés muchos regalos, así como veinte doncellas, entre las cuales se encontraba la Malinche o Malitzin, quien sería muy importante para la conquista ya que hablaba maya y náhuatl, de modo que a través de Jerónimo de Aguilar que hablaba maya, podían traducir el náhuatl al castellano; más tarde la Malinche aprendería el castellano y fungiría como intérprete directa de Cortés, además de ser su amante. La Malinche dará a Cortés una gran ventaja estratégica: información de inteligencia sobre los pueblos indígenas, quienes, en contraste, tenían que luchar en completo desconocimiento del enemigo a que se enfrentaban. También, ahí tuvieron noticia de las grandes riquezas que existían tierra adentro.

El Viernes Santo, 22 de abril de 1519, Cortés desembarcó en las costas de Veracruz y comenzó a tener contacto con los enviados de Moctezuma, quienes al mismo tiempo que entregaban regalos, hacían dibujos de los conquistadores para que el emperador azteca viera cómo eran los “teules” (dioses). El oro y la conciencia de que existía un imperio cuyos heterogéneos vasallos se resistían al yugo y la leyenda de Quetzalcóatl, hicieron que Cortés decidiera marchar a Tenochtitlán e intentar su conquista. Para disimular su codicia, Cortés comenzó a decir a los indios que los españoles padecían una enfermedad del corazón que sólo sanaba con oro; sin embargo, la crónica indígena registró: “Como si monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se les iluminaba el corazón. Como que cierto es que esto anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre furiosa por eso. Como unos puercos hambrientos ansían el oro”.

Antes de emprender la marcha a la conquista, Cortés dijo a sus soldados españoles y a sus aliados indígenas: “Honremos a nuestra nación, engrandezcamos a nuestro rey y enriquezcámonos nosotros, que para todo es la empresa […]  "Así, “La conquista tuvo -por parte de los conquistadores- dos incentivos principales: obtener oro rápidamente y trepar en la escala social… los españoles jamás fueron pequeños campesinos en el Nuevo Mundo, sino señores coloniales”. (Semo Enrique. La Conquista).

"En vísperas de la conquista española, el valle de México vivía una etapa de florecimiento urbano formidable. Había muchas ciudades, todas ellas populosas […]  Repartidos en estos centros de población del valle de México vivían algo más de dos millones de personas. La Triple Alianza era una necesidad; ningún reino del valle de México hubiera podido administrar solo el complejo sistema de rutas y plazas de mercado, provincias tributarias y redes de compromisos entre linajes nobles. La densidad demográfica y la complejidad urbana del valle de México a principios del siglo XVI se sustentaban en una agricultura muy próspera. El alto rendimiento agrícola del valle se explica por el uso generalizado del regadío, en tierra firme, y por el sistema de chinampas, practicado en las islas y en las orillas del lago. Las tierras se abonaban con fango y con excremento de murciélago, y algunos cultivos se producían a partir de un sistema de almácigos, que permitía colocar en cada parcela sólo las plantas más viables". (Nueva Historia Mínima de México).

En ese entonces, la Triple Alianza (Tlacopan-Texcoco-Tenochtitlan) extendía sus dominios del Golfo al Pacífico, y de Querétaro a Oaxaca y al Soconusco de Chiapas. Los numerosos y diversos reinos indígenas comprendidos en esa zona, mantenían algún grado de autonomía pero sometidos a tributos, y con cierta frecuencia, resistían la dominación, por lo que tenían que ser sojuzgados de nueva cuenta periódicamente. Algunos de ellos, como los totonacos y tarascos, ubicados en los límites del imperio, jamás fueron dominados por completo, otros, como los tlaxcaltecas, se habían podido mantener independientes. El descontento de muchos pueblos contra el imperio mexica, hizo posible que vieran a Cortés como un aliado poderoso contra su dominio.

“Durante la conquista, la conciencia indígena fue por entero de carácter étnico, de ciudad-Estado, tribal o de parentesco. De ahí que la resistencia a la conquista se da estrictamente en el marco de cada etnia, ciudad-Estado, tribu o clan […] La historia prehispánica no se interrumpió, no cesó con la llegada de los españoles. Estos desembarcaron en ella y la utilizaron en su provecho. También élites indígenas trataron de aprovechar la llegada de los europeos en su favor […]. La historia de la conquista y lo que sería la Nueva España, no es una historia con dos protagonistas, conquistadores y conquistados. En realidad, siguió siendo una historia de múltiples sujetos en la cual los españoles se impusieron y se apropiaron del papel de vencedores por su superioridad militar, política y organizativa, utilizando el principio de divide y vencerás […] (Semo, ya citado).

Por eso escribirá Cortés en sus Cartas de Relación: “Vista la inconformidad de los unos y de los otros, no hube poco placer, porque me pareció hacer mucho a mi propósito, y que podría tener manera más fácil de sojuzgarlos […] Me rogaban que los defendiese de aquel gran señor que los tenía por fuerza y tiranía, y que les tomaba sus hijos para los matar y los sacrificar a sus ídolos.” Así, la conquista de Tenochtitlan será resultado de una guerra entre los mismos pueblos indígenas, dirigida por el pequeño ejército español.

“Los pueblos originarios tardarían en comprender que el recién llegado impondría un yugo completamente nuevo, distinto a los sistemas imperiales de explotación de antaño y que representaba una ruptura brutal con su pasado. Una relación de colonialismo durante la cual el feudalismo de la conquista española y el capitalismo temprano, en sus formas predatorias y comerciales, jugarían un papel inédito para ellos. Un nuevo tipo de dominio que incluía la destrucción de sus creencias y sus estructuras sociales, el apoderamiento de buena parte de las mejores tierras y la implantación de formas de explotación mortales”. (Semo, ya citado).

Por otra parte, indígenas y españoles hacían la guerra de manera diferente: los aztecas peleaban una guerra limitada, frente a frente y de día, a pié; no trataban de matar sino de capturar enemigos y llevarlos a sacrificar a sus dioses en los templos, lo cual explica por qué habiendo sido capturado varias veces el propio Cortés, pudo ser rescatado. En contraste, además de disponer de caballos, armaduras, armas de fuego y perros de guerra que marchaban a la vanguardia, los españoles atacaban de noche y por sorpresa, mataban a quien se les pusiera enfrente, inclusive civiles; cortaban el suministro de agua e impedían la entrada de alimentos a los sitiados para provocar hambre y pestes; para infundir terror, cometían matanzas que incluían mujeres, ancianos y niños, e imponían los castigos más crueles, como la mutilación y la muerte en la hoguera, así como el emperramiento o muerte por perros; asimismo, fomentaban y permitían las más sanguinarias venganzas de sus aliados sobre los aztecas; y para protegerse, se hacían rodear ellos y sus monturas de guerreros indígenas aliados, de modo que estos escudos humanos explican la baja mortalidad de los españoles.

Asimismo, la llegada de los españoles coincidió con las creencias que tenían los indígenas de que una figura mítica, un dios llamado Quetzalcóatl, iba a regresar por el oriente con hombres blancos y barbados el año Ce Acatl (1519), cuya apariencia se semejaba a la de los españoles, por lo que Cortés fue identificado como un enviado de Quetzalcóatl. Igualmente, los distintos presagios (un cometa, un pájaro con cabeza de espejo, etcétera) que los sacerdotes aztecas interpretaron como heraldos del término de una era, contribuyeron a fomentar el derrotismo. Además, la mentalidad supersticiosa de Moctezuma, que había sido supremo sacerdote y como tal tenía una poderosa influencia religiosa, determinó que creyera que Quetzalcóatl regresaba a tomar posesión de su reino y llegaba a su fin el imperio mexica; por eso trató de impedir con diversos y ricos presentes que Cortés llegara a Tenochtitlán, pero sólo aumentó la codicia de los españoles. Todo esto creó las condiciones para que los aztecas estuvieran vencidos de antemano por la anunciada muerte de sus dioses.

