lunes, 26 de octubre de 2020

La polarización

 

La polarización

En el ya muy cercano 3 de noviembre se llevarán a cabo las elecciones en los Estados Unidos (EU), los momios al parecer se mueven hacia el triunfo del candidato del Partido Demócrata, Joe Biden. Al menos, eso dicen muchas de las encuestas realizadas al caso. Se avizora dicen, como más probable, el fracaso de Donald Trump, pero… al igual que en las elecciones de hace cuatro años, otros muchos suponen que cualquier cosa puede pasar, que la moneda está en el aire y que en una de esas Biden se tiene que quedar en su casa para terminar su vida sin tantos agobios. Si eso llegara a pasar tendríamos malas noticias para el mundo y a soportar un cuatrienio más las locuras del señor del copete anaranjado que gobierna la nación más poderosa del mundo. Trump y AMLO, ¡tan parecidos!

La realidad es que el populismo se ha extendido como una pandemia por todos los rincones de nuestro planeta. Los discursos nacionalistas, el desarrollo más hacia adentro que hacia afuera, la poca gracia que les hace la globalización, las duras políticas antinmigrantes, los criterios energéticos alejados de la protección al medio ambiente, y desde luego la polarización de las sociedades son el sello de este tipo de gobernantes, caracterizados además por su profunda ignorancia, su enorme desprecio por la ciencia y sus rasgos autoritarios.

En fin, la desigualdad y pobreza en la que vive aún la mayoría de la población mundial, al no resolverse, decidió castigarnos y ponernos a todos de cabeza con estos lideres monstruosos. Resultó tan malo el remedio como la enfermedad.

Quizá la situación más preocupante que se deriva de todo esto es la división de la población de cada país, en dos bloques formidables, enfrentados y beligerantes, uno contra otro. Logro de los populistas tanto en los Estados Unidos como en México. Entorno extremadamente peligroso, más cuando económicamente y en combinación con el COVID, vivimos un momento muy delicado. Esta polarización se da hoy igualmente en Europa y otros muchos países latinoamericanos donde surgen líderes irresponsables que promueven la agresión, la ira o de plano el odio entre sus habitantes.

Las redes sociales le echan más leña al fuego y el tono iracundo y de linchamiento de un lado y del otro se expresa sin moderación alguna. La estridencia parece ser el nombre el juego, y lo mismo FRENA, que la marcha del millón (que fueron 5 mil) en apoyo de AMLO son capaces de enfrentarse a gritos y sombrerazos para hacer oír sus reclamos.

Cada gira del presidente López (como la de Tamaulipas, hace unos días) se convierte en un campo de batalla donde los gritos: ¡AMLO fuera! se escuchan al mismo tiempo e igual de fuerte que los de: ¡Es un honor estar con Obrador!

El pasto está muy seco, como diría mi abuelita y cualquier chispita puede desatar un incendio. Lo lamentables es que ante tal escenario por parte del primer mandatario no hay la menor intención de dar un mensaje de unión y tranquilizar las aguas. Por el contrario, día tras día en la mañanera se suceden los ataques contra cualquiera que osa no coincidir con la imperial opinión.

¿Adonde nos puede llevar todo esto?

Contraponer al pueblo noble y sabio contra los malvados conservadores es un discurso rentable para los tiranos, para los autoritarios, para las dictaduras. Ese maniqueísmo ramplón donde los buenos están frente a los malos y los ricos contra los pobres ha resultado especialmente fructífero para el actual gobierno de nuestro país. El populista que nos gobierna ha dañado la economía, a las instituciones, a la ley, pero lo más trágico de esta instrumentalización de la pobreza con fines electorales, es que al final, cuando todo esto termine, nadie será más rico, todos seremos más pobres y todos habremos perdido una buena parte de nuestra dignidad como ciudadanos y personas.

Cuando esta pesadilla acabe, reconstruir nuestra democracia y recuperar todo lo que poco a poco hemos perdido nos tomará mucho tiempo. Reconozcamos que en estos dos años no hemos sido capaces de cuidar nuestra paz y nuestra libertad. Quizá todavía estemos a tiempo.

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