Además de las armas de acero, los microbios letales darían una ventaja decisiva a Cortés. “Fueron muchos más los indígenas americanos que murieron en la cama por gérmenes eurasiáticos que en los campos de batalla por las armas y las espadas europeas. Aquéllos gérmenes socavaron la resistencia de los indios al matar a la mayoría de ellos y sus dirigentes y al minar la moral de los supervivientes [] la misteriosa enfermedad que mataba a los indios y perdonaba a los españoles, como si fuese un aviso de la invencibilidad de éstos […] Lo que dio a los españoles una ventaja decisiva fue la viruela, que llegó a México en 1520 por un esclavo infectado que provenía de la Cuba española […] (Diamond Jared. Armas, gérmenes y acero).

En cuanto a Cortés, hay acuerdo en su gran inteligencia, en su ambición desmedida y en su carácter enérgico, audaz y decidido. Algunos coinciden en que su cultura era superior a la que poseían sus compañeros de armas. Cualidades todas, sin las cuales difícilmente habría podido realizar la conquista de México: inteligencia política para darse cuenta de la fragilidad del imperio azteca, para identificar y pactar alianzas con los diferentes pueblos indígenas que le podrían dar la victoria, y a los que procuraba comprometer hasta la muerte, a la vez que incorporaba a su ejército en altos puestos a los hijos de sus caciques; conocimiento de los seres humanos para sacar provecho de que se le tomara por enviado de Quetzalcóatl; osadía para presentarse ante millones de indígenas, con sólo unos cientos de soldados españoles, como el poseedor de la verdadera fe y representante del imperio más poderoso del mundo; cruel habilidad para sembrar el terror entre los indígenas mediante las armas de fuego y los caballos, a los cuales presentaba como seres racionales, ante los que “intercedía” para que dejaran de matar indígenas durante las negociaciones de paz, así como castigos ejemplares, destrucción de ídolos, quema de templos y matanzas masivas; ambición para perseverar en sus propósitos sobre cualquier consideración ética o moral; energía, valor, audacia y decisión para aprovechar las oportunidades, mandar a sus ejércitos y salir adelante en las situaciones más difíciles y peligrosas; cultura jurídica para forjar una base legal que fundamentara ante el rey su derecho a la conquista y su merecimiento de las riquezas y dominios obtenidos por las armas.

“Dos aspectos suyos -aunque haya otros de más difícil consignación- pueden ser señalados como principales: 1) el que haya sido proclive a la evangelización de los indios en vez de a su esclavitud. Y 2) el que haya aprobado -con su propia conducta al respecto- lo que mucho más tarde se habría de referir como el mestizaje.” (Barjau Luis. Voluntad e infortunio en la Conquista de México). Pues “habiendo conocido el fracaso de la explotación brutal de las islas antillanas, se empeñó en una servidumbre que conservara, no por humanitarismo sino por conveniencia la riqueza de la fuente india de trabajo. E inicio el mestizaje de pueblos y culturas que será uno de nuestros rasgos permanentes.” (Martínez José Luis. Hernán Cortés).

El hombre y la circunstancia harían posible la conquista de México del modo en que se dio cuando se dio. “Más allá de sus propios actos y propósitos, los españoles se convirtieron, en esos momentos, en vehículo y válvula de escape de fuerzas acumuladas en el interior de las civilizaciones mesoamericanas desde el periodo posclásico. Se trataba de intereses y rencores que los conquistadores no comprendían ni controlaban, pero que actuaban ampliamente en su favor. Algo que ellos asumieron de inmediato, y sin dudar, es que todo aquello obedecía a un designio superior de su Dios. Esta coincidencia es el secreto más profundo y mejor guardado del éxito militar de los europeos. La introducción de los conquistadores españoles en la continuidad del periodo posclásico tardío es la verdadera explicación de su aparente victoria meteórica […]. (Semo, ya citado)

El levantamiento generalizado de los pueblos del Centro contra los mexicas no debe asombrarnos. No responde tanto a las iniciativas de Cortés, sino a las condiciones existentes a la hora de su llegada. Es una continuidad de la historia prehispánica que tarde o temprano habría explotado con o sin Cortés. Antes que los mexica, los imperios de Tula y Teotihuacan habían caído de la misma manera, desembocando en periodos de dispersión y caos […] Pero el imperio azteca era joven y su situación de ninguna manera puede considerarse una crisis terminal. Sus súbditos y enemigos vivían en contradicciones no menores. Sin la presencia de Cortés y su banda, es improbable que la Gran Alianza Antiazteca se hubiera formado. Cortés supo aprovechar, con habilidad maquiavélica, los conflictos ya existentes, su superioridad militar real e imaginaria y las posibilidades que esto le ofreció.”. (Semo, ya citado)

La ambición de Cortés tenía como lastre el contrato celebrado con Diego Velásquez, quien por esos días recibió del Rey el nombramiento de Adelantado y Conquistador de las tierras por descubrir. Romper con Velásquez lo convertiría en un proscrito. Conocedor de las leyes, del 15 al 25 de mayo de ese año de 1519, Cortés fundó con sus soldados la Villa Rica de la Vera Cruz y estableció un ayuntamiento para poder anularlo legalmente.

Así inició la conquista con un primer acto de traición al gobernador Velásquez. Fueron sus primeros alcaldes Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco de Montejo. Acto seguido, Cortés renunció a los poderes que le fueron conferidos por Velázquez y aceptó el nombramiento de Capitán General y Justicia Mayor que le otorgó el nuevo cabildo. De este modo, conforme al derecho español de la época, su única vinculación sería sólo con el rey de España. En consecuencia, Cortés envió a sus emisarios para que presentaran al rey Carlos I (V de Alemania) una primera Carta de Relación (escribió cinco entre 1519 y 1526) acerca del estado que guarda la empresa que asumió por cuenta propia, pero que inicialmente le había sido conferida a Diego Velázquez, así como tributos y regalos que como sus vasallos le debían a la corona.

Algunos de los compañeros de Cortés eran amigos de Velásquez, otros se resistían a avanzar tierra adentro y preferían regresar a Cuba. Así, como el apoyo de los soldados no era unánime, a finales del mes de julio de ese año de 1519, mandó varar y desmantelar las naves para que los descontentos no tuvieran más opción que emprender la conquista. Cortés lo contó así: “además de los que por ser criados y amigos de Diego Velázquez tenían voluntad de salir de la tierra, había otros que por verla tan grande y de tanta gente, y tal, y ver los pocos españoles que éramos estaban del mismo propósito, creyendo que si allí los navíos dejase, se me alzarían con ellos, y yéndose todos los que de esta voluntad estaban, yo quedaría casi solo, por donde se estorban el gran servicio que a Dios y a vuestra alteza en esa tierra se ha hecho, tuve manera como, so color que los dichos navíos no estaban para navegar, los eché a la costa por donde todos perdieron la esperanza de salir de la tierra”.

A quienes intentaron rebelarse, Cortés ordenó ahorcar o cortar los pies.

Cortés inició el viaje a Tenochtitlan, a pesar de los ruegos de los emisarios de Moctezuma para que regresara por donde llegó. Al frente de la Vera Cruz quedó Juan de Escalante con una pequeña guarnición. En Cempoala, atendiendo las quejas del cacique, hizo que los indígenas aprehendieran a cinco recaudadores de Moctezuma y después en secreto soltó a dos de ellos para mostrarse amigo del rey azteca. De este modo, por el 18 de junio de ese año de 1519, Cortés pactó su alianza con el primer vasallo importante dispuesto a rebelarse contra el yugo mexica. Así inició una serie de alianzas mediante el doble juego de presentarse como un hermano generoso que acudía en ayuda de los distintos pueblos oprimidos por los aztecas, al mismo tiempo que comunicaba su amistad a Moctezuma para que no tuviera sospechas de su actuación.

A continuación, Cortés se dirigió a Tlaxcala para entablar negociaciones con los enemigos mortales de los aztecas. Pero los tlaxcaltecas, que nunca habían sido sometidos, no querían negociar sino batallar y el 2 y 5 de septiembre de 1519. Xicoténcatl, el joven, al frente de miles de guerreros, casi derrotó a los españoles. Tras intentar un ataque nocturno porque creían que el sol ayudaba a los españoles, finalmente aceptaron entablar con ellos una alianza el 23 de septiembre siguiente.

Posteriormente, el 12 de octubre fue recibido en Cholula. Pero avisado de que se preparaba una emboscada, o como parte de su estrategia de terror, pidió a los principales que se reunieran en la plaza el día 16 ó 18 siguiente, y de sorpresa pasó a degüello a alrededor de tres mil personas, en un acto que se conoció como “la matanza de Cholula”. La mayoría de los asesinatos fueron cometidos por los tlaxcaltecas y totonacas aliados de los conquistadores. Enseguida la ciudad fue saqueada e incendiada. Así se adelantó Cortés a la supuesta traición e infundió terror a los pueblos que se le oponían. Escribió Bernal Díaz: “Este castigo de Cholula fue sabido en todas las provincias de la Nueva España, y si de antes teníamos fama de esforzados y habían sabido de las guerras de Potonchán y Tabasco y de Cingapacinga y lo de Tlascala, y nos llamaban teúles, desde ahí adelante nos tenían por adivinos, y decían que no se nos podrían encubrir cosa ninguna mala que contra nosotros tratasen que no lo supiésemos, y a esta causa nos mostraban buena voluntad”.

Luego de la matanza de Cholula, Moctezuma por medio de embajadores envió más regalos a Hernán Cortés y le insistió que no fuera a Tenochtitlan. Pero el 1º de noviembre de 1519, Cortés, su ejército y otros mil tlaxcalteca que se agregaron al contingente, salieron hacia la capital azteca. Siguieron el paso entre el Popocatépetl y el Ixtacíhuatl. En el camino, se presentó otra embajada de Moctezuma pidiendo que no siguieran, que mandaría lo que quisieran cada año al lugar que señalara. El 3 de noviembre en Amaquemécan, Cortés recibió regalos del señor del lugar; los señores de Tlamanalco y de Chalco se aliaron a Cortés y les ofreció su protección. El 5 de noviembre, pasó por Tlalmanalco, luego por Ayotzinco y Chalco. El 6 de noviembre Cacama, enviado de Moteczuma, dijo a Cortés que lo esperaba en Tenochtitlan, aunque le aconsejaba que no fuese. Cortés continuó hasta llegar a la orilla del lago de Texcoco y de ahí a Itztapalápan, donde fueron recibidos por Cuitlahuac.

Al día siguiente, Moctezuma acepta recibir a Cortés. Y el 8 ó 9 de noviembre de 1519, cuatrocientos españoles y siete mil aliados llegan por la calzada de Itztapalapan, y en el Cihuateocalli o templo de la diosa Toci, se reúnen Cortés y Moctezuma. Después los españoles serán alojados en el palacio de Axayácatl.

Cuenta Bernal Díaz lo ocurrido ese día:

[…] Ya que llegábamos cerca de Méjico, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y traíanles del brazo aquellos grandes caciques, debajo de un palio muy riquísimo a maravilla, y la color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchihuís, que colgaban de unas como bordaduras, que hubo mucho que mirar en aquello.

El gran Montezuma venía muy ricamente ataviado, según su usanza, y traía calzados unas como cotaras, que así se dice lo que se calzan, las suelas de oro, y muy preciada pedrería por encima de ellas.

Venían, sin aquellos cuatro señores, otros cuatro grandes caciques que traían el palio sobre sus cabezas, y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas porque no pisase la tierra. Todos estos señores ni por pensamiento le miraban en la cara, sino los ojos bajos y con mucho acato, excepto aquellos cuatro deudos y sobrinos suyos que lo llevaban del brazo.

Como Cortés vio y entendió y le dijeron que venía el gran Montezuma, se apeó del caballo, y desde que llegó cerca de Montezuma, a una se hicieron grandes acatos. Montezuma le dio el bien venido, y nuestro Cortés le respondió con doña Marina que él fuese muy bien estado. Paréceme que Cortés, con la lengua doña Marina, que iba junto a él, le daba la mano derecha, y Montezuma no la quiso y se la dio él a Cortés.

Entonces sacó Cortés un collar que traía muy a mano de unas piedras de vidrio, que ya he dicho que se dicen margaritas, que tienen dentro de sí muchas labores y diversidad de colores, y venía ensartado en unos cordones de oro con almizcle porque diesen buen olor, y se lo echó al cuello al gran Montezuma, y cuando se lo puso le iba a abrazar, y aquellos grandes señores que iban con Montezuma detuvieron el brazo a Cortés que no le abrazase, porque lo tenían por menosprecio.

Luego Cortés, con la lengua doña Marina, le dijo que holgaba ahora su corazón en haber visto un tan gran príncipe, y que le tenía en gran merced la venida de su persona a recibirle y las mercedes que le hace a la continua.

Entonces Montezuma le dijo otras palabras de buen comedimiento, y mandó a dos de sus sobrinos de los que le traían del brazo, que eran el señor de Tezcuco y el señor de Cuyuacán, que se fuesen con nosotros hasta aposentarnos.”

Ya los españoles aposentados en el palacio de Axayácatl, Moctezuma visitó a Cortés, quien recuerda las palabras que les dijo el emperador azteca:

“Muchos días ha que por nuestras escrituras tenemos de nuestros antepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra habitamos no somos naturales de ella sino extranjeros y venidos a ella de partes muy extrañas y tenemos asimismo que a estas partes trajo nuestra generación un señor cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió a su naturaleza y después tornó a venir dende en mucho tiempo y tanto, que ya estaban casados los que habían quedado con las mujeres naturales de la tierra y tenían mucha generación y hechos pueblos donde vivían y queriéndolos llevar consigo, no quisieron ir ni menos recibirle por señor y así se volvió y siempre hemos tenido que los que de él descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tierra y a nosotros como a sus vasallos y según de la parte que vos decís que venís, que es a donde sale el sol y las cosas que decís de ese gran señor o rey que acá os envió, creemos y tenemos por cierto, él sea nuestro señor natural, en especial que nos decís que él ha muchos días tenía noticia de nosotros y por tanto, vos sed cierto que os obedeceremos y tendremos por señor en lugar de ese gran señor que vos decís y que en ello no habrá falta ni engaño alguno y bien podéis en toda la tierra, digo que en la que yo en mi señorío poseo, mandar a vuestra voluntad, porque será obedecido y hecho y todo lo que nosotros tenemos es para lo que vos de ello quisiéredes disponer […] bien sé que los de Cempoal y de Tascalecal os han dicho muchos males de mí […] sé que también os han dicho que yo tenía las casas con las paredes de oro y que las esteras de mis estrados y otras cosas de mi servicio eran asimismo de oro y que yo era y me hacía dios y otras muchas cosas. Las casas ya las véis que son de piedra, cal y tierra, y entonces alzó las vestiduras y me mostró el cuerpo diciendo: A mí me veis aquí que soy de carne y hueso como vos y como cada uno y que soy mortal y palpable […] Yo le respondí a todo lo que me dijo, satisfaciendo a aquello que me pareció que convenía, en especial en hacerle creer que vuestra majestad era a quien ellos esperaban y con esto se despidió […].

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No obstante, Moctezuma rogaba a los españoles que regresaran por donde vinieron, incluso ofreció pagar tributo a España siempre que lo recogieran en Veracruz sin ir más allá, en tanto que Cortés buscaba un pretexto para apoderarse de Moctezuma y valerse de su persona para gobernar por medio de él a los mexicas; además de usarlo como rehén en caso de peligro.

Explicó al rey de España el propio Cortés: “seis días después que en la gran ciudad de Timixtitan entré y habiendo visto algunas cosas de ella, aunque pocas, según las que hay que ver y notar, por aquéllas me pareció y aun por lo que de la tierra había visto, convenía al real servicio de vuestra majestad y a nuestra seguridad, que aquel señor estuviese en mi poder y no en toda su libertad, porque no mudase el propósito y voluntad que mostraba en servir a vuestra majestad, mayormente que los españoles somos algo incomportables e importunos y porque enojándose nos podría hacer mucho daño y tanto, que no hubiese memoria de nosotros según su gran poder y también porque teniéndole conmigo, todas las otras tierras que a él eran súbditas, vendrían más aína al conocimiento y servicio de vuestra majestad, como después sucedió”. […] (Por lo que) Determiné de prenderle y ponerle en el aposento donde yo estaba, que era bien fuerte y porque en su prisión no hubiese algún escándalo ni alboroto […]”.

El pretexto para aprehenderlo fue que los indios del litoral se habían sublevado y herido de muerte a Juan Escalante en la Vera Cruz. Cortés, traicionando su confianza, obligó a Moctezuma a abandonar el palacio, a convivir con los españoles en el cuartel y exigió quemar vivos a los culpables del ataque. Fue más allá, hizo alianza con una facción de la monarquía de Texcoco y ordenó la destitución de Cacamatzin, señor de Texcoco, que pretendía luchar contra los conquistadores y para asegurar la soberanía española, le pidió a Moctezuma que se reconociera como súbdito del rey de España. Moctezuma accedió y ordenó obediencia y sumisión a su pueblo. Entonces Cortés requirió que Moctezuma y todos sus caciques enviaran todo el oro que pudieran para llevarlo al rey español; a su vez, convino con Moctezuma en construir nuevos barcos para su regreso.

Así, de noviembre de 1519 a mayo de 1520, aunque la presencia española era insoportable para muchos aztecas, la vida indígena continuó sin alteración notable en una especie de cogobierno azteca y español en el que Cortés gobierna discretamente por medio de Moctezuma, y aprovecha para obtener información del emperador azteca sobre las minas de oro y la geografía, la flora y la fauna de las tierras bajo dominio azteca, para enviar a sus propios exploradores españoles en busca de otra salida al mar, para obtener información y recursos, "pero sobre todo para establecer alianzas con otros señoríos de modo que no contradijera las prácticas políticas mesoamericanas. En este lapso la integridad política de la Triple Alianza se fracturó, aunque al mismo tiempo se generó el movimiento de resistencia mexica […] " (Nueva historia ya citada).

Mientras esto sucede, bajo la regencia de Adriano de Utrecht que llegaría a ser el papa Alejandro VI, España se tiñe de sangre por la célebre rebelión de los comuneros que se enfrentan a la nobleza durante casi un año en busca de democracia y libertad.

La llegada inesperada el primero de mayo de 1520 de otra expedición española cambió el rumbo de los acontecimientos. Para castigar la rebelión de Cortés, llegó a Vera Cruz. Pánfilo de Narváez con una flota de 18 navíos, 1300 soldados y 90 caballos por órdenes de Diego Velásquez. Cortés intentó una alianza con Nárvaez para lograr la conquista, al mismo tiempo que corrompía a los capitanes y soldados recién llegados con regalos del oro de Moctezuma. Ante el rechazo de Narváez y la negativa de los tlaxcaltecas de combatir a su lado, tuvo que derrotar en Cempoala a Narváez con sus propios hombres en una operación audaz, nocturna y sorpresiva.

“Cortés incorporó las fuerzas vencidas a las suyas. Se componían aquéllas, con sucesivos refuerzos recibidos de Cuba, de 1,400 soldados, de ellos 80 jinetes, 60 arcabuceros y los sirvientes de 20 piezas de Artillería, además de 1,000 indios cubanos encargados de diversos servicios; y pudo así el Capitán español agrupar con sus fuerzas y las vencidas, unos 1,800 hombres de tropas peninsulares, aparte de los aliados indígenas. Por añadidura, se apoderó de las 18 embarcaciones de Narváez procedentes de Cuba, algunas de las cuales fueron también desmanteladas en Veracruz”. (De León Toral Jesús. El Ejército Mexicano).

Preso Narváez, Cortés tuvo que regresar a Tenochtitlan en auxilio de su tropa que sufría el levantamiento de los indígenas, a causa de que durante la fiesta de Tóxcatl, Pedro de Alvarado había ordenado matar a los jóvenes guerreros aztecas que bailaban en el Templo Mayor para quitarles el oro que portaban. Este cruel acontecimiento sucedió el 22 ó 23 de mayo siguiente y pasaría a la historia como la “matanza del Templo Mayor”.

Si bien Cortés pudo entrar de nuevo a Tenochtitlan, quedó sitiado por las fuerzas de Cuitlláhuac en el palacio de Axayácatl junto con Moctezuma. Tras varios días de lucha inútil por romper el cerco, decidió usar la autoridad de Moctezuma para detener el ataque, pero los indígenas ya no reconocieron a su rey y cuando salió a la terraza, una pedrada en la cabeza le causó una herida tan grave que tres días después murió el rey azteca sin querer convertirse a la religión cristiana.

Muerto Moctezuma el 29 de junio, Cortés decidió huir de Tenochtitlan la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520. En su huida perdió más de la mitad de sus hombres y miles de indígenas aliados, así como los lingotes de oro que había fundido de los tesoros que había robado en el palacio de Axayácatl.

Se dice que Hernán Cortés se detuvo en medio de la huida a llorar debajo de un árbol ahuehuete; él mismo relata sin mencionar sus lágrimas su gran pesar: “era sin comparación el daño que los nuestros recibían, así los españoles, como los indios de Tascaltecal que con nosotros estaban, y así a todos los mataron, y muchas naturales de los españoles; y asimismo habían muerto muchos españoles y caballos y perdido todo el oro y joyas y ropa y otras muchas cosas que sacábamos, y toda la artillería […] Dios sabe el trabajo y fatiga que allí se recibió, porque ya no había caballo, de veinte y cuatro que nos habían quedado, que pudiese correr, ni caballero que pudiese alzar el brazo, ni peón sano que pudiese menearse”. Bernal Díaz sí alude a las lágrimas: "Volvamos a Pedro de Alvarado, que como Cortés y los demás capitanes le encontraron de aquella manera y vieron que no venían más soldados, se le saltaron las lágrimas de los ojos.”

Tal fue “la noche triste”, triste obviamente para los españoles. Cortés, hombre prevenido, hace constar en un acta la pérdida del quinto real.

Los conquistadores sobrevivientes marcharon en busca del auxilio de sus aliados tlaxcaltecas, pero en Otumba tuvieron que presentar batalla y a pesar de la superioridad numérica de sus adversarios, Cortés logró derrotarlos. Ya a salvo en Tepeaca, tras de acusar a Diego de Velázquez de haber provocado su derrota, “el conquistador hace que firmen enseguida todos sus hombres una carta a Carlos V recordando que son ellos quienes, en nombre del rey, han elegido a Cortés capitán general y justicia mayor porque lo merecía, porque era el más apto para servir a los intereses de la Corona, mientras que Velázquez causaba perjuicios a la jurisdicción real sembrando la rebelión entre los indios.” (Christian Duverger. Vida de Hernán Cortés).

En los siguientes meses Cortés se vio reforzado por nuevos soldados españoles llegados de Cuba que se le unieron en lugar de prenderlo, así como con soldados indígenas de nuevos poblados que aceptaban su sometimiento. Pero lo más importante fue que a partir de octubre siguiente, el Valle de México y especialmente Tenochtitlan, que concentraba la mayor parte de la población indígena, fue asolada por la viruela que causó una gran mortandad y limitó las posibilidades de defensa de la ciudad.

Cortés intensificó su labor de hacer alianzas con los pueblos sojuzgados por los mexicas y para principios de 1521 ya ostentó la jefatura de la más formidable alianza antiazteca jamás vista.

Casi un año tomó a Cortés realizar su plan y estrategia de conquista, construir trece bergantines y organizar el ejército para la toma de Tenochtitlan. Habiendo muerto Cuitláhuac de viruela, la lucha fue ahora contra Cuauhtémoc. Cortés planeó sitiar la ciudad por tierra y por agua para cortarle todo tipo de suministros, hasta del agua potable, lo que fue según Cortés, “muy gran ardid”.

Así, Cortés inició su regreso a Tenochtitlan. Su primera acción fue la toma de Texcoco, con ayuda de Ixtlixóchil, quien traicionó a su hermano, que era el señor de ese reino. Siguió apoderándose de las poblaciones localizadas en tormo a Tenochtitlan: Chalco, Oaxtepec, Tepoztlán, Cuauhnahuac, Xochimilco. Con la quema de sus templos y destrucción de sus ídolos, Cortés sembraba exitosamente el terror en los indígenas, por lo que algunos pueblos llegaban a ofrecerse voluntariamente como sus vasallos. “En realidad, la conquista exacerbó las agudas contradicciones entre los indígenas. Muchos resistieron y otros negociaron, la mayoría combinó las dos cosas. Como aliados de los españoles muchas élites indígenas jugaron un papel decisivo mandando a sus súbditos a cargar armas y comida; abrir brechas para las cabalgaduras; actuar como cargadores y guías y lo que es más, fungir como guerreros, capitanes e incluso colonos. Sin los conflictos existentes entre los pueblos originarios, los españoles difícilmente hubieran conquistado el Nuevo Mundo en tan poco tiempo, ni algunos millares hubieran podido dominar a millones en el siglo XVI”. (Semo, ya citado)

El 30 de mayo de 1521, principió el asedio a Tenochtitlan con más de 80,000 soldados indígenas, 84 jinetes, 650 soldados de espada y 194 ballesteros (Algunos señalan que fueron 110,000 indígenas contra 40,000 aztecas). Según Bernal Díaz del Castillo, así se inició el sitio:

“Mandó Cortés que Pedro de Alvarado fuese por capitán de ciento cincuenta soldados de espada y rodela, y muchos llevaban lanzas y dalles, y de treinta a caballo y diez y ocho escopeteros y ballesteros, y nombró para que fuesen juntamente con él a Jorge de Alvarado, su hermano, y a Gutiérrez de Badajoz y Andrés de Monjaraz, y éstos mandó que fuesen capitanes de cincuenta soldados, y que repartiesen entre todos los escopeteros y ballesteros tanto una capitanía como la otra, y que Pedro de Alvarado fuese capitán de los de a caballo, y general de las tres capitanías, y le dio ocho mil tlascaltecas con sus capitanes, y a mí me señaló y mandó que fuese con Pedro de Alvarado, y que fuésemos a poner sitio a la ciudad de Tacuba.

Dio a Cristóbal de Olid, que era maestre de campo, otros treinta de a caballo, ciento setenta y cinco soldados y veinte escopeteros y ballesteros, todos con sus armas, de la manera de los soldados que dio a Pedro de Alvarado, y le nombró otros tres capitanes, que fueron Andrés de Tapia, Francisco Verdugo y Francisco de Lugo, y entre todos tres capitanes repartiesen todos los soldados, ballesteros y escopeteros, y que Cristóbal de Olid fuese capitán general de los tres capitanes y de los de a caballo, y le dio otros ocho mil tlascaltecas, y le mandó que fuese a sentar su real en la Ciudad de Cuyuacán, que estará de Tacuba dos leguas.

De otra guarnición de soldados hizo capitán a Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, y le dio veinticuatro de caballo, catorce escopeteros y ballesteros, ciento cincuenta soldados de espada, rodela y lanza, y más de ocho mil indios de guerra de los de Chalco y Huexocingo y de otros pueblos por donde Sandoval había de ir, que eran nuestros amigos; y le dio por compañeros y capitanes a Luís Marín y a Pedro Ircio, que eran amigos de Sandoval, y les mandó que entre los dos capitanes repartiesen los soldados, ballesteros y escopeteros, y que Sandoval tuviese a su cargo los de a caballo, que fuese general, que asentase su real junto a Iztapalapa, y que le diese guerra y le hiciese todo el mal que pudiese hasta que otra cosa por Cortés le fuese mandado. No partió Sandoval de Tezcuco hasta que Cortés, que era capitán de las capitanías y de los bergantines, estaba muy a punto para salir con los trece bergantines por la laguna”.

En los siguientes días, los conquistadores, indígenas y españoles, avanzaron lenta y tenazmente, destruyendo todas las casas y palacios. El hambre, la sed y la peste, generadas por el severo y prolongado sitio fueron sus mejores aliados.

Durante el cerco, Cortés intento sin éxito entablar negociaciones con Cuauhtémoc. La codicia le hacía temer que todo el botín se perdiera en la destrucción o fuera tomado por sus aliados indígenas, como lo señaló él mismo en su carta de relación: “Y una de las cosas por las que los días antes yo rehusaba de no venir en tanta rotura con los de la ciudad, era porque tomándola por fuerza, habían de echar lo que tuviesen en el agua, y ya que no lo hiciesen, nuestros amigos habrían de robar todo lo más que hallasen; y por esta causa temía que se habría para vuestra majestad poca parte de la mucha riqueza que en esta ciudad había…”

“Estratégicamente supo conservar intacta, contra todas las vicisitudes adversas, una vital línea de comunicaciones con Veracruz; y aproximó a México sus bases de operaciones, estableciéndolas en Zempoala, Tlaxcala y Texcoco. Por otra parte, procedió siempre con apego a las normas estratégicas y tácticas a lo largo de su prolongada línea de operaciones desde Veracruz a México; y luego, en el Valle, con la adopción de posiciones que le permitiesen planear y realizar la maniobra más adecuada para el sitio y asedio de la metrópoli mexicana, o sea la maniobra por líneas exteriores o convergentes. En el orden táctico los hechos de armas que libró, de carácter eminentemente ofensivo, tuvieron por lo común dispositivos bien adoptados; y si no pocos de ellos se resolvieron en derrotas para sus tropas, tales fracasos se debieron al valor de las avezadas y magníficas fuerzas mexica, y a la intrepidez y el arrojo con los cuales combatían.” (De León Toral, ya citado).

“La ciudad era tan grande y laberíntica que tragaba a los grupos de atacantes, obligándolos a una lucha callejera que no los favorecía, causándoles grandes bajas. En las madrugadas los mexicas recuperaban posiciones ganadas por los sitiadores el día anterior. (El 30 de junio) lograron apresar a 68 españoles que son sacrificados ante los ojos horrorizados de sus compañeros. Hubo un momento en que los soldados de Cortés dudaron del éxito del sitio y muchos aliados comenzaron a desertar. Los bergantines, después de resolver varios problemas logísticos, demostraron su eficiencia controlando el lago y ayudando eficazmente en las batallas de las avenidas. (A mediados de julio) municiones y abastecimientos llegan de Veracruz para los españoles. En la ciudad el hambre y la sed se hicieron sentir y gradualmente, los defensores fueron obligados a refugiarse en la zona noreste de ésta. Después de múltiples encuentros con diferentes resultados, las fuerzas aliadas lograron prevalecer. (Semo, ya citado).

Finalmente cayó el mercado de Tlatelolco y después la ciudad tras 84 días de lucha, durante la cual quedó completamente en ruinas, pues los españoles destruían las casas para impedir el uso de sus techos para arrojarles flechas y piedras.

Cuauhtémoc fue hecho prisionero cuando junto con sus familiares, trató de huir en una canoa. Escribió Cortés en la tercera de sus cartas al rey de España: “Y plugo a Dios que un capitán de un bergantín, que se dice Garci Holguin, llegó en pos de una canoa en la cual le pareció que iba gente de manera; y como llevaba dos o tres ballesteros en la proa del bergantín e iban encarando en los de la canoa, hiciéronle señal que estaba allí el señor, que no tirasen, y saltaron de presto, y prendiéronle a él y a aquel Guatimucín y a aquel señor de Tacuba, y a otros principales que con él estaban; y luego, el dicho capitán Garci Holguin me trajo allí a la azotea donde estaba, que era junto al lago, al señor de la ciudad y a los otros principales presos, el cual, como le hice sentar no mostrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir a aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase Y yo le animé y le dije que no tuviese temor alguno; y así, preso este señor, luego en este punto cesó la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión en martes, día de San Hipólito, que fue 13 de agosto de 1521”.

Al tomar conciencia de su derrota, decenas de miles de mexicas sobrevivientes se arrojaron junto con sus mujeres y niños a las acequias para quitarse la vida. Bernal Díaz escribió: “Juro que todas las casas estaban llenas de cabezas y cuerpos muertos, que yo no sé de qué manera lo escriba, pues en las calles y en los mismos patios de Tlaltelulco no había otra cosa y no podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios muertos […] hedía tanto la ciudad que no había hombre que lo pudiese sufrir”.

Sin embargo, Cortés procedió a recoger los despojos y a distribuirlos porque el oro siempre fue el propósito último de la conquista. Cuenta en su tercera Carta de Relación: “Recogido el oro y otras cosas, con parecer de los oficiales de vuestra majestad se hizo fundición de ello, y montó lo que se fundió más de ciento treinta mil castellanos, de que se dio el quinto al tesoro de vuestra majestad, sin el quinto de otros derechos que a vuestra majestad pertenecieron de esclavos y otras cosas […]  Y el oro que restó se repartió en mí y en los españoles, según la manera, servicio y calidad de cada uno; además del dicho oro se hubieron ciertas piezas y joyas de oro, y de las mejores de ellas se dio el quinto al dicho tesorero de vuestra majestad”.

Con la caída de la capital azteca, los señoríos que estaban bajo su dominio, como el de Michoacán y Zapotecapan se sometieron de inmediato al nuevo señor.

Una vez consumada la conquista, Cortés, además de enfrentarse al problema de consolidar y extender su triunfo, encaró la codicia de sus compañeros para distribuir otro tipo de botín: como la obtención de la riqueza inmueble, las tierras e indios de servicio, pero ya no de acuerdo a la inversión del participante en la expedición, sino a sus méritos en la guerra de conquista, que serán premiados por obra y gracia de la corona y legalizados en mercedes reales.

Paralelamente, Cortés estableció un nuevo sistema de dominación basado en "los señoríos, conservados como pieza clave del gobierno local, del sistema tributario y de la evangelización. La continuidad fue evidente en aquellos que concertaron alianzas con los conquistadores, y muy señaladamente en los señoríos tlaxcaltecas (que mantuvieron un estatus privilegiado durante toda la época colonial), pero también se dio en los sometidos a la fuerza. En la mayoría de éstos, consumadas las acciones militares, los españoles impusieron señores nuevos, aliados suyos, que mantuvieron vivas las instituciones locales. La explicación de esta continuidad es muy sencilla: los españoles eran pocos y tenían limitada capacidad de acción. Se habían colocado en una posición dominante, pero no podían (ni querían) encargarse de las infinitas tareas de gobierno que demandaba un país tan grande y variado. ¿Cómo se cumplirían entonces sus metas, que eran las de permanecer, obtener riquezas y otros beneficios, imponer sus valores, mantener un nivel aceptable de seguridad? Sólo delegando las funciones y el trabajo que ellos no podían llevar a cabo, es decir, estableciendo un sistema de dominación indirecta. Mesoamérica permitía hacerlo, tanto por el antecedente de la Triple Alianza (que en gran parte se había basado en un sistema de dominación igualmente indirecto), como porque poseía un sistema político, social y económico que se avenía con ese fin". (Nueva historia ya citada).

Cortés se estableció en Coyoacán, en tanto se construía la nueva ciudad de México sobre las ruinas de la anterior Tenochtitlán, conforme a una planta al modo renacentista, según la traza de Alonso García Bravo. La construcción tardaría varios años y obviamente, se haría con mano de obra gratuita de los propios indígenas sujetos a servidumbre. Se tiraron la mayoría de los templos y generalmente, sobre ellos se construyeron iglesias o más tarde, monasterios. Según Fray Toribio de Motolinía esta construcción fue una de las plagas que más pesó sobre los indígenas: “Era tanta la gente que trabajaba allí que apenas se pasaba por las calles y las vías; y mientras trabajaban, algunos chocaban contra las vigas, otros caían desde lo alto, otros quedaban sepultados bajo los edificios que demolían en un lugar para reconstruirlos en otro. Más aún: es costumbre de esa tierra, y no es la mejor del mundo, que sean los indios quienes levanten las edificaciones, y ellos se procuran los materiales a sus expensas, y pagan picapedreros y carpinteros, y si no se traen la comida ellos mismos, ayunan”. (Citado por Semo).

Cortés nombró “Nueva España” a las tierras conquistadas y había pedido al rey que las nombrara así desde antes de la toma de Tenochtitlan: “Por lo que yo he visto y comprendido cerca de la similitud que toda esta tierra tiene a España, así en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella hace, y en otras muchas cosas que la equiparan a ella, me pareció que el más conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del mar Océano; y así, en nombre de vuestra majestad se le puso aqueste nombre. Humildemente suplico a vuestra alteza lo tenga por bien y mande que se nombre así”. (Segunda Carta de Relación).

A diferencia de otros conquistadores, como Francisco Pizarro, que construyó una nueva capital en Perú, Cortés decidió construir su poder sobre el lugar del anterior poder, Tenochtitlan. Así quedaba claro para todos los pueblos indígenas sometidos antes a los aztecas quien sería su nuevo señor y para los no sometidos que era inútil toda resistencia a los nuevos conquistadores.

En ese tiempo, Cortés cometió tres actos criminales más de triste memoria: haber consentido el tormento de Cuauhtémoc para que confesara en dónde había escondido el tesoro de Moctezuma; la muerte de su mujer, Catalina Juárez Marcaida, que había llegado procedente de Cuba y unos meses después falleció misteriosamente en Coyoacán (se cuenta que la ahorcó); y la muerte de Francisco de Garay, gobernador de Jamaica, que intentaba conquistar la Huasteca y que falleció después de un banquete con Cortés (se dice que fue a causa del envenenamiento ordenado por Cortés).

Ante la presión de los conquistadores por obtener más oro que el que les había tocado en el reparto, Cortés mandó a sus capitanes a realizar nuevas conquistas: a Gonzalo de Sandoval a poblar Tuxtepec y Coatzacoalcos, a Cristóbal de Olid a Michoacán, a Francisco de Orozco a Oaxaca y a Pedro de Alvarado a Guatemala.

Hasta entonces, Cortés había ganado la guerra, pero aún tenía que librar una batalla legal para que se reconociera su triunfo y el rey premiara sus esfuerzos. Además, el conflicto con Diego de Velásquez no había terminado y éste logró que fuera enviado a Veracruz como gobernador Cristóbal de Tapia para deponer y apresar a Cortés; sin embargo, Cortés pudo detenerlo y forzarlo a devolverse. Finalmente, la batalla legal que emprendió desde su rompimiento con Diego Velásquez, mediante sus gestores en España y tres “Cartas de Relación” enviadas a Carlos I, tuvo resultados después de larga espera, cuando con fecha 15 de octubre de 1522, el rey desconoció las concesiones otorgadas a Diego de Velásquez y expidió cuatro cédulas reales que le confirieron el nombramiento de gobernador, capitán general y justicia mayor de las tierras conquistadas, le instruyeron cómo gobernar la Nueva España, le otorgaron sueldos y concesiones, y dieron prerrogativas a los conquistadores y pobladores de las nuevas tierras.

En la cúspide del poder, Cortés desobedeció al rey al otorgar encomiendas; asimismo, tomó prestados recursos reales para financiar nuevas expediciones, como la de Pedro de Alvarado para conquistar Guatemala.

En 1524, cuando Cristóbal de Olid, enviado suyo a la región de las Hibueras (Honduras) en busca de un estrecho que comunicara el Golfo con el Pacífico, se rebeló del mismo modo que antes lo había hecho el propio Cortés, éste fue a combatirlo y regresó a la ciudad de México hasta mediados de 1526. En este viaje lo acompañaron Cuauhtémoc y varios tatloanis más, que bajo la sospecha de preparar una conjura, fueron ahorcados en el trayecto. Asimismo, durante el viaje, Cortés casó con el capitán Juan Jaramillo a la Malinche, mujer con quien antes Cortés había tenido un hijo llamado Martín. Esta expedición fue muy infortunada porque Cristóbal de Olid ya había sido muerto; porque padecieron de hambre, pues los indígenas al tener noticia de su llegada quemaban sus pueblos y siembras y se escondían en el monte; y porque Cortés, al dejar la ciudad de México en manos de Sandoval y Chirinos, quienes cometieron múltiples abusos en su ausencia, abrió la oportunidad de nuevas intrigas en su contra.

Enterado de la situación caótica que imperaba en la antigua Tenochtitlan, Cortés regresó por mar y se vio obligado a hacer una escala en La Habana. A su llegada, enfermo y enflaquecido, no pudo hacer uso de su palacio porque Sandoval y Chirinos lo habían saqueado y destruido en busca de los supuestos tesoros que escondía. Pero lo peor que encontró fue que desde noviembre de 1525, el rey lo había destituido y lo sujetaba a juicio de residencia por medio de Luís Ponce de León, quien al poco tiempo murió junto con otras treinta personas, víctima de un misterioso mal. Cortés fue sospechoso de haberlos envenenado en un banquete que les ofreció Andrés de Tapia.

Cortés tampoco fue sometido a juicio por el anciano Marcos de Aguilar, sucesor de Ponce de León, y quien después de siete meses, al morir entregó el cargo a Alonso de Estrada, hijo bastardo del rey Fernando que no había participado en la conquista. Entretanto Cortés se refugió en Cuernavaca e introdujo el cultivo de la caña de azúcar, el gusano de la seda y la ganadería caballar; sin embargo, estuvo a punto de ser desterrado por oponerse a las intrigas de Estrada.

Para hacer frente a lo que consideraba intrigas de sus enemigos y no el obvio deseo del rey de restarle poder, Cortés se embarcó en Vera Cruz y durante cuarenta y dos días navegó hasta el puerto de Palos. Después de una estancia en el monasterio de La Rábida, viajó a Medellín a visitar a su madre y la tumba de su padre. Más tarde, fue recibido por el rey en Toledo, pero antes ya había establecido la Real Audiencia en la Nueva España, con lo que Cortés perdió toda posibilidad de volver a gobernarla.

Entonces Cortés preparó un Memorial al rey, en el que recomendó cuidar a los naturales porque sin esa mano de obra las tierras no valían nada; asimismo, aconsejó que no todos los pueblos perteneciesen al rey porque los oficiales maltrataban a los indios y por eso su rendimiento era menor. “Vuestra Majestad debe imaginar la tierra de la Nueva España como una heredad que nuevamente ha plantado y para que fructifique, es menester que las plantas se arraiguen para que duren más, dando orden de que estos naturales, los indios, sean bien tratados y conservados en sus pueblos”.

Entretanto, en España, Cortés contrajo nupcias con Juana de Zúñiga, sobrina del Duque de Béjar y mediante regalos, consiguió que el Papa Clemente VII expidiera una Bula de indulgencia a favor de los conquistadores de México, así como que declarara legítimos a sus hijos bastardos.

La hazaña del conquistador era alabada por españoles y celebrada por sus aliados indígenas. Así, en conmemoración de la conquista, el 13 de agosto de 1528 se inició en la ciudad de México el Paseo del Pendón, con una réplica del que trajo Cortés. Ese día, la nobleza luciendo sus mejores galas y corceles, clérigos y gente de todos los gremios desfilaba con el pendón al frente desde el edificio del cabildo a la iglesia de San Hipólito, en donde se daba gracias a Dios por haber concedido la victoria a los españoles. Se realizaban misas y se daban sermones, sonaban campanas y trompetas, se jugaban cañas (simulacros de batalla), y corridas de toros. Todo era fiesta, música, canto y tablado. Las festividades del paseo, que honraba a Cortés y los conquistadores, constituyeron una tradición hasta 1812, cuando fueron abolidas por las Cortes Españolas.

“Muchos españoles ven hasta hoy a Cortés como el más grande de sus conquistadores y su efigie aparece en sus monedas. Pero ése es un culto muy posterior, de origen francamente colonialista. Hasta el siglo XVII los ejemplos de los conquistadores americanos no eran usados para inspirar a los militares peninsulares en sus guerras europeas. Un detalle interesante es que once tratadistas militares hispanos tuvieron cargos en América y escribieron diversos libros, pero ninguno de ellos se refiere a Cortés, Pizarro o a otros conquistadores, como modelos del arte de la guerra para Europa”. (Semo, ya citado)

El 6 de julio de 1529, el rey concedió a Cortés el título de Marqués del Valle de Oaxaca, el más alto título accesible para quien no formaba parte de la familia real. Lo nombró Almirante de la Mar del Sur y le concedió el collar de la orden de Santiago. Asimismo, le devolvió el puesto de capitán general, no así el de gobernador. El 27 de octubre siguiente, le concedió permiso para explorar el Pacífico desde las costas mexicanas. Pero en ausencia del rey, su esposa Isabel de Portugal, le ordenó que regresara después de que la segunda audiencia presidida por el obispo Ramírez Fuenleal tomara posesión de sus cargos, pero Cortés desembarcó antes en la Vera Cruz, el 15 de julio de 1530. Osado, como siempre, llegó hasta Texcoco, en donde fue sitiado por los oidores, sus enemigos; y a causa de las carencias sufridas, murió su madre, que había viajado con él, y su primer hijo engendrado con Juana Zúñiga. A la llegada de la segunda audiencia, Cortés pudo recobrar algunas de sus propiedades y se estableció en Cuernavaca, en donde procreó cuatro hijas más.

Durante los años de 1531 a 1535, Cortés intentó infructuosamente viajar a China desde Tehuantepec y después exploró la península de Baja California, también sin resultados positivos. Entonces estableció una ruta de comercio entre Acapulco y Huatulco y Perú recién conquistado por su primo Francisco Pizarro. Además, el primero de marzo de 1535 el rey añade una cláusula a las capitulaciones que le había concedido por la que el quinto real aumenta a un tercio real y el monarca se reserva el 60% de las tierras conquistadas. A pesar de su aparente buena relación con el primer virrey de Nueva España, Antonio de Mendoza, sus desavenencias políticas terminaron en un rompimiento de facto, especialmente cuando éste incautó a Cortés su astillero de Tehuantepec en agosto de 1539.

De regreso a España, en busca del favor del rey, Cortes y sus hijos empeñaron lo que les quedaba de riqueza y esfuerzo en un intento de conquistar Argel que fracasó porque la flota fue destruida por un vendaval. Después, continuó con sus reclamaciones al rey mediante cuatro Memoriales que no tuvieron respuesta. En el último pidió le permitieran regresar a Nueva España. Fue entonces cuando Carlos V delegó todo su poder en América en los virreyes y en España el 11 de abril de 1543 confía la regencia del reino a su hijo Felipe. Para Cortés esto significó la pérdida de su principal interlocutor. Los restantes años de su vida, que transcurrieron todos en España, fueron para Hernán Cortés un tiempo difícil en el que se vio envuelto en una serie de litigios y vivió agobiado por el nunca terminado juicio de residencia.

El 3 de febrero de 1544, dirige su última carta al rey: “pensé que el haber trabajado en la juventud, me aprovechara para que en la vejez tuviera descanso, y así ha cuarenta años que me he ocupado en no dormir, mal comer y a las veces ni bien ni mal, traer las armas a cuestas, poner la persona en peligros, gastar mi hacienda y edad, todo en servicio de Dios, trayendo ovejas a su corral muy remotas de nuestro hemisferio, e inoctas y no escritas en nuestras Escrituras, y acrecentando y dilatando el nombre y patrimonio de mi rey, ganándole y trayéndole a su yugo y real cetro muchos y muy grandes reinos y señoríos de muchas bárbaras naciones y gentes, ganados por mi propia persona y expensas, sin ser ayudado de cosa alguna, antes muy estorbado por nuestros muchos émulos e invidiosos que como sanguijuelas han reventado de hartos de mi sangre […] De la parte que a Dios cupo de mis trabajos y vigilias asaz estoy pagado, porque seyendo la obra suya, quiso tomarme por medio […] (En cuanto al rey) no sé por qué no se me cumple la promesa de las mercedes ofrecidas, y se me quitan las hechas. Y si quisieren decir que no se me quitan, pues poseo algo, cierto es que nada e inútil son una mesma cosa, y lo que tengo es tan sin fruto, que me fuera harto mejor no tenerlo, porque hobiera entendido en mis granjerías, y no gastado el fruto dellas por defenderme del fiscal de Vuestra Majestad, que ha sido y es más dificultoso que ganar la tierra de los enemigos. Así que mi trabajo aprovechó para mi contentamiento de haber hecho el deber, y no para conseguir el efeto dél, pues no sólo no se me siguió reposo a la vejez […] Otra y otra vez torno a suplicar a Vuestra Majestad sea servido que con los jueces del Consejo de Indias se junten otros jueces destos otros Consejos […]”. La carta nunca obtuvo respuesta.

Cansado de su estancia en Madrid, radicó en Sevilla en donde dictó su testamento y finalmente, en Castilleja de la Cuesta. Para entonces ha pasado casi la mitad de su vida en desgastantes pleitos legales. Ahí, en una pequeña casa prestada, el 2 de diciembre de 1547, a los 62 años de edad, murió de disentería, pobre porque su riqueza estaba en Nueva España, desdentado y olvidado, el hombre cuya codicia insaciable le hizo cometer las más viles traiciones y los más brutales crímenes en la lucha terrible en las que las culturas autóctonas fueron devastadas y sus portadores sometidos o aniquilados.

Su marquesal de Oaxaca comprendía una gran extensión de tierra en las actuales entidades de Oaxaca, Morelos, Veracruz, Michoacán, Estado de México y CDMX, con una jurisdicción civil y criminal de unos 23 mil vasallos. Fue la primera gran fortuna de América, que algunos han valuado en el equivalente a unos $46,000 millones de dólares. Pero no le enriqueció en vida porque el temor de las autoridades virreinales a aumentar el poder de Cortés. les hizo obstaculizar su desarrollo por todos los medios. Sin embargo, sus descendientes sí han disfrutado de una gran riqueza. En México, durante los primeros años de vida independiente, el heredero del exmarquesado, duque de Terranova y Monteleone, que radicaba en Palermo, tras un intento de nacionalización, a partir de 1835 remató los bienes que quedaban con un valor aproximado de un millón de pesos de aquella época. (Jan Bazant. Los bienes de la familia de Hernán Cortés y su venta por Lucas Alamán).

En su testamento Cortés escribió: “Primeramente mando que si muriese en estos reinos de España, mi cuerpo sea puesto y depositado en la iglesia de la parroquia donde estuviere situada la casa donde yo falleciera, y que allí esté en depósito hasta que se tiempo a mi sucesor le parezca de llevar mis huesos a la Nueva España, lo que yo le encargo y mando que así sea dentro de diez años o antes si fuere posible, y que los lleve a la mi villa de Coyoacán.” También mandó decir dos mil misas “por las ánimas de aquellas personas que murieron en mi compañía y servicio en las conquistas y descubrimientos de tierras que yo hice en la Nueva España.”

Sus restos fueron sepultados en el Monasterio de San Isidoro del Campo, cercano a Sevilla. Después de quince años, trasladados a Nueva España, reposaron primero en Texcoco, luego en el templo de San Francisco en la ciudad de México y después en la iglesia del Hospital de Jesús, en donde el virrey Revillagigedo le erigió un mausoleo. Cuando tras la independencia un grupo de antihispanistas trató de profanarlos, los restos fueron escondidos por Lucas Alamán en la misma iglesia, pero su sepulcro fue destruido. La gente creyó que habían sido enviados a Italia. Fueron redescubiertos en 1946. En la actualidad, se conservan en una urna colocada en un nicho en el muro del costado del Evangelio de la iglesia mencionada.

Sus obras principales fueron las cinco Cartas de Relación; de éstas, las cartas que han sobrevivido se encuentran en la Biblioteca Imperial de Viena.

Cuatro años después de la muerte de Cortés, en las Controversias de Valladolid, el debate entre Fray Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda, filósofo, letrado y cronista de Carlos V, definió los términos en que será juzgada la actuación de Cortés los siguientes siglos.

Por una parte, quienes venerarán su figura, se harán eco de las palabras de Sepúlveda: “Con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como niños a los adultos y las mujeres a los varones, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes fieras y crueles a gentes clementísimas. ¿Qué cosa pudo suceder a estos bárbaros más conveniente ni más saludable que el quedar sometidos al imperio de aquellos cuya prudencia, virtud y religión los han de convertir de bárbaros, tales que apenas merecían el nombre de seres humanos, en hombres civilizados en cuanto pueden serlo?” (De la justa causa de la guerra contra los indios).

A partir de este razonamiento Cortés encontrará defensores entre los historiadores más conservadores, como Lucas Alamán, que resaltarán los beneficios de imponer la versión española de la civilización occidental a los pueblos indígenas y lo exaltarán como el fundador de la nación mexicana. También escribirá Carlos Pereyra (Hernán Cortés): “A Cortés se le juzga por la conquista de México […] En el sentido del elogio, Cortés era el hombre que había ganado terreno para su rey; en el sentido del vituperio, era un malhechor histórico, que había acabado con una civilización… ¡Ni los unos ni los otros veían que era el fundador de una nueva nacionalidad […] La independencia nació con la conquista!”

Por la otra parte, con base en la Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, escrita por Fray Bartolomé de las Casas, los historiadores más liberales verán en Cortés el usurpador del Imperio Azteca, obtenido por los medios más ruines y criminales. Ignacio Ramírez en una famosa polémica contestará al español Emilio Castelar, cuando recriminó a los mexicanos por renegar de la nación generosa que los había descubierto: “La España que usted ama, no existe ni ha existido jamás […] el último pueblo de la tierra a quien desearían parecerse las demás naciones es el pueblo español […] Los que nos han dado su sangre nos la quieren dar todavía: la sangre del adulterio, del estupro, de la violencia. Nos dejaron templos, y ha sido necesaria una revolución para derribarlos […] (Citado por Krauze Enrique. Caras de la Historia II).

Hoy todavía “muchos mexicanos… identifican a Cortés como heraldo del colonialismo, destructor de las culturas indígenas y autor de actos de extrema crueldad. Mucho hay de verdad en esa apreciación, independientemente de las cualidades del personaje, y como el colonialismo no ha muerto y seguirá presente en diferentes formas mientras viva el capitalismo, debemos coincidir con esa apreciación. La descolonización incluye ideas, prácticas pero también personajes. Es muy probable que el Cortés histórico tenía una idea muy diferente de lo que estaba haciendo, pero su significado hoy es la de adelantado del colonialismo”. (Semo, ya citado).

Además, “aunque Cortés reconocía la capacidad política y las aptitudes de los indios de esta tierra, acaso no concedió suficiente importancia a la fuerza y arraigo de su cultura. El hecho es que los indios, a pesar de que aceptaran que sus dioses habían muerto, y que ellos se habían convertido en siervos de amos tiránicos y a menudo despiadados, mantuvieron vivos su conciencia, sus tradiciones y su resentimiento. Este último será adoptado por el nuevo pueblo en que se fue convirtiendo México, y moverá el agravio latente contra el conquistador. El trauma de la conquista es una llaga que aún permanece viva en México.” (Martínez José Luis. Hernán Cortés)

Concluye Carlos Elizondo Alcaraz (Luces y sombras en la extraordinaria vida de Hernán Cortés): “Pocos personajes en la historia humana han sido tan discutidos como Hernán Cortés. Elogios, desmesuradas alabanzas, insultos y calumnias, todo se ha acumulado en torno a él; las más tremendas acusaciones se han lanzado en su contra desde que él vivía hasta el tiempo actual, paralelamente a los más encendidos testimonios de admiración, y así seguirán seguramente las cosas sin que se dicte nunca una sentencia inapelable”.

Pero como escribe Francisco de la Maza: “A Hernán Cortés, como a toda personalidad histórica, no hay que elogiarlo sin más no más, ni insultarlo sin menos ni menos. Hay que explicarlo”.

Ciertamente, Cortés legó grandes riquezas a las dinastías Habsburgo y Borbón que gobernaron España los siguientes tres siglos, riquezas que poco disfrutó el pueblo español. En contraste, la crueldad de sus actos sanguinarios y la oscura noche que cayó sobre los vencidos a partir de sus acciones, dejaron heridas en la América indígena que aún siguen abiertas…

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.

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